Capitulo XII: Prohibido amor (IV/V)

No supe muy bien cómo, pero salí del palacio sobre uno de los hipogrifos de los establos. Tenía la vaga impresión de haber herido en el camino a varios guardias, sin embargo, no era momento para detenerme a pensar en eso.

Volaba en medio de la lluvia. A cientos de varas de altura me di cuenta de que no tenía ni idea de adonde debía dirigir a la bestia. Traté de recordar qué le había dicho lara Moira a mi madre: «el segundo pilar de la frontera norte», eso fue lo que dijo la capitana, que los alferis se concentraban allí.

Las gruesas gotas de agua me habían empapado por completo. Sujeté con fuerza las riendas para evitar que el viento me derribara y dirigí al animal hacia esa dirección. El segundo pilar del norte estaba al este de Heiorgarorg.

El domo mágico de Augsvert fue concebido por mi padre cincuenta años atrás. La base era el hechizo de Hjálmar gylltir. Mi padre ideó una manera de hacer que el hechizo anclara en unas estructuras que amplificaban su poder y que todos llamábamos «los pilares». Cada pilar, construido de heidrsand y una aleación de varios metales forjada en Holmgard, se alzaba al cielo, el Hjálmar gylltir se anclaba a la estructura, se amplificaba y llegaba al siguiente pilar hasta rodear por completo el reino. De no ser por el magnífico invento de los pilares, el Hjálmar gylltir no habría tenido la potencia suficiente para proteger Augsvert.

Solo la familia gobernante de Augsvert conocía todas las runas que conformaban el hechizo para anclarlo en los pilares. Mi padre fue su creador y lo compartió con mi madre, ella a su vez me lo enseñó a mí casi al mismo tiempo en que me instruía a hablar.

Era una experta en su ejecución, cada vez que detectaban una fisura en la barrera ella la reparaba. Si lara Moira la había ido a buscar, lo más probable era que existiera algún problema con el domo.

Con eso en mente me dirigí al segundo pilar en la frontera norte, al este de Heiorgarorg intentando maniobrar el hipogrifo a través de la lluvia. A medida que me acercaba, el clima se tornaba tormentoso. El cielo encapotado hacia el norte lucía peor. De esa dirección provenían los relámpagos que iluminaban por instantes la oscura tempestad.

Encendí una gran luminaria y más o menos después de una sexta pude vislumbrar desde arriba, a los pies de la barrera, el campamento del ejército negro azotado por la lluvia. Apreté los dientes al pensar que abajo me encontraría con mi madre y comencé el descenso.

El brillante heidrsand y el metal del enorme pilar reflejaban la fulgurante luz de los sucesivos relámpagos. Las tiendas de los soldados iban haciéndose cada vez más grandes a medida que me acercaba.

El hipogrifo aterrizó en medio del lodazal y tuve que sujetar fuerte los agarres en la silla para no caer. Cuando el animal se detuvo del todo, entonces yo descendí.

—¡Su Alteza! —Uno de los soldados se acercó hacia mí corriendo y casi tan empapado como yo. Vestía la armadura negra con los orillos dorados del ejército. Al tenerlo enfrente reconocí su rostro, era lars Percival, quien comandó el pequeño destacamento que me salvó en Los tres picos— ¿Qué hacéis aquí, en medio de esta tormenta? ¿Ha habido algún problema en Aaberg?

—¿Decidme dónde está mi madre?

El capitan parpadeó, parecía incapaz de entenderme o tal vez era la rabia en mis facciones lo que lo tenían tan impresionado.

—Su Majestad está por allá —contestó después de lo que tarda en consumirse al fuego una brizna de paja.

Lars Percival señaló hacia su derecha. Allí se alzaba una tienda más grande y lujosa que las otras, pero como todas, víctima de la lluvia. Avancé hacia allá. Al notar que el soldado me seguía me giré. Empezaban a dolerme los dientes de lo mucho que los había mantenido apretados.

—¿Por qué me seguís? ¡Dejadme!

