Capítulo XI: La última jugada
A pesar de que Aren y lara Regina me pidieron en varias oportunidades que descansará, yo no pude hacerlo.
Durante todo el trayecto que duró el viaje a Ormrholm, lo único que hice fue tratar de idear la manera de librarme de los métodos que la Liga de Heirr tenía para detectar magia oscura. Pero no pude pensar en nada, la ansiedad de lo que acababa de vivir y el temor de que pudieran atacarnos de nuevo, me lo impidieron. Mi pensamiento no era más que una amalgama de imágenes e ideas funestas sobre mi futuro.
Casi sin darme cuenta cómo, llegamos a nuestro destino. Los hipogrifos aterrizaron con suavidad. Al descender de la carroza me llevé una gran sorpresa. No estábamos en Ormrholm, sino en Augsvert, en los jardines del palacio Flotante.
—¿Qué es esto? —Descendí con la mirada sobre lara Moira, estoica como siempre, que era la única persona recibiéndome—. Creí que iríamos a Los tres picos.
El cabello se me alborotó y mi vestido ondeó debido al violento aleteo de los animales cuando la carroza a mis espaldas levantó el vuelo.
—¿Y ellos? ¿A dónde van? —pregunté a lara Moira que continuaba incólume, mirándome— ¿Ellos si irán a Los tres picos? Y ¿dónde está mi madre?
Giré a mi alrededor tratando de encontrarla, pero en las escalinatas del palacio solo estaba la capitana y muchos soldados de la guardia azul, más de los que normalmente había en las afueras del palacio. De pronto sentí miedo. ¿Por qué mi madre no vino a recibirme? ¿Acaso no estaba enterada de que estuve a punto de morir? ¿Sucedió algo en palacio que le impedía estar allí?
Lara Moira llevó sus manos de detrás de la espalda hacia adelante.
—Alteza, vuestra madre la aguarda.
Tragué e inhalé fuerte para apartar los pensamientos negativos que me asaltaban. Avancé detrás de la capitana. Con aprehensión noté que dos guardias marchaban a mis espaldas. Estaba franqueada por soldados.
Sin embargo, nos dirigíamos a mis aposentos. Durante el recorrido únicamente vi soldados azules en cada galería y recodo. ¿Qué significaba todo eso?
El mutismo de lara Moira no inspiraba tampoco confianza. Aunque verla tan calmada debía tranquilizarme, pues no había en Augsvert alguien más devoto a la reina que la comandante de la guardia real. Si ella lucía serena era porque nada tenía que temer, mi madre debía encontrarse bien. Durante el recorrido, me repetí aquello como un mantra, tratando de convencerme a mí misma de que, por más inquietante que me pareciera todo, yo estaba a salvo, en casa.
Al llegar a mis aposentos uno de los guardias apostados afuera abrió la puerta. Lara Moira se apartó para que yo entrara primero, luego lo hizo ella.
La pesada puerta se cerró detrás y yo di un respingo.
Mi madre salió desde mi recámara a recibirme en el salón de la antecámara. Se veía más delgada, con ojeras oscuras bajo sus ojos grises, aun así su pulida apariencia me impresionó. Vestía con toda la gloria que implicaba ser la reina regente de Augsvert: Llevaba la capa azul con el emblema de la flor de Lys bordado en hilos plateados; un vestido blanco de seda de araña, mucho más elaborado que cualquiera que le hubiese visto usar antes; en su cuello un enorme collar lleno de brillantes gemas y en la cabeza, en lugar de la redecilla de hilos de oro y zafiro que usaba de forma habitual, portaba la pesada corona de lapislázuli, plata y oro, la que solo se colocaba en ocasiones especiales.
Se me secó la garganta, algo muy, muy raro pasaba.
—Hija —jadeó—. ¡Estás a salvo!
De sus ojos se derramó una lágrima cuando los dirigió llenos de agradecimiento hacia lara Moira, quien se inclinó al retribuirle la mirada.
—Estaré afuera, Su Majestad, esperándolas. —Lara Moira se enderezó y luego se marchó.
Cuando se hubo ido miré a mi madre.
—¿Qué está sucediendo? ¡Me han atacado de nuevo!
—Lo sé, hija —dijo ella mientras me apretaba en sus brazos—, y gracias a Surt que ha sido así.
—¡¿Qué?! —Me aparté con brusquedad y la miré incrédula— ¡Casi muero! ¡De no ser por Dormund no estaría aquí!
