Capitulo III: La fiesta del Sol

Primera lunación del año 292 de la Era de Lys. El palacio Flotante en la ciudadela, Aaberg, Augsvert.

El solsticio de verano llegó junto con la festividad del sol dedicada a la diosa Olhoinna y también el muy esperado cumpleaños número diecisiete de mi adorada prima, Englina.

Los estudiantes pasábamos en el palacio adamantino casi todo el año excepto durante la festividad del sol y el invierno.

Por lo tanto, tres días antes de la celebración ya habíamos abandonado las montañas de Heiorgaror y cada uno se hallaba en su respectiva casa, preparándose para acudir a la festividad en honor de nuestra diosa.

Todo Augsvert bullía de expectativa ante la celebración. Los comunes festejaban en sus plazas, las cuales adornaban bellamente. Abundaba la comida y la bebida, el olor de los carneros asados se esparcía por cada calle de cada ciudad. En los hogares, las mujeres se vestían para la ocasión y desde temprano empezaban la labor de fabricación del vino. Augsvert era famoso tanto por su vino como por su té y la festividad del sol, aparte de agradar a Olhoinna, también era una manera de agradecer a la diosa la bendición de poder fabricar vino.

Las mujeres maceraban las uvas en grandes barriles rodeadas por los hombres que las observaban realizar la labor. Estos se sentaban en círculo tocando flautas, tambores y arpas en alegres tonadas para ambientar la jornada. La cerveza corría a raudales, así como también la comida y todo esto como antesala de la gran fiesta del sol.

Los lars también tenían su celebración, menos estrafalaria y espontánea y también menos alegre.

Los sorceres acudían al palacio flotante y se reunían en el pabellón del fuego, llamado así porque las columnas estaban adornadas con piedras de ópalo de fuego. Este gran salón se abría a los jardines donde las azucenas blancas, las rosas delicadas, las fresias exuberantes y las bellas gardenias amarillas regalaban su perfume a la estancia.

Esa noche, una gran esfera de Lys era creada y suspendida en el techo del salón para que brillara, simulando la luz incandescente del sol. Al igual que entre los comunes, había comida y bebida en abundancia, pero a diferencia de las modestas celebraciones del pueblo llano, entre los nobles se repartían delicados canapés de pescado obtenido de la cabecera del Ulrich y enrollados en hojas de parra. Se servían exquisitos cortes de cerdo asado y vino aromatizado con flores de ciruelo y melocotón.

Las sacerdotisas del templo de Olhoinna entonaban hermosos cánticos y tañían liras que llenaba de regocijo a quienes las escuchaban. Muchos decían que exactamente igual tocaban las legendarias Basiris del Geirsholm. En fin, todo muy aburrido y alejado de la efervescente alegría que disfrutaban los comunes y más los que vivían en el campo, alejados de las ciudades.

Desde hace algunos años Aren, Erika y yo nos escabullíamos ese día antes de la medianoche a la ciudad agrícola Reka dorm que, como estaba próxima a la ciudadela real, disfrutaba de gran prosperidad y allí la fiesta del sol era especialmente alegre y prolífica en comida y bebida. Además, se nos hacía más fácil salir de la ciudadela y luego regresar a ella sin ser descubiertos por nuestras familias.

Pero ese año sería distinto y más difícil escapar hasta allí, al menos para mí.

Por ser la princesa, yo tenía que asistir a la ceremonia de iniciación de Englina. Mis amigos todavía no eran lars, así que no tenían permitido asistir, pero yo, siendo la princesa tenía que, como dijo el concejero mayor del Heimr: "honrar con mi presencia tan digno festejo".

Algo absurdo pues quién se fijaría en mí si allí estaría la reina "bienaventurada de Lys", "la reina luna", la ilustrísima reina, Seline Sorenssen.