—Pero, Su Alteza, debo anunciaros.

—¡Iros! ¡Fuera, he dicho! —Extendí mi mano brillando en dorado oscuro, el soldado retrocedió dos pasos en el lodazal y yo aproveché para lanzarme en dirección a la tienda de mi madre.

Mi atuendo no era el ideal ni para el sitio en el que me hallaba, mucho menos para el terrible clima. Las delicadas zapatillas de raso se hundían en el barro. Más arriba del orillo, mi vestido y la capa eran un desastre de desgarrones y suciedad. Al menos estaba abrigada y, aunque empapada, sin el capote el frío me hubiera calado más.

El par de soldados a las puertas de la tienda de mi madre intentaron negarme la entrada. Entonces me descubrí la cabeza. Aunque ninguno de ellos hubiera visto nunca mis facciones era fácil reconocer a la princesa: piel morena, ojos grises, pelo blanco. No dijeron nada, solo se apartaron permitiéndome la entrada.

Lo que vi adentro hizo que la hirviente rabia se convirtiera en helada incredulidad.

Mi madre, la magnífica reina luna, estaba en brazos de un hombre ataviado con la armadura negra del ejército, envuelta en un apasionado beso.

No podía creer lo que veía. Por un instante mi mente se quedó en blanco, incapaz de reaccionar. Ambos se separaron y entonces todo fue peor, porque quien creí que era un hombre no era otra que lara Moira, la comandante de la guardia real.

—¡Soriana! —dijo mi madre con los ojos muy abiertos y sorprendidos— ¡¿Qué haces aquí?! ¡Estás empapada!

Abrí y cerré la boca varias veces hasta que fui capaz de hablar, horrorizada:

—¡No! ¡¿Tú que haces?! —le grité.

—Su Alteza, escuchad por favor. —Lara Moira se había acercado a mí y me sujetó del codo. De un movimiento brusco me la sacudí.

—¡¿Qué es esto, madre?! ¡Es una aberración! —Me llevé las manos al rostro— ¡¿Quién eres tú?!

—Vuestra madre y yo nos hemos amado desde siempre, Alteza. Permitidme explicaros, por favor.

—¡No me toquéis! —Empujé a la capitana—. ¡Alejaos de nosotras! ¡¿Qué habéis hecho con mi madre?! ¡La homosexualidad está condenada por Lys, la dadora de magia! ¡Habéis hechizado a mi madre!

—¡No, Soriana! ¡Tienes que calmarte y permitirme hablar! No estoy hechizada y es tal como Moira dice. Déjame explicarte, por favor.

—¿Qué es cómo Moira dice? ¿Qué la amas desde siempre? ¡¿Cómo puedes amarla si es una mujer?! —La cabeza me daba vueltas, me sentía aterrada, no entendía nada—. ¡Era a mi padre a quien debías amar! Es... ¡Es horrible!

—Princesa, no digáis palabras de las que podéis arrepentiros.

Me giré hacia lara Moira con mi mano diestra brillando en dorado. Quería arrojarle la runa de Urhz y desaparecerla de inmediato. Ella era la culpable de todo, aunque lo negara ella tenía que haberla encantado de alguna forma.

—¡Soriana, detente! ¡Moira por favor, déjanos solas!

—Pero Seline...

—Por favor, Moira.

La horrible mujer salió y yo me quedé a solas con mi madre. Los ojos grises de ella lucían conmocionados, pero no me importaba, había descubierto toda su farsa y ahora la odiaba más.

—¡Ya no sé quién eres! ¡No sé qué clase de terrible monstruo eres! —Los labios de mi madre temblaron, cerró los ojos mientras yo hablaba—. Tienes por amante a otra mujer; mataste a la familia de la mitad del Heimr incluyendo niños inocentes; y has matado también a Erika y a Dormund, quienes confiaron en ti, quienes creyeron que tú los ayudarías. ¡¿Por qué, mamá, por qué eres tan malvada?!

