Capítulo VIII: Cumpleaños

Septima Lunación del año 292 de la Era de Lys. Aaberg, la Ciudadela. Palacio Adamantino.

Los días que siguieron fueron muy confusos, alternaba entre la ansiedad y la depresión. La mayor parte del tiempo dormía por efecto de la esencia de borag, cuando no la tomaba mi estado era tal que las manos me temblaban y hasta el leve susurro del viento meciendo los cortinajes de mi habitación me hacía estremecer de miedo.

El que mi madre hubiera decidido asignar una escolta durante todo el tiempo en que estuviera fuera de mis aposentos, no ayudaba a mi estado de ánimo. En lugar de sentirme protegida, la presencia de la capitana, lara Ingrid, me hacía más consciente del peligro que corría, incluso en mi propia casa.

Por fortuna, en esos días previos a mi cumpleaños número dieciséis, Gerald se convirtió en mi único consuelo y en un gran amigo. Iba a buscarme cerca de mediodía, cuando el frío invernal no era tan severo. En toda la ciudadela al igual que en el palacio Adamantino, a causa de la energía espiritual tan fuerte que rodeaba el complejo, algunas flores y árboles no se congelaban, tampoco lo hacían los lagos ni las fuentes que adornaban los terrenos exteriores o los jardines del palacio flotante. Así que Gerald y yo dábamos largos paseos cuando el clima lo permitía.

Durante nuestras charlas descubrí que la corte de Doromir no era tan distinta de la augsveriana y aunque Gerald no tenía casi ninguna posibilidad de ascender al trono, su familia era muy influyente en el reino. Además, él era uno de los pocos drekis con el savje suficientemente fuerte como para hacer magia en Doromir, por lo tanto, la presión sobre sus hombros para convertirse en un gran hechicero era considerable.

Que él pudiera hacer magia le venía del lado materno pues ella era una sorcerina de Augsvert. Lara Alina era hija de lars Christenssen, comandante de todos los ejércitos y gran aliado de mi madre. De joven lars Christenssen fue un enviado diplomático en Doromir, allí su hija se enamoró y casó con el padre de Gerald, quien era noble, pero no sorcere. Por este motivo lars Christenssen repudió a su hija. Sin embargo, cuando se manifestó que por las venas de Gerald el sevje era poderoso, su madre, lara Alina, fue perdonada, las relaciones entre ella y su padre volvieron a ser cordiales. Fue gracias a su familia materna que mi amigo doromirés consiguió ser invitado para estudiar su último año en el palacio Adamantino y perfeccionar su magia y su técnica de espada.

Gerald tenía una confianza envidiable en sí mismo. Estaba seguro de su gran valor muy contrario a mí, que dudaba todo el tiempo del mío.

—Verás que cuando seas la reina tus lares deberán tragarse sus palabras —me dijo un día mientras caminábamos alrededor de la fuente de aguas cristalinas—. Y si no lo hacen siempre puedes ejecutarlos.

Yo me carcajeé por sus macabras ocurrencias.

—Si hago eso tal vez no quede nadie en la corte.

—Mejor solo que mal acompañado. —Gerald se giró y me miró con una intensidad algo perturbadora—. Además, siempre me tendrás a mí, seré tu más devoto consejero. Creo que soy muy bueno en eso.

Él llevó el dorso de mi mano enguantada a sus labios. Una pequeña ventisca nos envolvió, cuando yo temblé ligeramente él se aproximó más y colocó su capa sobre la mía.

—Gracias. —Fue lo único que pude decir mientras apartaba mis ojos de su intensa mirada.

—Pronto me iré, Soriana.

Volteé a mirarlo desconcertada.

—¿Por qué?

Él sonrió elevando una de sus comisuras.

—Estaré hasta poco después de tu cumpleaños, luego debo regresar a Doromir.

—Podría hablar con lars Christenssen para que alargue tu estadía aquí.

—No. —Y amplió la sonrisa—. Participaré en el torneo de los tres picos, debo prepararme para representar a Doromir, pero alfinalizarlo, si quieres podría invitarte a Vindgarorg. Mis padres estarán honrados con tu visita. Pondré a tus pies toda la fortaleza y las aldeas bajo nuestro vasallaje. Hay hermosas vistas desde las montañas, te llevaré a conocerlas todas, princesa.