A su lado yo no era más que un moco pegado en su impoluto vestido blanco de seda de araña. El sol eclipsado por la luna. ¿Dije el sol? Que arrogante de mi parte compararme con algo así. Nunca sería el sol sino una diminuta y opaca estrella en el oscuro firmamento iluminado por la magnificencia de mi madre, la reina luna.

Estaba acostada sobre la cama mirando su dosel, con mis brazos abiertos pensando en lo que me aguardaba en el aburrido cumpleaños de Englina, cuando un suave golpe en la puerta de mi habitación rompió el silencio.

Mi madre no esperó, entró. Se veía regia como siempre. Llevaba su lisa y larga cabellera blanca atada en un voluminoso moño, vestía una túnica verde muy claro, ligera debido al calor veraniego, sin mangas y un tanto escotada.

Entró seguida de sus doncellas quienes traían en sus manos el ajuar que debía usar esa noche en la ceremonia de iniciación de mi prima, donde también los sorceres honraríamos la fiesta del sol.

—Soriana —dijo ella parándose a un lado de la cama— has vuelto y yo he tenido que enterarme por los comentarios de los jardineros.

En su voz podía percibir el reproche, sin embargo, continué con la vista fija en el interesantísimo techo de mi cama.

—¿Qué clase de hija está fuera durante seis lunas y al regresar es incapaz de presentarse con su madre?

«¿Las que no quieren pelear con su madre? »

Me incorporé en la cama y de inmediato ella se sentó a mi lado, esperando, sin duda, una respuesta agradable de mi parte. Suspiré y por fin la miré a los ojos. Según todo Augsvert mi madre y yo nos parecíamos mucho, para mí eran solo algunas semejanzas. Su color de piel era muy claro, tan diferente al mío más semejante al bronce. Ella era alta, con una figura curvilínea envidiable, mi cuerpo en cambio no tenía muchas curvas. Nuestra semejanza radicaba en los ojos y el cabello. Ojos grises, muy claros, casi cristalinos y cabello blanco como plumas de cisne, como dicen las leyendas que debe tenerlo la diosa Lys, y los alferis. Éramos las únicas en todo Augsvert que lo tenían de ese color. Pero mientras en mi madre era un símbolo de distinción, en mí era causa de miedo. Ella era la reina Luna. Yo, debido al color de mi piel, era la princesa con rasgos de alferi.

—Lo siento madre. El viaje me agotó demasiado, quería saludarte, pero me quedé dormida en mi habitación. Además lars Ivarg me dijo que te hallabas reunida con lara Moira, no quise interrumpirte.

Ella asintió y palmeó con suavidad mi rodilla.

—Está bien. Espero que hayas descansado. —Mi madre esbozó una dulce sonrisa al mirarme—. El maestro Vaarh ha enviado tus calificaciones. Dice que te has esforzado mucho este año.

La miré expectante. ¿El maestro Vaarh, el más exigente del palacio Adamantino, creía que me estaba esforzando? Miré sus labios esperando la frase que, pese a todo, había anhelado desde siempre.

—Él dice que eres muy buena en rúnico antiguo y lísico, que haces hechizos impecables, que refinas de manera casi perfecta píldoras e infusiones —Continué atenta a lo que decía. El corazón martillaba en mi pecho. ¿Mi madre por fin me felicitaría?— Pero, dice que te falta habilidad en cuanto a Tek brandr. Aren Grissemberg es el mejor en espada, ¿no? —Volvió a palmearme la rodilla y mi corazón, envuelto en falsas esperanzas, regresó al pozo de donde no debió salir jamás—. Debes esforzarte más, querida. El próximo año cumples diecisiete, oficialmente serás nombrada heredera y debes ser la mejor de todo el reino. Cuando yo tenía tu edad...

—Eras la mejor en Tek brandr de todo el palacio Adamantino y luego, después que conociste a mi padre, con solo dieciséis años, diseñaste la represa, y desde que él murió has mantenido el domo tú sola, sin ayuda. Un domo hasta ahora infranqueable. —Sonreí con rabia—. Lo sé madre, me lo has dicho cientos de veces.

