Capítulo I: Bajo la protección de Gerald (I/III)
Quinta lunación del año 304 de la Era de Lys. Vindrgarorg, reino de Doromir
I
Soriana
—Madre, ¿eres tú?
—A ver, ¡arriba!
Me sostuvo por las axilas y tiró para tratar de levantarme. En ese instante el mundo giró y las vueltas trajeron consigo horribles náuseas. Me agarré de ella con fuerza para no caer.
—Madre. —Volví a repetir.
Me tomó del costado y me apoyó en su hombro. Así, pegada a ella, me llevó por el medio de la habitación, que continuaba moviéndose. Me soltó un momento y se apartó de mí, me tambaleé peligrosamente y por algún milagro no caí de bruces. Cuando ella regresó pude ver su rostro: piel blanca y pecosa, cabello rojo.
—¡No sois mi madre! Estaba soñando con ella, quiero volver a dormir y continuar con ella.
—Si fuerais mi hija no estaríais en ese estado —masculló antes de que la alejara de un empujón.
Me aparté de la mujer lo más rápido que pude y a cada paso el mareo fue empeorando. Pisé un charco de un líquido resbaloso y caí sentada encima de lo que, al mirar mejor, era vómito.
—¡Por el gran lobo del norte! —refunfuñó la mujer, molesta, y caminó hacia mí—. ¿Podéis quedaros tranquila?
—¡Madre! —grité—. ¡Soltadme, no sois más que una criada!
La empujé de nuevo para que me soltara e intenté levantarme sin éxito, porque volví a resbalar en el charco. Ella me zarandeó con fuerza, yo intenté zafarme de sus manos que parecían garras y volví a gritar llamando a mi madre. De pronto, la situación me pareció graciosa y comencé a reír a carcajadas.
—Ja, ja, ja, Nadie vendrá ¡Mi madre no vendrá porque está muerta! Ja, ja, ja. ¿Sabéis quién la mató? ¡Yo! ¡Yo maté a mi propia madre! —Y volví a reír hasta que las risas se volvieron lágrimas.
La criada aprovechó y me levantó de un tirón. Sin perder mucho tiempo y mientras yo lloraba con la cabeza gacha, me quitó el vestido y luego me ayudó a entrar en la tina de baño.
Continué llorando en silencio sin prestar atención a lo que la mujer hacía. Poco a poco el agua templada que caía por mi cuerpo y rostro me devolvieron al presente.
Mientras la madura mujer enjabonaba mis brazos, fijé la mirada en el cristal cerrado del gran ventanal. Afuera había un paisaje montañoso con cimas blancas y nubes grises que se arremolinaban en torno a ellas. La luz del sol era tenue, lo cual hacía difícil calcular qué momento del día era. Bien podría ser de mañana, una tarde fría o un mediodía nublado que anunciaba tormenta.
Estaba en Vindrgarorg, mi prisión.
Cuando la mujer concluyó la labor de asearme, me levanté escurriendo agua. Dócil, igual que lo hice durante mi adolescencia en Augsvert, dejé que la sirvienta secara mi cuerpo y untara aceites perfumados en mi piel. Poco a poco la habitación se estabilizaba, aunque el dolor de cabeza y el estómago revuelto persistían.
Después de que me hubo puesto la ropa interior, el camisón y las medias, la mujer tomó del respaldo del sillón un suntuoso vestido de lana oscura y terciopelo. Me lo puso y comenzó a anudar los broches y los lazos, mientras lo hacía yo giré la cabeza hasta la mesa.
Varias botellas vacías y algunos vasos estaban sobre ella. Me sacudí las diligentes manos de mi cuerpo y caminé hacia allá. Tomé cada una de las botellas y me las llevé a la boca, solo de una de ellas pude beber apenas un pequeño trago de hidromiel.
—¡Que traigan más! —le exigí a la criada. Ella solo resopló y, peine en mano, se dirigió hacia mí—. ¡¿No me escuchasteis, mujer?! ¡Id a buscar más hidromiel! ¿Y mi pipa? ¿Dónde está mi pipa?
La puerta de madera se abrió y la odiosa figura de Gerald cruzó el umbral. Iba exquisitamente vestido con chaqueta de un verde oscuro y botones dorados, sus piernas esbeltas envueltas en botas de caña alta. Los rizos rojos los llevaba sujetos en una coleta en la nuca. La sirvienta al verlo soltó mi cabello e hizo una prolongada reverencia.
