Capitulo V: Bräel (II/III)
II
Soriana.
Recorrimos de vuelta el camino dentro del árbol que yo transité para llegar allí; sin embargo, ya no era tan oscuro, pues una de mis luminarias lo alumbraba y aquella sensación de despersonalización que me acompañó durante el trayecto de ida, ya no estaba presente. Aún no podía definir qué fue lo que experimenté antes, si aquel ser etéreo que vi fue real o una alucinación.
Cuando llegamos al final, no había ninguna salida. La madera del árbol era continua, no existía abertura en ella. Los dedos delgados de Keysa me halaron la manga de la túnica:
—¡No hay salida! —sollozó.
Tomé la espada y la clavé en la madera. Otra vez, Assa aldregui absorbió en sí misma la energía oscura que sellaba el tronco y, como antes, el lacerante dolor me embargó cortándome la respiración.
—¡Soriana! ¿Qué tienes? —Keysa se inclinó sobre mí, angustiada.
—Nada, nada, estoy bien. —Me reincorporé manteniendo mi rostro inexpresivo para que ella no advirtiera el profundo malestar que me recorría.
Pronto volvió a aparecer ante nosotros la salida y de uno en uno hice cruzar a las hadas mientras yo me sobreponía al dolor. Lo primero que vi del otro lado fueron a Nayla y a Aren. Mientras el hada permanecía quieta, mi amigo corrió hasta mí.
—¿Por qué fuiste sola? ¿Por qué no me esperaste? —me increpó.
—Lo siento, fue una especie de impulso. Perdón por haberte preocupado.
Y realmente lo lamentaba, no quería verlo molesto o ansioso por mi causa. Nos contemplamos a los ojos un instante. En medio del dolor, advertí cómo me invadía esa sensación conocida de vértigo que siempre experimentaba cada vez que sus ojos se fijaban en mí de esa forma. Me alivié cuando dejó de mirarme y se dirigió a Keysa.
Exhalé en tanto el malestar disminuía y las náuseas cedían. A unos pasos de mí se encontraba Nayla, entonces aproveché para hablar con ella.
—Algunas hadas murieron ahí dentro —le dije viéndola temblar y abrazarse a sí misma, mientras contemplaba a sus compañeras salir del árbol—. ¿Estáis preparada para mostraros ante ellas?.
Nayla enarcó las cejas al verme, luego la sorpresa en sus ojos fue sustituida por angustia y confusión. Sentí piedad por ella, me reflejaba en su tragedia. Aunque no fuera intencional, ella tenía en parte la culpa de lo ocurrido con su pueblo.
—¿Cómo lo supisteis? —me preguntó retorciéndose las manos.
—Vi vuestra corona entre las alhajas en la cueva. Sois su reina. Os hechizaron, ¿no es cierto?
Ella asintió.
—Sabía que había algo malo en ese traslado, podía sentirlo. —empezó a contar ella—. Pedí una audiencia con el karl de la liga, pero en lugar de él acudió un enviado. Discutimos un poco la situación, él me aseguró que todo estaría bien. Aun así, yo me opuse al traslado. Lo último que recuerdo es verme cubierta de sangre, huyendo con una de mis hadas guardianes. ¡Esa joven dio su vida protegiéndome y yo les fallé a todas!
—Eso no es cierto —le dije a manera de consuelo—. Nos ayudasteis a Aren y a mí, nos trajisteis hasta aquí arriesgando vuestra vida y ahora vuestro corro está de vuelta. Si les explicáis, estoy segura de que entenderán.
Nayla dudaba, temblaba, observaba a sus compañeras sin decidirse a acercarse. La miré y asentí para transmitirle confianza. De verdad, esperaba que su gente pudiera perdonarla.
Finalmente, se acercó a ellos.
—¡Reina Nayla! —dijo un hada masculina con asombro—. ¡Estáis con vida! Creímos, creímos que os habían asesinado.
