Capítulo II: Tengo que encontrarte (II/IV)

Cuarta lunación del año 304 de la Era de Lys. Afueras de Doromir. Algún lugar entre las cordilleras de Vindrgarog y Ulfrvert.

II

Aren

Conseguimos un lugar a los pies de una colina, bastante oculto por grandes árboles. La noche la pasamos allí, dentro del domo. Ivanara permaneció sumergida en sus pensamientos, más taciturna de lo usual. Era evidente que, aunque no mostrara gran aflicción, el encontrar muertos a sus compañeros la había afectado. También yo lo estaba. Alguien parecía controlar hilos invisibles, un titiritero interesado en eliminarme por completo y había sido capaz de matar a miembros de la liga de Heirr para conseguirlo.

No dejaba de preguntarme cuál podría ser el motivo. Antes, Soriana y yo habíamos concluido que su principal interés radicaba en evitar que yo pudiera conseguir ayuda para Augsvert. Significaba, entonces, ¿qué todavía me creía alguien peligrosos para sus planes?

Yo no lo veía así.

Era un prisionero de la liga, rumbo a ser juzgado en Ormrholm. Sin embargo, con toda seguridad saldría absuelto. Ese hechicero tendría que saber que una vez, eso ocurriera, yo volvería a buscar ayuda. Tenía sentido que él quisiera eliminarme antes de que llegara a la sede de los cazadores.

Pero también existía otra explicación, una por la que yo me inclinaba más. Mi enemigo oscuro, el misterioso titiritero, no era otro que Gerald. Mientras más reflexionaba, más me convencía de que el artífice de mis desgracias era mi ex amigo doromirés. Debía hallar la manera de despistarlo, de escapar de Ivanara y regresar por Soriana, pero, ¿dónde debía buscarla? ¿En el palacio del Amanecer o en Vindrgarorg?

Suspiré mirando el techo del domo, harto de mis reflexiones que no me llevaban a ninguna parte.

Ivanara descansaba con los ojos abiertos a mi lado ,sobre esterillas que habíamos creado con savje. La miré de soslayo, al igual que yo parecía sumergida en sus reflexiones.

—No hay problema en que duermas —le dije al considerar que debía estar agotada, tanto física como emocionalmente, dado lo que pasamos hacía solo unos instantes—. Yo vigilaré en caso de que surjan problemas afuera.

—No soy tan tonta —me contestó ella, mordaz, sin mirarme—. En lo que puedas me emboscarás y escaparás.

—Tomando en cuenta que un morkenes poderoso nos persigue, deberíamos confiar el uno en el otro.

Ella no me contestó y yo no insistí, continué mirando el techo del domo hecho del savje naranja de ella. Me dejé envolver por el recuerdo de Soriana. Le pedí en silencio a los dioses que me concedieran la oportunidad de rescatarla, de que no fuera demasiado tarde. No me di cuenta en que momento me quedé dormido.

Me desperté en medio de una pesadilla. Tenía el corazón acelerado y la sensación de que acababa de vivir una gran tragedia, estuve soñando con ella, pero no podía recordar el sueño, nada más el desespero y la inminencia del desastre.

Tardé un rato en recuperarme y entender que ella no estaba conmigo y ningún peligro inminente me acechaba. Cuando mi respiración se normalizó escuché la voz de Ivanara a mi lado.

—¿Quién es Soriana?

—¿Cómo? —pregunté, desconcertado, mientras me giraba para mirarla. Ella continuaba en la misma posición: acostada, con sus ojos fijos arriba y la cabeza apoyada en uno de sus brazos. De nuevo hablaba sin verme.

—La llamabas. Parecías muy angustiado. —Por fin se giró y se apoyó sobre su costado para mirarme—. ¿Es tu mujer? He escuchado algunas historias de hombres virtuosos que se involucran con artes oscuras debido a líos amorosos. No tienes el tipo de un morkenes. Es la única explicación que le encuentro a que alguien como tú practique artes prohibidas.

—No soy un morkenes y ella no es mi mujer. Pero sí, la quiero. Es mi amiga y tu jefe se la llevó quien sabe para hacer qué con ella. La odia. Mientras estamos aquí, ella corre grave peligro.

—¡Ah, entiendo! —exclamó seguido de un chasquido con la lengua—. ¡Soriana es la hechicera oscura, que el dreki se llevó para juzgar en el Amanecer! Te diré algo, lars, durante mi carrera como cazadora he visto a muchos morkenes. La mayoría tienen una gran habilidad seductora, a veces innata y otras ganada con sus artes prohibidas, son como esas estrix capaces de embaucarte con ilusiones. El caso es que no debes confiar nunca en ellos. Son inescrupulosos, han perdido su alma con sus prácticas. No veo por qué quieres rescatarla.

¿Por qué quería rescatarla? Ivanara en algo tenía razón, la única forma de que yo me involucrara con un hechicero oscuro se debía al amor. Mas allá del hecho de que siempre estuve enamorado de Soriana, existía la amistad que me unía a ella, no iba a abandonarla.

