Capítulo IX: "Se acerca el tiempo de la verdad" (III/V)
III
Aren
Atravesé de regreso el puente que comunicaba la necrópolis con el palacio Flotante cerca de la medianoche. Tenía muchas preguntas en mi mente y me sentía muy lejos de encontrar pistas que me ayudaran a descubrir la identidad del hechicero oscuro, y si era que alguien dentro de Augsvert lo estaba ayudando. Lo único que conseguí en la necrópolis fueron más interrogantes.
No entré al palacio, fui directo a las caballerizas, tomé mi caballo y regresé a casa. Pasé la noche reflexionando sobre todo lo que sabía hasta ese momento, más que nunca deseaba ver y hablar con Soriana como lo habíamos hecho antes, compartiendo nuestras teorías con respecto a nuestro enemigo. Pero en lugar de eso me hallaba solo y la extrañaba terriblemente. Anhelaba que toda la pesadilla que implicaba el hechicero oscuro y sus misteriosos planes terminaran, quería enlazar mi vida a la de ella para siempre, dentro o fuera de Augsvert no me importaba con tal de estar a su lado.
Trece años pasé lejos de ella y ahora que volvía a tenerla unos días sin su presencia se me hacían insufribles.
Muy temprano por la mañana, me despedí de mis padres y salí de casa rumbo al palacio real.
Mientras el carruaje recorría el camino, notaba como las calles de la Ciudadela eran patrulladas por una cantidad de soldados de la guardia real mayor a la habitual. Englina se protegía a sí misma y reforzaba la vigilancia.
Una vez en el palacio Flotante, busqué a lara Moira, necesitaba interrogarla.
La cité en un pequeño salón de reuniones donde los miembros del Heimr deliberaban cuando debían tomar decisiones complicadas. Mientras esperaba, una doncella entró con una bandeja, traía vino de pera y algunos bocadillos dulces. Un instante después llamaron a la puerta.
La comandante, ataviada con el uniforme y la capa azul de la guardia real, entró en la habitación. Llevaba el cabello oscuro recogido en una cola alta en la mitad de la cabeza.
—Lara Moira. —Incliné la cabeza al saludarla.
—Lars Rossemberg, las flores de Lys desciendan sobre vuestra cabeza. —La comandante me sonrió y también ella me saludó con una leve reverencia—. Todo el palacio Flotante habla de vuestro regreso, es un gusto que así sea.
—Muchas gracias, comandante, también yo estoy feliz de haber regresado, sin embargo, hay algunas cosas que me inquietan sobre la situación actual de Augsvert, por eso os he llamado. —Ante mis palabras, Lara Moira me miró con el desconcierto pintado en los ojos castaños—. Disculpadme si interrumpo vuestras funciones de esta mañana, lara Moira, pero es menester que os haga unas preguntas.
—Vuestra excelencia dirá, lars.
—Sentaos, por favor —Señalé el sillón a mi lado y la comandante de la guardia tomó asiento—. ¿Lara, visitáis con frecuencia la tumba de la reina Seline?
Los ojos de la mujer me miraron, sorprendidos, mientras ella palidecía; crispó un poco los dedos que mantenía sobre los muslos.
—La reina y yo fuimos muy amigas, estudiamos juntas en el palacio Adamantino antes de que yo me convirtiera en su guardia personal.
—Entiendo. ¿Debido a ese lazo vos la visitáis con frecuencia?
—Así es.
—¿Y también es ese lazo el que hace que mantengáis el hechizo de preservación sobre su cadáver?
Lara Moira arrugó las cejas y apartó la mirada, algo en la frase la había disgustado.
—¿Encuentra algo malo en ello, lars? Tengo la aprobación de la reina madre Engla.
—Desde luego que no, comandante. Entiendo que vuestra fuerte amistad la ha llevado a cuidar de la reina Seline aun después de muerta.
En ese instante me levanté y me dirigí a la mesita donde estaba el vino, serví dos copas y le ofrecí una a lara Moira. Tal parecía que había comenzado mi interrogatorio de la manera menos adecuada, podía sentir en la actitud de la mujer la reticencia a contestar con sinceridad mis preguntas.
