Capitulo IX: Infamia (I/IV
IV Lunación del año 304 de la era de Lys. Paso de Geirs, reino de Doromir.
I
Aren
El sol comenzaba a descender cuando el olor a salitre llegó con fuerza, traído por la brisa fría que venía de los fiordos, ya cercanos.
Viajábamos en silencio y tenía la impresión de que cada quien reflexionaba sobre sí mismo y los sucesos recientes. Keysa se concentraba en dominar su poder. Yo pensaba en mi reina y en lo que sentía por ella. Antes estuve a punto de besarla y no dejaba de cuestionarme cómo habría reaccionado Soriana si lo hubiera hecho. Me aterraba imaginar su rechazo, que seguramente sería lo que pasaría si me atrevía a besarla. Tenía que limitarme a cumplir mi función a su lado: protegerla, ser su amigo y nada más. Pero toda mi vida la había amado e ignorar la poderosa atracción que sentía me estaba costando más que nunca.
Continuábamos disfrazados, Keysa, sin embargo, se cambió la túnica de seda por algo más resistente y apropiado para el escarpado camino que teníamos por delante. Los veörmirs hacía rato los habíamos liberado. Su gran tamaño y gruesas patas hacían imposible la travesía montando sobre ellos. Así que grandes alforjas, que no pesaban gracias al encantamiento creado por Soriana, cruzaban nuestro pecho y espalda. En menos de un cuarto de vela de Ormondú nos hallábamos ante un impresionante paisaje. Anchos brazos de agua marina cruzaban por doquier el espeso verdor del bosque de coníferas que, a tramos, era surcado por el rojo de los arces. Solo había un camino que cruzaba los fiordos: el paso de Geirgs.
Subyugado por la impresionante vista no noté a Keysa adelantarse hasta quedar a mi lado.
—Aren, ¿tú espada también tiene nombre?
La pregunta me tomó por sorpresa, pero sonreí al comprender que ella continuaba interesada en las espadas.
—Es una costumbre entre los sorceres de Augsvert y guerreros nombrar las espadas —le dije sintiéndome de pronto nostálgico—. Nos tomamos muy en serio su elaboración, cada espada tiene una personalidad, como si fuesen algo vivo. —Al ver su cara de desconcierto, me apresuré a aclarar—. No es que estén poseídas, ni nada, o como algunas de las espadas malditas que retienen en su interior el alma de sus dueños o sus víctimas. Es algo diferente, en sí misma cada espada tiene energía y esa energía les imprime su sello dándoles personalidad.
Keysa suspiró y luego, soñadora, agregó:
—Quisiera tener una espada así, con mucha personalidad. ¿Cómo se llama la tuya?
— Reisa vel.
—¿Significa algo?
—Construir el bien —contestó Soriana antes de que yo pudiera hacerlo— Muy apropiado. Es un hermoso nombre. ¿Quién la fabricó?
—En Holmgard —contesté yo — la hizo para mí Ulfar Heirmr.
Soriana asintió, tal vez recordando la gran reputación que tenía ese forjador entre los nuestros. Sin embargo, no volvió a hablar, nadie más lo hizo. Nos mantuvimos caminando en silencio hasta que de nuevo Keysa, a mi lado, me buscó conversación.
—Aren, ¿sabes por qué el paso de Geirgs está lleno de fantasmas?
Volteé a observarla, sus ojos dorados miraban al frente, en sus labios bailaba una pequeña sonrisa. Había miedo y excitación contenida en su rostro. Yo sonreí. Verla me trajo recuerdos de mi adolescencia, cuando en Augsvert, Erika, Soriana y yo leíamos con cierto morbo las leyendas de fantasma y tragedias sucedidas en los bosques mágicos del continente. Nos asustaba, pero también nos emocionaba. Negué a su pregunta.
—Te contaré —dijo ella y me miró con un brillo emocionado en sus ojos dorados—. Dicen que algunos años atrás aquí hubo una tragedia.
Mientras hacía feliz a Keysa escuchando su escabroso relato, avanzábamos por el camino rocoso, balanceando el peso de las alforjas y mirando muy bien las salientes para no tropezar. Había pocos arbustos, más que todo, liquen, y musgo era lo que cubría donde la roca no prosperaba. Soriana iba unos pocos pasos más adelante de nosotros.
—Una caravana de aldeanos se dirigía al sur —continuó Keysa su historia—. Hombres y mujeres con enseres y niños cruzaban el paso, iban en busca de un destino mejor. Fue por la época del reinado del rey Kiev, los impuestos eran altos y mucha gente emigró desde Doromir hacia el sur.
