Capitulo III: Percances en el Dorm (VI/VI)
VI
Aren.
Me levanté casi con el alba, muy a mi pesar me quedé dormido. Afuera de la tienda Ariana continuaba sentada en el mismo sitio donde la dejé en la madrugada, dando la espalda al pequeño campamento, de frente al extenso río.
Los rayos del sol comenzaban a calentar con timidez y una capa de luz plateada muy suave se extendía desde el otro lado del río en nuestra dirección. El clima de Dorm era frío, no tanto como la gélida Northsevia, pero sí lo suficiente como para que deseara estar envuelto en mi gruesa capa de piel todo el tiempo.
Después de la discusión de la noche anterior no quería arruinar la calma que reinaba, así que me acerqué con cuidado a la sorcerina. Me llevé una inquietante sorpresa al notar como a media milla hacia el este, posado entre las ramas de los árboles estaba el Haukr de sombra.
—Continúan espiándonos —dije en voz baja al tiempo que, al lado de donde Ariana se sentaba, levantaba una pequeña roca y miraba bajo ella.
—Así parece —contestó la sorcerina abriendo los ojos, pero sin sorprenderse por mi llegada.
—Debemos ponernos en movimiento pronto —dije agarrando varios gusanos que había bajo la piedra—. Fiskr Haugr, la ciudad más al norte de Doromir, está cerca. Allí podremos conseguir algún tipo de montura para continuar nuestro viaje y comprar provisiones.
Ella asintió, me miró con curiosidad y creí que diría algo relacionado con lo sucedido la noche anterior, pero en lugar de eso preguntó:
—¿Conoces Doromir, lars?
Yo asentí mientras sacaba un grueso hilo del bolsillo de mi camisa, luego até uno de los gusanos que había conseguido bajo las piedras en su extremo. Ariana continuó mirando cada uno de mis movimientos.
—Creí que los Augsverianos no salían de su reino y menos que viajaran tan al norte.
—Y no solemos hacerlo, pero circunstancias particulares me motivaron a salir de Augsvert hace algunos años.
—Ya veo. Así que eres algo así como el explorador de Augsvert —dijo ella con voz risueña. Tal parecía que todo su mal humor de la noche anterior se había ido al llegar el sol o las hierbas realmente la tranquilizaban.
—Algo así —contesté yo—. Salgo bastante a menudo de Augsvert.
Luego de amarrar el gusano al hilo, me quité la capa y las botas. Cuando me arremangaba los pantalones, ella volvió a hablar:
—¿Vas a pescar, lars?
—Así es —le contesté trepándome en otra piedra cercana a donde ella estaba.
En Augsvert tenemos un extenso río, el Ulrich, lleno de peces. En mis años de estudio en el palacio Adamantino, que está en las adyacencias del nacimiento del Ulrich, me la pasaba pescando con mis amigos. Era algo que adoraba y que al terminar mi formación había dejado de hacer.
Las aguas eran tan cristalinas que se hacía muy fácil poder ver los peces azulados y plateados nadando en grupos. Arrojé el hilo dentro del río y esperé. En poco tiempo un pez se tragó el gusano y con él, el hilo y el anzuelo. De inmediato halé el hilo y mi pesca. Me apresuré a tomar el resbaloso pez que se revolvía furioso, intentando escapar.
Cuando me di la vuelta, vi que Ariana me miraba fijamente. A pesar de la máscara que cubría sus facciones, podía vislumbrar cierta tristeza en sus ojos grises.
—¡Hey! ¡Atrápalo! —le grité al tiempo que le lanzaba el pez.
Ella dio un cómico salto en la piedra. Sin mucho tiempo para reaccionar extendió su mano en un intento de atrapar el pez y fue a dar de lleno dentro del río.
No pude evitar reírme y más cuando ella salió del río, escurriendo agua y mirándome furiosa.
—¡Lo siento! —dije entre risas, mientras saltaba dentro del río para ayudarla a salir.
—¡No es gracioso, lars! —Ariana se estremeció de frío al darme la mano—. ¡El agua está helada!
—No fue mi intención, de verdad. Pero, ya que estás aquí, podrías ayudarme.
Ella me miró con duda en sus ojos mientras temblaba de frío.
—¿Qué manera de pescar es esa? Sería más fácil si solo extiendes algo de tu poder para aturdir los peces. Rápido y sencillo.
Sus palabras hicieron que de golpe retrocediera unos diez años a un momento muy similar cuando solía pescar con mis amigos casi todos los días.
Fue como entrar en un doloroso recuerdo. De pronto ya no estaba metido hasta los muslos en ese afluente del Dorm, sino en el Ulrich... con Soriana. La melancolía que me provocaba su recuerdo me golpeó dejándome tambaleante en medio de esas aguas transparentes.
