Capitulo IV: Un libro misterioso (III/IV)

—¡Cof, cof, cof! —tosí con fuerza incorporándome un poco.

El pecho me dolía y la cabeza me daba vueltas, al mirar a mi alrededor pude darme cuenta de que seguía en la biblioteca. No sabía por cuanto tiempo perdí el conocimiento, pero a mi alrededor todo continuaba a oscuras.

Me levanté con dificultad y me acerqué a la estatua del Björkan que continuaba abierta, repetí el hechizo y esta se cerró ocultando la cámara secreta. Al tomar aire, el pecho volvió a dolerme al igual que la cabeza. Tenía que salir de allí, pues sospechaba que ese humo verde que antes inhalé era veneno.

Caminé fuera de la biblioteca sintiéndome cada vez peor, la boca empezaba a secárseme y sentía incipientes náuseas. Decidí ir a las cocinas, allí encontraría los ingredientes necesarios para prepararme un antídoto.

Descendí las escaleras de la torre llevando en mi espalda la bolsa que contenía el libro. Caminaba sujetándome de la pared en caso de que el mareo se intensificara. De vez en cuando las náuseas me asaltaban de nuevo. Lo que haya sido ese gas verde, su intención de seguro era envenenar a los intrusos, a aquellos que desearan hacerse con el libro, eso me hacía pensar que realmente lo que traía en mi espalda era algo poderoso.

Cuando llegué a la planta inferior me orienté hacia el este, a las cocinas, sin embargo, cada vez el mareo se incrementaba más. Caminé hasta alcanzar el ala de invitados, al pasillo que daba al jardín interior. En ese momento, debido a mi malestar no me di cuenta que alguien se sentaba en el rellano de uno de los ventanales, abierto de par en par.

Pasé sin fijarme en su presencia cuando de pronto, a pocos pasos, habló a mis espaldas.

—¡Alteza!

El corazón se me saltó un latido y a punto estuve de vomitar del susto. Me mantuve estática en mi lugar cuando el intruso de nuevo habló:

—¿Qué haces a estas horas deambulando por el castillo? ¿Tampoco puedes dormir?

Me tranquilizó reconocer la voz, era el dreki doromirés, Gerald.

—¡Oh! Hum... Sí, en efecto no puedo dormir.

—En ese caso, ¿por qué no me acompañas? La luna luce preciosa esta noche. Tampoco yo puedo dormir, princesa.

Apreté los labios conteniendo el dolor de cabeza cada vez mayor. No podía quedarme allí, debía llegar a las cocinas y prepararme un antídoto.

—Por cierto, es bastante peculiar tu atuendo para dormir —dijo él con una media sonrisa después de saltar desde el rellano de la ventana hasta donde yo estaba. El dreki se detuvo frente a mí y me inspeccionó de arriba abajo, detallando mi ropa negra.

Tragué, inhalé y exhalé con fuerza en un vano intento de disminuir el malestar. Gerald era más astuto de lo que imaginaba, tenía que desviar su atención.

—Sí, es cómodo y fresco —dije con lentitud, intentando que mi voz no temblara y no vomitarle encima—. El pañuelo cuida mi cabello mientras duermo.

—Ya veo. —El pelirrojo se acercó a mí con sus ojos azules brillando divertidos—. Pensé que te escabullías, princesa.

Di un paso atrás.

—Y yo pienso que me espías, dreki. ¿Qué haces realmente aquí, abordando a la princesa de Augsvert, en completa soledad, de noche? No es muy adecuado de tu parte, un noble extranjero. —Gerald enarcó sus cejas pobladas, sin duda, sorprendido por mis acusaciones— ¿Acaso eres un espía de Doromir? —Inventé aquello sin ningún remordimiento, para escapar de su escrutinio.

—¿Un espía? —Sonrió incrédulo— ¡Es absurdo! ¡Claro que no soy un espía! Soy un invitado.

—¡Entonces eres algo peor, un acosador! —Lo miré con fingida molestia —¿Qué pensarán si se enteran de que persigues a la princesa de Augsvert por las noches?

Gerald abrió sus ojos azules. Luego apareció esa sonrisita ladeada que comenzaba a identificarlo.

—Pensaran que se ha apoderado de mí un afecto incontrolable por la bella princesa de este reino.

Yo tragué desconcertada, sin hallar qué replicar. Su sonrisa ladeada y la manera como sus ojos azules brillaban con picardía me pusieron nerviosa. Se suponía que el efecto tenía que ser al revés. Él era quien debía estar asustado de mis acusaciones, no yo de su osadía.

—¡Que atrevido!

Él rio en voz baja. A estas alturas tenía la impresión de que se divertía a costilla mía.

—Me parece que ambos hacíamos algo incorrecto. Mi motivo fue la curiosidad —explicó él sin dejar de sonreír—. No podía dormir y estaba fuera de mi habitación, en este agradable corredor que da al jardín, cuando escuché un ruido. Al mirar al pasillo te vi vestida de manera tan sospechosa que no pude evitar seguirte.

—Pues eres un...descarado. ¡No puedes seguirme en medio de la noche!

—Y tú no deberías... ¿pasear en medio de la noche, Alteza? Aunque no puedas dormir.

—Es mi palacio, puedo hacer lo que quiera, esta es mi casa.

Él se rio divertido mientras me observaba.

—Por supuesto que sí, Alteza, incluso escabullirte con tu atuendo enteramente negro... "de dormir".

Estaba nerviosa, la cabeza cada vez me dolía más y por momentos sentía en mi boca el amargo sabor de la hiel. Era obvio que Gerald no me creía. Tenía que hacer algo para escapar e irme a las cocinas, así que puse mi expresión más severa y le dije:

—De acuerdo, Gerald, he decidido creer en ti. No diré nada de tu reprobable comportamiento, de que me seguiste durante la noche por el castillo. Si alguien se entera pensará que tenías intenciones deshonrosas para conmigo.