Cuando mencioné a mis amigos, mi madre abrió los ojos y me miró asustada.

—¿Qué dices? ¿Erika y Dormund están muertos?

—¡Sí y es por tu culpa!

Me lancé sobre ella. Con las manos empuñadas le golpeé el pecho y los hombros. Mi madre no me detuvo al principio, después me abrazó muy ceñido y entonces no pude continuar agrediéndola. Afuera la tormenta había arreciado y los relámpagos iluminaban continuamente el exterior, filtrándose la claridad en la tienda. Ella dio un largo suspiro antes de hablar:

—Soriana, he ansiado protegerte de todo y parece que lo he hecho tan mal que crees ver en mí a tu peor amenaza.

—¡Te odio, Seline Nass, te odio! ¿Cómo pudiste traicionar a Erika y a Dormund? ¡Ellos confiaron en ti!

—¡No fui yo! ¡Tienes que creerme! Dormund fue a verme y llegamos a un acuerdo. Les advertí que no debían permitir que los Narsson los descubrieran...

—¡Mentira! Lars Narsson es tu aliado. Siempre te han importado más tus alianzas políticas y tus acuerdos que la vida de las personas.

—No, Soriana.

—¡Su Majestad! —Lars Percival entró a la tienda bastante alterado—. Disculpad mi atrevimiento. ¡Los alferis nos atacan de nuevo, el domo presenta una gran fractura!

—¡Quédate aquí, Soriana! —ordenó ella y salió a paso veloz.

Demoré en reaccionar lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego. Al regresar a Aaberg le pediría al Heimr la destitución de mi madre y mi inmediata coronación. De ser necesario gobernaría asesorada por el Heimr, pero no podía permitir que ella continuara asesinando personas, no podía dejar que una mujer que estaba en contra de los preceptos de Lys gobernara Augsvert.

Salí de la tienda y el frío afuera era desgarrador, se había desatado una terrible tormenta. Empapada como me encontraba, sentía que el capote estaba hecho de hielo. Encendí mi poder espiritual y el frío empezó a disiparse. Giré a mi alrededor y me di cuenta de que el campamento era un caos. Muchos soldados corrían haciéndose de armas e iban directo a los lindes del domo, algunos resbalaban en el lodazal, era difícil ver nítido debido a la recia lluvia.

Miré hacia arriba y vi la fractura en la barrera, la cual se extendía hasta perderse de vista. Mi madre debía estar en el pilar intentando repararla, hacia allá me dirigí.

Las escaleras internas para acceder al pilar eran interminables, lo sabía de todas las veces que había subido allí, cuando mi madre me entrenaba para ejecutar el Hjálmar Gylltir .

Muchos soldados corrían de un sitio a otro, tomaban sus lugares, se preparaban para enfrentar una posible invasión alferi en caso de que la barrera terminara de abrirse. Aproveché el momento y subí al hipogrifo de un soldado distraído. Le di la orden a la bestia y de inmediato esta alzó el vuelo. No atendí a los gritos de los soldados, mi único objetivo era llegar a la plataforma en lo alto del pilar.

Al llegar a mi destino, cada aleteo hacía que la bestia ascendiera y descendiera. Mi madre tenía las manos en alto, frente a ella brillaban las runas de Ipsil y de estas salían miles de hilos argentados que se enredaban en una intrincada malla en dirección al domo, para repararlo.

—¡Soriana! ¡Te dije que te quedaras en la tienda! —gritó ella sin desatender el encantamiento.

Yo salté de la montura hacia la plataforma en medio de relámpagos cada vez mas fuertes. Mientras volaba no le había prestado atención al cielo del otro lado de la barrera, pero al girar entendí que el violento resplandor que iluminaba la tormenta no era solo debido a los rayos. Frente a la plataforma del pilar se extendía el domo fracturado y del otro lado cientos de alferis sobre hipogrifos lanzaban rayos de energía desde sendas lanzas hacia nuestra barrera.

