Capítulo I: Bajo la protección de Gerald (II/III)
El viaje desde Vidrgarorg no fue fácil. El camino, incrustado en las montañas, estaba lleno de baches y por mucha pericia que tuvieran los cocheros había tramos donde apenas si avanzábamos. A pesar de todo, no se me hizo pesado; por el contrario, mirar a través de la ventanilla del carruaje las altas montañas a lo lejos, imperturbables y majestuosas, me hizo sentir tranquila. Quise ser como ellas: firme e inmutable. Por mucho que el viento soplara y se arremolinara en sus cimas, ellas continuarían allí, indiferentes a los cambios a su alrededor.
Me recordaron a mi madre, ella hizo de sí misma una montaña contra la cual todos nos estrellamos sin ser capaces de doblegarla.
¡Si tan solo yo la hubiera entendido un poco más! Si los dioses me concedieran un nuevo tiempo a su lado haría las cosas diferentes.
En aquella época, al igual que mi padre, yo quise someterla y gran parte de mi enojo hacia ella fue por no poder lograrlo. Ahora entendía que hubiera bastado simplemente con permanecer a su lado. No ser el viento que socava, sino la nieve que acompaña, que envuelve a la montaña sin pedir nada a cambio, más que su sostén.
—¿En qué piensas? —me preguntó Gerald apartándome de mis reflexiones—. No has dicho nada desde que salimos.
—No hay nada que quiera decirte —le dije, mordaz, y dirigí la vista de nuevo a las montañas.
—Todo esto lo hago por ti, por nosotros. Después de la audiencia con Kalevi serás absuelta, nadie volverá a perseguirte.
—Si me persiguen es por tu culpa. Como yo lo veo, el que me absuelvan también te beneficia a ti. No sé qué pretendes con todo esto, Gerald, pero...
—¿Qué pretendo? ¿Tanto te cuesta aceptar que te amo y deseo que estemos juntos? —Me reí de sus palabras. Estaba segura de que sus actos obedecían a algún motivo egoísta, pero todavía no alcanzaba a vislumbrarlo—. Pronto te libraré de las acusaciones de los cazadores y también del gefa grio. Haré que Aren te deje libre del juramento.
—¿Dónde está? —pregunté mirándolo de nuevo.
—Donde debe estar.
—¿Qué quieres decir con «donde debe estar»? No puedes hacer eso, no puedes mantenerlo encerrado. Aren pertenece al Heimr, cuando se den cuenta de su desaparición, lo buscarán.
—¡Claro que puedo! —dijo riendo divertido—. Soy el comandante de la liga, aquí, en el norte, ¿lo recuerdas? Aren fue apresado en mi jurisdicción en condiciones sospechosas, impregnado de magia oscura y en posesión de una criatura mágica. Tengo plenas facultades para juzgarlo y condenarlo de hallarlo culpable. Por eso llevo diciéndote que te comportes de acuerdo a lo que eres: mi prometida. Y no te preocupes, mi pequeño svanr, pronto te libraré de ese odioso juramento.
Apreté los dientes, sintiéndome de nuevo impotente. La situación me superaba. No tenía más opción que hacer lo que Gerald decía y esperar que cumpliera su palabra de liberar a Aren.
Viajamos por un día entero y una noche.
A pesar de los intentos de Gerald por ser agradable y complacerme en todo momento, yo no podía más que repudiarlo. Por la noche nos alojamos en la mejor posada que encontramos y tuve que comportarme en la alcoba como su prometida.
El sexo para mí nunca había sido la gran cosa. La primera vez que lo hice creí que sería algo genial, tal como Erika decía, pero en lugar de eso, fue, más bien, decepcionante. Después de esa primera vez lo hice unas cuantas más, algunas funcionó como un simple intercambio, en otras pocas ocasiones estaba tan ebria que no tenía mucha conciencia de lo que hacía.
Cuando me reencontré con Gerarld, cinco años atrás, nos compenetramos tanto que incluso podría decir que llegué a quererlo, entonces el sexo cobró otro significado. Y aunque nunca lo consideré indispensable en nuestra relación, llegué a disfrutarlo bastante.
Pero ahora que había dejado de querer a Gerald, de nuevo el sexo era parte de un intercambio. Le daba mi cuerpo y él a cambio mantenía a Aren y a Keysa a salvo.
No obstante, lo peor del viaje no fue eso, sino que Gerald no me dejaba ingerir ningún tipo de licor, ni fumar absolutamente nada, la ansiedad comenzaba a ser un problema difícil de manejar.