» Anochecía cuando empezaron a atravesar este mismo camino que nosotros transitamos ahora —dijo ella imprimiéndole teatralidad a su voz—. Mientras cruzaban, todo alrededor se acalló. Los susurros del bosque, el canto de los pájaros, nada se escuchaba, excepto la respiración cansada de los aldeanos y el llanto de algún niño pequeño. Dicen que en ese momento, de las sombras aparecieron varios morkenes.
—¿Morkenes? —Interrumpí el relato.
—Sí, morkenes —contestó ella impaciente—. Ya sabes, hechiceros malvados que usan magia negra. —Yo sonreí suspicaz.
—Sí, pero escuché que fue una tragedia natural lo que acabó con la vida de esos aldeanos.
—¡Tsk! —Keysa me miró con algo de enojo, una mano fue a reposar en su cintura—. ¡Dijiste que no sabías lo que pasó! ¡No fue algo natural, fue magia negra! Esos hechiceros querían experimentar el alcance de sus poderes. —Keysa bajó la voz haciéndola sonar de nuevo escalofriante y luego, con sus manos, gesticuló imitando runas prohibidas. Yo la miraba escéptico, con la sonrisa dibujada en mis labios—. Ellos usaron su magia arcana y maligna, y del fondo de la tierra brotaron decenas de fantasmas y draugres. Los espíritus resentidos se cernieron sobre la caravana, no respetaron ni a las mujeres, ni a los niños. De hecho, los infantes fueron sus presas favoritas, los cuales arrancaron de sus madres y se los dieron a los morkenes para que experimentaran con ellos.
» La sangre tiñó el camino y se vertió a los fiordos, el mar se coloreó de rojo debido a la matanza. Pero los hechiceros del mal no previeron que su magia, levanta muertos y fantasmas, también lo hizo con sus víctimas. Todavía frescos, con las heridas sangrantes, sus cuerpos mutilados se animaron de nuevo y cargaron contra los hechiceros.
Debía reconocer que Keysa sabía contar historias. Me tenía atrapado en su relato, muy diferente de la historia que yo conocía del paso fantasma.
—Los hicieron pedazos —continuó la joven hada—, se los comieron vivos, no quedó ni un trocito del cuerpo de los morkenes. —Ella hizo una pausa y exploró mi rostro, luego sonrió satisfecha por mi expresión perpleja ante el final de su escabroso cuento—. Desde entonces, las almas de los aldeanos y los morkenes que fallecieron aquí habitan el paso. Luchan entre ellos y en su pelea maligna arrastran a las personas que se atreven a cruzarlo.
Yo carraspeé y miré a Soriana que sonreía y negaba suavemente con la cabeza.
—¿No tienes miedo de lo que acabas de contar, Keysa? —pregunté asombrado de la delectación con que hablaba—. ¡Y más cuando estamos a punto de cruzar!
Ella sonrió ampliamente y se enrolló en mi brazo.
—¡No! Sé que los draugres y los fantasmas no se atreverán a atacarnos.
—¿A no? ¿Por qué no se atreverían?
—Ningún fantasma se animaría a enfrentar a Soriana o a ti.
Su declaración me dejó anonadado. Keysa nos tenía en muy alta estima. Si fuera verdad que una horda de fantasmas y draugres aguardaran para atacarnos, sin duda nos daría una buena pelea. Pero yo estaba seguro de que aquello de la horda de espíritus resentidos esperando por devorar las almas de los viajeros era solo una leyenda. Algunos años atrás sí hubo una tragedia que acabó con la vida de una caravana de aldeanos, sin embargo, la causa fueron las lluvias y no una pandilla de hechiceros desalmados. Un gran temporal hizo que los viajeros erraran el camino y terminaron ahogándose en los fiordos. Luego las personas comenzaron a evitar el paso por el peligro de cruzarlo y de ahí fue tiñéndose con elementos macabros hasta terminar en la historia que tanto disfrutó Keysa contar.
Las risas terminaron cuando Soriana nos alertó. Adelante había una pequeña tienda, el color verde resaltaba; en un costado, un escudo de armas con dos espadas cruzadas: el ejército de Doromir.
—Prepárense —murmuró la sorcerina mientras avanzaba al puesto de control.
—¡Deteneos, viajeros! —dijo el soldado a cargo del puesto, un hombre alto y dos veces más fornido que yo.