Suspiré y luego le contesté:

—Crecimos juntos en Augsvert, luego ella se fue y por mucho tiempo traté de encontrarla, ahora que lo he hecho no puedo dejarla y menos sabiendo que corre peligro.

—¿No puedes dejarla aunque sepas que lo que hace está mal? —Ella dejó salir una risa corta—. Más que salvarla del supuesto peligro que me cuentas, creo que te impulsa un deber moral. ¿Te sientes culpable del camino que ella tomó? —Al escucharla apreté las manos en puños. De algún modo, así era.

En Augsvert nunca imaginé que ella haría algo como lo que hizo, si me hubiese dado cuenta lo habría evitado. Sí, yo quería salvar a Soriana de la magia de Morkes, de Gerald y por sobre todo de ella misma.

—Cuando era niña vivía cerca de los bosques de Naregia en Vergsvert. —continuó hablando Ivanara—. A pesar de la expansión de la población, todavía quedaban criaturas mágicas viviendo en ellos. Siempre tuve una gran capacidad para comunicarme con seres mágicos, es parte de mi savje. ¿Has escuchado hablar de los gaupas? —Ante su pregunta yo asentí. Eran unas criaturas casi extintas, de las cuales se decía que su sangre tenía la propiedad de conceder la habilidad mágica de un dios, incluso a un común—. Son extremadamente recelosos, pero uno de ellos bajaba cada mañana a nuestra granja.

»Poco a poco empezamos a confiar el uno en el otro y se podría decir que entre ambos surgió una amistad. ¿Piensas que un sorcere y una criatura mágica pueden llegar a ser amigos, lars? Las criaturas mágicas nos rehúyen, sin embargo, ese gaupa no era así, confiaba en mí, me quería y yo a él.

»En fin, una mañana, el gaupa no vino más. Lo esperé por días, incluso fui a buscarle muy adentro en el bosque. ¿Qué crees qué encontré? —Sus ojos se empañaron—. Una mancha oscura entre las hojas caídas y las raíces del suelo, restos de piel, rastros de su escencia manchados con magia negra, fue todo lo que quedó de mi amigo.

»Entonces decidí hacerme cazadora. No hay nada en este mundo que odie tanto como un hechicero que usa a otra criatura para robarle su magia. No existe algo más despreciable que eso, lars. —Los ojos brillantes por las lágrimas contenidas se tornaron iracundos—. Voy a disfrutar cuando el príncipe Kalevi cuelgue a tu amiga y si él no lo hace lo harán en Ormrholm.

—Está amaneciendo. Es mejor que nos pongamos en marcha —le dije, intentando que no se notara lo angustiado que estaba por sus palabras. Si no me apuraba, tal y como ella decía, colgarían a Soriana.

Tampoco tenía sentido explicarle que Soriana no era así, que no se había hecho del poder oscuro para aumentar el cauce de su magia, que estaba dispuesta a morir con tal de no sacrificar a ninguna criatura. No tenía sentido porque, aunque estaba seguro de que no existía maldad en ella, tampoco sabía qué la motivó a volverse una morkenes.

La cazadora continuó con el rictus de rabia en su boca, deshizo el hechizo del Hjálmar gylltir que nos cubría y entonces, antes de que ella lo hiciera, lo hice yo.

Dibujé muy rápido la runa de Berkahn y se la arrojé. Acerté. La capitana flotó en el aire. Me miró incrédula y sorprendida, pero de inmediato se recuperó y comenzó a maldecirme al mismo tiempo que rebuscaba en las bolsas de su cinto. Era evidente que no se esperaba mi ataque, pero no estaba dispuesto a que ella, de nuevo, me atara como un prisionero, como sabía que lo haría en cuanto deshiciera el domo.

Sacó una largo lazo del cautivo y trató de atraparme con él. Lo esquivé.

—Lo siento —le dije, realmente compungido, antes de estrellarla con fuerza contra un árbol.

Ivanara se desmayó. Tomé el lazo y la até con él. Odiaba lo que hacía, actuar a traición, pero no tenía más opciones. Ir a Ormrholm, aguardar un juicio y demostrar mi inocencia, estaba fuera de discusión, no tenía tanto tiempo. A pesar de que de esa manera desechaba la oportunidad de desenmascarar a Gerald ante la liga de cazadores, no podía esperar por un juicio mientras Soriana corría peligro.

Me acerqué a la capitana y tomé mi espada, la cual ella llevaba atada a su cintura junto a la suya. No estaba del todo convencido de dejarla allí, principalmente, por lo del hechicero oscuro que nos perseguía, pero luego de reflexionar llegué a la conclusión de que ese misterioso morkenes me buscaba a mí y a nadie más, lo había dejado en claro desde su primer ataque, siempre dirigidos a mí. Confíe en eso, en que no le haría daño a Ivanara si la encontraba.