—¿Dormund? —preguntó ella, ajena a mi perturbado estado de ánimo— ¿El hijo de dama Dhalia?
—¡Si, ese, mamá! ¡¿Cómo puedes alegrarte de que me hayan atacado?!
— ¿Lara Regina y lara Ingrid, no estaban contigo?
—¡Estaban, pero nos agredían por todas partes! ¡Ellas apenas si se daban abasto para evitar que nos volarán en pedazos!
Mi madre dio unos pasos por la habitación, meditabunda. Después habló de nuevo:
—Sin duda las cosas no siempre salen como uno las planea. Recompensaré al muchacho y hablaré con lars Percival. Tú nunca debiste correr riesgo, Soriana.
Empezaba a hartarme. Tal parecía que todo había sido un plan de ella.
—¡Quieres explicarme qué has hecho madre! —le exigí a los gritos.
—¡Estás alterada! ¡Cálmate, Soriana, que no ha pasado ninguna tragedia!
Empecé a reír de manera histérica. Me llevé el cabello hacia atrás, arrancándome las peinetas de libélula en el proceso.
—¡Que me calme, madre! —volví a gritar— ¡Casi me muero y tú me pides que me calme!
Ella exhaló, me tomó por los hombros como si sus manos fuesen garras y me obligó a sentarme en uno de los sillones.
—Escucha, nunca fue mi intención ponerte en peligro. Sabíamos que atentarían contra ti en el viaje a Los tres picos. —Ella lo sabía. Sus palabras me dejaron helada. —Ya sabíamos de los conspiradores, conocemos sus identidades, pero no teníamos pruebas. Si los acusaba delante del Heimr ellos lo negarían y desafortunadamente pertenecen a familias muy influyentes. —La expresión de mi madre se suavizó—. Sabíamos que atacarían tu carroza, la cual en apariencia estaría poco custodiada. Un destacamento del ejército negro aparecería y los tomaría por sorpresa, incluso antes de que el ataque pudiera hacerse peligroso. Ese era el plan. Pero supongo que algo falló. La misión de lara Regina era apoyar a lara Ingrid si hacía falta, ya sabes que es una prominente sorcerina, la mejor hechicera de Augsvert.
Al escucharla, me llevé las manos al rostro y luego masajeé mi frente. Di un largo suspiro. Las sienes me palpitaban, sentía los músculos de mi espalda dolorosamente contraídos. Fui la carnada en el plan de mi madre para cazar a los conspiradores, ya debería estar acostumbrada a sus manipulaciones. De pronto recordé a Englina.
—¿Por este atentado sacaste a Englina de Augsvert? ¿Qué tiene que ver ella en todo esto?
—Ella tiene todo que ver. Gracias a tu prima logramos descubrir a los culpables. No podía dejarla y exponerla.
—No, preferiste exponerme a mí. —Me levanté de golpe, sin ánimos de seguir discutiendo— ¿Y bien? ¿Qué sigue, ahora? Porque me imagino que tu plan todavía no termina.
Mi madre me miró fijamente.
—Ahora deberás cambiarte y ponerte tus mejores galas. Iremos a la Asamblea.
La Asamblea de hechiceros se encontraba en la misma ala que el Heimr, solo que la estancia donde se llevaba a cabo era por mucho, más grande.
Esa sería la primera vez que yo entraría a una sesión de la Asamblea, que vería a la reina ante todos los hechiceros, sus súbditos, así que me encontraba muy nerviosa. Mi madre me había dicho que debía mantener la serenidad durante la reunión, ella sería quien hablaría y yo solo lo haría si ella, y solo ella, me hacía preguntas. Después mencionó algo que me inquietó profundamente:
—Las decisiones que tomamos, buenas o malas, sus consecuencias nos perseguirán para el resto de nuestras vidas. Así que debes siempre tener la conciencia limpia y saber que actuaste de la única manera posible, por muy mala que parezca la decisión que has tomado.
—Madre...
—Lo que estás a punto de presenciar es la única alternativa posible.
Las grandes puertas dobles con el símbolo de la flor de Lys fueron abiertas para nosotras por dos soldados de la guardia real.
Detrás de mi madre y de mí entraron lara Moira y lara Ingrid, cada una se quedó al lado de quien debía proteger, a un paso por detrás.
Toda la Asamblea se puso de pie cuando entramos, el murmullo alto que la llenaba cesó por completo. Tomé asiento al lado de mi madre y di una mirada exploratoria a mi alrededor.