—¡Bendiciones, buen vinr! —le saludó Soriana con una leve inclinación de la cabeza—. La señorita es la hija de la casa Heinss. Necesitamos cruzar el paso. Una desgracia ha ocurrido en su hogar y debemos salir de Doromir cuanto antes.
El soldado, imperturbable, volvió a negarnos el acceso al cruce.
—¡Cruzad por otro sitio! ¡No hay paso por aquí!
Soriana me dirigió una rápida mirada de ojos fríos antes de volver a enfocar al soldado. Deduje lo que planeaba y entendí que no teníamos alternativa, no podíamos devolvernos, mucho menos cruzar Doromir por otro sitio que de seguro estaría mucho más custodiado.
Las manos de ella refulgieron en rojo oscuro, una poderosa ráfaga de su energía golpeó al soldado en el pecho. Yo dirigí mi ataque a la tienda. Sorpresivamente, esta solo se sacudió un poco cuando lo que intenté hacer fue prenderle fuego. El soldado tampoco se derrumbó.
Soriana ladeó la cabeza y una sonrisa torcida emergió en su rostro cubierto de barba. Desenfundó su espada al tiempo que el enorme soldado hacía lo mismo.
De la tienda salieron dos hombres más, ambos con sus espadas levantadas. Yo me puse en guardia para esperarlos, cuando me percaté que uno de ellos sostenía algo gris entre sus manos.
Ese algo voló hacia el cielo; era un haukr, de seguro llevaría atado en su pata un mensaje pidiendo refuerzos a algún puesto cercano del ejército. Antes de que pudiera hacer algo para impedir su huida, uno de los soldados me atacó. No pude continuar prestando atención al ave, debía defenderme de mis dos oponentes.
—¡Keysa, el haukr! —gritó Soriana que, como yo, notó el peligro que sería si esa ave escapaba.
Aumenté mi poder y sentí mis manos cubrirse de él, de inmediato arrojé a los soldados el golpe de la runa de Urhz, que para mi gran asombro no tuvo efecto en ellos. Al igual que con la tienda y el otro soldado, nuestra magia parecía inútil. Mis contendientes me miraron con una sonrisa llena de dientes y señalaron el peto de sus armaduras. Lo entendí. Sus uniformes estaban cubiertos de ethel, el material antimagia con que se hacía el lazo del cautivo. Bien, sería entonces solo mi habilidad con la espada contra la de ellos.
Mientras luchaba miré hacia el cielo. El haukr inexplicablemente continuaba en él. Batía sus alas desesperado, pero no avanzaba. Keysa, unos pasos detrás de nosotros, lo manipulaba. Una rápida sonrisa cruzó mi rostro al verla.
Soriana se afanaba con el enorme soldado. Assa aldregui se movía veloz y ya le había propiciado algunos cortes donde la armadura no lo cubría.
Hice un barrido en arco con mi espada y le asesté a uno de los soldados, sentí como el cuero y el acero de su armadura se rajó. Este se hizo para atrás, el otro me atacó desde el costado derecho.
Dibujé en el aire la runa de Erolh, de inmediato Reisa vel, mi espada, la atravesó y se cubrió con mi energía. No podía hacerle daño con mi magia, pero si podía aumentar el poder de mis ataques. Reisa vel voló hacia el soldado. Mientras, debido al hechizo de Erolh, manejaba la espada a distancia, con mi mano izquierda lancé otro hechizo a un árbol cercano. No deseaba matar a los soldados, mi espada los tenía entretenidos arremetiendo contra ellos, así que no se percataron cuando la rama del árbol los golpeó primero a uno y luego al otro, dejándolos inconscientes en el suelo.
El hombrón que luchaba con Soriana continuaba dándole problemas. Al verla pude observar un moretón en su rostro. Que se hubiese atrevido a tocarla... La ira me invadió. Salté sobre los cuerpos caídos de mis enemigos y convoqué a mi espada para que acudiera a mi mano. El enorme soldado volteó hacia mí solo para encontrarse el filo asesino. Pero antes de que pudiera hundirla en su pecho, Soriana gritó evitándolo.
—¡No lo mates!
Me detuve en el acto. Como consecuencia de mi vacilación, mi contrincante aprovechó, me propinó un golpe con su puño cerrado que me hizo tambalear hacia atrás. El soldado sonrió al ver el efecto de su ataque, tal vez sintiéndose victorioso. Su cuerpo musculoso se tensó cuando apretó las manos alrededor de la empuñadura de la espada.