Después de la última parada, donde ambos nos dimos un baño y cambiamos nuestras ropas por unas más elegantes y acordes al hecho de comparecer frente al príncipe regente de Doromir, cerca del mediodía llegamos a Noor.
Antes de que Doromir fuera lo que ahora era, se vio asediada por los cambia formas de la cordillera de Ulfrvert y libró contra ellos cruentas guerras. En consecuencia, la capital era una ciudad amurallada de construcciones sólidas, en nada se parecía a Augsvert con su belleza delicada y etérea; sin embargo, no por eso dejaba de ser hermosa.
Atravesada por varios afluentes del Dorm, la ciudad estaba surcada por canales navegables y hermosos puentes sobre ellos de piedra caliza negra y madera. La fertilidad y el clima de la región hacía que muchos estuviesen decorados por enredaderas en flor. Era un paisaje idílico que contribuyó a que cinco años atrás me hubiese enamorado, tanto de Noor como de Gerald.
Entrar de nuevo en el palacio del Amanecer reforzaba los recuerdos de un pasado en el que experimenté lo más cercano a la felicidad en los últimos años.
—Querida —me llamó Gerald sin detener sus pasos antes de cruzar los muros de los jardines del palacio—, recuerdas el plan, ¿verdad? Muchas vidas estarán en juego una vez que atravesemos esas puertas.
Yo fijé mis ojos en el límpido azul de los suyos. Ciertamente, así era, pero estaba segura de que de todas esas vidas la que más le importaba era la propia.
Por insistencia de Gerald, yo llevaba el cabello teñido de negro, y una vez más fingiría mi antigua personalidad de Ariana, aunque sin la máscara. Para mí era mejor así, tampoco deseaba nunca más ser llamada por mi nombre verdadero.
Al entrar, varios guardias salieron a recibirnos, uno de ellos ató mis manos por delante de mi cuerpo con el lazo del cautivo. Bastó con que la cuerda se pegara a mi piel para sentir como mi fuerza era drenada y me invadía la sensación de ahogo tan desagradable que ella producía en nosotros, los sorceres.
Dos soldados, uno delante y otro atrás, flanqueaban nuestros pasos y nos llevaban por las galerías del castillo hasta la sala de reuniones donde comparecería ante Su Alteza, el príncipe Kalevi. El pasillo que antecedía al gran salón continuaba igual, con sus paredes adornadas por frescos y tapices que contaban la gloria pasada de los héroes de Doromir. A pesar de la belleza épica que buscaban retratar, no dejaban de ser imágenes salvajes de matanzas, donde los primeros pobladores del reino se enfrentaban a los cambia formas.
Solo una tenía siempre el poder de subyugarme. Era un gran tapiz en el que se veía a Do- mihr, el mítico guerrero, en una cueva en lo más profundo de Northsevia encontrando la espada de hielo.
Tal vez era porque me recordaba a mi propia historia con Assa aldregui y a pesar de que no la hallé en ninguna cueva, tanto en el caso del héroe como en el mío, fueron las espadas quienes nos encontraron. A él la espada de hielo lo guio a esa cueva donde lo salvó de morir congelado y a mí Assa aldregui me salvó de la muerte al cortar la soga con la que pensaba acabar con mi vida.
Los guardias nos anunciaron afuera y el lacayo nos hizo esperar mientras él informaba de nuestra llegada adentro.
—Podéis entrar.
Gerald exhaló, me pareció nervioso. Tanto él como yo sabíamos que tenía la vida de todos en mis manos. Por desgracia, no solo las nuestras dependían de esa audiencia, también lo hacían las de Keysa y Aren.
Entré con firmeza detrás de Gerald, ambos nos detuvimos frente al príncipe. Además de él, sentados en los laterales del salón, se hallaba un nuevo grupo de consejeros, reconocí a algunos. Los ojos de mi antiguo alumno brillaron al verme, pero luego fingieron indiferencia. Debía estar ya próximo a cumplir los diecisiete años, pues lucía más adulto. El rostro, que antaño tenía formas redondeadas y algo regordetas, ahora era anguloso; el mentón se había vuelto fuerte y cuadrado, mostrando la resolución interior de su dueño; pero sus ojos azules continuaban igual de cálidos, aunque tratara de aparentar frialdad.
Hice una pronunciada reverencia sin mirarlo, luego me levanté y continué con la cabeza gacha.
—Su Alteza —habló Gerald—, como os había informado, comparezco ante vuestra presencia con la hechicera, Ariana de Osgarg. Fue encontrada tratando de salir de Doromir a través del paso de Geirgs.