—Nuris, dejadnos solos, por favor.
La sirvienta al instante se retiró.
—Me temo, mi pequeño Svanr, que no habrá más hidromiel ni hierbas para ti —dijo él, girándome de espaldas para terminar de abrocharme el vestido—. Te necesito lúcida, pero descuida, si te portas bien luego de la audiencia volveré a darte todo el hidromiel que quieras.
Gerald me volteó y posó sus labios sobre los míos.
—¡Por el cetro de Lys! Parece que Nuris olvidó limpiarte los dientes. Sabes a hidromiel rancio... y a algo de vómito.
—¿Cuál audiencia? —pregunté sin hacerle caso a su mueca de asco.
—¿Has olvidado que debes comparecer ante el príncipe Kalevi por tus crímenes? Eso es lo malo de beber hasta la inconsciencia, como llevas haciendo durante los últimos días.
Con mucha dificultad, el pensamiento se abrió paso en mi mente aletargada. Era cierto, debía presentarme ante el príncipe, quien decidiría si ejecutarme o perdonarme.
—Partiremos a Noor, al palacio del Amanecer. Cuando te encuentres un poco más lúcida te explicaré el plan para que seas absuelta.
Fruncí el ceño y me tambaleé de nuevo presa de las náuseas. Respiré profundo hasta que el malestar pasó.
—¿Para que sea absuelta?
—¡Sí, Soriana! ¿Acaso quieres que te cuelguen?
—No entiendo que pretendes, Gerald.
—Que nos casemos, ya te lo dije antes. No puedo casarme contigo si estás muerta, ¿no crees?
—No voy a casarme contigo, Gerald.
—Pero accediste a hacerlo, ¿no lo recuerdas? Dijiste que te casarías conmigo y a cambio yo mantendría seguros a Aren y a Keysa.
—Le di la espalda y caminé hacia el ventanal cerrado. No entendía el empeño de Gerald de estar conmigo.
—¿Por qué quieres casarte conmigo?
—Es muy simple, te amo, Soriana. Lo he hecho desde que te conocí en esa biblioteca. —Gerald se acercó a mí y colocó sus manos alrededor de mi cintura—. ¿Quién te conoce mejor que yo? ¿Quién te aceptará tal como eres? —A la pregunta siguió su mano señalando la suciedad en el piso y el vestido que acababa de quitarme, cubierto de vómito—. Te conozco mejor que nadie, conozco todos tus demonios, tus fatales errores y los acepto. Así como también aceptaste los míos. ¿Acaso has olvidado lo feliz que fuimos hace unos años en el Amanecer? Fuiste una mejor persona, yo te hice una mejor persona y podemos volver a estar juntos, tú y yo. ¿Qué dices?
Su rostro estaba muy cerca del mío, sus ojos azules me miraban anhelantes. Gran parte de lo que decía era cierto. ¿Quién aparte de Gerald me aceptaría tal y como era: alcohólica, asesina, fracasada?
Y, sin embargo, aunque una vez lo amé, ya no lo hacía y no me importaba la aceptación de nadie.
Prefería estar sola, congelarme en el desierto de Northsevia que estar con él. Pareció leer mi pensamiento, porque de inmediato añadió:
—Aren y Keysa dependen de tu decisión, mi vida.
Me mordí el labio. Yo no lo amaba y hubiese querido estar sola, pero si de ese sacrificio dependía el bienestar de mi amigo y el de Keysa, yo lo haría.
—De acuerdo.
Entonces él me acercó a su cuerpo y me dio un corto beso en los labios.
—Hay que enjuagar esa boca. Termina de alistarte, pronto partiremos.
Gerald salió y yo caminé hacia el tocador. La superficie bruñida del espejo me devolvió mi reflejo: el cabello blanco, mustio; la melancolía de mi rostro; la cicatriz que lo surcaba y ese vestido que no me pertenecía.
No soportaba verme. Contemplar lo que era, lo que yo misma había hecho de mí era tortuoso. Porque ese era el problema, yo era la hacedora de mi tragedia, la villana de mi propia historia.