Gerald me miró de nuevo asombrado, luego volvió a reír.

—¡Oh, Alteza! ¡Qué generosa! —bajó su voz hasta hacerla un susurro, sus ojos azules me miraron con picardía—. Supongo que este será nuestro secreto, ¿verdad, princesa?

Sus ojos traviesos, su voz divertida, la situación, todo jugaba en mi contra, el sudor comenzó a cubrir la palma de mis manos. Mi corazón latía con fuerza.

—¡Así es! ¡No debes temer, Gerald, no le diré a nadie sobre tu cuestionable proceder esta noche!

Él se rió y volví a sospechar que era de mí.

—¡Gracias por tanta generosidad, Alteza!

Yo me giré luego de que me hizo una pronunciada reverencia y seguí caminando, quería alejarme de él. Pero no pude avanzar mucho, la tensión del encuentro obró en mí de mala manera. Me tambaleé presa de un fuerte mareo y sin poder continuar evitándolo, vomité en un recodo del pasillo.

Gerald corrió hasta mí y me sostuvo de los hombros. Al hablar cambió el tono sarcástico por preocupación.

—¿Qué te ocurre, Soriana?

Volví a vomitar. Cuando pude por fin hablar temblaba, sudor frío cubría la piel de mi rostro.

—No me encuentro bien.

—¡Buscaré a alguien que pueda ayudarte!

—¡No! —le dije entre espasmos, sosteniendo su brazo—. No es necesario molestar a nadie. Se me pasará con un té.

Él me miró dubitativo, temí que se empeñara en alertar a alguien. Convencer a mi madre de que solo daba un paseo nocturno vestida como ladrona no sería tan fácil como convencerlo a él, a quien ni siquiera había logrado engañar.

—Podrías acompañarme a las cocinas, estamos cerca.

Finalmente él asintió. Me apoyé en su hombro mientras Gerald rodeaba mi cintura. Cada vez me sentía más temblorosa, temí desmayarme en cualquier momento.

Los pasillos del palacio permanecían iluminados por esferas de luz. Afortunadamente no nos topamos con ningún guardia en el trayecto. Al entrar en las cocinas que, a diferencia de los pasillos, estaban a oscuras, Gerald encendió una luminaria de intensa luz verde. Me sentó frente a una de las mesas de madera mientras me veía con expresión preocupada.

—¿Qué tipo de té es el que necesitas, Soriana?

Me remojé los labios, que sentía secos, antes de hablar.

Recordé las lecciones de lara Briseida, la sorcerina que nos instruía sobre pociones. Ella siempre decía que la leche era una buena base para preparar antídotos, la menta era un ingrediente de la mayoría de ellos y si, como sospechaba, el veneno había sido Irisius, raíz de soria era el antídoto. Solo esperaba que en las cocinas hubiera soria.

—Leche, menta y raíz de soria.

Gerald, que había encendido el fogón y colocado una de las ollas en él, se volteó a mirarme extrañado.

—¿Raíz de soria? ¿Qué es lo que te ocurre realmente, Soriana?

Yo no le contesté. En lugar de hacerlo me levanté para buscar en los estantes los ingredientes. Tal como temí no hallé la raíz en ningún gabinete. Pero sí encontré runa kinis, una planta cuyo jugo dama Dhalia lo usaba para condimentar las sopas. No sería tan efectiva como la soria, pero serviría en aplacar los efectos del veneno.

Gerald se encargó de preparar la pócima mientras yo alternaba entre dormida y despierta. Cuando el brebaje estuvo listo, el joven dreki lo acercó a mí.

—Ten —me dijo—. Creo que deberíamos llamar al sorcere sanador, no luces bien, princesa.

—No te preocupes, estaré bien luego de beber la infusión. —Llevé el líquido a mis labios y arrugué la nariz debido al repugnante sabor—. Gracias.

—No hay nada qué agradecer, aunque me gustaría saber realmente qué te sucede.

—No lo sé. Tal vez comí algo en mi último recorrido por Aaberg que no me cayó bien —mentí—. A veces los campesinos nos ofrecen bocadillos y aunque a mi madre no le gusta que los coma, ya sabes no soy muy obediente.

Aquello no era del todo falso. Hacía meses atrás me indigesté comiendo un dulce que una amable viejecilla de nuestra capital me obsequió. A pesar de que lara Moira me dijo que no lo comiera, no le hice caso y terminé varios días en cama por culpa de mi desobediencia.

Poco a poco la infusión comenzó a hacer efecto, las náuseas y el dolor de cabeza fueron disminuyendo. Gerald permaneció todo el tiempo a mi lado mirándome con aprehensión, quizás debatiendo entre sí pedir ayuda o quedarse conmigo y ocultar lo que sucedía.

—Siento mucho involucrarte en todo esto —dije al cabo de un rato, cuando me sentí mejor—. Te agradecería que no mencionaras nada, mi madre se pondrá furiosa conmigo si descubre que he vuelto a desobedecerle.

Gerald asintió.

—Será nuestro secreto, entonces, princesa. Considérame tu amigo.

Yo sonreí un poco al ver su expresión compungida. Al menos él no diría nada.

—Me ha gustado cuidarte y espero en el futuro podamos forjar más recuerdos juntos.

Sus palabras me aturdieron, me dio la sensación de que Gerald coqueteaba conmigo y no estaba segura de si eso era algo bueno o malo.

El dreki me acompañó hasta mi habitación. Cuando entré ni siquiera tuve fuerzas de ver el preciado libro, fuente de mi actual sufrimiento. Me tumbé sobre la cama y todavía vestida, me quedé profundamente dormida. 

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