Capítulo VIII: Cumpleaños (III/III)

Séptima lunación del año 292 de la Era de Lys. Solsticio de invierno. Palacio Flotante, la ciudadela, Aaberg capital de Augsvert.

Estaba de pie frente al espejo de cuerpo entero de bronce de mi habitación. Una de mis doncellas terminaba de arreglarme el cabello y yo admiraba mi estampa. Llevaba un hermoso vestido con la rara seda de araña que mi madre había hecho traer de Vergsvert: un color indefinido, claro, que reflejaba la luz y la descomponía en multitud de diferentes tonos de blanco iridiscente. Debido al frío invernal el vestido tenía mangas ajustadas que se ampliaban en los puños hasta caer, casi al suelo, en pliegues delicados. Mis hombros los cubría una capa de lana entretejida con hilos de plata y lapislázuli. Usaba pequeños aretes brillantes; una delicada cadena de plata; en el cabello, mis peinetas favoritas con forma de libélula; en el dedo corazón el anillo emblemático de la dinastía Sorenssen y rematándolo todo, sobre mi cabeza, la diadema que me identificaba como la princesa heredera del trono de Augsvert.

Sentí vértigo y los dientes me comenzaron a castañetear. Disfruté mucho planificar con Erika mi fiesta de cumpleaños, pero ahora el pánico me sobrecogía. La tarde anterior, al ver llegar las diferentes comitivas de reinos vecinos y lejanos, entendí lo que estaba en juego: mi futuro.

Era mi cumpleaños número dieciséis. No era el más importante, ese sería el próximo, donde me nombrarían oficialmente heredera al trono y, sin embargo, la tensión en el ambiente podía cortarla con un cuchillo. Había demasiada magnificencia. Mi madre enviaba un claro mensaje: «Somos poderosos, estamos en nuestro mejor momento, no podrán derrotarnos.»

Y yo tenía que estar a la altura de ese mensaje.

El jardín lucía su máximo esplendor. El lago refulgía como plata líquida, miles de diminutas motas brillaban sobre su superficie hechizada. El puente de madera estaba adornado por enredaderas en flor e iluminado por esferas de Lys. Multitud de mesas, vestidas de fina mantelería, se hallaban desperdigadas sobre la grama y entre estas caminaban los sirvientes. Llevaban bandejas con vino de pera, de ciruela, licor del valle de los reyes, canapés de pescado, cremas azucaradas y perfumadas con exóticos jazmines, además de toda clase de dulces, algunos de los cuales ni siquiera yo había probado jamás.

Cada invitado exhibía sus mejores galas. Los sorceres al estilo de Augsvert: para las mujeres seda de araña en vestidos de colores claros y líneas simples, entallados al cuerpo y con pedrería resplandeciente, cuya hermosura radicaba justo en la fastuosidad de las telas en contraste con la sencillez del diseño, y sobre los hombros capas y abrigos de gruesa lana. Los hombres, con sus trajes oscuros adornados por cadenas y broches de plata, lucían sobrios y a la vez opulentos. Las fabulosas espadas al cinto dejaban en claro la habilidad que caracterizaba a los hechiceros de mi reino.

Era fácil saber quién era de Augsvert y quien no. Los extranjeros intentaban impresionar a fuerza de atuendos recargados: mucho oro, brocado, terciopelo, peinados elaborados, joyas grandes. Pero no lo lograban. Era como si, sin excepción, a cada uno de los sorceres los cubriera un aura sutil y al mismo tiempo poderosa que los hacía sobresalir.

Escoltada por lara Ingrid, aguardé dentro del palacio a la comitiva de mi madre para salir juntas y dar inicio al baile.

Decir que estaba radiante sería injusto. Mi madre, la reina Seline Sorenssen de Augsvert, se veía magnífica. Nadie jamás podría ni siquiera igualarla. Sonreí turbada por su grandeza y esperé a su lado. La orquesta dejó de tocar. A nuestros pies se extendió al instante una alfombra de diminutos brillos que se desplegaba a medida que avanzábamos. Lars Jenssens lanzaba las runas del hechizo que hacía brillar la grama bajo nuestros zapatos.