Nayla derramó lágrimas que a medida que rodaban por sus mejillas se convertían en cristales tornasolados. Se acercó a ellos e hizo algo que me sorprendió profundamente: se arrodilló frente a lo que quedaba de su gente.
—No soy digna de ser vuestra reina —dijo con la cabeza gacha—. Os entrego mi corona y mi vida para que dispongáis de ella.
Aren y Keysa se acercaron a mí, los tres contemplamos un poco apartados la escena.
—¿Reina? —preguntó mi amigo en voz baja, desconcertado.
—Reina —afirmé mirándolo de soslayo—. En estos años he conocido muchas criaturas, hadas entre ellas. Puedo decirte que solo una reina hada poseería la intuición que ella tiene. Además, su corona estaba cerca del lecho, junto al resto de las prendas.
Dos de aquellas hadas famélicas se acercaron a la reina Nayla y la ayudaron a levantarse, pero antes de que pudieran hablar y dar su veredicto, un frío antinatural se esparció entre nosotros. La tierra tembló y se cuarteó, de las grietas comenzó a brotar bruma negra. Las hadas, aterradas, se juntaron.
—¿Qué sucede? —preguntó Nayla, colocándose frente a su gente a manera de escudo.
Tuve la terrible certeza de que nuestro enemigo haría acto de presencia con su draugr.
Aren desenvainó a Reisa vel y yo empuñé a Assa aldregui, miré de reojo a Keysa. Habría esperado verla llorando o temblando, pero no era así, la joven hada exhibía resolución en su expresión, sus manos brillaban doradas. Me sorprendió verla dispuesta a pelear, pero también me aterró.
—¿Qué crees que haces, Keysa? —Señalé sus manos cubiertas de su savje.
—No me esconderé, Soriana. No quiero volver a tener miedo, ni ser apresada otra vez, antes prefiero morir.
No podía aceptar eso, no podía permitirle arriesgarse de esa manera suicida. Iba a decírselo, pero en ese momento surgió de lo profundo de las grietas una sombra que empezó a solidificarse. La negra figura se arrojó contra nosotros con una espada en la mano. Aren le hizo frente antes de que yo pudiera adelantarme. Keysa comenzó a hacer brotar de la tierra raíces que se enrollaron en los pies del draugr. Aren aprovechó su inmovilización y blandió la espada en un arco horizontal que lo cortó en dos. Si hubiese sido un ser vivo, sus entrañas se habrían esparcido en el suelo. Pero ese no era el caso.
El ser se recompuso, se libró de las raíces que lo ataban y arremetió contra Aren. Lanzó una cinta de energía oscura que rodeó la muñeca de mi amigo, cuyo rostro se crispó de dolor.
Rápidamente, dibujé la runa de errohl y Assa aldregui se cubrió de rojo. Salió volando hacia adelante y chocó con la espada del draugr, envuelta en humo negro. Ambas armas comenzaron una lucha silenciosa, pero mortífera.
Corrí hacia Aren.
—¿Estás bien? —Ante mi pregunta, él asintió—. ¡Tenemos que salir de aquí!
Lo ayudé a levantarse y le hice señas a Nayla para que dirigiera a su gente fuera del cañón, pero en ese momento, del suelo surgieron lanzas hechas de roca y tierra que formaron una barrera, impidiéndole al grupo avanzar. Aquellas formaciones los rodearon. Nayla encendió su savje y empezó a deshacerlas, pero entre más derribaba, más aparecían. El resto de las hadas estaban muy débiles como para que su ayuda fuera efectiva.
Lo que sucedía no podía ser producto del draugr. Ese draugr era un bräel, obedecía órdenes y no tenía el poder de hacer magia por sí mismo. Giré a ambos lados y entonces lo vi.
Cerca del camino que llevaba al cañón, el hechicero oscuro que manejaba al draugr estaba de pie, observándonos. Vestía de añil y llevaba una capucha que no permitía verle el rostro. ¿En qué momento llegó? ¿O siempre estuvo allí, aguardando para cazarnos?