Los alferis eran criaturas mágicas. Se decía que antaño podían dominar el lenguaje de la diosa Lys y hacer hechizos con runas como nosotros, los sorceres, pero por alguna razón perdieron la habilidad. Ahora solo podían hacer magia tomando el poder de la naturaleza y en esa noche tormentosa ella se los ofrecía a raudales, a través de los relámpagos que surcaban el cielo.

Una salva de rayos arremetió contra nosotros, todos se dirigían justo a la fractura en la barrera.

—¡Moira, llévatela! —le ordenó mi madre a su amante.

Cuando ella me tocó sentí dentro de mí hervir otra vez la rabia. ¿Cómo era posible tanto descaro?

—¿Desde cuándo son amantes? —En mi mente todo cobraba sentido: la cercanía de ambas, porque la capitana nunca dejaba a mi madre; el que mi madre repudiara a mis abuelos, deduje que sería porque ellos la habían descubierto hacía mucho tiempo.— ¿Están juntas desde antes de que yo naciera? ¿Es por esta mujer que dejaste de amar a mi padre, que me apartaste de mis abuelos?

—Estás equivocada, Soriana. —Se atrevió a hablarme la odiosa capitana—. No es así.

—¡Callaos! ¡No os atreváis a dirigiros a mí y menos con tanta confianza!

—¡No entiendes, nada! —gritó entonces mi madre y me miró con sus ojos convertidos en puñales de acero. La defendía, a ella—. ¡Sigues siendo una niña inmadura! ¡Vete de aquí antes de que empeores las cosas, antes de que salgas lastimada! Después hablaré contigo.

—¡Siempre has pensado que no soy capaz! ¡Pero te equivocas! Al menos no tengo el alma manchada de sangre como la tuya, al menos no soy una desviada.

Me situé a su lado frente a la fractura del domo. Los alferis al otro lado continuaban con su ataque incesante. Nunca los había tenido tan cerca, sin embargo, a pesar del miedo que me inspiraban, levanté mis manos y también dibujé las runas de Ipsil, las mías brillaron en un dorado muy oscuro junto a las plateadas de ella.

—No es como crees, Soriana. Nada es como supones.

—¡No permitiré que me convenzas! —En ese momento me vencieron el miedo, la desesperación y la rabia que sentía. Las lágrimas empezaron a brotar aun sin yo querer—. ¡No permitiré que te excuses por la muerte de Erika! ¡Era mi amiga, lo único hermoso en mi vida era su amistad y me la arrebataste!

Las runas frente a mí temblaron y se expandieron. Mi madre me sujetó de la muñeca.

—¡Suéltame! —le grité.

Era tanto el enojo que sentía que de mis dedos brotaron chispas, pero mi madre no me soltó. Por el contrario, me lanzó hacia atrás, donde su amante me sujetó. Ambas empezamos a forcejear, quería que la soldado me soltara, sus guanteletes de acero me hacían daño.

Dibujé la runa de Aohr y se la arrojé, ella la esquivó con elegancia. Cada vez que la atacaba con una runa ella la evitaba y yo me frustraba, deseaba hacerle daño. Esa mujer, estaba segura, era la causa de todas mis desgracias, de que mi madre hubiese dejado de amar a mi padre; de que ella apartara a mis abuelos de mí; de que no me quisiera.

Pero cada uno de mis ataques eran inútiles. La capitana continuaba incólume.

Entonces la rabia me cegó. Tomé la peineta de mi cabeza, e igual que hice aquella vez corté la palma de mi mano. Cuando la sangre brotó, sentí fluir dentro de mí el poder oscuro y con él la extraña fascinación que me causaba. Un aura lúgubre me cubrió y solo bastó una palabra susurrada para desencadenar el desastre.

Hringa.

De inmediato sentí como el savje en mi interior se expandió y generó una poderosa onda expansiva. A la capitana no la afectó porque reaccionó rápido y creó una barrera a manera de escudo que la protegió. Sin embargo, mi hechizo sí logró lanzarla hacia atrás, hasta quedar en la orilla de la plataforma. De ahí al suelo eran cientos de pies y una muerte segura.

