Capítulo IX: Los Tres Picos (II/III)
Los que participaríamos en los Tres Picos teníamos entrenamientos extra además de las clases regulares. El maestro Vaahr estaba emocionado, él aseguraba que nosotros: Dormund, Aren, Davian y yo, ocuparíamos los primeros lugares de la competencia, por lo tanto, nos exigía hasta el límite del agotamiento, el cual para mí llegaba antes que para mis compañeros.
Los hechizos me salían bastante bien, el problema era mi técnica con la espada. Cada vez que tomaba en las manos un arma me bloqueaba, la energía no fluía desde mis manos a la espada.
El segundo día de entrenamiento, el maestro Vaarh me llamó aparte, quería saber si me ocurría algún contratiempo y, al igual que lara Ingrid, llegó a insinuar que tal vez debía regresar al palacio Flotante.
Debido a sus dudas sobre mi desempeño, decidí poner en práctica mi plan cuanto antes, no podía permitirme regresar con mi madre, derrotada.
Esa noche me mostré muy amable con mi escolta.
Lara Ingrid permanecía en la antecámara de mi aposento todo el tiempo que yo estuviera en él. Estoica, aguardaba sin comer ni beber y estaba segura, tampoco dormía o al menos lo hacía con un ojo abierto.
Después de quitarme el uniforme blanco de entrenamiento me puse una túnica azul claro, bastante holgada y cómoda, tomé mi capa y me dispuse a salir. Tal como lo había previsto, de inmediato se levantó lara Ingrid.
—Iré a las cocinas. Tengo algo de hambre —dije mientras avanzaba por las galerias abovedadas del palacio.
En el suelo brillante se refleja nuestra imagen, vi la de ella seguirme a unos cuantos pasos y entonces sonreí.
Al llegar a las amplias cocinas, los sirvientes, que todavía permanecían despiertos, se desvivieron por atenderme. Sentada frente a una de las mesas de madera, esperé a que ellos me arreglaran una pequeña vianda con bocadillos, zumos de fruta y leche. Agradecí y me marché, siempre con la capitana a mi siga.
De vuelta en mis aposentos dejé la vianda en la mesita de la antecámara y comencé a sacar los bocadillos. Con el tono más inocente del que fui capaz, le ofrecí uno a mi escolta. Por su puesto, ella se negó.
—Lara Ingrid, por favor, —continué insistiendo en que tomara al menos uno—, no me despreciéis, dejad a un lado vuestra reservada actitud y comed conmigo. De nuevo, no puedo dormir.
Finalmente, ella accedió y llevó un bocadillo a su boca. Mientras la soldado lo comía yo le di la espalda y serví la leche en vasos de cristal. Sin que lara Ingrid lo notara, le agregué una generosa porción de leche de borag a su bebida.
Suspiré al pensar que mi preciado calmante iría a parar al estómago de la soldado. Casi desistí de hacerlo tan solo de imaginar que pronto se acabaría, pero no tenía opción.
La leche de borag, aunque tenía un sabor suave, era blanca, por eso preferí servir leche en lugar de zumo de frutas.
Con una sonrisa me giré y le ofrecí el vaso con el calmante a mi querida escolta. Ella, aunque parecía sentirse culpable de mostrar hambre, bebió y comió todo. De pie observé cómo los ojos empezaron a cerrársele y fingí un bostezo.
—Iré a dormir. Deberíais hacer lo mismo, lara.
Creo que no me escuchó del todo. Se tumbó en el sillón, inclinó la cabeza sobre el pecho y comenzó a roncar. De inmediato abandoné la antecámara, cerré la puerta y ya en mi habitación, saqué el libro misterioso del cofre en el cual lo guardaba bajo llave.
Como siempre, no estaba muy segura de lo que hacía y como siempre, me sentía sin más opciones. Habría preferido estar en el lugar de mi escolta: tumbada en el sillón y sumida en la inconsciencia, navegando entre ríos tranquilos de líquido blanco de borag. Las manos comenzaron a temblarme y el corazón a palpitar con fuerza. Sí, anhelaba terriblemente drogarme con borag.
Hice de tripas corazón, aparqué el deseo avasallador y abrí el libro.
La magia que de él emanaba era otro tipo de droga, quizá más poderosa que el calmante al cual me había aficionado.
A falta de sangre de criaturas mágicas opté por la propia. Hice cortes en mis brazos y dejé escurrir las gotas carmesí con las que potenciaría cada uno de los hechizos que incrementarían mi poder.
Avanzada la madrugada yo estaba embriagada.
