Capítulo IX: "Se acerca el tiempo de la verdad" (I/V)
Séptima lunación del año 304 de la Era de Lys. El palacio Flotante. Aaberg, reino de Augsvert.
I
Aren
Tal como había esperado, una ola de tensión se esparció por la Ciudadela. Donde quiera que iba, podía ver sorceres susurrando en voz baja, no importaba si era entre las calles de la ciudad o en las galerías del palacio.
Por sugerencia de lara Moira, Englina aceptó reforzar su guardia personal, parecía inminente que tendríamos que enfrentarnos a una rebelión; sin embargo, ella se mostró firme y decidida en continuar con el plan. Engla, en cambio, una vez abdicó, se dejó abrazar por la ansiedad.
Englina cerró con cuidado las puertas labradas de la recámara de su madre y salió al pasillo donde yo la esperaba. Me miró con cansancio en los ojos azules y suspiró.
—La he dejado con dama Dahlia, últimamente ella se ha convertido en un gran consuelo para mi madre.
Dama Dahlia había sido durante muchos años el ama del palacio Flotante, era quien mantenía los asuntos domésticos en orden. Cuando éramos adolescentes, Soriana le tenía gran cariño y también yo. Gracias a ella, Soriana siempre lograba robar de la cocina pastelillos deliciosos y vino de pera que luego Erika, ella y yo tomábamos a escondidas. Eran tiempos felices e inocentes que ahora me parecía como si nunca hubiesen existido. Tanto era así que Soriana estaba exiliada, Erika muerta y también su gran amor y el que fue el hijo de dama Dahlia: Dormund.
—Dama Dahlia sabe de sufrimiento, ella perdió un hijo —le dije a Englina mientras nos alejábamos de la recámara por el pasillo—, tal vez por eso tu madre encuentra tanto alivio en su compañía.
—Prefiero a dama Dahlia a la leche de borag. Algunos sanadores la han sugerido para tratar de aliviar la ansiedad que padece.
—No te preocupes, ya pronto todo esto terminará, confía en mí.
Englina se detuvo y giró hacia mí, me miró de una forma necesitada.
—Me gustaría que pudiéramos casarnos cuanto antes. Si eso no sucede, el Heimr no terminará de aceptar la renuncia de mi madre al trono.
Tomé entre las mías las manos de Englina. Me sentía realmente mal por aquella promesa que le había hecho a mi amiga casi un año antes, cuando salí de Augsvert para buscar ayuda. Lo cierto era que ahora que había encontrado a Soriana, que le había confesado mis sentimientos y ella les correspondía, yo no podía honrar mi palabra. Mi corazón le pertenecía a Soriana.
—Primero debemos averiguar qué está sucediendo, en realidad —dije para evadir el tema del matrimonio y también porque necesitaba continuar con mis pesquisas y descubrir si, tal como creía Soriana, el hechicero oscuro y la reina Seline estaban relacionados—. Necesito que me ayudes con algo, quisiera visitar la necrópolis y la Cúpula Blanca.
Englina se sorprendió con mi petición.
—¿Por qué quieres ir allá?
—Es posible que esta situación con Augsvert esté relacionada con la reina Seline.
—¿Con mi tía? ¿Pero de qué forma?
—Todavía no lo tengo muy claro. Te prometo que si averiguo algo serás la primera en saberlo. —Ante mis palabras, Englina asintió, aunque me miraba reticente—. No le cuentes a nadie de mis sospechas.
*****
Era más de medianoche cuando me aventuré a la necrópolis.
La tumba de los antiguos reyes de Augsvert se encontraba en una pequeña colina aledaña al palacio Flotante. El paso hasta allá era a través de una extensa galería de brillante heirdsand blanco, con arcos de medio punto y gruesas columnas circulares labradas. Cada tanto, una gran estatua recostada de la columna blanca parecía resguardar la travesía. Todas ellas tenían una postura solemne, con una larga capa y capucha, la cabeza gacha y una enorme espada en reposo, apoyada la punta en el suelo y empuñada con ambas manos. Una especie de recordatorio de que la persona que recorría el pasaje estaba por llegar al sitio de descanso de grandes reyes y guerreros.
Era la primera vez que recorría ese camino, jamás había ido a la necrópolis real. La sensación que me transmitía transitar el elegante pasillo era de fría calma, de austeridad, pero también de advertencia, como si profanar ese sitio fuese algo en extremo prohibido y peligroso.
A través de los arcos de la galería que se abrían al exterior podía verse la colina en ascenso, cubierta de pasto perfectamente recortado. Las luminarias plateadas que brillaban en lo alto del techo abovedado del pasillo alumbraban miles de símbolos. Algunos eran runas en lísico antiguo, pero también había más escritos que no podía identificar. Tal vez pertenecían a la época anterior a la de Lys, cuando los alferis eran los únicos habitantes de Augsvert. El palacio Flotante había sido construido por ellos y eran pocas las reformas que se habían hecho desde que los sorceres llegamos al reino.