Tal vez los dos abrigos que cubrían mi cuerpo eran la causa del repentino calor y el ardor en mis mejillas. Los ojos azules de Gerald eran tan claros como el cielo al mediodía y brillaban iguales a zafiros. Él levantó su mano y la llevó a mi cabello, la deslizó en una tierna caricia. Cuando la retiró me mostró una pequeña flor que el viento había posado en mi cabeza.

—Eres más hermosa que cualquier flor, Alteza, más que un svanr del norte.

En ese momento me puse muy nerviosa, no sabía qué contestarle o cómo reaccionar, por suerte Gerald no parecía esperar ninguna respuesta.

—Empieza a nevar, es mejor que entremos, si no la reina Seline jamás me dejará volver, mucho menos invitarte a Doromir.

Una semana después del atentado, Erika fue a verme a mis aposentos. Entró reticente, tal vez esperaba que la echara como la última vez, algo de lo que me arrepentía profundamente.

Sus ojos dorados me buscaron, se posaron sobre mí esperando que la dejara entrar. Me reí un tanto avergonzada por mi comportamiento anterior.

—Siento mucho... —dijimos las dos al mismo tiempo. Cuando ella calló, yo aproveché de disculparme—: Lo siento, por lo de la última vez.

Ella sonrió y corrió hasta el largo diván donde leía para abrazarme.

—Yo fui la estúpida. No tienes qué disculparte, entiendo que estabas muy ansiosa y debimos decirte lo de la profecía al enterarnos, pero ni Aren ni yo queríamos preocuparte.

—Lo sé. He estado descontrolada todos estos días, es cómo si no fuera yo misma. Madre piensa que el atentado es parte de una conspiración para destronarnos, que querían asesinarme.

Erika tomó mis manos y las envolvió entre las de ella.

—Soriana, eso es terrible. Aunque la reina Seline es muy inteligente. Tiene muchos aliados en el Heimr, estoy segura de que resolverá esto.

Asentí, pero no pude evitar pensar que, durante la votación, solo dos miembros la respaldaron. No quería seguir hablando de eso porque sentía la angustia apretarme el estómago así que cambié de tema.

—¿Tú, cómo estás? —Bajé el tono de mi voz y me acerqué más a ella. A pesar de que mis doncellas estaban en la antecámara no quería arriesgarme a que escucharan nuestra conversación—¿Cómo está Dormund?

A mi amiga de inmediato se le iluminaron los ojos ámbares, exhaló un suspiro y luego me contestó:

—Desde que terminaron las clases no hemos podido vernos, sin embargo, me escribe todos los días. Lo extraño mucho.

—Debes tener cuidado. Si tu padre o tu madre te descubren...

Ella sonrió.

—Dormund es muy inteligente. Ha inventado un método secreto para enviarnos mensajes. No es a través de haukr. Ha encontrado la manera de encantar pequeños pergaminos y hacerlos llegar hasta mí. Quién los ve pensará que son hojas o pétalos al viento. Es muy efectivo.

—¡Oh! ¡Qué bien! Dormund en verdad es un prodigio.

Me quedé en silencio oyendo a mi amiga alabar la genialidad de su amado, hasta que de pronto recordé la propuesta del Heimr de que en un año debería elegir esposo y decidí contarle a ella en una pausa que hizo.

—Sabes que el otro día me colé en el Heimr.

—¡¿Qué?! —Erika se escandalizó—. ¡Definitivamente, estás loca!

—Así me enteré de todo lo de la conspiración. Ellos también quieren que escoja un esposo lo antes posible.

—¡Já! Te dije. Y si no lo haces, tu madre elegirá por ti.

—¿Qué voy a hacer? —Me retorcí las manos y mordí mi labio inferior. Realmente no sabía qué era peor: que alguien conspirara para matarme, fallar como reina o tener que casarme. Pero, para mi asombro, Erika sonrió.

—Escoger a alguien, ¿no? Alguien apuesto, alguien que te guste y esté a tu altura.

Ella lo hacía parecer tan sencillo y natural que empecé a sospechar que yo estaba mal por angustiarme tanto.

—¿Alguien que me guste? ¿Alguien cómo quién?

—Gerald, por ejemplo. —Cuando ella mencionó al doromirés yo arrugué el ceño—. Mira, es apuesto y es mitad augsveriano, ¿no? Es un noble en su nación, y estoy segura de que le gustas. ¿A ti te gusta?

