Capítulo VII: Conspiración (III/III)

Poco tiempo después ya me había bañado y cambiado mi atuendo por uno más presentable hecho de lana, acorde al frío de la estación. Un lars que no había visto antes acudió a mis aposentos por orden de mi madre con más leche de borag. Al parecer lars Kormark había viajado fuera del reino.

Me tomé el sedante porque lo necesitaba. Sentía mis nervios destrozados, cada vez que miraba mis manos creía verlas manchadas de sangre.

Mi madre fue a verme más tarde como prometió. Volvió a repetir las mismas palabras tranquilizadoras: «Es tuya la decisión de ser una buena o mala reina». El problema que ella parecía no entender era mi miedo a no poder lograr llenar las expectativas, de que a pesar de querer ser la reina que todos esperaban, yo sentía que no podría.

Por la mañana fingí delante de mis doncellas beber la pócima sedante, necesitaba mis sentidos alertas.

La reunión del Heimr sería durante la tarde, en el tercio después del mediodía. Salí de mi habitación rumbo a la biblioteca cerca de la hora. Una de mis doncellas, como siempre, iban tras de mí.

Le solicité un libro de poemas a lars Jenssen y me quedé en la sala blanca leyéndolo por un rato, luego le pedí a mi doncella que fuera por bocadillos, pero no por unos cualquiera, yo quería los de dulce de leche. Esos en especial, sabía que no había en las cocinas. Dama Dahlia los hacía preparar al momento con leche fresca para que no se agriaran. Así que mi doncella tendría que esperar a que los elaboraran, eso me daría tiempo suficiente.

Una vez sola me dispuse a hacer lo que tenía planeado.

La torre de la biblioteca se encontraba en la misma ala que el gran salón donde se reúne la Asamblea y el salón circular donde lo hace el Heimr, este último era mi destino.

Los soldados en Augsvert no son hechiceros, pertenecen a los comunes, su mente es más fácil de manipular que la de un sorcere. Cerca de las altas puertas del Heimr se hallaban dos de ellos montando guardia. Pasos antes de llegar al umbral del salón circular, dibujé la runa de Alahor. De inmediato, cintas dorado oscuro rodearon a los guardias.

Sus ojos se desenfocaron, en tono firme les ordené abrir las puertas justo cuando detrás de mí empezaban a escucharse el resonar de los pasos sobre el pulido suelo rumbo al salón circular.

Debía apurarme a entrar. No debía perder la oportunidad de saber qué pensaba el Heimr sobre mi atentado, qué pensaban de mí y de la profecía y, sobre todo, que decidirían. Casi corriendo entré al salón y me escondí detrás de los pesados cortinajes azules que cubrían los amplios ventanales.

Después de lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego, comenzaron a entrar los diez miembros que integraban el Heimr. Todos llevaban la banda azul ultramarino cruzando sus pechos, la cual los identificaba como la élite del gobierno: Heindrich Olestein, Gerda Hagebak, el padre de mi amiga Erika : Einar Narsson, tía Engla, Olaf Christenssen quien sustituyó a mi abuelo en el Heimr cuando mi madre lo destituyó de su cargo, Viggo Nielsen, Krista Abramson, Gunilda Ivarg, Ludmila Alfsson y Esben Haness. Los concejeros ingresaron hablando entre sí y tomaron asiento en los sillones forrados en piel que estaban frente a la alta tribuna donde se sentaría mi madre.

Un poco más tarde hizo acto de presencia ella, ataviada con la capa azul ultramarina que debía usarse en las reuniones oficiales, su cabello lo tenía atado en un elaborado peinado que sostenía la corona de oro, lapislázuli y diamantes. A su lado, como siempre, estaba la comandante de la guardia real.

Cuando la reina ocupó su lugar el silencio dominó la sala y mi corazón empezó a latir con fuerza.

—Debo agradeceros que hayáis tenido a bien atender mi llamado y reuniros de manera tan apresurada, pero los últimos eventos lo justifican —dijo mi madre con su voz pausada y firme.

—También nosotros nos hayamos sorprendidos y muy preocupados, Su Majestad —intervino lars Olaf Christenssen—. Aún no nos explicamos cómo es posible que Su Alteza fuera víctima de un atentado.

—Pues está claro que debemos reforzar la seguridad en Heiorgarorg —intervino lara Gerda Hagebak—. Esas montañas inexpugnables se prestan para esconder bandidos y ladrones.

—¿Bandidos y ladrones decís, mi querida lara? —La voz de mi madre era fría, cortante como cuchilla de hielo—. Los bandidos y los ladrones roban a los comunes, no a sorceres como nosotros. Estos atacantes eran morkenes.