Al final de la galería se extendía terreno plano. A cada tanto había un monumento mortuorio que rendía tributo a alguno de los reyes antiguos. La luna, en el punto más alto del cielo nocturno, iluminaba el blanco de la piedra con la cual estaban construidos, pero los restos de los reyes se hallaban dentro de la Cúpula Blanca.
Frente a la magnífica construcción me quedé sin aliento. Una fila de las mismas estatuas que había en el pasaje hasta allí bordeaban la entrada a cada lado. A diferencia de cómo era el estilo en la ciudadela y en el mismo palacio Flotante, las altas puertas estaban hechas de metal con símbolos incrustados de negra obsidiana, la cual contrastaba con la claridad plateada del acero. Una enorme cúpula de cristal remataba la construcción de heirdsand blanco. No había ventanas en las paredes circulares, ni ningún toque de color, solo negro, blanco y plateado, lo cual le daba un aspecto elegante, reverente y asombrosamente frío.
Tragué y me aproximé a las enormes puertas. Tenía la impresión de que las cabezas gachas de las estatuas dirigían la mirada vigilante hacia mí. Por un instante tuve la absurda, pero también alarmante idea de que estaban vivas, de que podrían levantar las espadas y cortarme en pedazos.
Saqué de entre mi camisa la cadena de oro que Englina me había dado y de la cual pendía una llave del mismo metal. La introduje en la cerradura y de inmediato un clic me indicó la apertura del mecanismo, empujé las pesadas puertas y la cripta real apareció ante mí.
La abrumadora belleza y luctuosa solemnidad del interior agitaron mi espíritu.
La cúpula del techo era altísima y a través del cristal podía verse la luna, así como los millones de estrellas que adornaban el cielo. Era como estar a la intemperie, pero rodeado de estatuas de alabastro y otras de obsidiana que custodiaban el descanso eterno de los antiguos reyes y reinas.
Caminé por entre los monumentos mortuorios viendo en el bruñido suelo de heirdsand blanco el reflejo de las estrellas, las luminarias y las tumbas. En el extremo oriental se hallaba una estatua blanca como el alabastro. La efigie era de un hombre de cabello largo y rostro agraciado y sereno; estaba sentado y portaba en una mano un libro abierto y en la otra una espada desenvainada. Lo reconocí de inmediato porque en todo Aaberg había varias réplicas iguales a esa, pero hechas con material menos suntuoso. A sus pies se encontraba un ataúd, la piedra de la que estaba hecho era tan blanca y resplandeciente como la misma estatua. Me acerqué y leí la inscripción. «Sorien I de la casa Sorenssen. Sabio rey, hábil hechicero y brillante estratega.»
Si esa era la tumba del rey Sorien, la que estaba a su lado debía ser la de la reina Seline. La finalidad de ir a la necrópolis era justamente examinar la tumba de la madre de Soriana y ver si encontraba alguna pista. Ya me había hecho a la idea de que tendría que abrir su sarcófago si quería examinar el cuerpo y sobre todo ver si la Escarchada se encontraba con su dueña.
Sin embargo, no hubo necesidad de que abriera el ataúd, la reina Seline reposaba dentro de un enorme bloque de cristal transparente.
Un tenue resplandor dorado me indicaba que había rastros de savje rodeándolo. Me acerqué y coloqué mi mano encima de la urna de cristal, cerré los ojos y noté el savje de lara Moira, era ella quien había realizado el hechizo que continuaba manteniendo intacta a la reina. La magia no se sentía vieja, sino reciente, tal como si la capitana hubiese renovado el encantamiento hacía poco tiempo.
No supe identificar por qué el descubrimiento me sorprendió tanto. Ellas fueron muy cercanas y Soriana me había asegurado que lara Moira jamás hubiera sido capaz de dañar a la reina Seline. Tal vez lo que me extrañaba era lo fresco que estaba el hechizo. ¿Tan grande era la lealtad de la capitana con la reina, que permanecía aún después de la muerte?
En el palacio Flotante existían sorceres arquitectos cuya única función era mantener y renovar hechizos estructurales y entre esos encantamientos tenía que incluirse el de conservar el cuerpo de una antigua reina. ¿Por qué lara Moira cumplía personalmente esa labor qué no le correspondía? Tendría que preguntarle a Soriana en cuanto tuviera oportunidad.
Cerré los ojos con mi diestra sobre la urna y me concentré en discernir si había otros rastros mágicos allí. Arrugué la frente al sentir una huella casi imperceptible, algo oscuro y aterrador, una savje que yo conocía muy bien: el de Soriana. Quité la mano, incapaz de continuar en contacto con los restos de la magia negra que había ocasionado la muerte de la reina.
Sentí una infinita tristeza en mi pecho ante la abrumadora realidad. Hasta ese instante había conservado la esperanza de que Soriana se equivocara y la muerte de la reina Seline no fuera realmente su culpa. Pero ahí estaba su savje: oscuro, salvaje y tenebroso; la magia de Morkes que cada vez más se apoderaba de ella.