—Seré honesto con vos. Ayer visité la tumba de la reina Seline y noté dos cosas que me sorprendieron: La primera fue hallar rastros de vuestro savje en el hechizo de preservación de la reina. Vos habéis explicado el por qué, pero espero que podáis ayudarme a aclarar la segunda cuestión. Al observar el cuerpo de Su Majestad, noté que la espada de la reina no estaba en su vaina. Vos la visitáis con frecuencia, ¿os habíais dado cuenta de qué la espada había desaparecido?
Lara Moira tragó y los dedos se crisparon más sobre sus muslos, apretó la mandíbula y me miró un tanto airada.
—Lo noté hace mucho. Hará unas seis lunaciones de eso.
La respuesta me sorprendió.
—Si lo sabiáis, ¿no os extrañó?
—¿Extrañarme? —Lara Moira sonrió con ironía—. Caí en crisis cuando lo descubrí. ¿Cómo era posible que alguien hubiera robado la espada burlando los hechizos de la necrópolis y los que resguardan al sarcófago mismo? Por más que examiné la tumba buscando indición del culpable, los únicos rastros de savje que hallé fueron el mío y el remanente de la princesa Soriana. Solo existía una explicación: Quién robó la espada no posee savje poderoso, no es un sorcere y eso deja a los sirvientes del castillo bajo sospecha. Sin embargo, ¿podría alguien sin magia abrir el edificio de la necrópolis y profanar una tumba que está custodiada por varios encantamientos? ¡Es imposible! Por mucho tiempo me devané los sesos tratando de encontrar una respuesta que todavía no consigo.
Lara Moira tenía razón, ella se había encontrado con los mismos problemas que yo al tratar de resolver el misterio; no obstante, había algo que yo sabía y ella no y era que el alma de la reina ahora era un draugr.
—¿Qué hicisteis, entonces, cuando descubristeis que la espada faltaba?
—Lo único que podía hacer —contestó la capitana mirando las manos empuñadas sobre su regazo—, decirle a la reina Engla. Pero seis lunaciones atrás comenzaron los ataques de los alferis y el Heimr presionaba insistentemente a Su Majestad para que reparara el domo o abdicara. Ella me contestó que en ese instante no tenía cabeza para una trivialidad como esa. Si alguien se había robado la espada de su hermana, en ese momento ella no tenía el tiempo para investigarlo. —Lara Moira volvió a apretar los dientes cuando me miró desafiante, había rabia contenida en su mirada oscura—. Yo quería descubrir quién había sido el culpable, pero la reina Engla cada vez exigía más de mí, no podía dedicarme a ello. Aun así coloqué un hechizo más sobre la tumba, uno que me alertaría si alguien la profanaba.
—¿Y obtuvisteis algún resultado?
—No. La única que visita la tumba de Seline soy yo y recientemente vuestra excelencia.
—¿Entonces ya sabíais que había ido?
—Lo supe en el mismo instante en que abristeis las puertas de la necrópolis.
—Otra cosa, lara Moira —dije sin perder la calma—, podéis mostrarme vuestras muñecas.
La comandante frunció el ceño, extrañada por la petición, pero no la cuestionó. Diligente, se quitó las muñequeras de acero, desabrochó las mangas del uniforme de cuero y se las subió hasta los codos. En sus brazos no existía brazalete alguno del gefa grio.
—Lara Moira, vos y la reina Seline fueron muy cercanas en vida, erais su guardia personal. Tal vez sepáis por qué la reina tenía dos brazaletes de gefa grio, uno en cada muñeca.
Los ojos de la comandante se dilataron un poco, sus labios se movieron, pero casi de inmediato volvió a recobrar su expresión anterior.
—No lo sé.
—¿Estáis segura? Uno de los juramentos corresponde al que hicieron los miembros de la Asamblea aquel día en que la reina ejecutó a los que intentaron matar a la princesa Soriana, pero no sé a qué juramento corresponde el otro brazalete.
Lara Moira pareció reflexionar un momento, luego negó con la cabeza.
—Tampoco yo lo sé, lars. Y francamente, no entiendo a dónde queréis llegar con estas preguntas. ¿Por qué ahora parece ser importante la reina Seline? ¿Por qué preguntáis por la Escarchada y por esos gefa grio?
