Capitulo VI: La magia de Morkenes (III/III)

Miraba por la ventanilla mientras la carroza descendía el camino desde Heiorgarorg hasta Aaberg, la capital del reino. Algo extraño sucedió antes con Aren y no lograba encontrarle una explicación. Ahora que estaba lejos de él se había apoderado de mí un nostálgico anhelo de su presencia. Habría dado todo por retrasar el invierno y poder permanecer más tiempo en el palacio Adamantino, con él.

Cada invierno en el palacio flotante se celebraba mi cumpleaños, el cual coincidía con el solsticio y la celebración de Noun, la festividad conmemorativa del apresamiento de Morkes por Lys, el triunfo de la magia blanca sobre la negra, el día sobre la noche, lo bueno sobre lo malo.

La fiesta de Noun, la celebración del solsticio invernal, comenzaba con la noche más larga del año, aquella donde los fantasmas, los draugr y todos los pobladores del Geirsgarg tenían libre acceso al mundo de los vivos. Una de las creencias populares era que esa noche Morkes salía de sus dominios con su espada capaz de levantar a los muertos y convertir a los vivos en títeres, dispuesto a luchar una vez más con Lys, la dadora de magia. Por supuesto, el pobre dios oscuro siempre, sin excepción, era vencido. Cada Noun terminaba al amanecer, cuando Lys apresaba a Morkes y a su ejército en el Geirsgarg. Por alguna razón siempre sentía algo de pena por el dios nigromante.

Yo nací una noche como esa, la noche donde por una sola vez Morkes gobierna la tierra.

—¡Extrañaré el palacio Adamantino!

Respingué y vi a mi prima. Sumergida en mis pensamientos olvidé que viajaba conmigo. Ella también miraba por la ventanilla, cuando giró hacia mí me sorprendí al ver su mirada triste y caí en cuenta de que ella ya no volvería, tenía diecisiete años y su educación había llegado a su fin.

—Tendrás que regresar, lars Vaarh nos entrenará para los tres picos.

Ella agachó la mirada y lo que dijo a continuación me sorprendió más.

—No sé si tiene caso que lo haga, no ganaré esa competencia.

Mi prima siempre se mostraba ufana, confiada de sí misma hasta el punto de ser pedante, que ahora dijera aquello era casi tan increíble como ver el Ulrich congelado.

—¿Quién crees que gane? —le pregunté solo por romper el incómodo momento, para mí era claro que Dormund sería el vencedor, los demás no teníamos oportunidad frente a él.

Mi prima levantó sus ojos verdes y me miró con una sonrisa que más que alegría mostraba disgusto.

—¿Por qué preguntas algo así? Es lo que más me molesta de ti, siempre haciéndote la víctima. Siempre quieres que todos te alaguen y te digan lo impresionante que eres. Obviamente tú vas a ganar y lo sabes, pero te encanta que otros te ensalcen.

No me esperaba aquello. Al escucharla sentí como mi boca se abría sorprendida. Sus palabras hicieron que la temperatura descendiera en mi cuerpo como si me encontrara a la intemperie. Jamás creí que Englina pensara que yo quería que los demás me alagaran.

—Yo no...

Ella se rio interrumpiéndome.

—¿Qué dirás? ¿Qué no eres buena? ¿Qué eres una pobre niña a la que su madre exige demasiado? ¿Qué sientes que tía no te quiere? —Englina volvió a reír mientras yo la veía desconcertada, sorprendida de todo lo que decía—. Estoy harta de ti, Soriana, de tu quejadera. ¿Crees que no escucho como les dices a Erika y a Aren lo infeliz que eres, lo torpe que te crees solo para que ellos te consuelen? Yo no lo haré.

El carruaje saltó sobre un bache y la ventanilla se abrió de par en par, el gélido viento de las montañas penetró en el interior y agitó nuestros cabellos.

—No soy como ellos, yo no te voy a decir que eres «la mejor hechicera del palacio Adamantino.»

Englina se giró hacia la ventana dejándome con la boca abierta por la sorpresa. ¿De verdad yo era así? ¿Solo buscaba las alabanzas de los demás? No era cierto, no buscaba eso, realmente me sentía muy inferior a todos. Mi madre siempre lo dejaba en claro. De pronto mi prima volvió a hablar.