El paje nos anunció y mi madre y yo caminamos una junto a la otra, sin mirar más que al frente. Al llegar al centro del jardín ambas nos detuvimos y giramos hasta quedar espalda con espalda. Exhalé y tomé aire con fuerza. El hechizo que estábamos por hacer era una demostración de poder, la gloria de Augsvert provenía de él. Desde niña mi madre me había aleccionado en su realización y para mí se había convertido en algo sencillo y casi cotidiano, pero allí, frente a todas esas importantes personas, mis manos temblaban ligeramente. Mi madre, a mi lado, susurró: «tranquila». Contó y al llegar a tres levantamos las dos los dedos índice y medio de la diestra y los llevamos al frente. Realizamos el complicado movimiento de muñeca para dibujar en el aire la runa de Ipsil. Esta refulgió por un momento y luego se quebró en miles de fragmentos resplandecientes que se unieron en una intricada red de luz: plateada la de mi madre, dorado rojizo la mía y ambas entremezclándose. La luminosa malla se elevó y cubrió con una forma de domo toda el área del jardín donde se llevaba a cabo la celebración. La barrera resplandecía como si fuera luz líquida, estrellas fundidas por encima de las cabezas de los presentes. Ese era la base del hechizo del Hjálmar gylltir, el origen del domo mágico de Augsvert. De inmediato dejó de sentirse el frío invernal para pasar a estar rodeados de un clima agradablemente cálido.

Decenas de aplausos y murmullos asombrados de nuestros visitantes extranjeros se propagaron por el jardín. Mi madre y yo hicimos una ligera reverencia con la cabeza y tomamos nuestro lugar en las altas sillas de resplandeciente heidsardr, lapizlázuli y terciopelo, dispuestas para nosotras a un lado de la celebración. La música volvió a sonar y entre miradas asombradas se reanudó la celebración.

Delante de nosotras comenzaron a desfilar cada uno de los invitados haciendo sus reverencias y obsequiándome regalos, además de sus buenos deseos de cumpleaños. Entre ellos no faltaron los visitantes extranjeros, que yo sabía, mi madre había invitado con la esperanza de que eligiera a alguno como mi prometido. La miré de soslayo, su rostro de alabastro sonreía sereno.

—Supongo que tendré que escoger a alguno —dije en un susurro mientras asentía a las bienaventuranzas del viejo príncipe de Vergsvert.

—Ya lo hablamos, Soriana —dijo ella sin perder la expresión tranquila—. Era necesario invitarlos para tranquilizar a la Asamblea y al Heimr, pero tienes un año para hacerlo, no tienes por qué apresurarte.

—Sin embargo, has invitado a muchos nobles extranjeros, madre. Supongo que debo escoger a alguno de ellos —repliqué con el estómago encogido mientras veía al segundo príncipe de Briön: un hombre bajito y calvo.

—Jamás te obligaría a casarte en contra de tu voluntad, Soriana. Se los he explicado al Heimr, no obstante debes casarte, o al menos comprometerte hasta que logre desenmascarar todo este asunto de la conspiración.

Sus palabras me hicieron girar a verla. Habíamos hablado en días anteriores de las sospechas de mi madre de que se fraguaba una conspiración en nuestra contra por causa de la profecía. Ella había dejado en claro que una manera de aquietar a los sorceres era casarme, pero ahora daba a entender que eso no era obligatorio. Fruncí el ceño.

—¿Qué quieres decir, madre?

Ella colocó una mano sobre las mías.

—Yo menos que nadie te obligaría a pasar el resto de tu vida con alguien a quien no quisieras, hija. Resolveré todo este asunto. Ahora, si tu deseo es casarte, te exhorto a que lo hagas con consciencia. Podrías, además de involucrar tus sentimientos, beneficiar al reino.

En realidad, yo no deseaba casarme, sin embargo, quería saber qué opinaba, así que la escuché atenta.

—Gerald, por ejemplo —remató.

