Capitulo VIII: El poder de la amistad (III/III)
III
Soriana
La cabalgata fuera de Ulfrgeirs fue bastante tranquila. Mientras Aren y yo charlábamos recordando anécdotas de nuestra adolescencia, Keysa, en el veörmir a nuestro lado, practicaba su magia. Era sorprendente ver su rápido progreso.
Una de las razones por las que acepté ser la institutriz del príncipe Kalevi en Doromir, fue para tener acceso a la biblioteca de la familia real y poder ayudar a Keysa a desarrollar su magia. La biblioteca no era, de ninguna manera, tan extensa ni variada como la de Augsvert, pero siendo el rey Kalev fanático de la magia, tenía una amplia selección de libros dedicados a esta. El rey siempre tuvo la esperanza de que en su heredero existiera algún rastro de linaje mágico, así que gran parte del dinero de la familia real iba a parar a libros, artilugios y hechiceros, la mayoría charlatanes, que aseguraban poder despertar la magia en el príncipe. Yo nunca le mentí al rey, siempre fui honesta con él. Todos los seres vivientes tienen savje en sus cuerpos y, por tanto, algún rastro de magia. Yo hice mi mejor esfuerzo con el príncipe para que esa pequeña vena con la que todos los humanos nacen, se desarrollara cuanto pudiera, aunque sabía, y siempre lo dejé en claro, que jamás alcanzaría el nivel de un sorcere.
Keysa cabalgaba a nuestro lado, creaba pequeños remolinos de viento en sus manos doradas que, debido al fluir de la magia, brillaban. Notaba, además, cómo se agitaba los árboles a su alrededor cuando pasábamos. Me sentía muy orgullosa de ella, de que finalmente hallara la manera de usar el poder de su raza.
La magia de otras criaturas era algo en lo que nuestros estudios en Augsvert no profundizaba, no había razón de hacerlo. La mayoría de los hechiceros que lo hacen son morkenes, ansiosos de aumentar su poder con el atajo de robar el de otras criaturas mágicas. En Augsvert, como en la mayoría de Olhoinnalia, está prohibida la magia de Morkes, así que es poco lo que se estudia del poder de otras razas. Por eso, en Doromir, durante mucho tiempo, me adentré en el estudio de las hadas, una raza del todo desconocida para mí. Aproveché los recursos que tenía a mi disposición y traté de alentar a Keysa a desarrollarla, pero no lo logré. Algo en ella parecía cortar el flujo de su sevje Sin embargo, desde que atacó a Gerald, la magia corría por su cuerpo de manera saludable.
Verla dominar su habilidad innata era muy satisfactorio.
A media mañana nos detuvimos cerca de un arroyo. Los veörmirs bebían mientras nosotros descansábamos a la sombra de grandes abedules, pinos y arces. Era una suerte que Doromir estuviera recorrido en casi toda su extensión por afluentes del Dorm. No descansaríamos mucho tiempo, pues deseaba cruzar el paso antes del atardecer y la brisa marina de los fiordos cercanos ya se sentía, aunque lejana.
Aren, sentado en una piedra, afilaba su espada y Keysa compartía su miel con el dorongeim mientras yo fumaba. Fue mi amigo quien rompió el silencio.
—Soriana —dijo y yo resoplé algo frustrada, aunque al menos había dejado de llamarme "Alteza" —, ¿cómo fue que obtuviste a Assa aldregui?
La pregunta me descolocó. La historia de cómo me hice con la espada no era algo que me agradara contar, no había nada heroico en ella, más bien era una muestra más de lo patética que yo era.
Keysa, de inmediato, alzó la vista, no solíamos hablar de mi pasado. Saber que prestaría atención me hizo analizar muy bien qué cosas diría y cómo las contaría. Me avergonzaba revelarles la verdad, que Assa Aldregui evitó mi muerte. En mi época más oscura, justo cuando dejé Augsvert, esa espada evitó que me suicidara, cortó la cuerda que até alrededor de mi cuello antes de lanzarme al vacío.
