Capítulo IX: "Se a cerca el tiempo de la verdad" (II/V)

Séptima lunación del año 304 de la Era de Lys. Cordillera de Ausvenia, ciudad de los Alferis.

II

Soriana

El patio de entrenamiento era una arena circular alrededor de la cual se disponían gradas. Adentro, varios alferis luchaban con espadas de madera, de tanto en tanto alguno lograba cubrir la suya de savje, pero se me hacía evidente que no usaban la técnica de la mejor forma.

Si iba a hacer aquello tendría que fingirme poco diestra y obligarme a no usar ninguna runa, utilizarlas sería descubrirme ante todos. En consecuencia, debía ganar sin revelar mi técnica de espada y mucho menos el empleo de la magia. Eso me dejaba solo el uso de la fuerza como principal arma.

Entramos al patio siguiendo a Caleb, detrás de nosotras lo hicieron Athelswitta y Ethelsa. El capitán se giró y me miró antes de hablar:

—¿Estáis segura de qué queréis hacer esto? Podéis quedaros en Ausvenia haciendo cualquier otra cosa, eres demasiado delgada para ser una verdadera guerrera.

Tenía que infiltrarme en sus filas y descubrir si existía algún plan para atacar Augsvert, no tenía más opción que esa.

—Puedo hacerlo, venceré a cualquiera que escojáis.

Caleb me dirigió una penetrante mirada, después fijó los ojos en una de las mujeres detrás de mí.

—Enfrentarás a Athelswitta. Si logras derribarla te daré un puesto en nuestro ejército, Ariana.

Athelswitta pasó por mi lado y me miró desde su imponente altura con una media sonrisa de superioridad. Junto a mí Keysa gimió bajito. Yo asentí.

Caleb me señaló un lugar cerca de las gradas donde tenían los uniformes, las armaduras y las espadas de entrenamiento, me dirigí hacia allá para alistarme. Cuando llegamos al sitio, Keysa me tomó de la muñeca.

—Soriana, ¿estás segura de esto? ¡Esa mujer es enorme!

—No te preocupes. —Le sonreí para tranquilizarla—. Verás que soy mejor que ella.

—Pero si usas magia, ellos...

En ese momento varios alferis entraron a la armería, con una mirada de advertencia hice callar a Keysa.

—Voy a estar bien.

Me solté de su agarre y tomé uno de los uniformes de cuero, me quité el vestido y me puse el otro atuendo. Sobre él me coloqué la coraza, las grebas y las muñequeras. Aquellas piezas de armadura eran muy pesadas, me di cuenta de que serían un gran inconveniente para moverme con agilidad, mi masa muscular, como había mencionado Caleb, era casi inexistente. Además, yo no estaba acostumbrada a llevar armadura, mientras Athelswitta, sin duda, sí.

Prescindí del yelmo y salí a la arena. Muchos soldados se habían sentado en las gradas para presenciar el enfrentamiento.

Athelswitta entró un instante después y, entonces, los espectadores aplaudieron y silbaron alentándola. Yo miré a Keysa sentada en la primera fila, con sus grandes ojos rasgados, asustados, fijos en mí.

—Vamos a ver, pequeña Ariana —dijo Athelswitta, haciendo girar con destreza la espada en su mano mientras se acercaba a mí—, ¡sorpréndeme!

Me puse en guardia. Cuando la mujer asestó el primer golpe, yo levanté la espada y lo bloqueé. Sentí como todo mi cuerpo tembló debido al impacto. No tuve tiempo de reponerme, Athelswitta no solo era más grande y musculosa, también era ágil. La espada de madera dio directo en la coraza y me envió varios pies hacia atrás. Sentí que me había quedado sin aire.

La mujer aprovechó y se me abalanzó, tuve que moverme rápido para poder evitar un nuevo embiste de su arma. Los golpes se sucedían uno tras otro, apenas tenía tiempo de esquivar y bloquear. La alferi se movía con una facilidad indignante, no perdía la sonrisa de suficiencia, disfrutaba demostrar que yo estaba por debajo de su nivel. Tenía que hacer algo pronto o terminaría perdiendo debido al cansancio que me suponía frenar sus ataques.

—Me parece que terminaréis en las cocinas, pequeña Ariana —dijo la mujer mientras blandía su espada en un arco frontal—. Es lo mejor. ¿De dónde habéis sacado que podíais enfrentar a alguna de nosotras y vencernos?

Yo bloqueé y, de inmediato, ataqué al tiempo que cubría mi espada con mi savje, por vez primera pude atinarle en el pecho. Debido a la fuerza del impacto, Athelswitta se tambaleó, me miró con ojos atónitos.

—¿Así que sabéis usar el savje? ¡Luego no os quejéis!

La espada de madera de la mujer resplandeció en un verde oscuro. Athelswitta se movió muy rápido, de no ser porque pude esquivarla, me habría golpeado en la cabeza. Giré y atiné a darle en la espalda con mi espada cubierta de rojo brillante y oscuro. De nuevo, ella trastabilló.

Yo respiraba entrecortado, empezaba a cansarme; sin embargo, tenía que resistir un poco más.

Entonces la mujer hizo algo que realmente me sorprendió: dibujó la runa de Aohr y yo hice una estupidez. Por puro instinto creé una barrera. La runa explosiva dio contra ella y ambas salimos expelidas hacia atrás al mismo tiempo.

Me levanté con dificultad.

