Capitulo III: Percances en el Dorm III/VI

III

Keysa

Estaba muy nerviosa viendo que Ariana no despertaba. Traté de calmarme, de decirme a mí misma que todo estaría bien, pero la verdad era que me sentía aterrada. Además, no podía evitar culparme. Primero, no debí dejarla beber de esa manera, en el fondo sabía que lo haría y no hice nada por impedírselo. En segundo lugar, si yo no fuera una inútil hada incapaz de volar, podría haberla rescatado en lo que cayó de la balsa. Pero ese no era mi caso, Jamás sería alguien fuerte, ni hábil, ni siquiera podía dominar la magia de mi raza.

Temblando saqué algunas hierbas de una de las alforjas he hice una mezcla con ellas. Ariana siempre me decía que tenía habilidad con las plantas medicinales, en ese momento le rogué a Lys, dadora de magia, que tuviera razón.

Me acerqué a Ariana, quien continuaba inconsciente. Aren le transmitía energía espiritual, arrodillado frente a ella, le pedí que la sostuviera para poder darle el brebaje que había hecho. Parte de la infusión se derramó por la comisura de sus labios y manchó su camisón blanco. Verla así de nuevo, como antes, cuando bebía hasta casi morir, me hizo llorar. Todo era mi culpa.

Aren la dejó con cuidado sobre la grama y la cubrió con su capa de viaje para mantenerla caliente. Yo también me coloqué la mía sobre el camisón mientras mi ropa se secaba cerca del fuego. Suspirando me acerqué a la fogata. Aren se sentó a mi lado.

—Estará bien, ella se ve que es muy fuerte. —Yo asentí deseando que sus palabras fuesen ciertas—. ¿Desde cuándo estás con ella?

Me limpié las lágrimas. Mi mirada vagó por los árboles que nos rodeaban y fue a detenerse en una gran ave negra y extraña. Posada entre las ramas, su cabeza volteada en nuestra dirección, parecía entender lo que nos sucedía, o tal vez podía ver mi absoluta inutilidad. ¿Qué clase de hada era yo? Una desagradecida que casi permite que su salvadora perezca gracias a su negligencia. Di un profundo suspiró y con voz trémula le contesté a Aren.

—Desde hace cinco o seis años, creo. Yo tenía diez cuando ella me rescató.

Aren se sorprendió, podía notarlo en su silencio.

—No recuerdo exactamente cuál, pero vivía en un bosque, junto a mi familia y mi gente. A veces, si cierro los ojos y me concentro con fuerza, me parece poder oír la risa de mi madre. Ya no puedo recordar su rostro, ni el de ninguno de ellos. —Él asintió, comprensivo—. Las hadas vuelan, ¿sabes? Pero yo nací sin poder hacerlo, mis alas no se materializan. Cuando un hada de bosque como yo lo desea, sus alas aparecen, pero las mías nunca lo han hecho. A pesar de eso, mi corro jamás me apartó, por el contrario, todos eran bastante amorosos conmigo.

»En las noches plenilunares salíamos a danzar para agradecer a la diosa Lys, dadora de magia, por su bondad. Nos poníamos en círculo y dejábamos que la luz de la luna nos bañara. Eso es lo que más recuerdo, como me sentía en esas noches. Los rayos plateados nos colmaban de su fuerza y su magia. Todos a mi alrededor ascendían y volaban, mi madre y mi padre me sostenían uno por cada mano y me elevaban junto con ellos, así yo podía sentirme parte de mi gente.

»Un día, o mejor dicho, una noche de luna llena, nos reunimos como siempre para bailar y agradecer. Lo recuerdo perfectamente, incluso a veces tengo pesadillas. La noche era clara y hermosa, llena del olor de las hojas bañadas de rocío y de las magnolias de los arbustos cercanos. ¿Quién sospecharía que esa noche mi vida cambiaría? Un grupo de asaltantes humanos nos emboscó. Esparcieron algún tipo de polvo que nos adormecía. Todo mi grupo se dispersó y huyeron volando, pero yo, débil e inútil, no podía volar, además, el somnífero tornó mis piernas inestables. Recuerdo los gritos de mi madre queriendo regresar por mí, pero ya era tarde. Fui la única que capturaron.»