Volví a mirar a la Sorcerina frente a mí, sus ojos grises tan cerca, recordándome otros similares cuyo brillo había perdido hacía tanto tiempo y que empezaba a creer nunca más volvería a ver.
—Esto es un deporte, mi querida hechicera —dije con la nostalgia del ayer tiñendo mis palabras—, si lo haces de esa manera, se pierde la diversión.
Ariana abrió muy grande sus ojos, después de un breve instante parpadeó y recuperó su expresión habitual.
—Yo seré la que perderá la salud si continúo empapada aquí, congelándome por tu culpa.
Sonreí regresando del pasado, Intentando una vez más dejar atrás el dolor de la ausencia, aunque sabía que esa herida era muy profunda, tanto que, después de más de diez años, aún a veces sangraba.
Suspiré y me encontré con la graciosa estampa de la amargada sorcerina temblando indefensa ante el frío.
Todo el cuerpo de Ariana se estremecía, sus dientes empezaron a castañetear. Una extraña ternura se apoderó de mí al verla abrazarse a sí misma de ese modo tan lamentable.
Tomé sus manos las cuales tenía en puños sobre el pecho, y las separé con suavidad de su cuerpo. Elevé mi poder espiritual y se lo transferí a ella en oleadas cálidas. Mi energía azulada pasaba a través de mis manos a las suyas, calentándolas.
Alcé el rostro y me encontré con sus ojos mirándome, fijos, con algo de perplejidad. El resplandor cerúleo de mi poder se reflejaba en sus ojos claros haciendo parecer azules los iris cristalinos. Ella me miraba y de pronto algo tembló en mi pecho. De nuevo los recuerdos me arrojaron al abismo turbio que era mi pasado con la princesa Soriana y me abandonaron allí. Empezó a faltarme la respiración, sentí que me ahogaba.
Ariana retiró bruscamente sus manos de mis palmas y dio un sonoro suspiro al retroceder un paso, poniendo fin a nuestra cercanía.
—Gracias, ya estoy mejor. Mira —dijo señalando a un lado de nosotros— otro pez acaba de morder.
Tardé un momento en salir de mi aturdimiento y recobrar el ritmo de mi respiración. En efecto, un pez se revolvía del otro extremo del hilo. Halé la cuerda, tomé el pez y se lo di a ella.
Estuvimos un cuarto de vela de Ormondú pescando. Yo arrojaba mi hilo y ambos esperábamos en silencio a que algún pez lo mordiera, luego lo halaba y se lo arrojaba a Ariana. De vez en cuando algún pez daba problemas haciéndome trastabillar o caer al agua, entonces ella reía.
Nunca la había escuchado reír, no así. Cada vez que lo hacía mi pecho se calentaba, tanto que casi no temblaba por las frías aguas. De pronto me encontré tropezando intencionalmente solo para escucharla reír de nuevo. ¿Qué me ocurría? Menos de media vela de Ormondú antes, cuando todavía era de noche y discutíamos por su mal genio, quería deshacerme de ella, dejarla para que se la llevaran todos los draugres del Geirsgarg... Y después, en aquel momento ella despertó en mí una extraña ternura.
A media mañana ya habíamos sacado seis peces y Ariana se cambiaba las húmedas prendas por ropa seca dentro de la tienda.
Mientras ella se secaba, yo monté una pequeña hoguera donde asar los peces. Keysa descubrió una zona donde crecían algunas hierbas medicinales y se encontraba recolectándolas de manera cuidadosa para aprovechar al máximo sus propiedades sin estropearlas. Así que estaba solo, entretenido en el crepitar de la hoguera, miraba las lenguas rojas del fuego abrazarse unas a otras. Pensaba en Ariana. La sorcerina me desconcertaba.
De pronto me encontraba sospechando de ella, después odiándola y luego era capaz de enternecerme. Tanto como podía dirigirme una mirada de hielo también podía derretir esos icebergs y sembrar en mi pecho el ardiente deseo de cuidarla, de verla reír y apartar de sus ojos la desesperación que vi en ellos la noche anterior, cuando las cintas de bruma negra la envolvían y sufría en sueños.
Sus ojos me inquietaban. Descubrí que contemplar su mirada desencadenaba en mí cierto temblor. Solo una vez conocí a alguien con unos ojos como aquellos, pero ese alguien ya no estaba. Tal vez era nada mas eso, la sorcerina me la recordaba, y cuando lo hacía mi pecho dolía, me trasladaba diez años atrás al momento en que la perdí.
Estaba tan ensimismado en mis pensamientos que no noté cuando Ariana salió de la tienda. Se sentó frente a mí, del otro lado de la hoguera. Tomó la vara que atravesaba uno de los peces y le dio vuelta. Di un respingo al ver la piel chamuscada de la que sería nuestra comida. Creí que se enojaría, pero en lugar de eso dejó escapar una risa baja y ronca.