—¿Gerald? —Me sorprendió su elección—. Él no tiene ninguna opción de gobernar Doromir. Además, su reino es el más distante a nosotros.

Mi madre sonrió y me dedicó una rápida mirada antes de volver sus ojos de cristal al centro, donde unos bailarines ejecutaban una hermosa danza.

—Es cierto, su reino es muy lejano y él no tiene opción al trono, pero es el nieto de lars Christenssen, el comandante de todos los ejércitos de Augsvert. Una unión con su familia aseguraría nuestra dinastía en el poder y más en estos tiempos de traiciones. Asegurar el apoyo incondicional del ejército es invaluable, Soriana. Además, el joven Gerald es un muchacho apuesto, inteligente y un sorcere bastante capaz. Tú y él han consolidado su amistad, así que no es un extraño para ti.

Las palabras de mi madre me estaban mareando. «Tú y él han consolidado su amistad». «No es un extraño para ti» ¿Ella me espiaba? Bueno, en realidad, Gerald había pasado el último año conmigo entre el palacio Adamantino y el palacio Flotante, lo cual no era un secreto. De pronto la luz se hizo en mi mente. Me reí de mi descubrimiento y de mi inocencia.

—¿Qué sucede? ¿De qué te ríes?

—¡Tú y lars Christenssen lo planificaron todo! Que Gerald viniera y se alojara en el palacio Flotante en lugar de hacerlo en su casa materna, en la ciudadela. —Volví a reír incrédula—. El castigo en la biblioteca cuando me escapé durante la fiesta del Sol ¿también lo planificaste? —Ante mi pregunta, mi madre carraspeó y evitó mis ojos. No podía creerlo—. Con razón me extrañó que fueras tan indulgente enviándome a la biblioteca. Claro, él estaría allí y tú esperabas que nos relacionáramos.

Rompí a reír con amargura. Realmente mi madre no dejaba nada al azar.

—Si te lo hubiera dicho te habrías negado. Te encanta llevarme la contraria. Fue mejor así, de manera natural. Que surgiera entre ustedes lo que tuviera que surgir, con un poco de suerte se enamorarían y no tendrías que casarte por obligación. Lo único que hago es ayudarte, Soriana. Si Gerald no te agrada, no te obligaré a nada. Pero piénsalo, solo eso te pido.

Apreté los dientes. Realmente no sabía qué sentir, una vez más era manipulada por ella. Decía que no me obligaría, aun así allí estaba, planificando mi vida. Me levanté de la silla, no podía continuar a su lado.

Caminé en medio de las reverencias de los invitados, bastante ofuscada. Varios de los nobles extranjeros me abordaron con la esperanza de que conversara con ellos, cuando yo lo único que deseaba era estar sola, alejarme todo lo que más pudiera de la presencia agobiante de mi madre.

Al mirar a las personas a mi alrededor, no me sorprendió no hallar a mis abuelos entre ellos. Una vez más la reina los dejaba por fuera, los apartaba de los eventos que involucraban a nuestra pequeña familia. Jamás había comprendido por qué los rechazaba con tanta ferocidad. Pero así era ella, intransigente, indescifrable.

Una de las sirvientes pasó por mi lado con una bandeja con copas de vino. Tomé una y la apuré de un solo trago, la dejé sobre la bandeja y, bajo la mirada asombrada de mi escolta, que permanecía a mi costado, tomé otra copa. Erika se acercó a mí desde el fondo del jardín.

—Soriana, el hechizo de Ipsil salió genial ¿Qué te sucede? ¡Estás temblando!

—¡Ella lo planificó todo!

Erika me miró confundida.

—¿Quién planificó qué cosa?

—¡Mi madre! ¿Recuerdas el castigo que me dieron cuando escapamos a la aldea Rek Dorm en la fiesta del Sol? Mi madre me envió a la biblioteca y yo me reí de ella, de que me castigara con algo que me gustaba. Pues bien, lo hizo a propósito. Sabía que Gerald estaría allí y contaba con que nos enamoráramos. ¡Ella quiere que me case con Gerald!