Las palabras de la reina fueron silenciadas por una avalancha de murmullos y exclamaciones, toda la sala se agitó.

—Majestad, disculpe, pero eso es imposible. —Levantó la voz por encima del ruido Heindrich Olestein, el esposo de mi tía Engla—. En Augsvert no hay hechiceros oscuros.

—No había queríais decir.

La reina giró hacia Lara Moira, quien se aclaró la garganta antes de hablar:

—En el sitio donde fueron atacadas la princesa Soriana y lara Englina, hallamos rastros de magia negra. No hay dudas, los asaltantes eran morkenes. Además, lara Englina ha dicho que uno de ellos usó encantamientos prohibidos y mencionó su intención de asesinarla a ella y a la princesa.

—Si me disculpa, capitana —intervino lars Olestein, mi hija se encontraba sumamente alterada, es muy posible que no tuviera claro lo que vio, además, se desmayó. Al llegar a palacio fue necesario sedarla pues no paraba de llorar. 

—¿Desacredita el testimonio de su propia hija, lars? —Las palabras de mi madre estaban impregnadas de rabia contenida—. Mi sobrina y mi hija estuvieron a punto de morir, fueron emboscadas por hechiceros oscuros. ¡Exijo al Heimr que aclare cómo es posible que hayan morkenes en Augsvert!

De nuevo murmullos exaltados, negaciones, voces que sonaban airadas. La voz de mi madre se elevó por encima de todas.

— Yo no deseo pensar que tal vez alguien les haya permitido la entrada, que alguien tenga intenciones ocultas para con el reino.

Lara Hagebak se levantó de su asiento.

—Majestad, le exijo respeto para con esta honorable Asamblea. Los aquí reunidos le hemos jurado lealtad a vuestra familia y a Augsvert. No me agrada lo que insinuáis.

—Lara Hagebak en ningún momento os he irrespetado —dijo mi madre sin perder su aplomo—, ni he dicho que los aquí reunidos seáis culpables, pero es muy obvio que ese atentado no fue casual y menos cuando la profecía recién se ha revelado a la Asamblea de sorceres. Toda la ciudadela está en conocimiento del contenido de la profecía. En la reunión anterior de la Asamblea los concejales manifestaron su «inquietud» porque la princesa Soriana asumiera su puesto como reina. Incluso llegaron a sugerir que yo debía casarme y concebir otro hijo, nombrar otro heredero que no esté, según ellos, «destinado a llevar a Augsvert al fracaso». —Al escuchar esas palabras el piso bajo mis pies se movió, mi pecho se enfrió—. Y después sucede esto. Decidme lara Hagebak, ¿qué debo pensar? ¿Cómo he de interpretar este atentado?

Lara Hagebak titubeó, abrió y cerró la boca, pero de sus labios no salió ningún sonido. Fue lars Christenssen quien habló:

—Mi reina, el Heimr hará todo lo posible por dar con los culpables detrás de este atentado. Exhorto a vuestra Majestad a que estéis tranquila, la vida de Su Alteza está segura, así como la estabilidad del reino. Ya mismo ordenaré al General Fagerberg que designe una comisión en el ejército negro para investigar si es posible que alguien haya cruzado sin permiso el domo por alguno de los puestos fronterizos.

—Yo deseo más, lars Christenssen —dijo mi madre—. Desde hoy designaré una comisión que determine si es que alguien dentro de la ciudadela planea alguna conspiración contra la casa Sorenssen. No deseo hacer esto, pero no me habéis dejado más alternativa. No toleraré la traición. Deseo confiar en vosotros, son mis allegados, mis consejeros, debemos permanecer unidos y juntos llevar a Augsvert a alcanzar la gloria que merece. La casa Sorenssen representa esa gloria. Desde que los Sorenssen ascendieron al trono, Augsvert vive su mejor momento y lo sabéis. La princesa Soriana es el futuro, uno brillante y lleno de oportunidades. No me casaré de nuevo y no concebiré más hijos, Augsvert ya tiene su heredera. No os equivoquéis con oráculos confusos y profecías rancias. El destino lo forjamos cada uno de nosotros.

Multitud de voces se elevaron al terminar mi madre sus palabras, confundiéndose entre sí.

—Surt, el tejedor, es quien dicta nuestro camino.

—La profecía ha de interpretarse de mejor manera, sin duda.

—¿Cómo se atreve Su Majestad a dudar de nosotros? Es una humillación lo que hace.

—Si alguien está contra la princesa está contra el reino, la traición no ha de ser tolerada.

