Capítulo IV: Skógarari (I/III)

Mediados de la quinta lunación del año 304 de la Era de Lys. Skógarari.

I

Aren

Desde que salimos de Doromir le estuve dando vueltas a una cosa, quería deshacer el gefa grio. Me parecía injusto y, a todas luces, absurdo, obligar a Soriana a cumplirlo y más, cuando nuestra prioridad había cambiado y dejado de ser Augsvert.

Se lo hice saber a ella. Mi intención pareció tomarla por sorpresa, los ojos, ahora castaños, me miraron sin comprender.

«¿Cómo podría yo, tu súbdito, obligarte a realizar cualquier cosa?» le contesté cuando me pidió una explicación.

«De acuerdo, deshaz el hechizo» me respondió ella. «Pero una vez encontremos a Keysa, igual te ayudaré como habíamos quedado.»

Me sentí feliz de liberarla, para mí había sido algo deshonroso mantenerla en esa posición de inferioridad. Desde hacía mucho deseaba romperlo, pero siempre surgía algún imprevisto urgente que me hacía relegarlo.

Entonces, libres de cualquier cosa que nos obligara a cumplir lo que no deseábamos, continuamos nuestro viaje hacía Sokógarari.

Cerca del atardecer, llegamos a los lindes de la reserva. Paramos a unos pies de distancia del puesto de vigilancia de la liga de Heirr, detrás de un entramado de arbustos que nos mantenían ocultos. Quería acercarme para poder espiar el interior de la cabaña y elaborar un plan que nos permitiera entrar en el bosque sin ser detectados por los cazadores o sus alarmas; no obstante, Soriana me detuvo.

—Aren. —Me tomó del brazo. Al mirarla noté que lucía un poco ansiosa, se mordía el labio inferior—. Tengo un plan, voy a distraerlos.

Quizás por la expresión medio acongojada que lucía, no me gustó eso de que ella los distrajera. Me daba la impresión de que era un mal plan el que tenía.

—Soriana...

—Confía en mí, ¿sí? —No era que no confiara en ella, hubiera puesto mi vida en sus manos sin dudar; sin embargo, tenía miedo de que ese plan involucrara algún acto que la pusiera en peligro. Pero su sonrisa suplicante derribó mis defensas. Entonces, también sonreí y asentí.

Soriana desenvainó la espada, una bruma oscura emanó de ella y empezó a envolverla. En ese instante supe que mi miedo no era infundado, el de ella era un pésimo plan

Aunque traté de persuadirla de que no usara magia negra, todo intento fue inútil, era como si no pudiera escucharme, verme o sentirme. Sus ojos castaños se tornaron manchas de brea: por completo negros, en ellos no había ni un solo punto de blanco.

La temperatura a nuestro alrededor descendió bastante, al punto de hacerme temblar. Los sonidos del bosque cesaron, excepto el graznar de una bandada de cuervos que alzó el vuelo por encima de nuestras cabezas. En un instante todo se volvió oscuridad, silencio y frío.

Soriana deslizó el acero de la espada por su antebrazo. Gotas carmesí refulgieron mientras se derramaban hasta apagarse cuando fueron absorbidas por el suelo. Sabía lo que iba a hacer, quería impedirlo y no podía, ella no me escuchaba.

Cubierta por completo de bruma negra, tomó la espada y dirigió la punta hacia el sitio donde cayó la sangre. De ella surgieron halos negros de savje que se adentraron en la tierra, era el poder fantasmal de Assa aldregui el que mi amiga había liberado, tal si la espada fuera un ser vivo dotado de su propio y oscuro savje.

El bosque se tornó más oscuro. Del sitio en el que cayeron las gotas de sangre también brotó la misma bruma negra que lo hacía de Assa aldregui y que la envolvía a ella. Esa niebla maligna se expandió hasta la cabaña de los cazadores; los candiles en el interior se apagaron; gemidos brotaron de las entrañas del suelo y de este emergió una multitud de sombras fantasmales junto con un par de esqueletos y una criatura en avanzado estado de descomposición que no pude reconocer.

