Capítulo XII: Prohibido amor (III/V)
Doceava lunación del año 292 de la Era de Lys. El palacio Flotante, Aaberg, reino de Augsvert
Algunos días después del cumpleaños de Erika, en palacio todos se preparaban para la fiesta del sol que sería la siguiente lunación. No pude dejar de pensar en lo diferente que sería esta celebración con respecto a la anterior, cuando me escapé con Erika y Aren. Los ojos se me llenaron de lágrimas al comprender que tal vez nunca más volveríamos a estar los tres juntos como en aquella oportunidad.
Erika se marchó de Augsvert la noche anterior, al menos eso había escrito en su carta de despedida.
La mañana del día anterior un haukr se posó en el alféizar de mi ventana. La hermosa ave de plumaje gris plateado al aterrizar replegó sus alas y extendió la pata donde llevaba atada una nota. Al desenrollar el pequeño pergamino reconocí la caligrafía de mi amiga:
«Sori, ¡soy tan feliz!
Dormund logró hablar con tu madre, ella lo escuchó y nos ayudará. Partiremos esta misma noche.
Cuando llegue a un lugar seguro volveré a escribirte.
Siempre estarás en mi corazón.»
Estaba feliz por ella. Saber que al fin lograría lo que tanto deseaba: estar al lado de Dormund, eso me alegraba. Pero a la felicidad era inevitable que la acompañara la desesperación, porque al irse Erika yo me quedaba cada vez más sola.
Suspiré y doble la nota que no me cansaba de releer. Era una masoquista, o tal vez guardaba la esperanza de hallar en las palabras algún significado oculto, uno donde la partida de mi amiga no fuera un hecho inexorable.
La puerta de mi habitación se abrió como si de pronto un vendaval la azotara.
—¡Soriana! —me increpó mi madre, furiosa, dando zancadas hacia mí. El ruido que hacía la seda de sus ropajes al caminar era similar al de la lluvia en la tormenta— ¡¿Puedes explicarme cómo es que rompiste el compromiso con Gerald sin mi autorización?!
No tenía ganas de discutir con ella. Me pasé las manos por la cabeza y suspiré.
—¿Eso no fue lo que me dijiste? ¿Que me comprometiera y aquietara al Heimr? ¡Pues bien, asesinaste a la mitad del Heimr, ya no es necesario continuar fingiendo!
Parecía que mis palabras la enojaron todavía más. Las manos de mi madre brillaron cuando su poder espiritual se encendió.
—¡¿Cuándo entenderás que lo que hice fue lo mejor para nosotras?! ¡Sigo esperando que madures, Soriana! Las decisiones de una reina nunca son fáciles.
—Me dijiste que no me obligarías a casarme con quien no quiero, ¿y ahora me reclamas porque hice exactamente lo que me dijiste?
Mi madre avanzó y me sujetó del brazo con fuerza, su poder me quemó ligeramente.
—Gerald es el nieto de lars Christenssen, ¡nuestro aliado, Soriana! ¡El comandante del ejército negro! ¡¿No entiendes que lo necesitamos de nuestro lado?! —De pronto me soltó, se tranquilizó y suspiró agotada—.
Es una suerte que el chico haya sido un tramposo. Lars Christenssen está tan apenado por la conducta de su nieto que no ha reclamado por la ruptura del compromiso.
La observé un momento y me pregunté cómo Dormund logró convencerla de ayudarlos. Mi madre era alguien que solo se movía con base en sus alianzas políticas.
—¡Es lo único que te importa, ¿verdad?! Tus acuerdos, tus alianzas. ¡¿Qué habría pasado si lars Christenssen se hubiera opuesto a la ruptura del compromiso?! ¡¿Me habrías obligado a casarme con quien no quiero?! —Cada vez me alteraba más, ahora era yo quien había encendido mi poder espiritual, que brillaba en un tono más oscuro del habitual—. ¡¿O me habrías desterrado de tu vida como hiciste con mis abuelos?! ¡Si mi padre viviera jamás hubiera asesinado a la mitad del Heimr como hiciste tú! ¡Mi padre era mucho mejor gobernante de lo que tú jamás serás!