«Maldita sea» dije para mis adentros.

Athelswitta se puso de pie, mientras Caleb ingresaba en la arena con ojos desorbitados. La mujer alferi me sujetó del cuello del uniforme con brusquedad, levantándome un palmo del suelo. Sus ojos grises me miraron cuáles puñales de hielo:

—¡¿Quién sois?! —rugió sobre mi cara.

Yo tragué e intenté resistir sin demostrar miedo.

—Lo mismo os pregunto. ¡Sabéis técnicas de sorceres!

La mujer no se dejó intimidar, por el contrario, frunció el ceño con más fiereza. La mano que me sostenía del cuello se encendió en verde oscuro, su savje me quemaba.

—¡Athelswitta! —gritó Caleb—. ¡Suéltala!

Ella no lo hizo de inmediato, su mirada fiera se mantuvo sobre mí un instante más. Luego, con desprecio, me arrojó sobre la arena y yo rodé un pequeño trayecto.

—¡Esa perra hizo una barrera, Caleb! No nos ha dicho todo lo que es.

El capitán se paró en medio de nosotras.

Entendía que había metido la pata al hacer la barrera, pero si mis reflejos no hubiesen funcionado, tal vez estaría muerta debido a la runa de Athelswitta. Además, también yo estaba sorprendida. ¿Cómo es que los alferis tenían ese tipo de conocimientos?

Según la leyenda, cuando los sorceres echaron a los alferis de Augsvert cientos de años atrás, estos fueron castigados por la diosa Lys quien les quitó la habilidad de dominar el lísico, el idioma de la magia. En consecuencia, ellos perdieron la facultad de hacer hechizos avanzados, no podían dibujar runas. Continuaban teniendo un savje poderoso, pero no sabían usarlo. ¿Cómo era que esa soldado podía hacer una runa de combate? Alguien los estaba entrenando y ese alguien no podía ser otro que el hechicero oscuro.

—¡Cálmate, Athelswitta! —ordenó Caleb. Después se dirigió a mí—. Y tú, ven conmigo.

Seguí a Caleb fuera de la arena de entrenamiento con un palpitante dolor de cabeza. Cada vez me agotaba más al usar la magia y ya no importaba si esta era de Lys o de Morkes.

El capitán me llevó a su oficina.

—Sentaos. —Me señaló con la barbilla uno de los sillones cubierto de pieles de animales—. Explicadme, ¿cómo es que sabéis hacer una barrera?

Athelswitta entró a la habitación con un resoplido, su presencia intimidaba. Me obligué a mantenerme serena.

—Os lo diré si me decís como vosotros podéis convocar runas de combate.

—¡Qué atrevida sois! —La mujer se acercó a mí y desenvainó la espada, y esta no era de madera, sino de brillante y filoso acero—. ¡Debería mataros ahora mismo!

—Entonces nunca sabréis como sé lo que sé y tampoco lo aprenderéis.

—¿Nos enseñaríais? —preguntó Caleb, ansioso.

Yo lo miré largamente.

Tal como supuse al ver la actitud del capitán en la arena y luego la ansiedad con la que me preguntó cómo es que podía crear barreras, ellos no sabían hacerlas.

—Puedo hacerlo —contesté evitando mirar el feroz rostro de Athelswitta—, pero me gustaría a cambio que me enseñarais a hacer runas como la que ella convocó.

—¡Caleb! —llamó Athelswitta—, antes qué diga de donde obtuvo el conocimiento. ¡No confío en ella! Y también que explique de dónde sacó su espada. Estuve examinándola, tiene símbolos labrados en una lengua extraña. Parece lísico, pero hay otros que no logro identificar.

Me remojé los labios que sentía resecos y pestañeé con fuerza, el dolor de cabeza iba en aumento. ¿Qué debía decirles?

—Hace mucho tiempo yo... estuve en Doromir, en el palacio del Amanecer, bajo las órdenes del príncipe Kalevi. La institutriz del príncipe era una sorcerina, ella le enseñaba magia. Yo me colaba en sus clases sin que me vieran, pero lo único que aprendí fue a hacer esa barrera. Y la espada, la robé de los tesoros del príncipe cuando me fui de allí.

El silencio reinó lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego. Luego la voz burlona de Athelswitta lo quebró:

—¡Es la historia más absurda que he escuchado en mi vida! ¿Todo el mundo nos desprecia y tú pretendes que nos traguemos el cuento de que una alferi estuvo en el palacio de Doromir?

—¡No es mi culpa que estéis confinados en esta montaña y no sepáis nada del mundo! Es bien sabido por todos que el antiguo rey de Doromir era muy aficionado a la magia, aceptaba en su corte a todo aquel que tuviera savje para que le enseñara a su hijo, el príncipe Kalevi. —Y eso no era una mentira.

Caleb no decía nada, se limitaba a observarme, si el capitán decidía no creerme, yo estaría perdida.

—Haremos algo, Ariana —dijo el hombre, por fin—. Me enseñaréis a hacer esa barrera, a cambio os dejaré permanecer con vida.

—¿Eso quiere decir que me he convertido en vuestra prisionera? Creí que ayudabais a todos los de vuestra raza.

Caleb sonrió al mirarme y su expresión me heló la sangre.

—No estoy muy seguro de que seáis de mi raza, «Ariana».


*****

Parece que Caleb no está muy convencido de quién dice ser. El próximo capítulo será interesante.

Nos leemos el viernes.

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