Erika permaneció en silencio, bebiendo tranquilamente el vino en su copa. Giré a verla esperando de que dijera algo, de que me apoyara en mi furia.

—¿Qué? —preguntó cuando, insistente, seguía aguardando su respuesta, pero ella no parecía tan furiosa como yo—. Oye Soriana, sabes que te adoro, eres mi mejor amiga y serás mi reina y yo tu devota súbdita. Lo que hizo tu madre no me parece tan malo. Ya, ya, ya, no me mires así, escucha: Gerald es simpático, lo conoces, es nuestro amigo, es apuesto y estoy segura de que te quiere, no hay mejor opción, por ahora, que él, excepto Aren, claro. Pero tú no quieres a Aren.

—¡Mi madre quiere planificar mi vida, Erika! ¡¿Por qué no lo puedes ver?! —le pregunté aguantando las lágrimas.

—Yo solo veo que la reina quiere protegerte. Pudo imponer su voluntad, simplemente ordenarte con quien casarte y en lugar de eso se ha esforzado porque, al menos, tengas la oportunidad de enamorarte.

Yo no quería escuchar razones, yo quería odiar a mi madre y mi amiga no me lo hacía fácil. Hubiese deseado escoger por marido a algún sirviente y ver arder el mundo. Tristemente, sabía que si lo hacía la primera en arder sería yo.

Exhalé derrotada. Tal vez Erika tenía razón.

—No quiero casarme, Erika.

—No tienes que hacerlo. Al menos no todavía. Tranquiliza a todos. Si Gerald te lo propone, acepta el compromiso. Tú serás la reina, puedes romperlo después y entonces casarte con quien desees. Creo que la idea de tu madre es asegurar el trono, tu trono, Soriana.

Mi amiga era más sensata que yo, ella tenía razón. Mi madre había dicho que tenía un año para escoger y tal vez otro para casarme, quizá me ahogaba en un vaso de agua.

Erika me abrazó y acarició mi cabello blanco, luego susurró palabras tranquilizadoras. Cuando nos separamos ella sonreía, dio dos pasos atrás y dijo para cambiar la conversación:

—Estás hermosísima. Mi cumpleaños diecisiete se acerca. Creo que le pediré a mi padre que me encargue una seda de araña como esta para hacer mi vestido.

Yo sonreí más tranquila y nos dedicamos a caminar de aquí para allá entre los invitados. Algunos de mis pretendientes nos abordaron y después de hablar un poco con ellos nos excusamos de manera educada.

—Mira, allí está Dormund —le dije a mi amiga, señalando hacia un extremo de la fiesta, algo solitaria.

El joven hechicero lucía más atractivo que nunca. El cabello oscuro lo llevaba suelto y le caía sobre los hombros. Su atuendo no era refinado como el de la mayoría de los invitados, pero él tenía un porte tan elegante y atlético que de cualquier forma se veía bien. Vestía con chaqueta negra, larga hasta las rodillas y cerrada desde la cintura al cuello. Los botones y las muñequeras de plata eran la única luz en su vestimenta, eso y sus ojos azules, brillantes como el lago en el medio de la fiesta.

Mi amiga de inmediato empezó a temblar. Era impresionante el poder que él tenía sobre ella.

—Vamos hasta allá —le dije.

Al llegar, el joven nos saludó con una reverencia. Casi ni me miró, sus ojos estaban fijos en Erika.

—Te veo después, ¿sí? —Tuve la impresión de que se había olvidado de que yo estaba a su lado. Me sentí del todo ignorada, suspiré y los dejé solos.

Di otra vuelta por los alrededores tratando de evitar a las personas y me encontré a Englina. Justo cuando pensaba cambiar de dirección ella me miró. Lucía diferente, tenía ojeras bajo los ojos azules y cuando me vio no lo hizo como siempre, con aquel dejo de superioridad, sino con temor.

—Hola —le dije cuando estuve frente a ella— ¿Cómo has estado?

Ella asintió, se mordió el labio y esquivo mi mirada. Pensé que no quería hablar así que me dispuse a marchar.

—No puedo olvidarlo —dijo de repente y me detuve al escucharla—. Tampoco puedo dormir.