Assa aldregui giró en el aire y se clavó en el suelo, derrotada. El draugr avanzó directo a Keysa.
Antes de que pudiera alcanzarla, tomé la espada, me planté frente a él y empezamos a pelear.
La sombra, que se había hecho corpórea, anticipaba cada uno de mis movimientos y a su vez, los que hacía me eran tremendamente familiar. Ya lo había pensado después de aquella primera vez en la que nos enfrentamos, pero en ese momento, mientras más peleábamos, más segura estaba: la técnica del draugr era el tek brandr.
—¡Soriana! —gritó Aren, acercándose a mí—, ¡es augsveriano!
Aren había llegado a la misma conclusión que yo. El draugr, en vida, había sido un sorcere de Augsvert, solo eso podía explicar que supiera nuestra técnica de espada y que la dominara tan hábilmente, porque se me estaba dificultando vencerlo.
—¡El hechicero oscuro está aquí! —le advertí a Aren y señalé con la cabeza a donde el sorcere, de pie, nos observaba.
Mi amigo giró a verlo y sin que yo lo previera corrió hacia él. Mientras yo enfrentaba al draugr, Aren se batía en duelo con el morkenes. Las hadas, por su parte, intentaban escapar del asedio de la magia negra del hechicero.
Assa aldregui asimilaba la energía oscura del draugr, pero no lograba absorber la suficiente como para derrotarlo. Yo sabía que la única forma de destruirlo era matando al morkenes, lo cual sería difícil; sin embargo, podía vencerlo momentáneamente.
Me corté la mano y dejé que mi sangre escurriera en el suelo, susurré la convocatoria y al igual que sucedió con el darugr, varias sombras salieron de las entrañas de la tierra. Todas se abalanzaron hacia el draugr para detenerlo. Cuando creí que había resultado, este hizo un movimiento que me conmocionó.
El golpe que empleó me llevó a retroceder tiempo atrás, recordé a mi madre entrenando con lara Moira. El movimiento que hizo el draugr era uno que solo les había visto hacer a ellas. Me quedé impávida, sin reaccionar, mirando cómo la espada cubierta de bruma despedazaba a mis recién convocadas sombras.
La espada.
Aunque de vez en cuando brillaba, no veía del todo el acero envuelto en bruma negra. Tampoco podía discernir los rasgos del draugr, pero se me hacía conocida su forma de moverse, de caminar, de balancear el cuerpo al pelear. ¿Cuántas veces mi madre no me entrenó en Augsvert? ¿Cuántas, no la vi enfrentarse a lara Moira para practicar? ¿Cuántas, no admiré su técnica? ¿Podía ser que ese draugr fuera ella?
El draugr, con la espada recubierta de negro, voló, raudo, hacia mí. Perpleja, no hice nada por cubrirme, ese sería mi fin. En el último momento, Assa aldregui, por sí sola, evitó que me cortara el cuello.
Ambas hojas chocaron, el arma resbaló de las manos del draugr y fue a dar al suelo, a pocos pasos de mí. Giré temblando y, entonces, pude detallar la espada, ya sin la bruma que la había estado ocultando. Era ella, «la Escarchada», la espada de mi madre.
El descubrimiento me aturdió.
¿Quién era ese sorcere? ¿Por qué la Escarchada estaba en poder de su draugr?
¿Ese sorcere había convertido el fantasma de mi madre en un draugr?
¡No podía ser cierto!
Tenía que descubrir la verdad.
Escurrí de mi herida más gotas carmesí que cayeron en la hoja de Assa aldregui. De inmediato, brotaron cintas de energía oscura que fueron a enrollarse en el cuerpo del draugr.
Me levanté y, corriendo, fui a donde el sorcere y Aren peleaban.
—¡¿Quién sois, maldito, quién sois?! ¡¿Qué habéis hecho con mi madre?!