El salón medía varias varas de diámetro y tenía la forma de un semicírculo. Grandes cortinajes de terciopelo azul oscuro con la flor de Lys bordada en plateado, cubrían los altos ventanales. Los asientos se disponían en hileras semicirculares y en cada uno de ellos se sentaba un hechicero que miraba al frente, hacia nosotras, con una expresión confusa. Tal parecía que la reunión los tomaba por sorpresa. En uno de los asientos de la primera fila estaba tía Engla. Tenía la cabeza gacha y las manos sobre el regazo, retorciéndolas sin parar. A su lado debían estar tío Olestein, y Englina, pero sus lugares se encontraban vacíos, igual que muchos otros.
—Su Majestad —tomó la palabra un hechicero bastante anciano—, podéis explicarnos cuál es el significado de esto. ¡Me habéis traído hasta acá custodiado por soldados del ejército negro!
A las palabras del sorcere se le unió una avalancha de protestas provenientes del resto de los asistentes, la cual mi madre acalló con un movimiento de sus blancas manos. Después habló con voz potente.
—Mis queridos sorceres, hoy estoy ante vuestra presencia con el corazón destrozado. Varias lunas atrás, Su alteza, la princesa heredera sufrió un atentado en las montañas de Heiorgarorg. Estuvo a punto de morir. Os encomendé la misión de hallar culpables y vosotros trajisteis ante mí simples rateros, los presentasteis como los responsables del deplorable acto.
Mi madre hizo una pausa y de inmediato otro sorcere cuyo nombre desconocía habló:
—Lars Fergurson asumió la misión, él mostró pruebas, ¿no es así? —El hechicero giró a su izquierda. Me pareció que buscaba al mencionado, pero tres asientos más distantes al suyo, no había nadie sentado. —¡Oh! Parece que lars Fergurson no ha sido convocado. ¿Su Majestad, si él no está presente como podrá explicarse?
—No necesitamos que lars Fergurson se explique, lars Einar. Y por favor, os agradecería que nadie vuelva a interrumpirme. Decía que os encomendé una misión de suma urgencia y de acuerdo a vuestros resultados se tomaron acciones, las cuales fueron reforzar el domo. Pero yo tomé otras. —Todos los presentes se revolvieron en sus sillas— Desde ese día no he dejado de buscar a los verdaderos culpables, los conspiradores, quienes han fraguado un malévolo plan para destronarme a través de hija, a quien creyeron más frágil. Hoy se han atrevido a atacarla de nuevo. En su viaje a Los tres picos han osado atentar contra la vida de vuestra Alteza Real.
De nuevo un murmullo general recorrió la Asamblea. De pronto las altas puertas se abrieron. Por ella desfilaron varios hombres con la cabeza cubierta por sacos negros, sus ropas estaban en mal estado, sucias, manchadas en muchas partes por sangre seca o con desgarrones. Todos estaban atados de manos, unidos por sus cuellos por gruesas sogas.
Detrás de los prisioneros entraron miembros de la guardia azul, con sus espadas desenvainadas en las manos. Algunos permanecieron custodiándolos y otros se distribuyeron por todo el recinto.
Verlos con las hojas dispuestas hizo que mi corazón se agitara.
—Aquí esta la pruebo de que la conspiración es un hecho —volvió a hablar mi madre haciendo callar a la Asamblea. A una señal de sus manos los soldados descubrieron los rostros de los prisioneros.
Otra vez se esparció el ruido, pero esta vez eran jadeos de sorpresa. Las cabezas de los asambleístas negaban, se cubrían la boca, apartaban los ojos. Desde mi posición solo podía ver la espalda de los detenidos.
—¿Los conocéis? —preguntó mi madre con el despreció bañando sus palabras. A que sí, pues crecieron con nosotros. Los habéis visto desde siempre, sorceres igual a nosotros y, ¡se han atrevido a conspirar contra Augsvert!
Eran muchos, más de veinte los que se hallaban de rodillas frente a la Asamblea. Tía Engla desde su asiento lloraba y parecía a punto de desmayarse.
—Los valientes soldados que están aquí, comandados por lars Percival, los han atrapado en el acto, mientras disparaban sus hechizos de combate contra Vuestra Alteza Real. Lara Regina, Directora del palacio Adamantino, portadora de la orden de Lys, os podrá dar fe de todo lo que os digo.
De inmediato lara Regina se puso de pie en medio de la Asamblea y todos los presentes volvieron sus ojos a ella.