El rostro de mi madre se contorsionó de una manera aterradora. Se acercó más a mí y estuve segura de que me golpearía, pero a menos de un palmo empuñó las manos y solo exhaló con fuerza. Entre dientes me dijo:
—Es posible que él haya sido un mejor gobernante de lo que yo seré. Aun así siempre haré lo que sea mejor para ti. —Ella se giró y me dio la espalda—. No sabes nada de tu padre, Soriana
—¡No sé nada de él porque nunca lo mencionas! ¡Dime madre, nunca lo amaste, ¿verdad?!
Ella se volteó y me miró. Algo extraño brillaba en sus ojos, una mezcla de odio y tristeza. En ese momento lara Moira entró muy agitada a mi recámara.
—¡Su Majestad, ha ocurrido algo!
Mi madre tardó un breve instante en variar la expresión de su rostro. La última mirada que me dirigió era de decepción. Después se giró para atender a la capitana.
—Algo ¿como qué?
—¡Hay una gran tormenta al norte, Majestad! Los alferis se han concentrado en el segundo pilar y han iniciado un ataque. —La capitana le entregó un pequeño pergamino, igual en tamaño a los que solían transportar los haukr—. El capitán, lars Percival, ha enviado esto.
Debían ser noticias todavía más aciagas porque el rostro de mi madre palideció. Giró hacia mí y muy severa me dijo:
—Debo partir de inmediato. ¡No salgas de palacio, Soriana! Terminaremos esta conversación a mi regreso.
El crujido del cuero y el resonar metálico del uniforme de lara Moira se unieron al fru fru de la seda del vestido de mi madre. Ambas salieron de mi habitación. Me quedé mirándolas, todavía temblando y agitada por la discusión con ella.
Cuando la puerta se cerró yo me desmoroné sobre la cama. Una tras otra, las lágrimas se convirtieron en un caudal tan grande como el Ulrich.
A la tristeza que sentía por la partida de Erika se le unió la impotencia que cada riña con mi madre dejaba tras de sí. Hubiese deseado que me consolara por la pérdida de mi amiga y no que me gritara por romper un compromiso con un hombre que no amaba.
Odiaba a mi madre.
Odiaba que ella me creyera inmadura; que ella no tuviera sentimientos; que para ella todo cuanto yo hacía estuviera mal. Quería tener la oportunidad de demostrarle que se equivocaba, que era ella la que no sabía nada. Quería tomar un espejo y mostrarle su reflejo, deseaba que viera el monstruo que yo veía.
No supe en qué momento me quedé dormida de tanto llorar, pero me desperté helada, temblando de frío. La ventana de mi habitación se encontraba abierta de par en par y el viento agitaba las hojas al mismo tiempo que el agua se colaba al interior. Al parecer se había desatado una pequeña tormenta afuera.
Me dolía el corazón, la garganta, el estómago, los ojos. Me sentía rota y ya no sabía si podría juntar mis pedazos algún día.
Cerré la ventana y tomé una capa de lana oscura con capucha para guarecerme del frío. Con mi ineludible escolta a mis espaldas, salí de la recámara dispuesta a dar un paseo por la galería que rodeaba el jardín. No me importaba el clima. A veces ver caer la lluvia traía paz a mi espíritu y justo eso era lo que quería en aquel momento.
Era casi verano y época de jazmines. Los arbustos cubiertos de blancas motas perfumadas se agitaban sacudidos por el viento y la lluvia. A los pasillos abovedados que rodeaban el jardín llegaba el aroma del petricor mezclado con la fragancia de las flores. Inspiré profundo y me llené del perfume dulce como si fuera un calmante capaz de anestesiarme.
—¡Soriana, aquí estás!
Me giré sorprendida de escuchar a Aren. Mi amigo caminaba muy rápido hacia mí.
—¡Aren! —Sonreí, genuinamente, feliz de verlo—. ¡Es maravilloso que hayas venido, me siento tan...
No me dejó terminar. Me apretó muy fuerte en un sentido abrazo, se estremeció y luego sollozó.
—¡Lo sé! —Él me separó un poco de su cuerpo, aunque sin soltarme del todo— ¡Debes estar tan devastada como yo!