Aren volteó a mirarme, desconcertado, pero el sorcere no se inmutó. Aprovechó la distracción que sin querer creé y atacó con saña a Aren. Mi amigo cayó hacia atrás, impactado por una runa de combate.
—Os dije que no interfirierais, que no quería dañaros, Soriana Sorensen. —La voz del hechicero estaba modificada, sonaba como si proviniera de una profunda cueva—. Pero sois demasiado terca, ¿no es cierto?
—¿Cómo puedo no hacer nada sabiendo que tenéis a mi madre esclavizada? ¡Porque es mi madre, lo he descubierto!
Mi savje aumentó, Assa aldregui brilló roja, cubierta de él. Avancé y di la estocada, pero el sorcere, con elegancia, la bloqueó. Ataqué de nuevo, y otra vez y otra vez, y en cada oportunidad él no hizo más que bloquear.
—¡Maldito! ¡Pelead! ¿Acaso tenéis miedo? ¿Por qué deseáis hacernos daño?
El hechicero se rio. Blandió la espada con destreza y entonces tuve que aumentar mi poder. Él me tomaba la palabra y peleaba ahora sí, en serio.
—¿Por qué creéis que todo es sobre ti, insignificante princesita? ¡Nunca se ha tratado de ti! Tú y tus amigos no me interesan. Que tomara a tu hada no fue personal, la necesitaba, las necesito a todas ellas.
Su espada era magnífica, al igual que el dominio de su técnica, que también era tek brandr. Cada estocada me hacía retroceder, mi brazo temblaba hasta el hombro cuando nuestras armas chocaban. Si quería vencerlo requeriría de más poder.
—Assa aldregui —susurré entregándome a la oscuridad— or svartr
La potente descarga me invadió y cómo siempre la magia de Morkes me sedujo. Quería sangre y esta vez no estaba dispuesta a reprimirme.
—Hringa tek lifa.
Ondas negras salieron de mí; por fortuna, solo él estaba delante. El sorcere tuvo el buen tino de formar una barrera antes de que mi hechizo lo alcanzara. Sin embargo, no me rendiría, volví a lanzarlo, hasta una tercera vez en la que vi que la barrera que lo protegía se resquebrajaba. Entonces sucedió algo que no esperé. El draugr se soltó del amarre y arrojó hacia mí una lengua de energía, la cual se enrolló alrededor de mi cuerpo. Sentí frío como si gélidas aguas me bañaran, mi hechizo se rompió.
No obstante, la especialidad de Assa aldregui era consumir ese tipo de energía fantasmal, en un instante la absorbió. Pero cuando intenté ponerme de nuevo en guardia, tanto el morkenes como el draugr habían desaparecido.
*** A ver, a ver ¿qué les pareció el capítulo?
¿Esperaban que el draugr fuera la reina Seline? ¿Realmente será ella?
¿Quién será el hechicero oscuro?
Abajo les dejo glosario refrescando algunas palabras. Espero que podamos leernos el próximo domingo.
¡Que las flores de Lys desciendan sobre vuestras cabezas!
Bräel: Encadenado. Pueden ser sorceres, comunes, fantasmas o draugres que un hechicero oscuro, a través de un hechizo de magia negra, vincula así mismo, esclavizándolo.
Draugr: Demonios que antes fueron fantasmas. Se alimentan de la energía de los vivos.
Holmgard: Isla volcánica hacia el oeste del continente donde se encuentran los mejores forjadores y se producen las espadas con filo de obsidiana y acero bramasquino mas codiciadas del continente por su excelencia.
Hringa: del lysico. Serpentear. Para este hechizo de magia oscura (como para la mayoría de ellos) no se requiere la elaboración de runas solo sangre y decir la palabra aunque sea en susurro.
Lifa tek: del lysico. Lifa: vida; Tek: tomar. Sería tomar la vida.
os svartr: Dame la oscuridad.
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