Cada fibra de mi cuerpo vibraba. Cerraba los ojos y podía sentir como ese savje, a la vez conocido y diferente, me recorría desde la cabeza a los pies, lo sentía arder dentro de mí. Era mi mismo poder, pero amplificado. Estuve toda la noche experimentando con los encantamientos del libro, profundizando en ellos. Casi al amanecer fue que la efervescencia de los hechizos que había conjurado para incrementar mi poder, empezaron a mermar, solo entonces el sueño vino a mí.
El descanso fue poco. Las actividades en el palacio Adamantino iniciaban desde temprano. Seguí la misma rutina de siempre: comer con Aren y Erika, asistir a clases y al terminar estas, comenzar con las lecciones extras que nos prepararían para la competencia.
Por fortuna mi plan tenía éxito. Mi desempeño con la espada mejoró notablemente, al punto de que el poder espiritual con la que la cubría en una oportunidad fue tan fuerte que la madera se carbonizó. Ni el maestro Vaarh, ni Dormund, ni nadie en la clase volvió a dudar de mí, por el contrario, ahora me miraban con un respeto rayano en la reverencia.
Por primera vez en mucho tiempo me sentía digna de ser la futura soberana de Augsvert y era gracias a la magia poderosa a la que accedía con los hechizos del libro.
Era un atajo, lo sabía y tal vez si se enteraban lo considerarían deshonesto, pero tenía que ganar. Yo consideraba que no hacía nada malo. Entrenaba tan duro como mis compañeros, la única diferencia es que estaba usando otro tipo de hechizos, mucho más poderosos. Una magia arcana y desconocida para los sorceres de Augsvert. ¿La habrían empleado los alferis? Había pasajes en el libro que todavía no descifraba del todo y, por lo tanto, no comprendía, sobre todo al final, donde para mi sorpresa, hallé una parte muy parecida a aquel texto que tenía Gerald en su poder cuando lo conocí. Estaba intrigada por su origen, pero en aquel momento no tenía tiempo de desentrañar el misterio, debía concentrarme en la competencia.
Que hubiesen restringido las actividades sociales en el palacio Adamantino, al punto de ser inexistentes, tenía dos caras: por un lado, extrañaba terriblemente compartir fuera de clases con Erika y Aren, pero por el otro, me permitió sumergirme por completo en el estudio del libro y el perfeccionamiento de la nueva magia que ahora poseía.
Descubrí que no necesitaba sangre de animales para realizar los hechizos, con la mía era más que suficiente.
Noche tras noche, hasta el término de esa lunación, continué drogando a lara Ingrid para yo poder practicar en paz. No me importó acabar mis reservas de leche de borag con ella. Con mi nuevo savje recorriendo mi cuerpo ya no necesitaba anestesiar mis recuerdos para alejar el miedo y el dolor, ya no necesitaba nada.
La última noche antes de partir a la competencia abrí el libro; corté de nuevo mis brazos donde las lesiones antiguas ya habían cicatrizado y realicé, con mi propia sangre, el procedimiento en el cual me volvía experta. Susurré los hechizos y de inmediato cintas de energía de un tono rojo oscuro comenzaron a envolverme. Me dejé llevar. Me sentí ingrávida, no era más un cuerpo sino pura energía efervescente y brillante. Me sentía con la fuerza y la destreza suficientes para cambiar el espacio, la realidad y el tiempo. Era demasiado poder.
Mientras permanecía con los ojos cerrados accediendo a los recodos más ignotos de mi espíritu y sus reservas de savje, vislumbré una mancha negra que cada vez se hacía más grande.
Abrí los ojos con la respiración desacompasada y caí pesadamente sobre el brillante suelo de Heirdsand de mis aposentos. Sin darme cuenta había levitado. Aquello me asustó y me emocionó a partes iguales, no conocía ningún hechicero con el poder de volar. Me habría gustado mucho continuar experimentando, conocer los límites del nuevo poder que noche tras noche descubría con el libro y qué cosas más sería capaz de hacer. Tenía la vaga impresión de que podría acceder a otra realidad, realizar hechizos que ningún sorcere antes hizo, pero lamentablemente no tenía tiempo. Faltaba poco para amanecer y también para partir hacia los Tres Picos.
Me senté en el suelo con las piernas cruzadas y mis manos descansando sobre mis muslos, cerré los ojos y me dispuse a relajarme a través de la meditación. Necesitaba bajar los niveles de mi energía y dormir algo antes del viaje. Cuando la competencia finalizara me dedicaría de lleno a averiguar los alcances de esa magia y su procedencia.
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