Capitulo I: El encuentro (I/III)
Tercera lunación del Año 304 de la era de Lys. Alguna parte al sur de Northsevia.
Aren.
I
Caminaba engarrotado, iluminando con la pequeña esfera en mi mano la intensa oscuridad nocturna. El frío que me acompañaba desde hacía días en esa tierra gélida y árida que era Northsevia, la región más septentrional del continente de Olhoinnalia, no me dejaba pensar. Temblaba sin parar cuando tropecé con algo.
Creí que había sido una roca hasta que eso que me hizo trastabillar chilló. Azorado, me moví hacia atrás, se me enredaron los pies y sin poderlo evitar caí en el suelo congelado.
Me senté tratando de ver lo que me había hecho tropezar. Encendí de nuevo la luminaria de Lys y esta alumbró un tramo a mi alrededor. Miré hacia adelante y allí estaba la causante de mi caída: una piedra negra y redonda que daba quejidos de dolor.
Me levanté de un salto, sorprendido. Acerqué la luminaria a la piedra y esta hizo brillar un par de gemas grises como agua clara incrustadas en su oscura y lisa superficie. Cuando la piedra habló, del susto se me apagó la esfera.
—¡Ey, cuidado! ¡Primero me pisáis y ahora me quemáis! —gritó la piedra, con voz de mujer.
Todavía sin reponerme muy bien del susto, me acuclillé frente a ella y encendí de nuevo la esfera azul de Lys. La acerqué a la roca para verla mejor y me di cuenta de que no era tal, sino una cabeza enmascarada que sobresalía del suelo árido.
La cabeza llevaba una máscara de cuero ennegrecido que cubría tanto el cráneo en toda su extensión como la porción superior del rostro. La máscara solo dejaba al descubierto los orificios nasales y una boca de labios azulados y cuarteados, semejantes al suelo donde la cabeza enterrada sobresalía como un nabo. La piel de la cara que quedaba sin cubrir tenía el color del bronce, oscura, quizás dos tonos más que la mía.
Lo que me hizo ver que en realidad era una cabeza y no una piedra fueron los ojos que antes tomé por gemas.
Eran unos orbes brillantes, grises y cristalinos como el agua del río Ulrich, los cuales contrastaban con la oscura máscara.
—¡Joven, apresuraos! —apremió la dueña de la cabeza—. ¡Liberadme!
Pero en lugar de hacerlo la miré con desconfianza. Pensé: «Si una cabeza se halla enterrada en el suelo, tiene que ser por algo malo». Quizá se debía a algún castigo y el que estuviera enmascarada dejaba mucho que pensar sobre su honestidad. Así que, en definitiva, decidí no ayudar a criminales. Y se lo hice saber con mi tono más autoritario cuando la cabeza volvió a pedir ayuda.
—¡Por favor, por favor! ¿No veis que ya están por venir? ¡Si no me liberáis me comerán!
—¡Algo debisteis hacer para estar allí!
—¡Por supuesto que no! ¡Si hubiese hecho lo que tenía que hacer, no estaría aquí! —La mujer me hablaba rápido, con voz ronca y apremiante, pero también impregnada de rabia, como si yo fuese el culpable de su precaria situación— Ese infeliz sorcere se ha ido, pero las peliántulas estarán por llegar. ¿Acaso me dejaréis morir? ¿No sabéis que este sitio está lleno de esos bichos? ¡Si muero os juro que me convertiré en draugr y os perseguiré hasta el fin de los tiempos!
De las amenazas que hizo la mujer solo una caló profundo en mi mente
—Pe, peliántulas ¿decís? —Había muy pocas cosas en el mundo a las que temía, las arañas muy, muy peludas eran una de ellas.
—¡Sí, apuraos, joven y sacadme de aquí! He visto que sabéis magia, no os será difícil.
Después de oír la palabra «peliántula» dejé de escuchar todo lo demás. Sin darme cuenta, comencé a alejarme de la mujer enterrada. Cuando esta empezó a gritar de nuevo, me di cuenta de lo que hacía.
—¡Yo también soy una sorcerina, liberadme y os compensaré!
La mujer, en lugar de ver mi pánico, debió creer que no quería liberarla porque enseguida añadió:
—Os juraré Gefa grio si me ayudáis. ¡Por favor!