Muy rápido la mujer se repuso. Sus ojos se posaron en mí, desorbitados y pronto entendí por qué. Mis manos estaban cubiertas por cintas de humo negro.

—¡¿Qué has hecho?! —dijo ella dirigiendo sus ojos de mí a un punto situado detrás de mí. Sin prestarme mas atención corrió por mi lado hacia ese sitio a mis espaldas.

Cuando me giré vi espantada lo que sucedía. Mi hechizo golpeó la barrera y terminó de abrirla, varios alferis y sus monturas, raudos, la atravesaban.

El resto de los soldados que permanecían en la plataforma estaban en el piso, cubiertos de sangre. A ellos también los impactó la fuerza de mi encantamiento oscuro. Lara Moira dejó de prestarme atención, se colocó frente a la reina a manera de escudo y empezó a arrojar runas de ataques a los invasores que penetraban el domo.

Miré a mi madre y me percaté de que temblaba. Al poco tiempo cayó de rodillas, pero sus manos seguían en alto y de ellas brotaba cada vez más energía, la cual dirigía a la abertura en la barrera que empezaba a cerrarse.

Sentí pánico de lo que había hecho.

Avancé hacia el borde de la plataforma y miré hacia abajo. Allá había una batalla campal, muchos alferis que penetraron por tierra se enfrentaban a nuestros soldados. El cielo empezaba a cubrirse con nuestros enemigos que cabalgaban sobre hipogrifos. Algunos volaban hacia nosotras. Lara Moira no sería suficiente para defendernos.

Gracias a la labor incesante de mi madre, la barrera estaba casi cerrada, los alferis que quedaban afuera ya no podrían atravesarla, pero el daño ya estaba hecho. Miré hacia atrás, donde nuestros propios soldados yacían muertos por la fuerza de mi magia y la culpa me embargó. Tomé una decisión, si no actuaba pronto las cosas se volverían todavía peor.

—Lara Moira —le supliqué—, haced una barrera alrededor de mi madre.

La capitana luchaba con su espada encendida con su poder contra un alferi que le arrojaba rayos desde un hipogrifo. Me miró de soslayo, la duda brillaba en sus ojos.

—¡No hay tiempo para tonterías, Alteza!

—¡No es una tontería! —le dije temblando—. Es la única forma.

—Defiendo a Su Majestad mientras combato —dijo ella lanzando una de sus runas contra el invasor que la esquivó con la lanza.

El enemigo, de plateada armadura, fijó sus ojos en mi madre y hacia ella apuntó su lanza.

Corrí hacia el alferi.

Lifa tek —susurré y arrojé la sangre que todavía escurría de la palma de mi mano en dirección al alferi.

De inmediato las gotas se convirtieron en un largo látigo carmesí, el cual se enrolló alrededor del cuerpo del enemigo y lo partió a la mitad sin darle tiempo a esquivar mi ataque.

De su cuerpo brotaron infinidad de hilos brillantes y plateados. Cuando todos ellos se dirigieron hacia mí, su luz incandescente me cegó. La tremenda energía del alferi me llenó por completo haciéndome sentir muy poderosa.

Cuando la transferencia cesó miré a la capitana que me veía horrorizada y con la boca abierta.

—¡Ahora, lara Moira, haced la barrera y protegedla!

Mas alferis volaban hacia nosotras, tenía que apurarme. Ansiosa esperé hasta que ella y mi madre estuvieron juntas y cubiertas por la barrera de la capitana. La fractura en el domo estaba casi cerrada. Entonces caminé hasta el borde de la plataforma y me abrí ambas muñecas con los cristales en la peineta, me aseguré de que mucha sangre saliera de ellas. Debido al poder que había tomado del alferi me sentía, increíblemente, fuerte.

