Capitulo IV: Un libro misterioso (II/IV)
La idea de la sala secreta que mencionara Gerald, no me abandonaba. La posibilidad de encontrar unos misteriosos escritos que prometían convertir a su dueño en alguien poderoso me tentaba demasiado.
Al día siguiente, cuando llegué a la sala azul abordé a lara Astrid. Había pensado en una posibilidad y quería comprobar que tan cierta podría ser.
—Bendiciones, lara Astrid —la saludé con una reverencia.
—¡Las flores de Lys se derramen sobre vuestra cabeza, Alteza! ¿Tan temprano por acá?
—Es que la verdad, me gusta estar aquí, siempre he amado la biblioteca.
Lara Astrid sonrió al mirarme.
—Lo sé, de pequeña el rey Sorien, la traía a menudo a leerle historias.
Algo se removió en mi interior cuando la escuché mencionar a mi padre. No era frecuente para mí escuchar a otros hablar de cómo era él conmigo, mi madre al menos nunca lo hacía, jamás me contaba sobre él. Se me cristalizaron un poco los ojos mientras asentía con una sonrisa.
—Lara Astrid, la biblioteca siempre fue así, ¿cómo es ahora?
Ella me miró un poco desconcertada.
—¿A qué os referís, Alteza?
—Digo, quienes habitaban Augsvert antes eran los alferis, de hecho, fueron ellos quienes construyeron esta biblioteca, ¿no? Me pregunto si siempre fue así ¿no ha sido remodelada?
—Oh, pues la verdad, no lo sé —me decepcioné al escuchar su respuesta —, aunque ahora que lo pienso, una vez encontré un dibujo antiguo de la biblioteca, y aunque las salas y pasillos eran los mismos, los nombres no. Creo que antes cada sala estaba dedicada a uno de los dioses.
Abrí grande mis ojos, eso era algo. Si tan solo pudiera tener ese dibujo, tal vez allí estaría señalada esa sala secreta.
—¿Y por casualidad tendréis ese dibujo? —ella me miró con suspicacia así que añadí para que no sospechara—. Pudiera restaurarlo y quizás exhibirlo en la sala circular, ya sabéis, para que todos noten las mejoras que se han hecho.
Lara Astrid me sonrió complacida.
—¡Eso sería espléndido, Alteza! Dejadme buscároslo, ya vuelvo.
Mi corazón empezó a palpitar con fuerza. Si yo encontraba esa sala, si me hacía con todo ese poder que prometía, mi madre ya no dudaría nunca más de mi capacidad. Por fin estaría a su altura y a la altura de mi padre.
—¡Alteza, aquí estás!
—¡Gerald! —dije con un sobresalto al escuchar su voz a mis espaldas —¿Qué haces aquí?
—Recordé que estarías castigada y quise hacerte compañía —dijo mirándome con sus brillantes ojos azules—. Espero que no te moleste.
Suspiré un poco decepcionada.
—¡Claro que no! —le dije con una fingida sonrisa—. ¿Por qué no me esperas en la mesa? Aguardo a que lara Astrid traiga lo que debo traducir hoy.
Gerald sonrió entusiasmado y fue a sentarse en una mesa en el centro de la sala. Un momento después regresó la sorcerina con el preciado dibujo.
—¡Aquí está, Alteza! —dijo extendiéndolo en la mesa.
El dibujo estaba gastado, con el pigmento que lo coloreaba casi borrado, pero podía verse la estructura de cruz de la biblioteca con sus cuatro salas en los extremos de la cruz y la sala circular en el centro. Y en efecto, las salas eran nombradas de acuerdo a un dios y no a los colores. Erys, Olhoinna, Morkes, Lys y Surt. Me decepcioné al ver que ninguna se llamaba muerte o luz, ni oscuridad.
—Gracias lara, haré lo mejor que pueda.
Hice la reverencia correspondiente y me alejé hacia la mesa donde me aguardaba Gerald.