Al escuchar aquello, me paralicé. Gefa grio, el antiguo juramento de lealtad entre sorceres, no cualquiera lo realiza, primero porque requiere de gran conocimiento y segundo porque obliga al que lo hace a cumplirlo, de no hacerlo poco a poco el cuerpo del hechicero se consume hasta solo quedar un esqueleto cubierto de piel.
Si la dueña de esa cabeza era una sorcerina como afirmaba (y de gran poder si realmente era capaz de realizar ese complicado hechizo), y además estaba dispuesta a jurar Gefa grio, tal vez mi búsqueda había terminado, por fin podría regresar a mi amado Augsvert.
—¡De acuerdo! —le respondí.
Me froté ambas manos para que en ellas fluyera mi poder espiritual, luego dibujé en el aire la runa de Berkanh la cual brilló en azul. La dirigí hacia un lado de la sorcerina y de inmediato la tierra a su alrededor comenzó a levitar.
Justo cuando ya podía ver los hombros de la hechicera, escuché el rumor de patas, de muchas patas. Al voltear, decenas de arañas horriblemente peludas del tamaño de la cabeza de un bebé se acercaban a nosotros.
El miedo me invadió enfriando mi espíritu como si una cascada helada descendiera sobre mí. De inmediato me paralicé, en consecuencia, mi poder espiritual decayó y con él mi magia.
—¡Eh, mi señor! No os asustéis, le temen al fuego. Haced un hechizo de cinturón de fuego a nuestro alrededor, eso las detendrá.
Pero por más que quería hacerlo, no podía. El pánico que les tenía a las peliántulas evitaba que la energía fluyera a través de mí, las manos me temblaban, apenas si salían chispas de mis dedos. Al ver mi perplejidad, la sorcerina se impacientó.
—¡Por los dioses! ¡Sacadme de aquí y os ayudaré! ¡Vamos!
Volteé hacía ella y empecé a cavar rápido con mis manos para sacarla.
—Pero, ¿qué estáis haciendo? —preguntó ella desconcertada al verme hacer ese trabajo manual en lugar de realizar un hechizo.
Yo no contesté. ¿Qué podría responderle? ¿Que el miedo no me dejaba usar mi magia?
En lugar de hablar cavé más rápido, pues varias peliántulas se acercaban a nosotros y nos miraban con sus asquerosos ocho ojos.
Tantas arañas me tenían más que nervioso. Una de ellas se subió a la cabeza de la sorcerina e intentaba atravesar el cuero de la máscara con sus enormes tenazas. Dudé por un momento, ver al enorme y peludo bicho me llenó de asco y náuseas. Tuve el impulso de alejarme corriendo de allí, pero después, al darme cuenta de lo cobarde que estaba siendo, me enojé conmigo mismo.
Respiré profundo infundiéndome valor y me dispuse a ayudar a la hechicera. Saqué mi espada del cinto, la encendí en llamas con mi poder espiritual y comencé a agitarla para apartar las peludas arañas antes de que pudieran lastimar a la mujer.
Como dijo la sorcerina, las arañas le temían al fuego y se alejaron unos palmos de nosotros. Aproveché mi pequeña victoria y reanudé la tarea de quitar la tierra alrededor de ella. Cuando la liberé hasta la altura del pecho, ella sacó un brazo y terminó de salir del hoyo mientras yo continuaba luchando con las arañas, las cuales se habían recuperado y a las que se les unió otro nutrido grupo dispuesto a rodearnos sin sentir ya mucho miedo del fuego de mi espada. De hecho, varias ya trepaban por mi pierna.
Sentía que me desmayaría en cualquier momento si continuaba sintiendo sus patas peludas sobre mí, cuando un resplandor dorado rojizo iluminó la fría noche. La deslumbrante luz de la runa de Urhz de inmediato hizo retroceder a las peliántulas, como si un viento huracanado las arrancara de raíz. Exhausto, caí de rodillas en la tierra.
Después de realizar el potente hechizo, la sorcerina se acercó a mí y me dio su mano para ayudarme a incorporar.
—¡Gracias, noble señor! —dijo con una grácil y perfecta reverencia propia de la realeza.
Yo suspiré. Agotado, di una vuelta sobre mí mismo, exploré los alrededores asegurándome de que ya no había más arañas. Después la miré y reflexioné tanto en su reverencia, como en lo que había dicho.
