Capitulo VII: Conspiración (II/III)
El tercer día luego del atentado dejaron de darme leche de borag, fue cuando pude recibir visitas y Aren acompañado de Erika acudieron a mis aposentos.
—¡Soriana! —exclamó Erika en cuanto entró, luego corrió hacia mí y me abrazó con fuerza—. ¡Casi muero cuando me enteré! Padre dijo que bandidos atacaron el carruaje.
Al separarnos miré hacia el umbral. Aren continuaba allí, de pie, mirándome aterrorizado. Mis ojos se encontraron con los suyos y sentí mucho miedo al comprender que tal vez pude no volverlo a ver. Le sonreí y entonces, a paso lento se acercó y se sentó en la cama, al otro lado de donde lo hacía Erika. Le ordené a una de mis doncellas que trajera panecillos y jugo de frutas, la otra permaneció bordando en la antecámara. Aren me miraba con los labios entreabiertos, pero no hablaba.
—No fueron bandidos, Erika. Fueron morkenes —expliqué.
Mi amiga se tapó la boca y ahogó un grito.
—¡No es posible! —dijo por fin Aren—. ¡No hay morkenes en Augsvert!
Parpadeé, me remojé los labios. Aunque ese día no tomé la leche de borag todavía los sentía secos.
—Al parecer eran mercenarios contratados por alguien. Mi madre intenta averiguar si ese alguien está dentro del reino o afuera.
—¡Es imposible! —exclamó Aren acariciando el dorso de mi mano con su índice—. ¿Quién podría hacer algo como eso, contra ti?
—No estoy muy segura, pero, hay una profecía y..., escuché hablar a mi madre y a lara Moira, el Heimr está inquieto por algo relacionado con ella. Tal vez tenga que ver con el hecho de que quieran asesinarme.
Esa conversación entre mi madre y la capitana era algo a lo que le había dado muchas vueltas. No dejaba de pensar que tal vez la profecía era sobre mí. Se rumoraba que cuando nací se leyeron las estrellas, pero nunca se había dado a conocer qué interpretaron exactamente los adivinos. Cada vez que le preguntaba, mi madre evadía la conversación, solo decía que la adivinación era inexacta y se prestaba para malas intenciones.
Al mencionar la profecía Aren y Erika se miraron entre sí. Los ojos de ambos esquivaron los míos.
—¿Qué sucede? —pregunté al notar la actitud huidiza de mis amigos. Ninguno de los dos respondía, ninguno me miraba— ¿Conocen la profecía? ¿Cómo pueden saber...? —De pronto lo entendí—. ¡Claro! Tu familia pertenece al Heimr —dije con una amarga sonrisa señalando a Erika, luego a Aren— y la tuya a la Asamblea. ¡Todos la conocen excepto yo!
—Soriana... —trató de calmarme Aren—, la adivinación no es confiable...
—¿Qué dice la profecía? —siseé enojada
Los labios de mi amiga temblaron, pero no habló y yo empecé a impacientarme. La doncella que fue a buscar los aperitivos llegó en ese momento, interrumpiendo la conversación. Esperé a que dejara la bandeja en la mesita.
—Retírense —les pedí a ambas. Ellas me miraron dubitativas e imaginé que tenían otras órdenes por parte de mi madre. Terminé gritándoles, con mi poder encendiendo ligeramente mis manos— !Retírense, maldita sea!
Cuando nos dejaron solos volví a mirar a mis amigos. Los ojos de ambos mostraban sorpresa y temor, pero a mí me invadía la decepción y la rabia. Ellos, mis amigos, sabían cuánto deseaba conocer si realmente existía una profecía sobre mí y qué decía. Aun así, fueron incapaces de contarme.
—¡Todos conocen la maldita profecía menos yo! ¡¿Qué dice?!
Erika negó.
—No sé exactamente.
Miré a Aren y él desvió sus ojos hacia su regazo, después de una pausa habló casi en susurros.
—Es algo referente a una reina oscura que hará caer a Augsvert y de un rey rechazado. Mis padres solo la mencionaron hace unos días.