La imponente mujer hizo una reverencia en nuestra dirección y después relató como fuimos víctimas del atentado, y como ella, lara Ingrid y Dormund nos salvaron de la muerte. Contó, además, que una vez que todos los atacantes fueron apresados, ella misma en compañía de lars Percival y el maestro Vaahr fueron testigos cuando confesaron y mencionaron quienes eran los cabecillas dela conspiración.
—Gracias, lara Regina, por proteger Augsvert a costa de vuestra propia vida —dijo mi madre. Luego, con la voz más gélida que jamás le había escuchado, continuó—. Mi propia familia ha atentado contra mí. Lars Olestein, quien no solo planeaba mi muerte y la de la princesa Soriana, sino una vez haber obtenido el poder en manos de mi hermana Engla, asesinarla a ella y a su propia hija para gobernar solo él. ¿Cuán enfermo hay que estar para planificar algo así?
»Y los Hagebak, que nunca perdonaron que el rey Sorien repudiara a lara Weshalia, que guardan rencores profundos contra los Sorenssen.
»Los Kubrick, cuna de traidores. Os socorrí cuando la Asamblea os dio la espalda después del desastre de Ausvenia, y ¿de esta manera me pagáis mi buena fe?
»Los demás, los Orson, Fergurson, Zenitram, francamente no sé por qué habéis participado, aunque ¿hay motivos para la ambición desmedida?
La Asamblea se mantenía en el más absoluto silencio. De pronto pude escuchar sollozos, era tía Engla y otros provenían de los prisioneros.
—¡Piedad, majestad! —suplicó uno de ellos girándose hacia nosotras. Tenía los ojos rojos y el rostro desencajado por el terror. Lo reconocí era el padre de Devian, el compañero que no acudió a la competencia. En ese momento entendí por qué no había ido.
Lara Hagebak se giró también, pero su rostro expresaba algo muy diferente al del padre de mi compañero. Sus facciones estaban contraídas por el odio y el desprecio. Su cabello entre cano se agitó por la fuerza de su discurso.
—¡Prefiero morir que ver caer a Augsvert en manos de la dinastía Sorenssen! ¡Tú y tu maldita hija serán la ruina de este reino! —se dirigió a mi madre, luego la mujer escupió en el suelo.
—¡Deben ser juzgados! —dijo un sorcere que se puso de pie en una de las últimas filas. A él si lo reconocí, era lars Jenssen, el jefe de la biblioteca.
Mi madre dibujó una sonrisa aterradora en su rostro de alabastro.
—Ya lo están siendo, lars. Todos ustedes son testigos del juicio y ahora dictaré sentencia. Las familias Hagebak, Fergurson, Orson, Zenitram, Olestein, son condenadas al exterminio. —Las voces de los hechiceros, tanto prisioneros como asambleístas, se elevaron en exclamaciones de horror y peticiones de clemencia. Mi madre habló más alto que todos ellos—: Sus bienes serán confiscados y repartidos como mejor lo consideren los miembros de esta Asamblea.
—¡No podéis, Majestad! —clamó alguien desde el centro.
—Habéis perdido el derecho al voto al haber permitido que esta conspiración avance. Al haber puesto en peligro la vida de Su Alteza y el trono de Augsvert. Yo aún no estoy segura cómo debo proceder con vuestra negligencia. Tal vez sea magnánima y os perdone a todos. —La última frase de mi madre fue acompañada por el ruido metálico que hicieron todas las espadas cuando los soldados que rodeaban el recinto cambiaron su posición. Entonces la alarma general se esparció en el salón. Recordé que esa habitación, al igual que el Heimr, estaba revestida de ethel y por eso nuestra magia allí no tenía efecto. Mi madre los había encerrado a todos y los amenazaba a todos con su ejército—. Por ahora debéis estar tranquilos, mientras pienso en qué decisión tomar. Al menos vuestros hijos están seguros bajo la protección y custodia del ejército negro en el palacio Adamantino. Lo más idóneo es que renueven vuestros juramentos de lealtad hacia la casa Sorenssen y hacia nuestra magnífica nación.
—No, no está permitido obligar a ningún sorcere a realizar el Gefa grio, Majestad —dijo lars Einar con voz temblorosa.
Mi madre sonrió.
—Y no lo pretendo, lars, solo quiero que renovéis, de manera voluntaria, vuestros juramentos, Por supuesto, aquellos que no lo deseen pueden negarse e irse de Augsvert. No toleraré la traición nunca más. Vuestros descendientes permanecerán seguros en el palacio Adamantino, mientras esta peligrosa situación se controla. No quiero que estén en la ciudadela si hay conspiradores sueltos por ahí.