Carraspeé, después comencé mi relato lleno de verdades a medias.
—Después que salí de Augsvert, vagué un tiempo por las montañas de Ausvenia.
—Te busqué entonces —me interrumpió Aren—, incluso entré de incognito en algunas de las ciudades alferis creyendo que te encontraría en una de ellas.
Continuaban sorprendiéndome sus confesiones, él había corrido extremo peligro al ingresar al reino de los alferis solo para hallarme. De nuevo me sentí culpable de mi egocentrismo, de no pensar en él y en la desesperación que probablemente sintió después de aquella tragedia. Con la mirada baja respondí.
—Era imposible que me encontraras, Aren. Durante mucho tiempo mantuve sobre mí un hechizo de camuflaje, además, mi energía cambió después que pasó todo. Lo siento. —Él negó con la cabeza quitándole importancia y me invitó a continuar mi relato—. Unos días después de salir del reino —Carraspeé de nuevo y vacilé al sentir los grandes ojos de Keysa fijos en mí, entonces les conté la mentira de cómo la espada me salvó— tuve un accidente. Me enredé con algunas ramas y quedé al borde de un precipicio. (No les diría que en realidad fui yo quien se lazó al vacío para ahorcarme). Cuando estaba a punto de caer apareció la espada, me sostuve de ella, me salvó de la muerte.
»Después de eso la tuve en mis manos, entonces reconocí en ella a la espada de las leyendas, vi que se trataba de Assa aldregui. Ese descubrimiento fue toda una calamidad. Al salir de Augsvert me determiné a no usar de nuevo magia oscura, tener esa espada conmigo, tan llena de toda esa energía resentida, hizo tambalear a menudo mi decisión. Era muy difícil no caer en la tentación llevándola todo el tiempo al cinto.
»Mientras vagaba por aquí y allá me involucré en algunas disputas, en cada ocasión las manos me cosquilleaban por usarla, la espada me llamaba. Sentí que no podría seguir conteniéndome y decidí deshacerme de ella.
—Te entiendo —dijo Aren—. Aunque una espada como esa es un gran tesoro. ¿Qué no haría un sorcere de la liga de Heirr con ella? ¿Cuántos hechiceros oscuros no atraparía? ¿Cuántos draugr y fantasmas no destruiría?
Sonreí con tristeza. A menudo, siendo chicos, soñábamos con futuros alternos. En lugar de verme reinando en Augsvert, me imaginaba como parte de la liga de Heirr, cazando morkenes, fantasmas y draugrs junto a mis amigos. A la niña de ese entonces le habría encantado poseer una espada como Assa aldregui, se habría convertido en una cazadora invencible. Pero mi presente distaba mucho del futuro que cuando niña imaginé para mí. Una espada es solo una herramienta, es la intención con la que se usa la que hace la diferencia. En manos adecuadas, Assa aldregui podía ser salvación, pero en las mías, que eran las de una hechicera oscura, era condena. La magia de Morkes dentro de mí anhelaba la que guardaba la espada y viceversa, solo mi voluntad evitaba que ambas se unieran.
—Pero yo no soy un sorcere de la liga de Heirr, Aren, yo no cazo morkenes. Por más que traté de deshacerme de la condenada espada, siempre regresaba de alguna manera a mí. Luego encontré a Keysa y mis prioridades cambiaron. Tener a Assa aldregui cerca se convirtió en un mal necesario y poco a poco aprendí a resistir la tentación, utilizándola solo en casos de extrema urgencia.
—¡A mí sí me gustaría tener una espada como esa! —exclamó de pronto Keysa en un tono desafiante.
—¿Qué? —pregunté sin entender muy bien su actitud.
—¡Me gustaría aprender a usar una espada, Ariana!
—Keysa...
—¡No puedo depender toda la vida de otras personas! —dijo ella sorprendiéndome por la decisión en sus palabras y el repentino giro en la conversación.