Una reina oscura. Mi piel era oscura, sería la primera reina con ese color después del exilio de los alferis. Pero también podía referirse a la magia negra. A mi mente de nuevo vino el lazo de sangre apretándose alrededor del cuello de los morkenes. Ante el recuerdo el estómago se me contrajo, las manos empezaron a sudarme, sentí ascender a mi boca la amarga hiel del miedo.
—Váyanse, quiero estar sola —les pedí entre dientes.
—Soriana... —Se apuró Erika.
—¡Vete! —volví a gritar sintiendo de nuevo como se encendía mi poder —¡Son mis amigos y no pudieron decirme de la maldita profecía! ¡No quiero verlos!
Las lágrimas empezaron a caer sin que pudiera evitarlo, me sentía fuera de control. Sentí la mirada de los dos sobre mí hasta que después de un momento ambos se marcharon.
Me abracé con fuerza y me entregué al pánico. Jamás sería una buena reina y todos en Augsvert lo sabían, hasta las estrellas lo habían predicho, por eso querían quitarme de en medio.
Mi madre también lo sabía. Ella seguro conocía toda la profecía y por eso siempre dudaba de mi desempeño.
Lloré largo rato sin saber qué hacer o qué pensar. Mi mente una y otra vez repasaba el momento en que le quitaba la vida a esos hechiceros oscuros, en que su poder me invadía y me llenaba de una inquietante satisfacción. ¿Qué era aquello? ¿Qué significaba? Si la profecía hablaba de una reina oscura que haría caer el reino, ¿se refería a mí, a ese poder?
No podía continuar así, tenía qué saber qué decía exactamente la profecía.
Me limpié el rostro con el dorso de mis manos y, temblorosa, me levanté de la cama. Llevaba mucho tiempo sin hacerlo, en el instante en que mis pies se asentaron en el frío heidrsand del suelo, sentí que me caería. Me sostuve de las columnas del dosel y esperé a que el mareo pasara. Entonces, cubrí mis hombros para protegerme del frío invernal con la gruesa capa de piel forrada de lana, me calcé y salí en busca de la única que podía aclarar mis dudas.
Conocía cada pasillo, recodo, salón y galería del palacio, podría recorrerlos incluso con los ojos cerrados y era como si así fuera. Las lágrimas velaban mi vista, la rabia y el miedo me tenían la mente trastornada, avanzaba sin ser consciente del trayecto que seguía.
Mis doncellas caminaban presurosas detrás de mí, intentaban persuadirme de volver a mi recámara, pero yo las ignoraba y ellas no se atrevían a hacer más para detenerme.
Al llegar al salón del trono, abrí las altas puertas dobles de secoya, mi madre no estaba, solo algunos de los lares pertenecientes a la Asamblea. Antes de que alguien pudiera detenerme salí de allí a paso apresurado, sin tener idea de donde podía encontrarla.
Entonces me giré hacia mis doncellas:
—Vosotras, decidme dónde está mi madre.
Ambas, muy pálidas, se miraron dubitativas. Realmente ese par me ponía los nervios de punta. Deseaba dibujar la runa de Urhz e incinerarlas a las dos. Al final, temblando, mencionaron que ella se encontraba en el pabellón de la guardia real. Avancé a trompicones y crucé prácticamente el palacio de este a oeste. Varios lars intentaron detenerme, no me paré ante ninguno, solo deseaba llegar a ella y conocer la verdad.
Atravesé el patio de armas. El viento frío enmarañó todavía más mi cabello blanco suelto, el cual comenzaba a empaparse de agua nieve. Avancé resbalando debido a la llovizna que cubría los cantos rodados del patio. Esa era un área del palacio a la que casi no acudía, no conocía muy bien sus dependencias. En la amplia explanada solo estaban los soldados de guardia.
—¿Dónde está Su Majestad?
El soldado al que me dirigí juntó sus talones, se irguió en todo su porte y sin mirarme a los ojos contestó:
—Su Majestad se encuentra en el salón de entrenamiento, Su Alteza.
—Llevadme hasta allá.
Cuando llegamos el soldado abrió para mí la puerta de madera. Adelante, mi madre vestida con un atuendo similar al que los soldados usaban para entrenar, practicaba el tek brandr con lara Moira.