Pensé en Gerald y en nuestra relación. Era cierto que pasábamos mucho tiempo juntos y tan solo el día anterior me puse muy nerviosa en su presencia y no sabía si era porque deseaba que continuara con sus halagos o si lo que quería era que parara. Gerald era apuesto, tenía unos hermosos ojos azules y a veces su mirada intensa lograba hacerme sonrojar, pero algo en él no me gustaba.

—Es que, no sé, habla mucho de sí mismo. A veces me agrada que lo haga, otras lo encuentro aburrido. Siento que la mayoría de las veces no me escucha.

Erika me miraba comprensiva y volvió a preguntar:

—¿Y Aren? ¿Te gusta?

Siempre insinuaba lo mismo. Aren era mi amigo de toda la vida. Amaba estar con él, hablar con él, me entendía y yo a él. Lo quería mucho y por supuesto que me parecía apuesto. Recordé lo que sentí cuando nos despedimos en el palacio Adamantino, el temblor de mis manos, cómo latió de rápido mi corazón. ¿Sería eso a lo que Erika se refería con gustar?

No obstante ¿y si yo no le gustaba? ¿O si en realidad él no me gustaba y yo solo estaba confundida? Terminaríamos hiriéndonos y la amistad acabaría. Jadeé al imaginar lo horrible que eso sería. Ahora me sentía más ansiosa y confundida que cuando pensaba en mi futuro como reina. Giré hacía mi amiga, que me miraba con una sonrisa condescendiente.

—¿Cómo sabes cuando alguien te gusta? —le pregunté.

Ella se rio como si la respuesta a mi pregunta fuese lo más obvio del mundo.

—Bueno porque quieres estar con esa persona todo el tiempo. Deseas tocarla y que te toque. Conocer cada uno de sus pensamientos. Es como una necesidad, se convierte en algo elemental para vivir, como el aire, que si no está sientes que te asfixias.

A medida que ella hablaba, yo más me sorprendía. No sentía nada de eso por nadie. A menudo me sentía asfixiada, pero no por estar lejos de Gerald o de Aren. Me sentía ahogada por la presión de no llenar las expectativas y ese no era un sentimiento agradable. Dudaba de que así se sintiera estar enamorado.

—Eso es aterrador, Erika.

Ella se carcajeó.

—Dormund dice que soy muy intensa. ¡Ah!, no sé, eso es el amor para mí. —Ella me palmeó la rodilla, se le había ocurrido algo—. ¡Ya sé! ¿Por qué no besas a Gerald y a Aren? De esa forma te das cuenta quien te gusta.

¡Besar a Gerald y a Aren! Eso sería peor que cuando me envenené con el libro en la biblioteca.

—¡Yo no sé cómo besar! ¡Nunca he besado a nadie!

—Es fácil —contestó mi amiga—. Solo tienes que dejarte llevar. Cuando los beses, si sientes un ardor en tus mejillas, un cosquilleo en tu pecho y unas ganas locas de que te abrace más fuerte y que te... el mundo desaparezca, sabrás que ese es el elegido.

Aquello sonaba muy intenso. De pronto un pensamiento me asaltó.

—Erika, ¿lo has hecho con Dormund?

Ella abrió muchos sus bonitos ojos y se sonrojó hasta las orejas, luego sonrió con picardía. Yo me tapé la boca al contemplar su reacción. No podía creerlo.

—¡Lo hicieron! ¡Lo hicieron! ¿Dime cómo es?

—¿Quién? ¿Dormund?

—¡No! ¡Hacerlo!

—¡Ah! Pues... Es... Es genial.

—¿En serio? ¿No es doloroso? —A pesar de que estaba sorprendida de que mi amiga se hubiese entregado a Dormund, también quería saber. Otras chicas en el palacio Adamantino también lo habían hecho, y yo nunca sentí curiosidad por todo eso, hasta ahora.

—Un poco. Al principio. Pero mientras más lo haces se vuelve mejor.

—¿Mientras más lo haces? —le pregunté horrorizada— ¡¿Cuántas veces lo has hecho?!

Erika me miró y sus ojos brillaron con intensidad, sonrió de una forma extraña, que me hizo sonrojar.