Tomé el peine de nácar y caminé al balcón. Sentí el impulso de abrir las puertas acristaladas y arrojarme a través de ellas hacia el precipicio que se extendía abajo. ¿Para qué continuar con mi existencia? Si yo moría, Gerald no les haría daño. Keysa debía hallarse en Skógarari, la reserva de criaturas mágicas protegida por la Liga de Heirr, por fin estaría con sus iguales sin ninguna energía maligna a su lado que le robara su magia, como había hecho yo durante todos esos años sin saberlo.
Aren regresaría a Augsvert. Tendría una vida feliz al lado de Englina. Tal como él decía, ella no era mala y siempre lo había querido, seguro hallarían la felicidad en una vida compartida. Todos estarían mejor sin mí.
Encendí el savje en mi mano que brilló en un rojo casi negro y la dirigí a la puerta de cristal que daba a la balconada. La hoja se abrió a mi señal y el rugido de los fuertes vientos en las cumbres me saludó, azotó mi cuerpo. El cabello, todavía húmedo, se extendió en todas direcciones.
El paisaje, agreste y montañoso de Vindrgarorg, se mostraba ante mí, salvaje e inclemente, con sus gélidos vientos que parecían querer mover las montañas.
Avancé temblando hasta la balaustrada de hierro y la sujeté con ambas manos, subí hasta ella y miré hacia abajo, al precipicio interminable y las picudas rocas que lo enmarcaban.
Sentí el corazón desbocado en mi pecho y la humedad en mi rostro. Solo Keysa le dio sentido a mi vida y ya no estaba, me iría sabiendo que ella seguiría bien, protegida entre los suyos.
Extendí uno de mis pies hacia el vacío delante de mí y en el momento en el que iba a saltar, una mano sujetó mi muñeca y tiró fuerte hacia atrás, caí sobre Gerald que me miraba incrédulo.
—¡¿Qué crees que haces, Soriana?! —me regañó. Empecé a llorar con fuerza, entonces él me abrazó y me estrechó contra su pecho— ¿Intentabas quitarte la vida? ¿Acaso no piensas en mí y en todo lo que te amo? ¿En el vacío que dejarás en mí? Voy a arriesgarme por ti frente a Kalevi, ¿Y así me pagas?
Me separé de su abrazo y sin mirarlo a la cara le supliqué:
—Déjame ir Gerald, no quiero estar aquí, no quiero vivir más.
—¿Y supones que yo quiero tenerte así, encerrada como una prisionera? —Él se incorporó trayéndome consigo hasta colocarme sobre su regazo. Tomó mi mentón y lo levantó para mirarme a los ojos—. Desearía que fuera de otra manera, pero no sabes lo que es mejor para ti. Querías enfrentarte a él, que es muy poderoso, más que tú. Si lo hacías iba a ser tu muerte y no podía permitirlo. Solo si te quedas conmigo puedo protegerte, Soriana, incluso de ti, de esto que has intentado hacer.
Los ojos de Gerald tenían un brillo incandescente, me miraba lleno de emoción. Tal vez era cierto, tal vez él si me amaba; pero yo no quería ser protegida, ni querida, yo solo deseaba desaparecer.
—Quieres hacerle daño a Aren y a Keysa —susurré entre lágrimas.
—No. En realidad no quiero, pero es la única forma de obligarte a que me dejes protegerte. ¿Acaso no puedes verlo, lo feliz que podemos ser, Soriana?
Agaché el rostro. Yo nunca sería feliz.
—¿Puedo pedirte algo? No me llames Soriana.
—Te llamaré como quieras que te llame, pero no vuelvas a atentar contra tu vida, no me lastimes de esa manera.
Gerald volvió a abrazarme y yo hundí mi rostro en su pecho. Necesitaba tanto el consuelo, que acepté el que venía de él. Tal como él decía, me sentía perdida y ya no sabía qué era lo mejor para mí.
Nos levantamos y entramos juntos a la habitación. Una vez adentro, Gerald me sentó en el taburete frente al tocador. Tomó el peine y comenzó a cepillar mi cabello, para terminar de alistarme para nuestro viaje.
***Hola otra vez. ¿Qué creen que le aguarde a Soriana? ¿Será que Gerald de verdad la ama y tiene la intención de cuidarla?
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