—¡No quiero que dependas de una espada tampoco! —le dije, tajante—. El que lleva...
—«¡El que lleva la espada, usa la espada!» —Keysa concluyó la frase por mí, haciendo un mohín despectivo— ¡Lo sé y es lo que quiero, usar la espada! ¡Quiero poder defenderme!
—¡No quiero que tengas que usar una espada, Keysa!
—¡¿Entonces quieres que me maten?! ¡¿Qué me secuestren de nuevo?!—
—¡Claro que no! ¡¿Cómo puedes pensar eso?!
¿Cómo hacerle entender a Keysa que no quería que sus manos puras algún día se mancharan de sangre como las mías? Deseaba evitarle el dolor que entrañaba acabar con la vida de alguien.
—Creo que deberías permitirle aprender —terció Aren con cautela.
—¡Lo que pasa es que ella piensa que no soy capaz de hacerlo, Aren! —gritó Keysa con lágrimas en los ojos— ¡Cree que soy una inútil, siempre lo ha hecho! ¡Pero ya puedo usar magia y también puedo ser capaz de usar una espada!
¿Era eso? ¿Ella pensaba que yo no la creía capaz? ¡Dioses!
—¡No es así! —exclamé alterada—. Keysa, ni por un momento dudo que no puedas usar una espada. Es que... no quiero.
—¡¿No quieres que pueda defenderme?! —Keysa lloraba—. ¡¿Deseas que siempre dependa de otros como ahora de ti y de Aren?!
—¡No quiero que tengas que cargar con la culpa de haber asesinado a alguien! ¡Que te conviertas en alguien como yo! —le grité—. No quiero eso para ti.
Keysa abrió la boca, pero no habló. Sus grandes ojos me miraron sorprendidos. Me sentí avergonzada de mi arrebato, de revelar mi temor. Aren se acercó a mí y colocó su mano en mi hombro, su voz era conciliadora cuando habló:
—No tiene por qué matar, Soriana. Si le enseñamos bien, Keysa podrá defenderse sin tomar la vida de nadie.
Levanté mis ojos y vi los de Aren, me miraba tan comprensivo que hasta creí que sus palabras podían ser ciertas, que el hecho de usar una espada no determinaba que ella se convirtiera en alguien similar a mí, una asesina.
Keysa tomó mi mano y me miró todavía llorando. De pronto me abrazó, al oído me dijo:
— ¡Perdóname! No creí...no sabía.
No pude contenerme y una lágrima corrió por mi mejilla, cada vez estaba más sensible, con los sentimientos a flor de piel.
—No quisiera que te vieras obligada a usar una espada nunca, Keysa.
Ella me sorprendió con su respuesta.
—En este mundo es inevitable. Yo quisiera ser como tú, alguien fuerte y valiente. Enséñame. Igual no voy a ir por ahí matando a todo mundo. Además, es lo que quiero y tú no puedes decidir por mí
Tenía razón. Era hora de dejarla decidir sobre su vida, de confiar en ella, en que haría lo mejor y no repetiría mis errores. Sin embargo, estar consciente de eso no deshacía el nudo en mi garganta ni la ansiedad de mi pecho. Seguía temiendo por ella, tal vez siempre lo haría.
—De acuerdo —dije—, que Aren te enseñe. Es el mejor espadachín que conozco, —La miré con una media sonrisa antes de agregar para aliviar la tensión—, y también el único que tenemos a mano.
Keysa dejó salir una pequeña carcajada y me besó la mejilla, yo asentí, intentando convencerme de que era la decisión correcta.
—No te voy a defraudar —dijo ella—. Verás que me convertiré en una buena espadachín, tan hábil como tú. —Me mordí el labio al escucharla. No supe que era peor, si haberle dicho que podía entrenar o seguir negándome a que lo hiciera—. Llenaré las calabazas con agua —dijo y se alejó en dirección al arroyo, secándose las lágrimas del rostro entre sonrisas de felicidad.