—Y bien ¿qué traducirás hoy? — me preguntó entusiasmado mientras yo me sentaba decepcionada.
—Debo hacer este dibujo de cómo era antes la biblioteca.
Él se inclinó mirando el dibujo, sus ojos se iluminaron y sonrió.
—Mira, las salas antes llevaban nombres de dioses.
—Sí —le contesté sin emoción alguna.
Fíjate, cada color corresponde a un dios.
—¡¿Que?! ¿A qué te refieres?
Él se sorprendió un poco cuando mi voz, por la emoción, sonó chillona, pero lo que había dicho me devolvió la esperanza.
—Pues, qué, por ejemplo, Olhoinna, diosa de la cosecha, la fertilidad y el sol sería la sala amarilla...
—Ajá, continúa.
—Erys, diosa de la medicina es púrpura; Surt, señor del destino, azul; Lys, diosa de la magia blanca, obvio es la sala circular, la blanca y...
—¡La violeta es Morkes, el oscuro, el dios de las tinieblas! —dije triunfante, la sala de los muertos.
Gerald sonrió debido a mi entusiasmo. Lo cierto era que sentía que casi había revelado la ubicación de la sala secreta. "Entre la luz y las tinieblas" debía referirse al pasillo que une la sala violeta con la sala blanca, ahí tendría que estar la entrada a esa sala secreta.
—Se mucho sobre cosmogonía entre otras cosas, ¿sabes? —se ufanó Gerald, mirándome con una sonrisa—. Me encanta todo lo que tiene que ver con la mitología y los diferentes dioses.
Yo le sonreí de vuelta, más emocionada por mi descubrimiento que por la sabiduría del doromirés.
Pasé el resto de la mañana dibujando el antiguo pergamino de la biblioteca en lo cual me ayudó Gerald, que en realidad fue quien lo hizo, yo solo lo pinté.
Decidí que, por la madrugada, cuando todo el palacio durmiera, iría a la biblioteca a buscar la dichosa sala secreta.
Pasada la medianoche salí de mi habitación. Iba vestida con calzas negras, una túnica a medio muslo, también negra, similar al estilo que usan los hombres y cubrí mi cabello con un pañuelo de tejido oscuro. Quería camuflarme con las sombras.
No había nadie en los pasillos, aun así, caminé pegada a la pared, sigilosa, tratando de no hacer ruido y vigilando tanto a mi frente como a mis espaldas. A esa hora los pasillos estaban desiertos y solo las entradas eran vigiladas por los soldados de guardia.
Atravesé casi toda la planta baja hasta las escaleras que daban a la torre de la biblioteca cuando sentí un ruido a mi espalda. Giré, pero no vi a nadie. Me mantuve un momento más, quieta y sin hacer ruido esperando, pero nada ocurrió así que continué con mi incursión nocturna.
Subí las largas escaleras hasta llegar a la enorme puerta doble de madera labrada. Tomé mi copia del llavero del palacio y busqué entre las llaves plateadas. Seguro una de esas sería la de la gran puerta.
Una de las llaves de plata, la más grande y en apariencia antigua, giró en la cerradura. Conteniendo el aliento empujé la puerta y esta hizo un ruido que resonó en el absoluto silencio de la torre. Me apresuré a entrar y dejé la puerta tal como estaba, entreabierta, pues no quería repetir el ruido.
La biblioteca estaba desierta, por eso decidí encender una luminaria de Lys que refulgió dorada en el espacio frente a mí e iluminó varios pies de distancia a mi alrededor. Me hallaba en la sala blanca, debía encontrar el pasillo que daba a la sala violeta si como creía, ese lugar era la conexión entre luz y tinieblas y el resguardo secreto de los poderosos pergaminos.
Continué caminando en puntillas hasta el pasillo que buscaba.