—¿Realmente es ella? —De soslayo, y todavía sin levantar el rostro, vi al hombre que hablaba, era el hijo del dreki Orsolov, uno de los tíos del príncipe Kalevi que yo había matado— ¿La mujer que asesinó a mi padre y a mis tíos a sangre fría?
—Jamás olvidaré la cara de la traición —dijo con voz dura una mujer que no conocía—. ¡Claro que es ella! Mi marido falleció ese día. Clamo a su excelentísima Majestad que haga justicia por todos los miembros de la familia real que perecieron esa funesta noche.
A lo dicho por la mujer siguió el rumor de muchas voces, entre las cuales pude discernir las palabras: «muerte», «justicia», «con sangre será pagada la sangre derramada». Exhalé con fuerza. Si las cosas seguían como iban, Gerald tendría un gran trabajo por delante en evitar que me colgaran.
A la señal del príncipe, de súbito, la audiencia calló. La voz clara del mandatario resonó entre las paredes de mármol.
—Dreki Van der Hart, en vuestro haukr habéis dicho que teníais pruebas de vuestra inocencia y la inocencia de esta mujer. Presentáoslas.
—Así es, Alteza.
Gerald, quien se encontraba a mi diestra, se movió hacia adelante y entregó varios pergaminos a uno de los consejeros del príncipe. El hombre, de barba canosa, leyó los folios con atención. Levantó el rostro, sus ojos lucían sorprendidos, sus labios entreabiertos. Miró al príncipe y después de nuevo a Gerald.
—¡No es posible! —Las palabras fueron casi un susurro.
—¡Entregadme los pergaminos! —demandó el joven mandatario.
Kalevi los leyó con atención. Luego su cara hizo un gesto que no había esperado: los labios se curvaron en una media sonrisa. Cuando levantó el rostro, los ojos azules brillaron. Tuve la impresión de que el príncipe había librado una batalla en la que resultó vencedor.
—Es correspondencia privada entre varios de mis tíos. Al parecer, mi querida drakma Hilda, vuestro esposo, mi amado primo, conspiró junto al resto para asesinarme aquella fatídica noche de todos los héroes. También vuestro padre, primo, y todos los que ese día perecieron.
—¡No es posible!
—¡Entonces, era cierto! ¡Sí conspiraban!
—¡Claro que lo hacían!, siempre tuve mis sospechas.
De nuevo la reunión era un hervidero de exclamaciones, algunas sorprendidas y otras airadas o jactanciosas.
Me atreví a mirar el perfil de Gerald, desde mi posición lucía serio, sus ojos se mantenían fijos en Kalevi.
El príncipe se dirigió a mí.
—Sorcerina Ariana, ¿podéis explicar cómo es posible que conocierais de esta conspiración y que no participarais en ella?
Respingué al escuchar mi nombre falso.
Por la esquina del ojo miré a Gerald. Mi antiguo amante apretó la mandíbula, disfruté imaginando que pudiera estar nervioso por lo que diría, quise creer que era yo quien tenía el control, aunque estuviera muy lejos de ese ser el caso.
—Su Alteza, me enteré de la conspiración porque uno de los involucrados me pidió participar en ella. —Ante mis palabras, Gerald giró un poco la cabeza en mi dirección. No era lo que habíamos ensayado que diría—. El dreki en cuestión me pidió que dirigiera esa noche a vuestra excelencia al salón de la celebración y que posterior a eso cerrara las puertas. Como sabéis no pude hacerlo. En su lugar, encerré a Su Alteza en la biblioteca con el único objetivo de protegeros.
El príncipe Kalevi tenía la mirada intensa fija en mí, los consejeros también me miraban como si quisieran averiguar si lo que decía era o no cierto. Uno de esos consejeros me preguntó:
—¿Por qué no avisasteis de la conspiración antes de realizar tamaña masacre?
Yo agaché de nuevo el rostro buscando como explicarme. Al mirar otra vez al frente, noté sobre mí los ojos azules de Gerald.
—Solo sabía de la participación del dreki que me propuso formar parte de la conspiración. Tenía conocimiento de que muchos miembros de la familia real también conspiraban, al igual que la guardia real, pero no tenía todos los nombres, dar un aviso era arriesgado. Sin más pruebas que mi palabra, ¿quién me creería? Lo único que lograría sería firmar mi sentencia y dejar a Su Alteza desprotegido.
—No me convencéis, hechicera —dijo el consejero mientras daba un paso hacia mí—. Pudisteis alertar al príncipe directamente, después de todo erais su institutriz.
—¿Qué sentido tendría exponerlo al terrible hecho de saber que su propia familia anhelaba deshacerse de él? ¿Qué tuviera que decidir qué hacer con ellos? ¿Dar la orden de ejecutar a sus propios tíos y primos?