—¡Soriana, no me hables así! Sólo quiero motivarte a que seas mejor. No lo entiendes ahora, pero...

—Gracias madre, pero no necesito más motivación.

Mi madre resopló. Pude sentir incluso un ligero calor emanar de su cuerpo al ser envuelto por su energía espiritual plateada, ella estaba molesta. Pues yo también. Por eso no quería verla, siempre que nos encontrábamos todo terminaba igual, en discusión.

Ella se levantó y tomó de las manos de las doncellas los vestidos de fina seda de araña. La luz los iluminó y el tejido pareció fluir como si fuera agua entre sus manos. Uno era blanco y el otro de un azul muy claro. Suspiré, otra pelea se avecinaba.

—Escoge cual usarás —exigió ella de manera cortante.

Pasé la lengua por mis labios y los mordisqueé casi con rabia.

—¡No hagas eso! Dañarás tus labios.

—Quiero vestir de negro, madre. La dama Gunilda del palacio adamantino me ha hecho un hermoso vestido negro.

Me giré y saqué del arcón junto a la cama un precioso vestido con incrustaciones de obsidiana y bordados de plata. Se la enseñé sin mucha esperanza. Sabía que se negaría, pero yo tenía que hacerle ver que no estaba de acuerdo con lo que ella quería, que mi opinión también importaba.

Me miró fijamente y yo a ella, nos retábamos con muestras miradas, ambas enojadas. Ella se balanceó ligeramente y un leve resplandor blanco cubrió su figura, otra vez estaba furiosa.

—Sabes que el negro es el color que los lars usan en los eventos oficiales —Empezó a explicarme intentando modular su voz (sospecho que para no estallar de rabia), como si yo fuera una niña pequeña e ignorante de las costumbres del reino—. Tú eres la princesa, no puedes vestirte como un hombre, Soriana.

Pero yo no modulé mi voz, yo quería explotar y arrastrarla a ella en esa explosión.

—¡¡Porque soy la princesa es que debería poder hacer lo que yo quiera!!

Las doncellas de mi madre bajaron las miradas e inclinaron sus cabezas, seguro apenadas de la vergonzosa escena.

—¡Eres tan inmadura, Soriana! ¡Siempre tienes que oponerte a mí! ¡Por una vez en la vida, obedece! —gritó mi madre ya sin contener su disgusto.

—¡¿Por qué soy inmadura?! ¡¿Por querer hacer lo que me dé la gana una vez en la vida?!

Mi madre abrió la boca, sus ojos lanzaban llamaradas de rabia, la blanca energía que cubría su cuerpo se encendió aún más, lucía aterradora. Me preparé para sentir sobre mí la descarga de su ira, pero de un momento a otro, su energía espiritual se apagó, la furia en su rostro desapareció y sus ojos se suavizaron al mirarme. Habló casi en un susurro melancólico.

—Por ser la princesa es que no puedes hacer lo que quieras, Soriana. Cuando seas reina lo entenderás.

La miré salir dejándome con la boca abierta. No me había dado cuenta, pero tenía el rostro bañado en lágrimas, mi corazón latía desacompasado. ¿Por qué mi madre y yo no podíamos llevarnos bien? Siempre pensaba que, si mi padre viviera, la relación con ella no habría sido tan tensa. Es muy poco lo que recuerdo de él, pero era alguien cariñoso, siempre presto a obsequiarme sonrisas y caricias. Tan distinto a ella que lo único que me había dado era su severidad.

Me sentía horrible, no pude contenerme y de las lágrimas silenciosas pasé al llanto desbordado.

Cuando recobré la serenidad, las doncellas no estaban, pero en el sillón reposaban los dos vestidos que mi madre quería que usara, más las zapatillas y los adornos para el cabello. Me sentía cansada de pelear. Tomé la túnica azulada y llamé para que las doncellas regresaran y me alistaran para la celebración. Ya tendría tiempo después de usar lo que realmente deseaba. 


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