Giré y la vi de nuevo, ahora con más detalle. Además de tener los ojos llorosos, su cabello estaba mustio, menos lustroso y ella más delgada.

—Ellos... ellos querían matarnos, Soriana —dijo y comprendí que se refería al atentado.

Al parecer yo no era la única pasándolo mal.

—No debes preocuparte. Mi madre lo resolverá.

Ella apartó la mirada de mí y negó.

—Están muy cerca, Soriana. Quieren asesinarnos. Iba a matarme también a mí.

Tragué conteniendo las lágrimas. De nuevo sentí mi estómago contraerse y la bilis ascender a mi garganta. Estuvieron a punto de matar a mi prima y todo por haber estado a mi lado.

—Nadie va a matarte, Englina— «A mí tal vez» pensé con amargura.

—Tú no entiendes, Soriana. Están muy cerca de ti y de mí, no se apiadarán ni siquiera de mí, nos matarán a todas. Creo que nos odian.

Empezaban a preocuparme sus palabras. Quería hacerle entender que ella no corría peligro. Antes de poder decírselo, Englina giró y se marchó, temblando, sin siquiera despedirse.

Me quedé en el sitio sin saber muy bien qué hacer. La escabrosa conversación me había descolocado y tener a lara Ingrid detrás, como una ominosa figura no me tranquilizaba. Mi escolta me miraba con ojos inescrutables. Sabía que había escuchado la conversación, sin embargo, no decía nada, ni siquiera para consolarme.

Quería irme, abandonar la fiesta y encerrarme en mis aposentos, escapar de las personas que me rodeaban, de mi vida y mi destino. Deseé haber nacido siendo una campesina con una vida común, cuya mayor preocupación fuera si las gallinas ponían menos en invierno.

Cuando estaba a punto de escaparme, localicé a Aren.

Caminaba por el centro del jardín donde se concentraban la mayoría de los invitados, su cabeza giraba a uno y otro lado. Verlo fue como si hubiese ingerido un gran trago de leche de borag. Me calmé y sonreí ampliamente. Me alegré al suponer que nos estaba buscando a Erika y a mí.

Al atravesar el jardín, la multitud se apartó y se inclinó en reverencia para darme paso. Les hice una seña para que cesaran el protocolo y me acerqué a Aren. Lucía genial, parecía mayor con el cabello recogido en una coleta en la nuca y vestido como uno de los miembros del Heimr: de negro. Su chaqueta tenía adornos con cadenas de oro, la llevaba abierta y debajo de ella usaba una camisa azul. En el cuello tenía un pañuelo de seda blanco y azul, los colores de la casa Sorenssen. Que él los llevara me hizo pensar en que era su manera de honrarme.

Me contempló por un momento, serio, e hizo una reverencia, luego sonrió y caminó hasta mí.

—Creí que no vendrías —le dije.

—¿Cómo no iba a venir? Era solo que. —Aren dudó—. Nos demoraron afuera, mientras los guardias nos registraban.

Me apené de inmediato. Siempre era lo mismo con los Grissemberg.

—¡Oh! ¡Discúlpame por favor! ¿Dónde están tus padres? Quisiera excusarme con ellos por el mal rato que les han hecho pasar los guardias.

—No es necesario, Soriana, no es tu culpa. Es difícil que el ejército olvide a mi tío abuelo.

—Han pasado mas de cincuenta años, Aren. ¿Cuándo lo olvidarán? —alegué enojada—. De todas formas, quiero saludarlos.

Ambos caminamos por el jardín hasta hallar a los padres de mi amigo. Los dos hablaban con otro de los miembros de la Asamblea. Al verme callaron e hicieron una pronunciada reverencia.

—Lares —los saludé—. Aren me ha contado que os han incomodado afuera. Quiero ofreceros mis disculpas —Yo incliné levemente la cabeza en su dirección.

—¡Oh no, Su Alteza! —exclamó lara Revna, la madre de mi amigo—, de ninguna manera nos incomodaron.