El consejero se rio con sarcasmo.
—Entonces, ¿Queréis decir que actuasteis de buena fe para proteger a Su Alteza de un trauma emocional? ¡Cuánta bondad! —se burló—. ¡Os convertisteis en juez! Pasasteis por encima de Su Alteza y condenasteis a quienes, según vuestro veredicto, eran culpables. ¡Ja! ¡Más bien osadía y vanidad!
»Lo que yo creo es que vos, hechicera, deseabais desaseros del Consejo y ejercer una única influencia en Su Alteza. Inventasteis todo esto de la conspiración para justificar la cruenta matanza y cuando os visteis descubierta no os quedó otro remedio que huir.
Antes de que pudiera replicar para defenderme, lo hizo Gerald.
—Siempre deseasteis la posición que tenéis ahora, Gunnar. Creo que sois vos quien está desesperado porque Su Alteza os preste un mínimo de atención. ¿Acaso no sabéis la cercanía que la sorcerina Ariana tenía con Su Alteza siendo su maestra? ¿De verdad creéis que era necesario asesinar a los consejeros reales para lograrlo?
»Su Alteza, os exhorto a que escojáis mejor vuestros consejeros, tomad como atributo la inteligencia y no solo el parentesco. —Algunas risas disimuladas flotaron en el aire antes de que Gerald hablara de nuevo—: No. Ariana dice la verdad. Los pergaminos que os proporcioné lo prueban. Son cartas entre varios de los miembros del Consejo, en algunas se detalla muy bien el plan que tenían para asesinaros, Alteza.
»¿Necesitáis más prueba?
El consejero, a quien Gerald llamó Gunnar, estaba rojo de la ira. Lo miró con sus ojos convertidos en puñales.
—Puedo preguntaros a su inteligentísima excelencia —habló lleno de sarcasmo, Gunnar—, ¿cómo halló estas cartas tan incriminadoras? Mucho se dijo de vos, dreki Van der Hart, de qué estabais involucrado en la conspiración, ¿cómo si no tendríais acceso a esas cartas?
Gerald sonrió mostrando todos los dientes. Del nerviosismo incipiente que mostrara antes, no quedaba nada.
—¿Sabéis lo que es una investigación, mi querido primo? Envidiosos como vos no descansaron hasta indisponerme con Su Alteza, pero yo no me dejé vencer, me dediqué a investigar, a indagar y a buscar hasta que encontré esta correspondencia. Podéis comprobar su autenticidad con los sellos e incluso la letra de los remitentes. ¡No os miento, tanto Ariana como yo somos inocentes!
Reí para mis adentros, Gerald casi me convencía incluso a mí de su inocencia. El tal Gunnar no volvió a rebatir los argumentos de mi antiguo amante.
—Hechicera —habló el príncipe—, habéis explicado vuestros motivos, pero hay algo que aún no decís. ¿Quién fue el dreki que os puso al tanto de la conspiración?
Levanté el rostro y miré por primera vez a Kalevi directo a los ojos mientras Gerald posaba los suyos sobre mí. El momento había llegado.
Assa aldregui: Del lísico. Sin retorno
Augsvert: Del lísico: Camino del este
Drakma: Título honorífico que reciben las mujeres nobles de Doromir
Dreki: Título honorífico que reciben los hombres nobles de Doromir
Geirg: del lísico. Tumba.
Haukr: Ave rapaz grande y muy inteligente usada para transmitir mensajes atados en sus patas.
Ulfrvert: Del lísico. Camino de lobos. La cordillera de Ulfrvert albergó cambiaformas durante mucho tiempo, antes de que los humanos llegaran a Olhoinnalia povenientes de mas allá de Northsevia, antes de que esta se congelara. Libraron con los humanos asentados en las proximidades del riío Dorm, cruentas batallas, hasta que, guiados por el mítico heroe Do- mihr y su legendaria espada de hielo, fueron exterminados, o al menos eso se cree.
Vindrgarorg: Tierra de vientos. Es la región en Doromir donde se asienta el castillo de Gerald.
*** Hola, estoy feliz de reencontrarme con ustedes. Por fin empiezo a encontrar el rumbo con este libro, aunque para serles sincera el capítulo que estan leyendo lo cambie varias veces. Finalmente, el camino que tomará fue el que mas me agradó.
¿Cuál creen que sea ese camino? ¿Que creen que le conteste Soriana al príncipe Kalevi? Al primero que acierte le dedicaré el siguiente capitulo XD.
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