—Lifa tek —volví a decir, y multitud de cintas rojas salieron de mí. No estaba segura de si lo que haría funcionaría, pero el combinar esos hechizos era nuestra única oportunidad. Las cuerdas carmesí flotaban a mi alrededor como si yo fuera una araña con miles de patas sangrientas. Susurré la segunda parte de mi hechizo recién creado—: Hringa.

La onda expansiva que suscitó el Hringa hizo que los hilos se extendieran por el cielo, alcanzaron todo aquello que volaba a mi alrededor, que en su mayoría eran enemigos.

Al término de lo que tarda en consumirse al fuego una brizna de paja, decenas de gritos se unieron al sonido de la lluvia y los truenos. El cielo resplandeció como si un enorme sol repentino brillara a nuestro alrededor, pero no era el sol, eran las decenas de cuerpos mutilados que entregaban su esencia mágica a mí.

El poder, el exultante poder.

Caí de rodillas y no supe cuanto tiempo permanecí así. El sonido, el color, el paso del tiempo y la existencia misma se fundían y transformaban en algo desconocido y tan fascinante como aterrador.

Fueron los gritos de lara Moira los que me regresaron a la realidad.

Corrí hasta ellas aun desorientada y con el piso temblando bajo mis pies. Mi madre se hallaba tumbada en el regazo de la capitana con el rostro cubierto de sangre. El absoluto terror cubrió de frío cada fibra de mi ser. Me arrodillé a su lado temiendo lo peor.

—¡Mamá!— dejé caer mi cabeza en su regazo, al instante sentí el peso de su mano acariciar mis cabellos.

Levanté el rostro y escuché su voz, antes clara, potente, serena y ahora temblorosa y rota.

—No...No fue tu cul...

No terminó la frase. Su mano se deslizó hasta caer en el suelo y ya no volvió a levantarse.

El grito de lara Moira resonó en la tormentosa oscuridad de la noche.

La escena se repetía una y otra vez en mi mente

Alguien estaba de pie delante de mí y me hablaba pero no podía entender lo que decía. Los lamentos de lara Moira llenaban mis oídos, la figura exánime de mi madre, mis ojos.

En algún momento mis pupilas vagaron por la tienda en penumbra, una pequeña luminaria era lo único que iluminaba el interior. Estaba sola.

No sabía si era de día o de noche, o cuánto tiempo había pasado. A mi lado había un tazón con un líquido que parecía sopa y otro plato con alimentos sobre el que revoloteaban algunas moscas.

Me levanté. Mis muñecas estaban vendadas con trozos de tela blanca un poco manchados de sangre. Me asomé al exterior. El sol despuntaba dándole un aspecto argentado al cielo matutino. La tormenta había pasado, solo quedaba el lodazal afuera. No se escuchaba otra cosa que el trajinar de algunos soldados y el trinar lejano de las aves.

Parecía que el horror solo habitaba en mi mente, al mundo a mi alrededor lo cubría un manto de plateada calma.

Pero cuando giré a mi derecha me di cuenta de que no era así, la tragedia era real.

Junto a la mía estaba la tienda de mi madre, esa dónde le dije cosas terribles, donde la llamé monstruo y le dije que la odiaba. A cada lado de la entrada ardía una antorcha y dos soldados la custodiaban. Temblando caminé hacia allá.

Al descorrer la lona de la entrada me encontré con un interior iluminado por varias esferas de luz flotantes y una preciosa urna de cristal sobre un pedestal. Lara Moira estaba allí, a su lado. Ni siquiera volteó a mirarme cuando entré.

La capitana ya no portaba la armadura negra, sino el uniforme de cuero que solía usar a diario. Llevaba el cabello oscuro recogido de cualquier manera y sus ojos se mantenían fijos en el interior de la urna.

Me acerqué con un nudo atenazando mi garganta y el frío envolviendo mi corazón. Me asomé al interior del féretro y allí en el fondo contemplé la imagen más bella y más horrible que jamás había visto en mi vida.

Mi madre reposaba vestida con sus adorados atuendos plateados de seda de araña. Su cabello blanco se extendía por sus hombros, igual de brillante que siempre como un manto albino. En la cabeza llevaba su diadema favorita, la que parecía hilos dorados.