Siempre que la observaba usar la espada yo no podía menos que maravillarme, su dominio de la técnica era asombroso, su ejecución estilizada, elegante. La capitana arremetía y ella bloqueaba como si aquello no le supusiera el menor esfuerzo. Ambas sonreían, sus ojos brillaban complacidos enganchados en los otros, disfrutaban el practicar juntas y era evidente que en ese momento el resto del mundo para ellas no existía.
Avancé y carraspeé, deseaba que notaran mi presencia. La primera en hacerlo fue lara Moira. Su espada se detuvo en el aire, luego hizo una profunda reverencia.
—¡Alteza!
—Deseo hablar con mi madre, por favor.
—¡Soriana! —exclamó la reina caminando hacia a mí, respiraba entrecortado debido al ejercicio—. ¡Estás empapada! —Ella entonces les dirigió una mirada iracunda a mis doncellas—. ¿Por qué la habéis dejado salir en esas condiciones? No está adecuadamente vestida y se ha mojado.
Las doncellas empezaron a balbucear incoherencias. No era momento para discutir ese tipo de nimiedades, así que las interrumpí:
—Es mi culpa, madre. Necesito hablar contigo.
—Estaré en el Cuerpo de Guardia, Su Majestad, por si me necesitáis —Luego se dirigió a mí e inclinándose se despidió—. Alteza.
Cuando no quedó nadie más en el recinto excepto la reina y yo, ella se acercó a mí.
—¿Qué sucede, Soriana? ¿Te sientes mal de nuevo?
—La profecía, madre —dije entre dientes.
—No puedo entenderte. ¡Al menos has el favor de hablar de manera adecuada! ¡Mira cómo estás! ¡La princesa de Augsvert parece pordiosera!
—¡La profecía, madre! ¡¿Qué dice la profecía sobre mí?!
Mi madre me miró atónita por un momento, luego su expresión se serenó e intentó evadir la conversación.
—¡Ve a cambiarte! No puedes estar así por las dependencias del palacio.
—¡La maldita profecía, madre, ¿qué dice?!
Sentí en ese instante cómo el calor de mi cuerpo ascendía, mi energía espiritual me cubría igual que la rabia y la desesperación.
—No sé de qué estás hablando, Soriana. Estas alterada, pediré que de nuevo te den esencia de borag.
Me sentía impotente. ¿Hasta cuándo ella me trataría de esa manera? Las lágrimas comenzaron a descender por mi rostro. Habría deseado no hacerlo, no mostrarme así de débil, pero ya no podía más.
—No tomaré nada, no comeré nada. No hasta que me digas la verdad. ¿Qué dice la profecía? ¿Por qué trataron de matarme?
Mi madre de nuevo me miró perpleja. Después su ceño se frunció, apretó las mandíbulas, así como los puños. Creí que me gritaría y me preparé para hacerle frente. Sentía que yo era una pequeña barcaza navegando aguas turbulentas y mi madre era ese viento huracanado que hacía de mí lo que quería. El fuerte viento del norte que tenía el poder de hundir el bote, de hacerlo naufragar o llevarlo a puerto seguro según fuera su voluntad. Pero yo de verdad estaba decidida a doblegar el vendaval.
—¡Cómo desearía que fueses alguien diferente, Soriana!
—¿Alguien a quien pudieras controlar? —No quería, pero las lágrimas se habían convertido en un furioso río en mis mejillas—. ¿Que jamás preguntara nada?
—No. Quisiera que no te parecieras tanto a mí. —Ella exhaló con fuerza, cerró los ojos y empezó a declamar la tan ansiada profecía—: «Antiguos secretos desvelados, el peso de la infamia con sangre será pagado. Hora aciaga, se acerca el tiempo de la verdad. Cuando la reina rechace al pretendiente, la tragedia encontrará su aliciente. El rey, con su amor mancillado, de la venganza se volverá un esclavo. Entonces la reina oscura ascenderá, los muertos saldrán del Geirsgarg. Y Augsvert a ser lo que era retornará».