—Así es —intervino su esposo, lars Ivar, luego volvió a inclinarse e hizo un halago—: Su Alteza, estáis muy hermosa, dadle nuestros respetos a Su Majestad.

Yo asentí y después de hablar algunas trivialidades más, Aren y yo nos alejamos de ellos, caminamos hasta llegar a un sitio solitario del jardín.

—¿Y Erika?

—Debe estar por ahí, saludando —le contesté a mi amigo.

—Y ¿cómo te encuentras? —me preguntó él, sentándose a una de las mesas algo escondida entre dos arbustos en flor.

—Mejor —mentí—. Mamá se esfuerza en descubrir a los culpables del atentado. No me dejan salir a ninguna parte y cuando puedo. —Suspiré y señalé con los ojos a lara Ingrid detrás de mí, con su rostro amenazante y la mano en la empuñadura de la espada—, ella me acompaña incluso a la sala de baño.

Aren sonrió condescendiente y acarició el dorso de mi mano sobre mi regazo. Ante su gesto lara Ingrid avanzó, tuve que hacerle una seña para indicarle que estaba todo en orden.

—No tienes que salir, puedo venir a visitarte más a menudo, si lo deseas, claro.

—Eso estaría bien. Me aburro horrores sola en palacio.

—¿Y Gerald? Él también está en el palacio, ¿no te hace compañía?

Giré a verlo pues me había entretenido arreglando los pliegues de mi falda. Aren me miraba mordisqueándose el labio inferior.

—A veces. Pero es aburrido. Habla mucho de él, ¿sabes? «Yo esto, yo tengo, yo soy» ¡Ah! ¡Creo que te he extrañado mucho!

Mi amigo sonrió y quitó la melancólica expresión que traía desde que nos encontramos.

—También yo te he extrañado.

Nos quedamos en silencio mirándonos a los ojos y otra vez el corazón se me aceleró como me pasó en el palacio Adamantino. La idea de besarlo cruzó, fugaz, mi pensamiento. Gracias a los dioses, Aren rompió el embrujo. Apartó la mirada y la dirigió a su regazo, en ese momento, me di cuenta de que traía una pequeña caja en las manos.

—Te he traído un regalo. No es nada costoso. —Empezó a explicar con las orejas rojas. Que se avergonzara me hizo gracia—. Es algo para que me recuerdes mientras no podamos vernos.

—Pero has prometido que vendrás a verme más seguido. —Hice un puchero. Encontraba una extraña satisfacción en mostrarme indefensa y necesitada frente a él.

—Así es —se apuró a contestar mi amigo—, pero cuando no esté... quiero que pienses en mí.

¡Dioses! Los ojos verdes de Aren brillaban de una forma magnética. No podía apartar la vista o tal vez no quería hacerlo. Me mordí el labio y su mirada se desvió hacia mi boca. Él exhaló con fuerza y parpadeó de nuevo. Tomó la cajita y me la entregó. Antes de que pudiera agarrarla, lara Ingrid interpuso su mano y negó mirándome. ¿Qué le pasaba a esa mujer?

—Está bien, es solo un regalo—le dije levantando un poco la voz.

—Alteza, no deberíais. Su Majestad ha ordenado que todos los obsequios deben ser antes minuciosamente revisados.

Bufé, molesta, y le arrebaté la caja a Aren de las manos sin prestar mayor atención a mi insufrible escolta. Sabía que le diría a mi madre de mi proceder y después ella me reñiría, pero no me importaba. Aren era mi amigo mas cercano, sería imposible que atentara en mi contra.

La caja era pequeña y no pesaba. Me entró la curiosidad. ¿Qué podía haber adentro? Solté el lazo azul y quité la tapa. Era un pequeño bulto envuelto en seda de araña blanca. Subí el rostro y lo miré, él me observaba, atento. Tomé la tela mientras, de soslayo, veía la cara de lara Ingrid contraerse, parecía tener problemas en contener su impulso de arrebatármela de las manos. Yo sonreí tanto por el obsequio como por el sufrimiento que delataba el rostro de mi escolta.