Supuse que se refería a la partida de Erika. Lo más seguro es que ella también le había escrito despidiéndose.
—Ahora seremos solo nosotros dos —le dije soltándolo del todo y mirando sus ojos verdes empañados por la tristeza—. Pero estoy segura de que ahora será feliz.
Aren frunció el ceño, luego sus labios se curvaron en una triste sonrisa.
—Tienes razón, no debemos estar tristes por ella. Aunque me duele mucho todo esto. Confieso que tenía miedo de cómo recibirías la noticia, pensé que te encontraría destrozada, por eso cuando me enteré lo primero que hice fue correr hasta acá y buscarte.
Aren volvió a abrazarme y lo sentí llorar de nuevo sobre mi hombro. Si él lloraba yo no podría continuar manteniéndome tan serena. Mi corazón se agitó presa del dolor.
—No estés triste —intenté consolarlo—, ha dicho que escribirá pronto.
Entonces Aren me alejó bruscamente de su cuerpo y me miró con las cejas muy juntas. Algo en su expresión me aterró. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
—Soriana...
—¿Qué sucede? En su nota decía que escribiría. Estoy segura de que Erika no se olvidará de nosotros, Aren.
—Soriana... —Las lágrimas brotaron de sus ojos en tropel e intuí que algo estaba mal, muy mal. No podía ser que estuviera llorando así por la partida de Erika.
—Soriana, mi padre me contó lo que sucedió. Él estaba en la casa de lars Narsson cuando llegó la noticia.
—¿Qué noticia? —le pregunté con la voz temblorosa— ¡Aren, ¿qué noticia?!
—Lars Narsson lo sabía, no sé cómo se enteró, pero él lo sabía. —La voz de mi amigo sonaba quebrada, sus ojos no paraban de llorar—. Sabía y mandó a que los detuvieran en la frontera norte. Edmon partió hacia allá con un pequeño destacamento de soldados. Ni el mismo Narsson sabe bien qué pasó, pero Erika y Dormund están muertos.
Caí sentada en el brillante suelo del corredor. De pronto el mundo se volvió negro y mis oídos dejaron de escuchar los sonidos.
—Soriana, ¿estás bien?
—¡¿Alteza?! —Corrió hacia mí lara Ingrid.
Cuando volví a percibir mi alrededor, lara Ingrid me sostenía pegada a su costado. Me separé de ella de un empujón y sin atender a sus llamados avancé para salir de allí. La soldado y Aren comenzaron a perseguirme, no dejaban de gritar para que parara.
En lo único que podía pensar era en mi madre. Erika y Dormund le pidieron ayuda para escapar y ella se comprometió a hacerlo. Ahora ambos estaban muertos.
Sentí que alguien tironeó de mi mano. Era ella. El odio, la tristeza y la desesperación se mezclaron dentro de mí. Rápidamente, dibujé la runa de Erghion, una larga lengua dorado oscuro brotó de mi mano y se enrolló alrededor del cuerpo de lara Ingrid, que cayó, inmovilizada, sobre la grama.
Aren se detuvo abruptamente, su mirada alternaba entre la soldado en el suelo y mi persona. No le presté atención. Me di la vuelta para terminar de salir de allí, pero mi amigo me jaló de la muñeca.
—¡Soriana, espera! ¿A dónde vas?
Traté de zafarme de él y comenzamos a forcejear.
—¡Suéltame! ¡Ella tiene que explicarme qué ha hecho, por qué lo hizo! ¡Suéltame, Aren! —En realidad no quería hacerle daño, pero era tanta mi rabia que mis manos comenzaron a soltar chispas de energía. Él me soltó con un pequeño jadeo de dolor.
Eché a correr antes de que algún soldado apareciera e intentara detenerme. En la huida, el cabello que mantenía sujetado con las peinetas de libélulas, se me soltó. Había perdido una, pero no me detuve a recogerla. Quería llegar lo antes posible con mi madre.
¿Cuánto era capaz de hacer por mantener su alianza con los Narsson? Traicionó a Erika y a Dormund, estaba segura de eso. ¿Cómo si no se enteró el padre de Erika de que ella escaparía?
Jamás iba a perdonar a mi madre, nunca lo haría.
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