—Lo suficiente para conocer todos los detalles de su cuerpo, para cerrar los ojos y poder recrear su sabor, su olor. ¡Ah, Soriana! ¡Lo amo tanto! Estar enamorada es lo más maravilloso que me ha pasado en la vida. Deseo que también tú vivas algo como esto, así de intenso. Por eso creo que es mejor que descubras si alguien te gusta. Imagina que el Heimr y tu madre te casen con alguno de los sorceres viudos o con alguien feo.

Me estremecí de solo pensar en esa posibilidad. Sin embargo, también estaba segura de que no me atrevería a besar ni a Aren, ni a Gerald. Suspiré derrotada. Mejor me dejaba matar por los conspiradores.

—¡O peor! —continuó Erika—. ¡Con alguien que lo tenga chiquito!

No entendí a qué se refería. Al preguntarle ella se carcajeó, después hizo un gesto con sus manos y me escandalicé muchísimo al entender. Erika se rio por un buen rato de mí. Cuando se cansó de burlarse, volvió a hablar.

—Bésalos y me cuentas.

—No voy a hacer eso, Erika.

—Entonces sedúcelos y que ellos te besen. ¡Ah, Soriana! Te pierdes de lo mejor de la vida.

Sentí un poco de envidia de mi amiga, de que ella se sintiera tan segura de sus sentimientos y lo disfrutara. Deseé poder ser cómo ella y no alguien que continuamente tenía miedo y dudaba de lo más mínimo.

—¡Qué afortunada eres, Erika, al estar tan segura de ti y de lo que sientes!

Ella me miró, pero la expresión de feroz alegría en su rostro se suavizó hasta parecer una mueca triste.

—¿Eso crees? Amo a alguien a quien mis padres no aceptarán jamás y él no termina de decidirse a huir conmigo. Además, lo extraño mucho.

Cuando ella terminó de hablar pensé que yo había sido desconsiderada. Recordé las palabras de Englina cuando me dijo que solo me preocupaba por mí y en victimizarme. Tal vez mi prima sí tenía razón. Tenía que cambiar, el mundo no giraba a mi alrededor.

—Te voy a ayudar —le dije a mi amiga. Erika se sorprendió.

—¡Ah, sí! ¿Cómo?

—Puedes pedirles a tus padres que te dejen venir cada tarde. Decirles que yo estoy muy ansiosa por lo del atentado (lo cual es cierto), me visitas un rato, y te escapas luego para ver a Dormund.

Erika dibujó en su rostro una enorme sonrisa.

—Dama Dahlia tiene una pequeña propiedad en la parte de atrás del palacio —continué con mi plan—. Yo podría modificar tu apariencia para que te encuentres con el rarito de Dormund sin que nadie se dé cuenta.

—¿Harías eso por mí? ¡Oh, Soriana! ¡Eres la mejor amiga del mundo!

Erika se echó sobre mí y se abrazó a mi cuello. Llenó de besos mi rostro y después, para mi gran sorpresa, me besó en la boca.

Al principio fue solo un beso corto, pero luego ella comenzó a mover sus labios sobre los míos, a chuparlos y lamerlos. Yo, por la sorpresa, abrí la boca y ella introdujo su lengua dentro de la mía. Me quedé paralizada por lo repentino de la situación. Sentí como el calor invadía todo mi cuerpo. No supe qué hacer.

Cuando ella se separó de mí yo estaba profundamente abochornada.

—¿Y bien? ¿Qué te pareció?

Me levanté espantada del diván y empecé a balbucear:

—¿Tú, tú, po, por qué hiciste eso?

La muy malvada volvió a reír.

—Dijiste que no sabías besar. Es mi modo de agradecerte, Soriana. ¡Te enseño a besar! —Ella sonrió y me miró de una forma que, de nuevo, me hizo sonrojar y sentir acalorada—. ¿Qué te pareció? A Dormund le encanta mi manera de besar, no puede resistirse a mí, ja, ja, ja.

El beso había sido... ¿Cómo describirlo? Suave, mojado, caliente... Inquietante.

—Fue... Bueno —dije tímida, luego la miré amenazante—. Pero no vuelvas a besarme, ¿de acuerdo?

Ella se carcajeó y me abrazó por los hombros, me dio un beso sonoro en la mejilla y empezamos a planear como serían sus escapadas con Dormund. 

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