La tela era un pañuelo blanco con los orillos bordados en azul. En el centro tenía dos letras: SS sobre una flor de Lys. Eran las iniciales de mi nombre sobre el blasón de mi familia: la flor de Lys azul.

—Es hermoso —dije.

—Mira adentro —señaló él. Había una flor de Lys grande, brillaba en azul, cargada con la energía espiritual de mi amigo. Era una de sus flores hechizadas—. Esta es especial. Puede enviar mensajes. Cuanto tienes que hacer es decirlo seguido de mi nombre y ella me encontrará donde quiera que esté y me dará tu recado.

Enarqué las cejas, sorprendida, jamás había escuchado ese hechizo. Imaginé que sería alguno guardado con celo por su familia. Saqué la delicada flor, la cual quedó suspendida sobre mi mano y brilló con la cálida energía de mi amigo. Podía reconocer su savje en ella, su esencia era afable, segura y tibia.

Lo miré de nuevo: su rostro cerca del mío, iluminado por el resplandor de la flor; el calor de su aliento que chocaba contra mi cara. Me mordí el labio y cerré los ojos.

—¡Ah! ¡Aren aquí estás!

Abrí los ojos y me separé de golpe de Aren, la caja y el pañuelo se cayeron al suelo. Miré al recién llegado, eral Gerald. Lara Ingrid aferró con fuerza la espada y parecía dispuesta a rebanarle el cuello. El pelirrojo dio dos pasos atrás, aterrado.

—¡Por el cetro de Lys, lara Ingrid! Todo está bien, son mis amigos.

La mujer dudó, me miró a los ojos y aflojó el agarre aunque no soltó su arma.

—Tu, tu madre te busca —dijo el pelirrojo, todavía asustado—. Está por allá, del otro lado del lago. Parece algo urgente lo que tiene que decirte, así que me ofrecí a buscarte.

—¿Algo urgente? —le preguntó mi amigo, luego se dirigió a mí —Discúlpame, princesa, ya regreso.

Yo asentí. Si Gerald no hubiese llegado probablemente, aun con lara Ingrid allí, habría besado a Aren y tal vez habría cometido el error de mi vida. Mi amigo se levantó y se alejó dando zancadas. El recién llegado ocupó el lugar que él había dejado.

—¿Qué es esto?—Gerald recogió el pañuelo y la caja del suelo.

—Un regalo. —Tomé los objetos de sus manos y me apuré a guardar la flor y el pañuelo en la caja. Tuve la impresión de que el rostro del pelirrojo se había tornado taciturno—. No te había visto.

—Conversaba con mis abuelos. Yo, en cambio, no he podido dejar de observarte. También te he traído un regalo.

Antes de que mi escolta, deseosa de sangre, pudiera hacer algo, le hice una seña para que se tranquilizara.

Gerald metió la mano en el bolsillo de su chaqueta azul oscuro y sacó una primorosa cajita repujada con incrustaciones de lapislázuli.

—Ten.

Cuando la abrí hallé dentro una cadena delgada de oro, de ella pendía un camafeo del mismo material.

—Ábrelo.

Adentro, en cada una de las caras había una pequeña placa de plata, también repujada y ambas lacadas. La derecha era el blasón de la casa Sorenssen y la de la izquierda el de Los Van der Hart, su familia.

Cuando subí el rostro Gerald me miraba fijamente.

—Soriana, este tiempo contigo ha sido muy especial para mí. —Sus palabras desencadenaron un fino temblor y horribles ganas de escapar de allí. —Eres alguien muy especial, además de una hermosa joven. —No quería que siguiera hablando. La voz de Gerald se había vuelto baja; sus manos, trémulas; sus mejillas, sonrojadas. Él estaba igual de nervioso que yo—. He pensado mucho en lo que quiero decirte y no creas que tiene que ver con alianzas políticas. No lo negaré, al principio fue así, pero mientras más te conocía, más me cautivabas. Aunque no fueras la princesa de Augsvert, de igual manera te pediría lo que deseo pedirte. —No. No quería que lo pidiera, no quería que lo dijera—. Soriana, yo quisiera que me dejaras cortejarte.