Aren se sentó a mi lado y apretó suavemente mi mano.
—Has hecho bien. Debes permitirle tomar sus decisiones, es parte de madurar —dijo casi en mi oído—. Además, dijimos que dejaríamos el pasado atrás y eso incluye el miedo a que Keysa repita tus actos.
—Supongo que tienes razón.
—Tú también —contestó mirándome con una repentina sonrisa de suficiencia—. ¡Soy el mejor espadachín que jamás conocerás!
—¡¿Qué?! ¡Eres un Engreído! —Sonreí agradecida de que le imprimiera algo de humor a nuestra conversación—. Si Dormund viviera, no dirías lo mismo.
Aren rio en voz alta. En ese momento me sentí feliz de que estuviera a mi lado, de recuperar a mi amigo de toda la vida.
—Gracias, Aren.
—¿Por qué me agradeces? —preguntó él, confundido.
—Por estar aquí, conmigo. Por entenderme sin juzgarme. Por ayudarme con Keysa, a dejar atrás el pasado.
Suspiró y luego enarboló una media sonrisa. Aren continuaba siendo aquella persona dispuesta siempre a estar para mí, tal como fue en nuestra adolescencia. Sin reclamos y sin exigir nada a cambio, así fuimos los tres: Erika, él y yo. Erika ya no estaba y Aren había regresado a mí. Recordar como lo traté en Northsevia y luego, durante todo el viaje, me hizo sentir avergonzada. Encontrarlo en ese campo de peliantulas fue rememorar cada uno de mis errores y mis crímenes, no supe manejar la ansiedad que me generó, el temor a que me reconociera y viera en lo que me había convertido. Terminé tratándolo muy mal, como si él fuese el culpable de mis desgracias cuando la única responsable siempre fui yo misma.
—Creo que no te he pedido disculpas por cómo te traté en Northsevia, ni durante el viaje a Doromir —le dije jugando con una ramita en la tierra—. Para variar fui una imbécil. Creo que sentía mucho miedo y vergüenza de que vieras en lo que me he convertido.
Aren enarcó las cejas y luego frunció el ceño.
—¿Y en qué te has convertido? Yo solo veo a una poderosa sorcerina dispuesta a todo por proteger a quienes ama.
Él decía eso, pero no era cierto. Yo no era más que alguien que por sus malas decisiones pasó de ser la princesa heredera del reino más próspero del continente, a una ebria asesina, una hechicera oscura condenada a morir.
Los ojos de mi amigo me miraron con dulzura y luego se quedaron fijos en los míos. Sin darme cuenta, el rostro de Aren se había acercado mucho a mí. Podía ver las vetas azules en sus irises verdes; sus labios llenos, rosados, húmedos. La lengua que los remojaba, su aliento cálido chocar contra mi boca, que de pronto sentí seca, necesitada, sedienta. En ese momento, un extraño vértigo me invadió, como si me asomara a un precipicio. El corazón comenzó a latirme desesperado. ¿Quería salvar la distancia que me separaba del abismo? ¿Quería saltar? Al final de ese precipicio solo podía esperarme el suelo, me estrellaría. Tuve pánico de su cercanía, de lo que Aren despertaba en mí.
Rompí la perturbadora intimidad antes de que fuera tarde, me alejé de su rostro.
—Creo que es tiempo de ponernos en marcha —dije apartando la mirada de la suya—. Es mejor cruzar el paso de Geirgs antes del anochecer.
Aren soltó mi mano y lo sentí levantarse. Yo no me atreví a voltear a mirarle. El silencio entre ambos se hizo eterno hasta que él, con voz ronca, habló:
—Prepararé los animales.
Asentí nerviosa y confundida por lo que acababa de pasar o por lo que yo no dejé que pasara. No deseaba pensar en eso, no quería darle un nombre, si lo hacía lo haría real. Suspirando me levanté para continuar el viaje que nos sacaría de Doromir.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top