El corredor estaba adornado con gruesas columnas circulares y hermosos bustos en mármol de reyes anteriores, héroes, dioses y hasta del Björkan, el árbol de la vida. Había dos hileras paralelas de estantes llenos de pergaminos, libros y tablillas que llegaban desde el suelo hasta un poco antes del techo y abarcaban todo el largo del extenso pasillo.
Lo recorrí sin encontrar ninguna puerta. Miré hacía el suelo y tampoco había trampillas disimuladas en el piso de heindrsand pulido. Empezaba a frustrarme, no sé qué esperaba. Había estado mil veces en esa sala y jamás vi nada extraño allí. Empezaba a creer que era una locura lo que hacía, el pedazo de pergamino del dreki doromirés seguro correspondía a alguna otra cosa y no a una secreta sala llena de poder.
En mi mente repasé de nuevo las palabras del pergamino de Gerald "El poder yace en medio de la luz y las tinieblas, donde la vida y la muerte se unen."
Recorrí una y otra vez el corredor mirando los libros en los estantes, buscando una señal que pudiera indicar una puerta secreta, pero allí no había nada.
Derrotada, iba a volver sobre mis pasos cuando miré en el rincón el busto del árbol.
El corazón me latió rápido. Todas las estatuas en el pasillo eran de personas y dioses menos esa. El Björkan, además de árbol de la vida, representaba la puerta al mundo de los muertos, al hogar de Morkes.
Caminé hasta la estatua y la miré fijamente. En la base tenía un grabado en lísico: der lifa ok deyja standa saman "donde la vida y la muerte se unen."
—¡Debe ser esta la entrada! —exclamé emocionada.
Examiné el árbol. Lo toqué, intenté levantarlo, traté de mover cada una de sus ramas talladas en brillante piedra, pero nada pasaba. Si esa era la entrada, yo no lograba abrirla. Después de casi un sexto de vela de Ormondú, estaba decidida a darme por vencida, me había equivocado.
Hasta que algo se me ocurrió.
Si tenía razón y el árbol era la entrada, ¿no sería lógico que se abriera con un hechizo?
Existía una runa para Björkan. Exhalé nerviosa. Levanté las manos y dejé que mi energía dorada las cubriera, entonces dibujé en el aire el símbolo correspondiente.
La runa resplandeció en dorado, pero nada sucedió, no había entrada. Lo hice de nuevo, esta vez en lísico, el lenguaje de la diosa Lys, la dadora de magia, y como antes no hubo resultado.
Gruñí molesta y me senté en el bruñido suelo de heindrsand negro. Estaba segura que, si existía, esta tenía que ser la entrada, pero ¿cuál era el secreto que la abría?
Repasé en mi mente el fragmento del pergamino de Gerald una vez más. Al principio de él había una palabra cuyo significado no conocía, tal vez esa era la clave. Cerré los ojos intentando recordar los trazos para repetirlos.
Mis manos otra vez se cubrieron de energía dorada. Con los dedos índice y medio repetí los trazos con los ojos cerrados, tratando de reproducirlos lo más fiel que me fuera posible.
No tenía mucha esperanza de que funcionara. Abrí los ojos esperando ver mi fracaso, pero en vez de eso me encontré con que la estatua del Böjrkan había desaparecido y en su lugar solo quedaba un agujero del tamaño justo para que una persona agachada lo atravesara.
Me levanté de prisa y sin pensar atravesé el hoyo.
Grité despavorida cuando, al cruzar la entrada, me encontré deslizándome sobre una resbaladilla.
La oscuridad era absoluta en ese túnel. Estaba aterrada, sentía que descendía a las entrañas mismas del Geirsgarg y que en cualquier momento me encontraría de frente al dios Morkes, el nigromante, junto a toda su corte de draugres y fantasmas.
El descenso terminó y yo caí sentada sobre mi trasero.
Temblando, hice aparecer una luminaria de Lys dorada que iluminó el misterioso recinto. Este era un espacio circular no muy grande con olor a humedad y encierro que me hizo toser.