Después de un breve momento de discusiones confusas, lars Olestein se levantó de nuevo.

—Su Majestad, debe ser sometido a votación si lo que propone de crear una comisión investigadora es una decisión sensata. Sin duda como ha dicho, la Asamblea de sorceres ha manifestado su inquietud por la profecía, pero de ahí a atentar contra el reino hay un gran trayecto.

—Como vuestra excelencia prefiera. Si desean someter mi propuesta a votación, están en vuestro derecho.

Cuando mi madre mencionó aquello tuve la seguridad de que ella ya había nombrado esa comisión y que en secreto se encargaría de investigar a nuestros sorceres. Ella no se sometería a la decisión del Heimr. De inmediato, los lares votaron de manera secreta para saber si apoyaban la decisión de mi madre. No me asombré cuando el resultado fue desfavorable. Ocho lares estaban en contra de que se creara esa comisión para investigarlos. Mi madre tampoco parecía sorprendida, ni lara Moira quien permanecía de pie a su lado, con una diminuta sonrisa en sus rojos labios.

Después de la votación, los lares acordaron que se le solicitaría al general Fagerberg comisionar una delegación para investigar el atentado en los lindes del domo, así como los puestos fronterizos. La mayoría se mostraba convencida de que aquello había sido una nefasta negligencia del ejército encargado de la frontera, la cual derivó en el ingreso de hechiceros oscuros al reino, y quienes se refugiaron en las montañas de Heiorgarog para aguardar la oportunidad y asaltar a «quien fuera», con la mala suerte de que la carroza elegida fue la de la heredera al trono.

Mi madre los escuchó seria, pero yo sabía que ella haría su voluntad, laira Moira estaba a su lado para cumplirla, al igual que lars Christenssen, su más fiel consejero y comandante general de los ejércitos Augsverianos.

Posterior a la votación habló lara Krista Abramson.

—Majestad, lamento tocar este tema en este momento, pero creo que es lo más conveniente, puesto que hablamos de la princesa. Su Alteza cumplirá dieciséis en la próxima fiesta de Noun.

Mi madre la miró con sus ojos de hielo entornados, no la dejó terminar.

—En su cumpleaños la princesa recibirá a varios pretendientes que han solicitado su mano, si es a lo que pensáis referiros, mi estimada lara. Ya eso ha sido organizado, no debéis preocuparos. Sin embargo, he de aclararos, la princesa se casará con quien ella elija. No pienso intervenir y no permitiré que ni el Heimr, ni la Asamblea lo haga. Durante el próximo año ella conocerá a sus pretendientes y solo al finalizar ese año escogerá con quien casarse, espero que eso tranquilice a quienes le dan tanto poder a esa absurda profecía.

¿Casarme? En un año tendría que escoger un esposo.

—Además os digo, mi hija ha sido escogida por el maestro Vaahr para la competencia de los tres picos. Estoy segura de que hará una magnífica actuación, quizás así os convenzáis de su gran talento y que nada deben temer, ella será una excelente gobernante. Ahora, si no hay nada más que discutir, me retiro. Dejo en vuestras honorables y muy eficientes manos el esclarecimiento del delicado atentado que ha sufrido Su Alteza, la princesa heredera. Estoy segura de que en quince días me tendréis respuestas.

Mi madre se levantó y salió de la sala seguida por lara Moira, sus escoltas y sus doncellas. Luego, uno a uno, salieron los lares. Cuando lara Hagebak pasó frente a mi escondite pude escuchar como le susurraba a lars Olestein.

—Os aseguró que esa dichosa comisión ya nos está investigando. Su Majestad, como siempre, hará su voluntad.

Él no la miró, susurró con la vista al frente:

—Aquí no. Más que nunca debemos ser prudentes.

Cuando el salón se vació yo exhalé ansiosa. Sentí un enorme vacío en el estómago y el frío ascender, cuál serpiente, desde mis piernas para alojárseme en el pecho. Los labios me temblaron. Todo lo que suponía era cierto. Tanto el Heimr como la Asamblea dudaban de mí, no me querían como reina, incluso le habían propuesto a mi madre concebir otro heredero.

Estaba segura de que ella tenía razón, existía una conspiración en la ciudadela para impedir mi ascenso al trono. Me pregunté si habría tanto malestar entre nuestros sorceres por mi ascenso si mi padre continuara con vida. Luego cerré los ojos con pesar, tal vez si él y mi madre continuaran casados yo tendría varios hermanos y el Heimr un montón de príncipes y princesas de donde escoger un heredero mucho más digno que yo.


***Ajá. ¿Teorías? ¿Qué hará la reina?

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