El rostro de alabastro permanecía con los ojos cerrados. Nunca más volvería a ver su mirada cristalina, a veces acerada y otras tan tranquila como el Ulrich en verano. Los pálidos labios, un poco entreabiertos, parecían querer susurrarme el anhelado perdón.

Mi mamá yacía muerta en el fondo de esa urna y era mi culpa.

—El monstruo se ha ido —dijo la capitana—. Estarás conforme.

Las lágrimas empezaron a correr por mi rostro. En ese momento supe que el frío que sentía jamás me abandonaría.

—Yo en realidad no quería...no era mi intención...

—Siempre le dije que tenía que decirte la verdad —continuó la capitana en medio de su llanto silencioso—, que tenía que dejar de creerte una niña que se rompería con cualquier cosa. Sin embargo, siempre quiso protegerte del pasado y de la verdad. Pero ella ya no está y yo no soy tu madre. —La doliente mujer tomó de una mesita a su lado unos fajos de pergaminos encuadernados y me los dió. Los reconocí de inmediato pues muchas veces vi a mi madre escribir en ellos, los guardaba con mucho recelo, eran sus diarios—. Ten. Espero que al fin entiendas el gran sacrificio que hizo por ti y la perdones ahora que ya no está. Rogaré para que también puedas perdonarte algún día.

Tomé de sus manos los diarios y me asomé de nuevo para verla. Sabía que su imagen se me quedaría grabada hasta después de mi muerte.

Era la mujer que me dió la vida y yo se la quité. Me sentí tan culpable delante de lara Moira que no pude permanecer allí un instante más. Regresé a mi tienda con los diarios en mis manos.

Glosario:

Heidrsand: Heidr: claro, limpio, despejado. Sand: arena. Sería como arena limpia o arena clara. Es un tipo de material que se obtiene de las canteras en la costa de Augsvert. Es un material muy resistente para la construcción. Al mezclarlo con agua se obtiene una pasta que cuando se seca da una lámina de color claro arena, blanco o marfil de acabado pulido. Con él están construidos los palacios de Augsvert y las casas de las más ricas familias de sorceres.

Heiorgarorg: Cadena montañosa de altas cimas al este de Augsvert. En ella se ubica el palacio Adamantino.

Hjálmar gylltir: Viene del lysico: Hjálmar casco; gylltir: dorado. Sería como dorado casco. La principal runa para  su elaboracion (pero no la única) es Ipsil. En condiciones normales al conjurar solamente la runa de Ipsil se forma una barrera transparente que sirve a manera de escudo. El domo de Augsvert tiene la particularidad de que una de sus runas  permite el paso de los cambios climaticos y solo evita el paso de seres vivos.

Holmgard: Isla volcánica hacia el oeste del continente donde se encuentran los mejores forjadores y se producen las espadas con filo de obsidiana y acero bramasquino mas codiciadas del continente por su excelencia.

Hringa: del lysico. Serpentear. Para este hechizo de magia oscura (como para la mayoría de ellos) no se requiere la elaboración de runas solo sangre y decir la palabra aunque sea en susurro.

Lifa tek: del lysico lifa: vida; tek: tomar. Sería tomar la vida.

***Hola amigos, espero que no les haya parecido muy bizarro este capitulo de telenovela latina je, je.

Ya no queda nada para el final, solo el siguiente capitulo donde leeremos los diarios de la reina Seline. Espero que no odien mucho a Soriana, el resto de su vida lo único que hará será arrepentirse, y quien sabe, tal vez logre redimirse. 

Este capítulo va dedicado tambien a MLSandoval quien cuando aparecieron la reina Seline y lara Moira las shipeo, pero por supuesto DrausXCaos  continuó shipeandolas sin cesar. Muy bien por darse cuenta. Sori nunca imaginó.

Nos leemos el fin que viene con el final. Muchas gracias por llegar hasta aquí.


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