La escuché atónita, pero de toda la profecía lo único que caló dentro de mí fue la última estrofa. Entonces estuve segura, yo era esa reina oscura y mi poder era maligno. Me tambaleé, por un momento mi visión se enturbió. Parpadeé fuerte. Al recobrarme mi madre me miraba reticente.
—Es por eso que no quería que te enteraras, mira cómo estás temblando. ¡Deja de llorar, debes ser fuerte! ¡Profecías, oráculos, dioses! Surt y sus hilos, ¿Cómo podrían dirigirnos? Somos dueños de nuestro destino, Soriana. Atribuirlo a fuerzas ingobernables es una manera muy simplista de eximirnos de culpa por nuestros actos o de ser perezosos y dejar en manos de fuerzas externas nuestro futuro.
La miré. ¡Su confianza, su aplomo! ¡Jamás sería como ella! Y aunque deseé creer con todo mi ser en sus palabras, convencerme de que yo era dueña de mi destino, no podía. Ella no sabía lo que yo. Su savje no estaba manchado como el mío.
—¿Y, y si, y si en mí existiera de verdad un poder oscuro, madre?
La reina tomó mis manos entre las suyas y las apretó ligeramente, su calor exiliaba el frío de mis palmas.
—No es el poder, Soriana, o la magia. Ni se trata de si es oscura o blanca, de si sigues a Morkes o a Lys. Lo que hace la diferencia es lo que hay en tu interior. La espada o la magia es solo un instrumento, es la intención del hechicero lo que cuenta. Y yo estoy segura de que tú nunca podrías hacer el mal.
No me pude contener y la abracé. Hundí mi rostro en su pecho y lloré como no recuerdo haberlo hecho antes. Quería creer en ella, en que realmente yo podía llegar a ser una buena reina, en que no había nada malo en mí. Ella acarició tiernamente mi cabello, cuando me hube tranquilizado me separé de su abrazo.
—No sé si seré una buena reina.
—¡Claro que lo serás! —Su rostro pálido exhibía una pequeña sonrisa—. Eres mi hija, eres fuerte.
Suspiré resignada. ¿Yo era fuerte? No era fuerte, nunca lo había sido y ella se empeñaba en ignorarlo, en creer que era como ella, hecha de piedra, irrompible. Pero a pesar de todo el miedo que tenía, yo quería saber qué esperar. Muy rápido me atreví a decir aquello que creí necesario.
—Quiero estar en la próxima reunión del Heimr, madre. «Para terminar de quebrarme en mil pedazos.»
Ella no desdibujó la sonrisa, pero exhaló un suspiro que me pareció de cansancio.
—No puedes. No hasta que cumplas diecisiete años.
—Pero el Heimr cree en la profecía. —Dudé de si hacer alusión o no a la conversación que había escuchado entre lara Moira y ella—. Tú piensas que hay una conspiración, ¿no es cierto? Ellos no me quieren como reina, están convencidos de que seré un fracaso, ¿no es así?
Mi madre me separó del todo de su cuerpo. En ese momento la sonrisa dio paso a la severidad, sus ojos grises se volvieron filosas dagas de hielo.
—¡Tú serás la reina y el Heimr tendrá que aceptarlo! No permitiré que una ambigua profecía sea usada para sacar provechos personales. No tienes nada que temer, Soriana.
La seguridad en las palabras de mi madre, su férrea determinación, no me dejaban lugar a dudas, era la reina y se impondría ante el Heimr, siempre lo hacía.
—Ahora ve. —Ella colocó sobre mis hombros su capa púrpura—. Ve con las inútiles de tus doncellas, que deben estar afuera esperándote, y cámbiate de ropa. Descansa, aún estás muy alterada. Más tarde iré a tus aposentos. Y recuerda, no debes preocuparte por nada.
Ella se despidió de mí con un beso en la frente y me dio un ligero empujón en lo que me alentaba a salir del recinto. Antes de irme giré un poco sobre mi hombro. Lara Moira salía de una de las puertas laterales, ya con su uniforme impoluto y brillante, y caminaba hacia mi madre.
—El Heimr se reunirá mañana, Su Majestad, como lo habéis solicitado.
Salí del recinto con una idea tomando forma en mi mente.
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