Hice una pausa, tenía mucho tiempo sin evocar esa parte de mi vida. Miré hacia Ariana, quien continuaba dormida cerca del fuego. El ave negra frente a nosotros, parecía estar escuchando mi relato. La triste historia de una inútil hada.

—Entonces —continué— esos ladrones me enjaularon, me ataron y me subieron a una carreta. Llevaban otras criaturas mágicas e iban de pueblo en pueblo ofreciéndolas. —Me sonreí al ver la cara de asco de Aren. Parecía que su buen corazón le hacía repudiar todo lo que estaba mal, las despiadadas prácticas de su propia raza—. Los humanos hacen eso. Los que me tenían cautiva cazaban criaturas mágicas, las vendían a hechiceros menores que para aumentar su poder se valían de la magia de otros. Algunos buscaban alargar su vida bebiendo la sangre de unicornios bebés, o hacerse de su cuerno para aumentar su poder mágico. Lo que buscaban conmigo más o menos era igual. Esos hombres ofrecían mi sangre para aumentar la longevidad... O mi virginidad para ganar poder mágico. —Sentí mi cara caliente. Me avergoncé profundamente por contarle aquello.

El rostro de Aren se crispó en una mueca de odio, apretó sus puños y mandíbulas, sonreí con tristeza al verlo. Él era un hechicero, pero tenía muy en claro, a pesar del poco tiempo de conocerlo, que él no era como esos desalmados.

—Siento mucho lo que has pasado, Keysa. Algunas personas les hace falta corazón.

Yo asentí, temblaba un poco por lo que contaba y por la frustración que me embargaba cada vez que veía a Ariana. Suspiré antes de continuar mi relato.

—Así que esos maleantes iban ofreciéndome de pueblo en pueblo, pero nadie quería un hada que no volaba, asumían que no tenía grandes poderes. No sabía si alegrarme o entristecerme por eso. Supongo que fue más bien una suerte, la única vez en que mi discapacidad me salvó de la tragedia. Como fuera, pasaron varias lunaciones y yo continuaba presa en la jaula de hierro de la carreta, atada con cuerdas de ethel, hasta que llegamos a una lúgubre taberna de un empobrecido pueblo.

»Esa noche, los ladrones bebieron mucho y jugaron a los dados. Me sacaron de la carreta y me ataron una soga de ethel al cuello para llevarme con ellos a su mesa de juego. Ya no tenían nada más que ofrecer, así que me apostaron a mí. Por supuesto que no dijeron que era un hada sin la habilidad de volar. ¡Te podrás imaginar lo asustada que estaba! ¡Una niña hada en medio de todos esos humanos que parecían lobos huargos hambrientos! Yo temblaba de pies a cabeza. Uno de ellos hasta preguntó si era virgen. Ese fue el que más apostó. Toda la taberna se convirtió en un hervidero observando el juego, ansiosos por saber quién ganaba.

»Mis secuestradores apostaron, y como si les hubiese traído suerte, ganaron. Nuevamente, no sabía si aquello era bueno o malo, hasta que la racha terminó. El hombre que preguntó por mi virginidad ganó, los ladrones ni siquiera trataron de impedir que me llevara. Total, supongo que después de pasar lunaciones sin obtener ganancias por mí, esa noche la suerte les sonrió, habían obtenido muchos sacks de plata y además se deshicieron de una boca para alimentar.

»El hombre jaló la soga de mi cuello y me ofreció la sonrisa más escalofriante que he visto en mi vida. Empecé a gritar. ¿Crees que alguien hizo algo, lars? Al contrario, solo podía escuchar sus risotadas vulgares. Si hubiese tenido alguna cosa con la que acabar con mi vida en ese momento, la habría usado.

»Me arrastró por las desvencijadas escaleras de madera de la posada hasta el piso superior. Antes de abrir la puerta de uno de los cuartuchos, el hombre me atrajo hacia él y me levantó el rostro con una mano del tamaño de una jarra de hidromiel. Se rio cuando le pisé uno de sus enormes pies. Me soltó y abrió la puerta.