—¡Asquerosos sorceres! ¿Creen que la magia los hace superiores? —El hombre se rio avanzando hacia mí—. Estas armaduras repelen su magia. Les demostraré que no son nada sin ella.
Él levantó su hoja acerada, dispuesto a continuar la pelea. El odio en su rostro me sorprendió, siempre lo hacía el percibir lo mucho que los comunes detestaban a los sorceres y más a los augsverianos. Sin esperar más, me atacó con una estocada frontal que detuve con algo de dificultad debido a la fuerza que le imprimió al golpe. Soriana nos miraba con Assa aldregui en alto, parecía debatirse en sí atacar o no.
Mi oponente era más fuerte, sí, pero no más hábil. En cada avance imprimía una potencia considerable, sin embargo, no era tan rápido, después de varias arremetidas eso ya estaba claro, al menos para mí. Bloqueé un último ataque que hizo en diagonal desde abajo y mantuve con la hoja de la mía su espada arriba. Inmediatamente, bajé a Reisa vel apoyándola en su cuello. Ambos estábamos muy cerca del precipicio. Con una facilidad que hasta a mí me sorprendió, yo había conducido la lucha hasta acorralarlo en el borde, así que el soldado tenía atrás el acantilado y delante el filo de mi espada a punto de degollarlo.
—¡Arroja tu espada! —le dije sin dejar de mirarlo a los ojos. El hombre lucía furioso por haber perdido contra mí—. Espero que no seas estúpido, tu vida vale más que intentar atrapar a tres hechiceros desconocidos.
El rostro del soldado se tornó rojo por la ira, pero arrojó la espada. De inmediato, le pedí que se quitará la armadura. Sin apartar la mirada del soldado vencido, le hablé a Soriana que se encontraba detrás de mí:
—¿Estás bien? ¿Estás herida?
—Solo estoy cansada. Esta pequeña pelea me ha agotado.
A pesar de lo que decía, quería asegurarme por mí mismo de que era así. Cuando el soldado se hubo quitado las partes de la protección cubiertas de ethel, lo até con un hechizo de restricción y me giré hacia mi reina. Mis ojos se desplazaron por su cuerpo en una rápida inspección. Tenía algunos cortes en los brazos y la túnica arrugada en el pecho, pero gracias a Saagah, el poderoso, no tenía estigmas de heridas graves. Ella ayudaba a Keysa, que seguía batallando con el ave. La joven hada sudaba y el brillo que cubría su cuerpo parpadeaba.
Soriana levantó su diestra hacia el cielo, en dirección del haukr.
—¡No! —gritó Keysa antes de que la hechicera arremetiera contra el ave—. ¡No lo mates!
La boca de Soriana se torció con un mohín despectivo.
—No voy a matarlo.
Sus dedos largos y morenos dibujaron la runa de Ifgirs y un halo rojo oscuro partió desde ella hasta el ave, lo rodeó y el haukr descendió.
Ella lo tomó entre sus manos. Tal como temíamos, un pequeño pergamino se enrollaba en su pata.
«Intrusos. Refuerzos.»
Alertaban. Tal vez nos equivocamos y Gerald si había previsto que cruzaríamos por el paso de Geirgs. Por fortuna, el ave no pudo llevar su mensaje, vencimos a los saldados y nadie podía alertar ya de nuestra presencia en el cruce.
Atamos y amordazamos a los tres hombres, dos de los cuales permanecían inconscientes. Les quitamos los uniformes revestidos de ethel y Soriana hizo alrededor de ellos una barrera que evitaría que pudieran seguirnos o pedir ayuda. Los dejamos a un lado del camino, cubiertos por el follaje, eso nos daría tiempo para escapar.
—Debemos apurarnos —dijo ella—. Tenemos que cruzar antes de que llegue el relevo de estos guardias.
Yo asentí y me giré hacia Keysa que permanecía cabizbaja
—¿Qué sucede? ¿Estás herida?
Ella negó.
—No pude hacerlo. Traté de controlar al haukr y no logré que descendiera.
La rodeé por los hombros para consolarla.
—A mí me parece que estuviste genial. De no ser por ti el haukr se habría ido. A medida que más practiques irás dominando mejor tu magia. Ahora vamos, tenemos que apurarnos.
Los tres nos pusimos en marcha para adentrarnos en el paso.
***Hola, queridos lectores, Cómo siempre me encantarían que me dejaran sus impresiones del capítulo. ¿Qué piensan que les espera a este grupo en el paso, realmente estará embrujado?
Debo decirles que este es el capítulo final de este primer libro (serán 3 en total).
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top