Dudé de si debía o no confiar en la comandante y contarle todo lo que había ocurrido. La miré de nuevo. Ella, que nunca se apartaba de la reina Seline, tenía que conocer todos sus secretos, ella sabía cosas que no me decía.
De cualquier forma, la tenía bajo vigilancia. Si le revelaba lo que sabía y Moira estaba involucrada en la conspiración, tarde o temprano daría un movimiento en falso y, entonces, yo la atraparía.
—Como sabéis, hace más de seis lunaciones salí de Augsvert para buscar ayuda. —Decidí contarle mientras miraba atentamente la expresión de su rostro—. En mi viaje conocí a una hechicera que me ayudó a descubrir que un hechicero oscuro está detrás del empuje de los alferis. Este personaje, por alguna razón desconocida para mí, parece odiar mucho a Augsvert. —Lara Moira me miraba atentamente—. En dos oportunidades me enfrenté a él. Domina el Tek brandr, por lo que deduzco, se formó en Augsvert, y tiene en su poder un draugr.
Hice una pausa y observé a la capitana, ella me miró impaciente, pero en su gesto nada revelaba que pudiese haber estado enterada de lo que le contaba.
—¿Y entonces? ¿Qué tiene todo eso que ver con la reina Seline?
—Este draugr es un bräel, un esclavo del hechicero oscuro. En el último de nuestros enfrentamientos, el draugr reveló su espada, era la Escarchada, por lo tanto, es fácil deducir que ese draugr es la reina Seline.
Lara Moira palideció, sus ojos negros perdieron el brillo, la boca se le crispó en un gesto extraño. La comandante se levantó y me miró desde su imponente altura.
—¿Qué estáis diciendo? ¿Qué Seline es la esclava de un morkenes? —La capitana anduvo de un extremo al otro del salón mientras se frotaba el rostro con manos ansiosas—. ¿Estáis seguro, lars? ¿Es debido a su magia oscura que no está la espada en la tumba de la reina?
—Si la reina Seline es un draugr, ella misma tuvo que convocar su espada. No existe hechizo que evite eso. Necesito saber quien maneja a la reina. Al principio creí que esa persona había robado la espada para poder hacer de la reina un draugr, pero ayer comprobé que nadie robó la espada, por lo tanto, Seline misma tuvo que haberla llamado despues de volverse un draugr. Lo que no entiendo es cómo alguien pudo hacer de la reina un draugr. Se necesita algo impregnado de su savje. El hechicero oscuro porta un brazalete de gefa grio, la reina también, es un vínculo indivisible entre sorceres que se mantiene, incluso, después de la muerte.
—¿Vos sospecháis que el hechicero oscuro está unido a la reina por un juramento de gefa grio? Por eso me pedisteis que os mostrara las muñecas, sospechabais de mí.
—Os ruego me disculpéis, pero debéis entender que no puedo descartar a nadie.
Lara Moira se sentó en el sillón, temblando. Llevó la mano a su frente y me miró asustada antes de hablar.
—Lars, todos los miembros del Heimr y casi la totalidad de la Asamblea de sorceres juraron gefa grio a la reina Seline, cualquiera puede ser ese hechicero oscuro.
—Lo sé, lara Moira. Por eso os pido que si sospecháis de alguien en particular que le guardara algún resentimiento a la reina, me lo digáis en este instante.
Lara Moira rio con amargura.
—¡Después de la Asamblea roja, todos odiaban a Seline! Será muy difícil averiguar quién está detrás.
Creí que mis pesquisas con lara Moira me aportarían alguna pista, pero estaba igual que al inicio con varias decenas de sospechosos. De pronto, lara Moira me miró con los ojos muy abiertos.
—Habéis dicho que quien tiene en su poder a la reina es un hechicero oscuro, ¿cierto? Pues solo tenemos que comprobar quién de todos los que le juraron gefa grio a Seline practica en secreto la magia de Morkes.
Ella tenía razón y era una idea relativamente fácil de llevar a cabo.
—¡Necesitamos una piedra de Sýna! —dije y lara Moira asintió.
¿Cómo están? ¿Qué les pareció el capítulo? Regresó lara Moira.
Esta semana fue terrible en cuanto a escritura, no pude escribir mas que pocas cosas y corregir lo que ya tenía hecho, espero que mañana pueda reponer el tiempo perdido. Nos leemos el próximo viernes.
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