—Creo que eres mejor cazador que cocinero, lars —dijo y me miró a través de la hoguera.
Las chispas de fuego se reflejaban en sus ojos que ya no eran cristalinos sino ardientes como las llamas que cocinaban el pescado. De pronto una oleada de calor me envolvió, aparté mi mirada de ella. No pude hacer otra cosa que reír como un tonto y balbucear una patética excusa. Ella mantuvo la pequeña sonrisa en sus labios y se dedicó a asar los peces.
Me quedé un momento contemplándola. Vestía una túnica similar a la anterior, de tela rústica y un color arena muy claro que tal vez en algún momento fue blanca. Llevaba pantalones negros debajo y un grueso cinturón de cuero envolviendo su pequeña cintura. El rostro continuaba cubierto por la máscara, pero la pequeña sonrisa no lo abandonaba, no quedaba nada de la mujer huraña y mal humorada de antes.
—Ten —me dijo ella con su voz ronca, pero suave como piel de conejos, ofreciéndome uno de los peces asados.
Comimos en silencio, yo dejándome envolver por esa extraña sensación de calma y familiaridad, preguntándome que pensaba ella.
Miré hacia los árboles y encontré que el ave espía continuaba en el mismo sitio.
—¿Qué haremos con nuestro oscuro acompañante? —pregunté luego de tragar el último bocado de carne blanca.
—Quizás podamos perderlo al llegar a Fiskr Haugr. Haremos un hechizo de camuflaje. La ciudad es bastante grande y caótica, no creo que sea difícil evadirlo.
Asentí confiando en nuestro plan.
Después de comer, recogimos nuestro pequeño campamento y continuamos el viaje siempre siguiendo ese brazo del río Dorm el cual nos conduciría al primer pueblo del reino de Doromir.
El trayecto fue tranquilo, no nos cruzamos con ningún viajero, solo avistamos aves y algunos roedores en el camino. Esa noche dormimos en un claro del bosque, un poco alejados del río para que el frescor de sus aguas no nos enfriara demasiado por la noche.
Me mantuve vigilante. De nuevo en sueños Ariana se revolvió, quizás presa de otras pesadillas, pero lo que ocurrió la noche anterior no volvió a suceder. Esa energía oscura no apareció para engullirla.
Keysa en cambio dormía apacible a su lado. Al principio creí que las dos mujeres eran muy diferentes: la joven hada, suave y bondadosa y Ariana, hosca, huraña y sarcástica. Llegué a preguntarme cómo podían estar juntas, pero ahora que conocía mejor a la sorcerina, comprendía que no eran tan disímiles, se protegían una a la otra. Debajo de esa frialdad y acritud que mostraba Ariana, se escondía alguien cálido e incluso frágil. La máscara cubría más que sus facciones.
Nuestro viaje duró dos días más en los que el haukr no volvió a aparecer. Por la mañana del quinto día desde que dejamos Northsevia, comimos algunas frutas y continuamos con nuestro camino desde muy temprano. Keysa se veía feliz, jugueteaba con su pequeño amigo y se reía. Llegué a pensar que comprendía el lenguaje del dorengeim y se contaban secretos. La joven hada brillaba más de lo habitual, probablemente por estar rodeada de una naturaleza tan viva. Por todas partes aparecía algún pequeño roedor o alguna ave arrullándonos con sus trinos. A su paso casi podía ver reverdecer los árboles a pesar de que el otoño estaba próximo.
La hechicera, al contrario de la joven hada, mientras más nos acercábamos a nuestro destino, más taciturna se volvía. Recordé entonces lo que me dijera en Northsevia, que temía por la seguridad de Keysa pues en Doromir había mercaderes que se dedicaban al tráfico de criaturas mágicas, así que me dispuse a estar atento para defenderlas si se diera el caso.
Cerca del mediodía empezamos a ver movimiento de personas e incluso nos cruzamos de frente con una carreta tirada por veörmirs. Apenas se asomó en la distancia, Ariana cubrió la cabeza de Keysa con la capucha de su capa de lana oscura. Yo instintivamente acaricié la empuñadura de mi espada la cual llevaba al cinto.
Sin embargo, la carreta pasó por nuestro lado y su conductor ni siquiera se dignó a mirarnos. No pude fijarme si tenía o no pasajeros pues la parte trasera estaba cubierta por una gruesa tela.
Algunas pocas millas después pudimos sentir el olor, un tanto nauseabundo del muelle sobre el río y el alboroto de la pequeña ciudad pesquera de Fiskr Haugr.
*** Hola, ¿cómo están? ¿Alguna teoría sobre Ariana o sobre qué sucede en Augsvert?
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