Mantuve el hechizo de camuflaje sobre el rastro de mi magia. Debía decidir qué hacer a continuación. La capitana antes dijo que esperaba que el príncipe Kalevi colgara a Soriana, así que ella debía estar en Noon, en el palacio del Amanecer o donde fuera que mantuvieran a los prisioneros que irían a juicio. Rogué a Surt, dios del destino, porque así fuera, que continuara con vida en espera de ser juzgada y que Gerald no le hubiese hecho daño.

Me hubiera gustado tanto disponer de algún medio para conocer su verdadera ubicación, pero no tenía ninguno, debía confiar en mi instinto. Iría a Noon, al Amanecer, y si Soriana no estaba allí, pediría una audiencia con el príncipe Kalevi y le contaría toda la verdad sobre su primo Gerald Van der Hart.

Ya tenía un destino, lo siguiente era conseguir una montura. Un caballo sería ideal debido a su rapidez. Pero mientras me hacía con uno, tendría que viajar a pie.

Eso me recordó que no tenía dinero.

—De verdad, lo siento mucho, Ivanara —le dije revisando el monedero que llevaba atado al cinto, saqué las pocas monedas que contenía—. Cuando esto terminé te prometo que te buscaré y te recompensaré por todo lo malo que te estoy haciendo pasar.

Me alejé de Ivanara, indeciso de qué camino tomar. Debía regresar a Doromir y cruzar el reino para llegar a Noon. El problema era que no contaba con muchas opciones. El paso de Geirgs, que era lo más cercano, estaría igual de vigilado que cuando lo transité con Soriana y Keysa.

Lo único que me quedaba era cruzar cerca de las montañas de Ulfrvert y durante el camino hallar una aldea dónde comprar una montura.

Con la idea fija de rescatar a mi amiga, me puse en marcha hacia el norte

Viajar a pie era desesperante, tenía que encontrar rápido un caballo.

Paraba solo cuando encontraba agua o para hacer lo que el cuerpo demandaba, de resto caminaba por el bosque sin detenerme, teniendo como destino el norte, siendo mi punto de referencia los altos picos nevados de Ulfrvert.

Había transcurrido mucho tiempo desde que Gerald se llevó a Soriana y para entonces ya debía estar muerta o, si los dioses eran buenos, prisionera en Noon, esperando su juicio. Pensar en el tiempo transcurrido desde que nos separamos, me desesperaba. Hubiera querido tener en mi poder uno de los míticos espejos de agua de los dioses y poder saber dónde se hallaba.

Cerca del mediodía del tercer día de mi viaje, encontré un arroyo más o menos profundo. Di gracias a Olhoinna, madre de todo y de todos por no abandonarme, porque llevaba días bebiendo las pocas gotas de agua que lograba recolectar del rocío matutino.

Después de llenar de agua fresca una rudimentaria cantimplora que hice con corteza de árboles y ramas, empezaba a despojarme de mis ropas para darme un breve baño, cuando escuché el galope de varios caballos.

Me vestí a toda prisa. Los caballos se acercaban cada vez más, de seguro sus jinetes los traían a beber al río. En ese momento se me ocurrió la idea de asaltarlos y robarles una de sus monturas, necesitaba cuanto antes cruzar la frontera y volver a Doromir.

Subí a uno de los árboles de la ribera del río y aguardé a que aparecieran.

Gran sorpresa me llevé al ver que se trataba de cazadores de la liga de Heirr, con Ivanara al frente.

—No veo a nadie aquí, Ivanara —dijo uno de sus compañeros sin desmontar.

—Debe estar cerca.

La mujer desmontó y caminó hasta detenerse justo donde antes me vestí a toda prisa. Tocó con sus dedos enguantados el barro a la orilla del río y me di cuenta de lo que ella veía: las huellas de mis botas. Maldiije en mis adentros mi descuido y me dispuse a actuar.

Dibujé, con toda la rapidez que mis dedos me permitieron, las runas de Erghion y arrojé una a cada cazador, tres en total contando a la capitana. Cuando todos estuvieron inmovilizados, bajé de mi escondite.

Al verme, el rostro de Ivanara se volvió escarlata de pura rabia.

—¡A pesar de que creas que estás ganando, lars, voy a encontrarte, a apresarte y me deleitaré cuando te cuelguen!

Tanta furia debido a que dos veces herí su orgullo. Y estaba a punto de hacerlo por tercera vez.

Caminé hasta los caballos y les golpeé los cuartos traseros a dos de ellos. Los animales salieron disparados, adentrándose en el bosque. Al tercero lo sujetaba fuerte de las riendas. Monté en ese y antes de partir me volví y la miré.

—Perdóname Ivanara, sé que cumples con lo que supones correcto, también yo lo hago. Cuando todo se resuelva te prometo que te compensaré por todos los percances que te he ocasionado.

Mientras me alejaba de ella, escuchaba la sarta de insultos e improperios que me gritaba la cazadora. En poco tiempo se liberaría y estaba seguro de que continuaría la cacería hasta lograr atraparme, así que apreté fuerte los costados del caballo y emprendí el camino de regreso a Doromir.

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