Soriana apretó la mano hasta convertirla en un puño y el cadáver pestilente abrió una boca vuelta jirones. Un gruñido escalofriante recorrió el bosque azotado por el aire gélido de la magia de Morkes: la magia de ella y de la espada. Con pesar lo entendí, ella dirigía las sombras, los esqueletos y el cadáver. Una floritura de la mano que sostenía la espada y aquellos seres de pesadilla la obedecieron.

Se volteó a mirarme y toda ella era una visión espeluznante. Aunque estaba pálida, su piel parecía cubierta de una malla sangrienta. Sus ojos eran abismos que semejaban la entrada al mismísimo Geirsgarg.

—Vamos —me dijo con una voz cavernosa, totalmente ajena e inhumana.

Tardé en reponerme lo que le toma a una brizna de paja consumirse en el fuego. Avanzamos amparados por las sombras de los fantasmas y la bruma que brotaba de Assa aldregui. Los cadáveres iban por delante de nosotros y fueron ellos quienes enfrentaron a los cazadores que salieron de la cabaña, alertados por todo aquel derroche de magia negra.

Soriana les apuntó con la espada y de esta brotó más savje fantasmal que los envolvió igual a si estuviesen en un domo, pero ya no brillante como sería el Hjalmar Gyltir, sino tétrico y lúgubre, hecho por entero del resentimiento de la magia de Morkes. Entre los murmullos del otro mundo, la oscuridad de las sombras que los envolvieron, y el miedo que, sin duda, sentían, los guardianes de la liga no nos prestaron atención, no se dieron cuenta de nuestras figuras desprendiéndose de aquel torbellino de energía negra. De tal manera que pudimos adentrarnos en Sokógarari sin ser vistos por los cazadores, quienes se quedaron peleando con los esqueletos, el cadáver y los fantasmas que Soriana les había enviado.

Cuando estuvimos lo suficientemente dentro del bosque, Soriana se detuvo, el poder oscuro de ella empezó a decrecer y Assa aldregui se envainó.

—¡No debiste hacerlo! —le reclamé, enojado—. ¡Yo hubiera encontrado otra manera!

Ella volteó a verme. Ya no parecía el ente de antes, poseído por la magia negra y tampoco estaba disfrazada. Aunque pálida, su piel volvía a ser morena y sin mácula, el pelo blanco y los ojos gris claro; pero lo que me sorprendió fue la sensación de desolación que me produjo verla.

—No había tiempo. —Su voz fue un susurro cansado.

Soriana se derrumbó, apenas pude sostenerla para que no cayera al suelo. La levanté en vilo y avancé con ella hasta ocultarnos detrás de un enorme árbol. Su piel estaba cubierta de una fina película de sudor frío, de sus ojos y su nariz comenzaron a brotar hilos de sangre. Me angustié al verla así, el poder oscuro que usaba empezaba a cobrar su precio.

La tendí en el suelo cubierto de hojas y ramas y empecé a transferirle mi savje con la esperanza de que fuera suficiente y aplacara los efectos nocivos de la magia de Morkes. El resplandor azul de mi poder la cubrió como una manta. No sé cuánto tiempo estuve haciéndolo, hasta que ella, poco a poco, volvió.

—¡Soriana! —La abracé pegándola a mi pecho—. ¡No vuelvas a hacerlo, por favor!

Ella dejó salir varios quejidos antes de fijar los ojos claros en mí y contestarme:

—Lo lamento —y volvió a emitir un gemido amortiguado—. Ahora tenemos que continuar.

—No hasta que estés bien.

—Estoy bien, Aren. —La voz era entrecortada, la respiración superficial, aún así, se separó de mí—. En serio.

Ella se levantó mientras yo la miraba con temor de que volviera a flaquear, pero a pesar de que temblaba, no cayó. Soriana respiró profundo y avanzó, paso a paso, decidida a no darse por vencida.