Me incliné sobre la urna y miré a la reina muerta. Estaba tan bien conservada que parecía dormir. El rostro lozano. Los labios y la nariz tenían las mismas líneas que los de Soriana. Recordé los ojos de Seline, tan claros como agua, tan diáfanos como los de mi amada. El cabello blanco y liso que se extendía sobre sus hombros. Por un momento fue insoportable contemplarla allí dentro, me imaginé a Soriana muerta, igual que su madre.
Parpadeé fuertemente. Era solo una ilusión. Me dije en silencio que era normal que la hija terminara pareciéndose tanto a la madre. Pero la reina era blanca y Soriana morena como el rey Sorien; no era ella quien reposaba en el fondo de ese sarcófago.
De pronto tuve la arrolladora necesidad de ver a Soriana, de saber cómo se encontraba, de acariciar sus manos y tener sobre mí otra vez la tierna mirada que me había dedicado cuando le confesé mis sentimientos. Esa dulce mirada que nunca antes había visto en ella y que era solo para mí.
Exhalé y sacudí la cabeza. Debía enfocarme y continuar buscando pistas que me ayudarán a desentrañar el misterio. Entre los pliegues blancos del regazo del vestido, las manos desnudas de Seline empuñaban la vaina de una espada.
La funda de cuero se hallaba vacía, la Escarchada no estaba.
Así que era cierto, el alma de la reina había sido esclavizada junto con su espada.
Me tomé un momento para reflexionar sobre lo que estaba descubriendo. La reina Seline era el draugr, el esclavo fantasma del hechicero oscuro, tal como lo dedujo Soriana. Los únicos rastros de magia que existían en su cuerpo era el de Morkes usado por Soriana y que la había matado y el otro era el de lara Moira. El savje de la capitana el único hechizo que revelaba era referente a la conservación del cuerpo de la reina.
Si era así, ¿cómo fue convocada su alma para convertirla en draugr? Tal como creía Soriana, ¿alguien había robado la espada? ¿Pero cómo lo había hecho? Para lograrlo tendría que haber roto el hechizo que mantenía el ataúd y el cuerpo, robar la espada y luego volver a realizar el encantamiento. Si ese fuera el caso y alguien había roto el hechizo y robado la espada y después cubierto su rastro para no dejar señales, al menos yo tendría que ser capaz de identificar la ruptura del hechizo de conservación, pero cuanto percibía era la renovación del mismo por lara Moira. No había señales de quiebre de ningún encantamiento.
Me froté la frente sin encontrar una explicación al misterio, hasta que mis ojos se fijaron en algo: en las manos que empuñaban la espada.
Las amplias mangas del vestido cubrían los brazos hasta las muñecas. Allí el tejido semitransparente dejaba ver la piel debajo de él. La reina Seline llevaba un brazalete rojo en cada brazo, la alianza del gefa grio.
Yo sabía que uno correspondía al que ella hizo con los sorceres sobrevivientes de la Asamblea roja, al menos eso me dijo Soriana, pero el otro ¿a qué juramento correspondía y con quién lo había hecho? En ese instante recordé que el hechicero oscuro también tenía un brazalete de gefa grio. ¿Era simple coincidencia? ¿O era ese juramento el que los unía? El gefa grio es una alianza inquebrantable, solo se rompe si el sorcere que lo invoca decide dejar libre del cumplimiento al otro participante, como hice yo con Soriana. Si no es así, solo se rompe con la muerte de todos los participantes.
Si la reina estaba unida al hechicero oscuro a través del gefa grio, ese hechizo era lo suficientemente poderoso como para unirlos incluso después de la muerte. No sería necesaria una espada ni ninguna otra cosa con su savje para convocar el alma de la reina.
Tenía que tratar de comunicarme cuanto antes con Soriana y ponerla al corriente de mis descubrimientos.
*************
Draugr: Demonios que antes fueron fantasmas. Se alimentan de la energía de los vivos. Todo hechicero que practica la magia oscura terminará convertido en un draugr. Para evitarlo deben purgar su savje con sacrificios de criaturas mágicas donde absorben savje limpia.
Gefa grio: Juramento inquebrantable de lealtad entre sorceres. Solo puede romperse cuando ambas partes están de acuerdo en hacerlo.
Morkes: el oscuro, el nigromante. Dios de la oscuridad, de la venganza, los muertos y la magia negra. Rey del geirgs.
Necrópolis: Cementerio
Savje: Energía vital, poder espiritual. Es responsable de la capacidad de hacer magia. Antes de la era de Lys las criaturas que tenían el savje en mayor intensidad eran los alferis.
***
Jelou! Espero que se haya entendido el capitulo, fue bastante dificil escribirlo, sentía que no lograba hacerme entender. Si algo no quedó claro, no teman preguntar. Se acerca la hora de la verdad.
Nos leemos el próximo viernes.
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