Tragué grueso al ver como mi madre hablaba sin vacilar. De pronto la corona sobre mi cabeza se hacía intolerablemente pesada. Los tenía acorralados, con sus descendientes como rehenes en el palacio Adamantino.
Ella se puso de pie, giró hacia lara Moira a su espalda y asintió. La comandante de la guardia real, a su vez, asintió en dirección a los soldados que custodiaban a los prisioneros. Sin previo aviso, cada uno levantó su espada y de un solo movimiento decapitó al prisionero que custodiaba.
Me tambaleé en mi asiento cuando los cuerpos permanecieron lo que tarda en consumirse al fuego una brizna de paja arrodillados y después cayeron, pesadamente, en la alfombra púrpura del suelo.
Si ya tenía pesadillas antes de contemplar como mi madre se convertía en un monstruo, en ese momento de mi vida sentí que mi alma se quebraba por completo y se cubría de tenebrosa oscuridad. ¿Era eso lo que se esperaba de una reina? Yo nunca podría llegar a realizar una masacre como aquella, aunque de eso dependiera mi vida o la vida de quienes amaba. No, jamás lo haría.
Después del sangriento evento, uno a uno los sorceres atemorizados, temblando mas que las hojas en los árboles durante el otoño, se arrodillaron frente a nosotras, besaron nuestras manos, cortaron la palma de las suyas e hicieron el Gefa grio, juraron proteger tanto el reino como la dinastía Sorenssen. Un brazalete rojo sangre se enrolló en la muñeca de cada uno de ellos.
Yo veía todo a través de un velo de lágrimas, como si lo que viviera fuera algo del todo irreal. Pero a diferencia de tía Engla, que no paraba de lamentarse en voz alta, mi llanto era silencioso.
Cuando aquella Asamblea del terror terminó y cada uno de los sorceres fue escoltado a su casa en la ciudadela y puesto al cuidado de los guardias del ejército negro, yo me quedé a solas con mi madre, sintiendo el penetrante olor de la sangre que todavía empapaba la alfombra del salón.
Sin esperarlo ella me abrazó. Su cuerpo me rodeó y yo no pude levantar ni un brazo para corresponderle. La sentí llorar en mi hombro y después peinar mi cabello con sus delicadas manos. Se separó de mí y pasó los pulgares por mis mejillas para secar las lágrimas.
—Quiero que sepas, Soriana, que lo sucedido el día de hoy no es tu culpa. Ellos nos traicionaron y no había otra manera para que nuestros súbditos entendieran que jamás deberán volver a hacerlo. Dejarlos vivos, aunque hubiese sido al último de sus descendientes, habría significado vivir con el peligro de que pudieran cobrar venganza, y yo no quiero jamás verte de nuevo amenazada.
Fijé mis ojos en los de ella, enrojecidos y ojerosos.
—¿Has dicho "dejar vivos aunque sea al último de sus descendientes"? —En ese momento el horror cobró una nueva dimensión, todavía más grande—. ¿Mataste también a sus descendientes? ¿A niños inocentes?
Las lágrimas corrieron de nuevo por mi rostro. Pensé en mi compañero, Davien, pagaría por los crímenes de sus progenitores y como él muchos otros.
—No existía otra manera, Soriana. Ahora tu trono también está asegurado.—Mi madre lloraba igual que yo— ¿Acaso tú no eres también una niña? ¿La niña más importante del reino? Ellos no dudaron al planificar tu muerte.
Y en mi nombre se cometían infinidad de crímenes.
No pude seguir allí, no quería tenerla cerca. Aunque ella dijera que no era mi culpa, acaso, ¿si yo no hubiese muerto en el primer atentado muchas vidas no se hubieran salvado? Mi madre no habría tenido que mancharse las manos con tanta sangre y yo no la consideraría un terrible monstruo.
Me levanté y me marché sin dirigirle una última mirada.
Cuando salí lara Ingrid se puso a mis espaldas. Ya no me importaba que la soldado no se apartara de mí, ya no me importaba nada. Entré a mi recámara, tomé un gran trago de leche de borag, me desnudé y me metí bajo las sábanas. Dormí casi todo el día.
***Hola, ¿Cómo están?¿Qué les ha parecido el capítulo? @Alden-Corey siempre sospechó de la culpabilidad de los Olestein,pór eso la dedicatoria. ¡Felicitaciones! Pero ¿esperaban que la reina actuara de esta manera? Nuestra pobre Soriana cada vez se trauma mas. Dos capitulos más y el final...
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