—Te escuché la otra vez quejándote con Erika de tía Seline, de todo lo que te exige. ¡Ja! ¡No te das cuenta! Tía se desvive por ti al igual que todos en el palacio flotante, a mí en cambio ni siquiera me ven. ¿Qué soy yo a tu lado? Pero no eres capaz de ver más allá de tu nariz. Lo único que buscas es que te alaben y te compadezcan. ¡Ojalá no ganes la competencia! Algún día todos se darán cuenta de que en el fondo no eres más que una presumida.

Sentía que los ojos me picaban mientras miraba su rubio cabello ondeando en el viento. No sabía qué decir o qué pensar. Englina era injusta, ella no me conocía en nada. No era una presumida. Ella no entendía como yo me sentía, el peso que mi madre depositaba sobre mis hombros, la obligación de ser mejor que ella y que mi padre, lo que significaba para mí vivir a su sombra. Mi prima no entendía nada.

¿En qué momento ella y yo nos habíamos vuelto así? Ninguna de las dos teníamos hermanos, de niñas éramos unidas, jugábamos juntas, incluso recordé que solíamos dormir en la misma cama. Pero poco a poco, a medida que crecíamos, nos separamos. Al llegar al palacio Adamantino yo me hice muy amiga de Aren y Erika y ella... Traté de pensar con quien solía juntarse mi prima y no hallé a nadie. Tal vez Aren tenía razón y sí se sentía sola. Una punzada de culpa me recorrió. Las tardes de juego y las noches durmiendo abrazadas fueron disminuyendo mientras crecíamos. En lugar de pasar los inviernos con ella yo lo hacía con Erika.

Aún así, aunque antes hubiésemos sido como hermanas y tal vez fuera mi culpa que nos separáramos, ella no tenía ningún derecho a hablarme de esa manera.

—¡Te equivocas! ¡No soy nada de lo que dices! Mi intención no es ser alabada por todos.

—Ah, ¿no? Bien, porque yo jamás lo haré.

Iba a replicar cuando el carruaje se detuvo. Voces agitadas venían desde afuera, nuestra escolta se había puesto en guardia, algo sucedía.

—¿Qué pasa? Preguntó Englina mirando por la ventanilla.

Un intenso resplandor iluminó la oscura tarde invernal, a él le siguieron otros, así como el sonido del acero chocando en el exterior. Lo tuve claro entonces, nos atacaban, pero ¿quién se atrevería?

—Tú, protege a Su Alteza. —La voz grave de uno de los guardias llegó desde afuera.

Englina me miró horrorizada y yo a ella. Dentro de la carroza no teníamos armas, aún ninguna de las dos poseía una espada o cualquier cosa que nos pudiera defender, dependíamos de la habilidad de los soldados de la guardia azul, la escolta real.

El intercambio de hechizos, explosiones y choques de espada continuó afuera, así como gritos y el sonido de los cuerpos al ser atravesados por el acero. Pronto me debatí entre salir o quedarme adentro. Cuando hice el amago de abrir la puertecilla del carruaje, Englina tiró de mi brazo. Al girar vi su rostro aterrado, negó con la cabeza.

—¡Te pueden matar allá afuera! ¡No salgas, Soriana! —dijo ella entre temblores.

Los gritos continuaban y el enfrentamiento se alargaba. De pronto un poderoso resplandor dio de lleno en el carruaje. Todo giró y me encontré rebotando contra las paredes de la carroza. Cuando esta al fin se estabilizó, había perdido el techo y una de las paredes se encontraba casi deshecha. Englina tenía un corte en la frente que sangraba, sus ojos verdes aterrados miraban en derredor.

Me incorporé sintiendo un agudo dolor atravesarme el hombro derecho. Cuando miré afuera se me heló la sangre, de nuestra escolta solo persistían peleando dos soldados.

Los atacantes eran hábiles sorceres. Cuando arremetían con sus espadas, estás lo hacían recubiertas de energía negra. Un escalofrío me recorrió al entender que eran morkenes.

Uno de ellos dirigió sus ojos hacía mí y fue como ver un pozo de brea, negrura insondable en su mirada. ¿Cómo lograron atravesar la barrera del reino? Porque en Augsvert no había morkenes.

Uno de ellos abandonó la lucha y avanzó hacia nosotras. De inmediato hice fluir mi energía. Un domo de color dorado cubrió los restos del carruaje protegiéndonos a Englina y a mí dentro.