»Yo me quedé atrás, clavada en el suelo, incapaz de moverme, temblando presa del pánico. Intuía lo que me esperaba dentro de esa sucia habitación. Quise imaginarme que yo no estaba allí, que me encontraba muy lejos con mis padres, cantando y bailando ante la luna llena.

» Pero entonces el enorme hombre dejó salir una exclamación que me estremeció todavía más.

«¡Qué carajos!» gritó él.

»Como él sostenía la soga con una mano, yo fui jalada hacia adentro cuando entró, igual a un vendaval, a la habitación. Lo que lo sorprendió, estaba en el centro del cuarto. Era una mujer delgada, de piel acanelada, oscura como el bronce. Recuerdo que lo que más me impresionó al verla fue la larga y hermosa espada que llevaba en su mano. Plateada y resplandeciente, pero con un filo que emitía un peligroso brillo. La empuñadura tenía incrustaciones de lapislázuli y ópalos cristalinos, lo que le daba un aire helado y asesino.

» El hombrón se le fue encima. Pensé que esa delgada mujer no tenía nada que hacer contra él. Pero no fue así. Lo esquivó con un elegante movimiento y se puso a su espalda, levantó su pierna y le pateó el trasero. El hombre cayó de bruces en el piso de madera. Cuando se levantó lucía furioso.

»Ella susurró algo que no alcancé a escuchar, extendió la mano que no sostenía la espada e hizo unos extraños símbolos en el aire que brillaron por un breve momento, luego una lengua de energía dorado rojiza apareció flotando y se enrolló cual serpiente alrededor del hombrón.

» «Puta bruja» le gritó él cuando cayó como un saco de estiércol en el suelo. Ella solo se rio y acercó la espada a su rostro.

»Fue un momento bastante extraño, ¿sabes, lars? Por una parte, deseaba que clavara esa larga espada en su pecho, pero, por otro lado, tenía miedo de que lo hiciera. Ella solo le hizo un profundo corte en la cara y después lo golpeó muy fuerte con la empuñadura en la cabeza, tanto que el enorme hombre se desmayó.

» Me aterré cuando me miró con esos ojos tan extraños que parecían trozos de hielo. Pensé que seguro sería mi turno, creí que se trataba de una poderosa sorcerina que me quería para hacer sus sacrificios mágicos. De todas formas, no podía hacer nada para escapar teniendo las manos atadas con ethel. Movió un solo dedo y me atrajo hasta ella, me indicó que hiciera silencio y abrió la ventana. Cuando me incliné para ver, estábamos muy arriba, si saltaba desde esa altura, mínimo me rompería las piernas. Me eché hacia atrás con miedo, pero ella me jaló de nuevo. Me tomó por la cintura y saltó conmigo, sus pies eran tan ligeros que fue como volar. Aterrizamos con gracia en el techo de otra casa y de allí a otra y a otra, hasta que dejamos atrás ese asqueroso pueblo y a mis secuestradores. Desde ese día estoy con Ariana.

Aren me miraba sorprendido, sus ojos brillaban y sus labios estaban ligeramente entreabiertos.

—¿Cómo supo que tú estabas allí?

—No lo supo. Tal vez fue Surt, que teje los hilos del destino, quien dispuso que ella estuviese esa noche allí y me rescatara. No lo sé. En aquella época, hablo de unos seis años atrás, Ariana bebía mucho. —Me reí cuando vi la mueca que hizo—. ¡No pongas esa cara! Es verdad, se emborrachó anoche, pero llevaba mucho tiempo sin hacerlo. Antes no era así, ella bebía casi a diario. Lo cierto es que estaba en esa taberna bebiendo, cuando se encontró con el denigrante espectáculo de mi apuesta. Supongo que salvarme fue un acto de caridad.

Aren asintió, pensativo. Luego me preguntó:

—Ella, ella, Ariana, ¿ella es un alferi?

Lo miré asombrada. Después de contarle mi historia lo que menos esperé fue que preguntara algo así, sin embargo, no pude responderle porque Ariana despertó en ese momento y se quejaba en voz alta sobándose la frente.  



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