Me levanté, di varios pasos lejos de él. Cuando Gerald trató acercarse más, lara Ingrid se lo impidió. Por primera vez agradecí que estuviera a mi lado.

Cerré los ojos y a mi mente regresó la conversación con mi madre, todas las conversaciones con Erika, el Heimr pidiendo que me casará, la maldita profecía.

«Cuando la reina rechace al pretendiente, la tragedia encontrará su aliciente».

Aquella frase vino a mí. Yo todavía no era la reina. ¿Qué quería decir? ¿Qué no debía rechazar a Gerald, ¿qué era mi madre quien no debía hacerlo? Abrí la boca y tomé una gran bocanada de aire. ¿Qué debía contestar? Mi madre quería que me comprometiera con Gerald, el Heimr también esperaba que lo hiciera, quizás no con Gerald, pero sí que lo hiciera pronto y de esa forma evitar la desgracia que anunciaba la profecía.

—No tienes que contestarme aún, Alteza. Mañana partiré de regreso a Doromir. Puedes enviarme un haukr con tu respuesta. Nada me haría más feliz de que fuera sí. Te juro que si aceptas me rendiré a tus pies, no habrá nada que no haga por ti. Te entregaré mi voluntad y mi corazón.

Sus palabras apasionadas me sorprendieron. Nunca nadie me había dicho algo semejante.

«Tú serás la reina, puedes romperlo después y entonces casarte con quien desees». Las palabras de Erika retumbaron en mi cabeza.

«Una unión con su familia aseguraría nuestra dinastía en el poder y más en estos tiempos de conspiración». Y las de mi madre.

Me giré dispuesta a darle una respuesta. Gerald me miraba anhelante.

—Acepto —dije muy rápido. Si seguía pensándolo le diría que no—, pero, por favor, no lo hagamos oficial aún, ¿sí?

A Gerald pareció no importarle mi condición. Su sonrisa se ensanchó, cuando trató de abrazarme, lara Ingrid de nuevo lo impidió.

—Dedicaré mi vida a hacerte feliz, princesa. ¿Puedo?

Yo asentí y le hice una seña a mi escolta. Gerald se aproximó con la cadena en la mano y la colocó en mi cuello. El tacto de sus dedos me transmitió un escalofrío. Al volterame nos contemplamos un momento y él hizo una pronunciada reverencia, la destinada a eventos protocolares, yo le correspondí. Traté de sonreír, pero no pude. Me sentía muy nerviosa y sin estar segura de que mi decisión hubiese sido la correcta.

—Su Alteza. —Lara Moira se había acercado a nosotros. Vestía el uniforme de gala, azul ultramarino, y lucía impresionante— Su Majestad la requiere.

Yo asentí, me despedí de Gerald con una mueca que pretendía ser sonrisa y me escapé al trono, a darle la noticia a mi madre. 

Hjálmar gylltir: Del lísico. Casco dorado. Este hechizo es el que protege a Augsvert. Es una barrera en forma de domo y tiene unas particularidades que hace que se extienda y cubra el extenso territorio del reino. Su base de elaboración está en la runa de ipsil, que es la que lanzaron la reina Seline y Soriana durante el capítulo. Mas adelante se explicará una poco mas sobre el Hjálmar gylltir.

Flor de Lys: Para esta novela es un lirio blanco, simbolo de la casa Sorenssen (sobre fondo azul) y de la diosa de la magia blanca, Lys. En realidad la flor de Lis es un simbolo bastante común en heraldica, sobre todo en Francia donde fue usado por primera vez.

***Hola a todos. Me sorprendí de lo largo que quedó el capítulo, espero que no los haya aburrido.

 Ahora que lo pienso, y no me había dado cuenta, jajaja, en Augsvert tambien es diciembre. Solsticio de invierno generalmente es 21 de diciembre así que estamos casi en la misma fecha, no fue algo intencional, jajaja.

Esta es la última actualizacióon del año, espero que pasen felices fiestas y que nos encontremos con ánimos renovados en enero. Se les quiere.

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