El morkenes arrugó el rostro con profundo enojo. Un rayo salió de su espada y se estrelló contra la barrera, temí que no resistiera, pero lo hizo. Englina a mis pies lo único que hacía era llorar mientras yo nos protegía a ambas. El sorcere oscuro descargó una ráfaga de hechizos que una y otra vez impactaron contra el domo dorado. Jamás creí que fueran tan fuertes, su espada lucía grandiosa, como la mejor de una de nuestros sorceres y el poder que de ella salía no era en nada despreciable.

El otro morkenes, que luchaba con los dos soldados de la guardia azul, los abatió y se unió al que nos atacaba. Las runas dirigidas al domo que nos aislaba incrementaron su intensidad. Empecé a sentir mis brazos temblar, me debilitaba, me costaba soportar la fuerza del embate de nuestros enemigos. El miedo se convertía en una helada garra que apresaba mi corazón. Cuando el poder de mi magia flejara esos dos oscuros nos matarían.

—Englina, ayúdame —supliqué.

Pero mi prima solo negó con la cabeza, demasiado aterrorizada para hacer cualquier cosa. Comprendía que estaba sola. La barrera comenzó a fracturarse bajo el oscuro poder de nuestros atacantes. Entonces, como un rayo en la noche oscura, recordé uno de los hechizos del libro, era uno que nunca antes ejecuté porque me pareció algo pavoroso, además no tenía con quien probarlo. El hechizo requería sangre. Me quité una de mis peinetas de plata y con el filo de las joyas que tenía incrustadas corté las palmas de mis manos.

Lifa tek — susurré al tiempo que abría la barrera y dirigía la sangre que escurrían mis palmas a los morkenes. La energía dorada cubrió mis manos, las gotas carmesíes se transformaron en pequeñas y afiladas dagas que salieron expelidas muy rápido hacia nuestros atacantes.

Pero las dagas rojas chocaron contra el acero de sus armaduras ligeras. No les hicieron daño. Y yo había desecho la barrera que nos protegía dejándonos indefensas. Los morkenes, un tanto desconcertados, al ver que mi ataque no había sido peligroso empezaron a reír.

En ese momento noté que las gotas que rozaron la piel descubierta de sus rostros sí los hirieron.

—¡Mátalas! —le dijo uno al otro.

Avanzaron hacia nosotras.

Temblando, antes de que fuera demasiado tarde, opté por una última alternativa, algo descabellado se me ocurrió. Antes las gotas tomaron forma de pequeñas dagas, necesitaba algo más grande. Apreté mi mano derecha, donde había hecho el corte, y un pequeño chorro de sangre brotó de ella, de nuevo susurré el hechizo y aumenté mi poder, el hilo de sangre se convirtió en un largo látigo. Sin perder tiempo lo blandí hacia uno de ellos. La sangre, transformada en una filosa cuerda, se enrolló alrededor de su cuello.

No pensé más que en la espada que, amenazante, ya dirigían hacia nosotras, si no hacía algo nos matarían. Halé el látigo, la cabeza se desprendió de su cuerpo con una facilidad asombrosa, como rebanar manteca de cerdo. Del cuello del hechicero brotó intensa bruma negra que recubrió la cuerda de sangre y ascendió a través de ella hasta la herida abierta en mi mano. Sentí una poderosa descarga de energía atravesarme. Deliciosa, apabullante.

El otro morkenes miró horrorizado alternativamente a su compañero decapitado y a mí.

—¡Morkenes!—dijo el sorceres oscuro mirándome e hizo un corte en su mano con su espada.

Antes de que usara el mismo hechizo en mi contra (supuse que eso haría), batí de nuevo el látigo hacía él y lo atravesé a la mitad. Sangre y vísceras se dispersaron por el suelo cubierto de hojas secas. La aterradora sencillez con la que había hecho aquello me aturdió por un instante. De nuevo la energía viajó hasta mí a través del látigo y el poder en mi interior se incrementó. Me recorrió una sensación tan exquisita como perturbadora. Era fuerza, luz, poder, bienestar.

Cuando la arrolladora descarga de savje terminó caí de rodillas, a mi lado Englina se había desmayado. A nuestro alrededor se esparcían los cadáveres de la escolta real y los morkenes despedazados. 

Lifa tek: del lísico. Tomar vidas.

Y ahora sí, Soriana ha experimentado el poder oscuro. 

¿A que creen que se deba el ataque que acaba de sufrir? En el capitulo siguiente estará la respuesta pero me encantaría conocer teorías.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top