Tenía la garganta apretada, sentía las lágrimas agolpadas en mis ojos ¿Por qué tenía que ser así? Surt, dios del destino, se burlaba de nosotros.

Me incorporé hasta caminar a su lado. Durante un largo trayecto no dijimos nada, en mi mente solo podía pensar en cuanto tiempo tardaría la vida de Soriana en apagarse por completo. Apreté las manos en puños y tomé una decisión, no dejaría que la magia de Morkes se la llevara.

Sentí aligerarse en mi pecho el peso del dolor debido a mi resolución. Yo no volvería a abandonarla, así tuviera que entregarle mi vida para evitarlo.

Después de un largo rato en el que recorrimos un extenso trayecto de bosque y noche, le pregunté:

—¿Reconoces algo de esto? —Me refería a lo que ella había visto con el haukr de sombra.

—No estoy segura. —Soriana giró a ambos lados—, tendría que convocar al haukr otra vez, pero no creo tener en este momento el poder suficiente para hacerlo.

Ni yo se le permitiría.

Soriana rebuscó en una de las bolsas de piel que llevaba atada en la cintura y sacó una pluma negra, sopló sobre ella y luego susurró «Finna». Igual que aquella vez, la pluma danzó en el viento y emprendió la marcha. Yo hice aparecer una pequeña luminaria que la empezó a seguir para no perderle el rastro.

—¿Crees que funcione? —le pregunté observando como la pluma daba volteretas en el aire.

—Espero que sí, la sangre de hada es muy poderosa. Tenemos que encontrar a Keysa, si algo malo le sucede, yo...

—La encontraremos. No te preocupes.

La pluma continuó flotando iluminada por la luminaria que le daba cierto aire fantasmal. El bosque se mantenía silencioso, ni siquiera se escuchaba el murmullo de las ramas agitadas por el viento y a pesar de eso hacía mucho frío, tanto que no parecía natural. Skógarari era una reserva de criaturas mágicas, pero en el tiempo que llevábamos recorriéndolo no había visto ningún ser vivo aparte de Soriana a mi lado.

A medida que avanzábamos, la sensación de que algo extraño sucedía allí aumentaba, además tenía la impresión de que nos espiaban.

Miré inquieto a nuestro alrededor. Por más que escudriñaba entre las ramas de los árboles, no alcanzaba a ver otra cosa que no fuera follaje.

—¿También lo sientes? —me preguntó ella sin dejar de mirar al frente—. Creo que tenemos compañía. Debemos estar atentos.

Mis dedos se dirigieron a mi cintura, a la empuñadura de Reisa vel. Continuamos en pos de la pluma, atentos a que cualquier cosa pudiera salir de la espesura del bosque y atacarnos; sin embargo, seguíamos caminando y nada sucedía, quizás eran solo impresiones nuestras, debido a todo lo que habíamos vivido.

A medida que avanzábamos el follaje fue cambiando. Los árboles de antes eran abedules altos y frondosos, los que nos rodeaban en ese momento continuaban siendo altos, pero de sus ramas caían infinidad de lianas. Saqué mi espada para hacernos camino a través de ellos y en ese instante una dulce tonada se esparció a nuestro alrededor. La voz era encantadora y melódica, y aunque no entendía lo que decía, me daba la impresión de que hablaba de paz y de calma, pues el tono era dulce y el ritmo monótono.

—¿Escuchas? —me preguntó Soriana, cuando se volvió hacia mí. Noté sus ojos grises, vidriosos e inexpresivos como cristales—. ¡Keysa, ya voy!



*** ¿Qué les pareció el capítulo? La Sori modo demoníaca jajaja.

No tiene nada que ver con este capítulo (a lo mejor con los anteriores) pero es que lo vi y me acordé de cierta hechicera oscura que toma malas decisiones 🤣🤣🤣.

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