Me levanté y extendí mi mano para tratar de ver la totalidad de la sala. Estaba vacía casi por completo excepto que, adelanté, había una persona inclinada sobre una pequeña mesa.
Los ojos se me abrieron tanto como podían debido a la sorpresa, me tapé la boca para ahogar un grito de terror. Caminé hacia atrás, alejándome de la persona frente a mí que me daba la espalda. Di tres pasos y choqué con la pared. Estaba atrapada.
Miré de nuevo dispuesta a enfrentar a el que estaba delante de mí, pero este no se movía. Hice arder más la luminaria y alumbró un poco mejor la estancia permitiéndome distinguir que la persona delante de mí era otra estatua.
Suspiré aliviada y con paso trémulo me acerqué a ella.
Era la representación de alguien. Su figura se inclinaba sobre la mesa. Tenía un medallón de un metal algo oxidado en el pecho con una palabra grabada: "Elin". En el cinto portaba una espada, la cual, aunque cubierta de una espesa capa de polvo, parecía real y no hecha de piedra como el resto de la estatua. Vestía de una manera que nunca antes vi en Augsvert: una túnica suelta de cuello alto con arabescos en los orillos, al frente estaba cerrada por botones y cordones que dejaban entrever otra prenda debajo. En la mesa sobre la que se apoyaba la estatua había un libro.
Era un libro de dos cuartas de largo por dos de ancho, grueso, encuadernado en piel, un pigmento verde cubría la portada. Parecía estar desprendiéndose de ella, porque al pasarle los dedos por encima las yemas se me mancharon de la pasta verdosa.
En la sala, además de la estatua, la mesa y el libro, no había nada más. Ni un solo pergamino, tablilla, arma o herramienta mágica.
Miré el rostro de la estatua. Las facciones talladas en alabastro eran hermosas, imposible discernir si se trataba de un hombre o una mujer. Su expresión gentil, con parpadas algo caídos y unos delgados labios que apenas dibujaban una pequeña y dulce sonrisa, invitaba a confiar. Era un rostro que transmitía infinita paz y bondad. Mirándolo tuve la sensación de que se trataba de algún dios o antiguo rey desconocido.
¿A quién representaba esa estatua? ¿Por qué alguien con una expresión tan bondadosa se encontraba en el pasillo que daba a la sala del dios de la muerte? ¿Sería la representación de un guardián? ¿O sería Lys, la dadora de magia? Después de todo, según la leyenda, Lys, diosa de la magia blanca y Morkes, dios de la magia negra eran hermanos, quizás por eso la conexión: luz y tinieblas, vida y muerte.
No le di más vueltas al asunto, aparté la vista del hermoso rostro de la estatua desconocida y me concentré en el libro. Ese tenía que ser el receptáculo de los secretos del poder que yo buscaba.
El corazón empezó a latirme con fuerza ante la perspectiva de poseer el libro y todos sus misterios.
Lo tomé con ambas manos y lo halé para sacarlo de la mesa y de la mirada de la estatua que se inclinaba sobre él como si lo leyera.
Al levantar el libro, una nube de gas verde salió disparada de la mesa directo hacia mí. Me aparté lo más rápido que pude, sin embargo, la neblina se dispersó y el aire se enrareció. Me comenzó a faltar la respiración, la vista se me nubló, mis piernas comenzaron a temblar.
Metí el libro en la bolsa que llevaba en la espalda mientras me ahogaba en espasmos de tos. Caminé hacia la resbaladilla para salir de ese lugar y poder respirar aire fresco, pero por más que intentaba subir, no lograba hacerlo, avanzaba con mucha dificultad. Casi sin aliento llegué al final del túnel, el aire me faltaba cada vez más hasta que todo se oscureció, caí desmayada en aquella sala que se me antojaba la morada del dios nigromante.
*** Soriana, Soriana, Soriana ¿qué les parece Soriana y su falta de sentido común? (Si tuviera sentido común no habría novela jeje)
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