—¿Cómo sabéis que soy un noble? —le pregunté.
Ella se hundió de hombros. Vestía una túnica de tela áspera bastante raída que me dio la impresión, en alguna oportunidad fue blanca, pero en ese momento tenía un color terroso, cubierta de polvo. Llevaba una bolsa de cuero en la espalda que cruzaba por delante su pecho y sobre los hombros una gruesa capa de lana sin teñir.
—En los últimos tiempos muchos pequeños reinos e incipientes naciones han surgido. A pesar de la oscuridad que nos rodea he podido notar ciertas cosas. Vuestra espada de acero bramasquino, ¿cierto?; la ropa elegante que vestís, con esa capa de fina piel de lobos; vuestra tez no tan clara, no tan oscura. No estoy segura, pero apostaría que no tenéis una sola cicatriz en ella. Vuestras manos de dedos delgados que si las tocara serían tersas, porque nunca han hecho trabajos propios del campo. Todo vuestro aspecto me dice que sois un noble.
Por el tono con que ella lo decía, yo no sabía si me halagaba o se burlaba. Estaba a punto de preguntárselo cuando cruzó sus brazos sobre el pecho y habló de nuevo, esta vez en un tono ligero.
—Antes de hacer el juramento tengo que deciros que no pienso hacer nada que me pueda deshonrar.
En ese momento que estábamos más tranquilos, sin peligro a nuestro alrededor, volví a detallar sus ojos que brillaban en medio de la oscuridad de su rostro. Eran grises como los del río Ulrich de mi tierra y también como los de la mujer que había buscado durante años sin poder encontrarla.
—Lo que deseo de vos no os traerá deshonra —le aseguré sin poder apartar la mirada de sus iris cristalinos.
Ella asintió, luego suspiró y sacudió su polvorienta túnica sin apenas quitarle algo de suciedad.
—Muy bien —afirmó ella —. ¿Tenéis un cuchillo?
Asentí y le di el puñal que llevaba en el cinto. Ella lo tomó y realizó un largo corte en la palma de su mano diestra, luego hizo lo mismo con la mía. Juntamos nuestras manos y un resplandor dorado brotó de ellas. La sangre mezclada formó una cinta que quedó suspendida alrededor de nuestras manos. Ella dibujó en el aire, con su mano libre, complicadas runas en lísico correspondientes al hechizo. Luego pronunció el juramento casi tan rápido que se me dificultó entender las palabras.
—Yo, sorcerina errante, juro ayudar a este hombre en lo que me pida siempre y cuando esto no traiga deshonra sobre mí o mis antepasados, en cuyo caso quedaré absuelta de cualquier promesa. Una vez que cumpla, estaré libre de este juramento.
La cinta de sangre se enrolló alrededor de su muñeca y formó un brazalete de metal rojo brillante, formalizando el pacto. Después, ella me miró a los ojos y me dijo:
—Podéis llamarme Ariana. Y bien, mi señor, ¿Qué me pediréis?
Volví a detallarla por un breve espacio de tiempo dudando de la sensatez de lo que iba a pedirle. Luego de vagar por casi seis lunaciones buscando ayuda sin conseguirla, mi nivel de desesperación bordeaba la locura. Inhalé con fuerza en un intento de que el aire que respiraba me infundiera valor.
—Quiero que me ayudéis a detener a aquellos que quieren invadir mi reino.
De inmediato, el brazalete de ella brilló, sellando el pacto. La sorcerina me miró con sus ojos grises muy abiertos y luego soltó una carcajada estrafalaria.
—¿Estáis loco? —Aún se reía mientras hablaba—. ¿Cómo que deseáis que os ayude a salvar un reino de la invasión? Pensé que me pediríais acabar con alguna plaga o cazar algún monstruo que estaría ocasionando estragos en vuestro pequeño reino. Lo que me solicitáis es más difícil que al tejedor romperle un hilo o modificar su tejido.
—Te habéis comprometido —le recordé enojado por su actitud burlona—. Disteis vuestra palabra, realizasteis el juramento, no podéis negaros ahora.
—¡Apenas se forma un reino y ya quiere invadir a otros! ¿Por qué tiene que ser así? Joven señor, no sé si os habéis dado cuenta, pero no soy más que una vagabunda, no poseo un ejército. ¿Cómo podría ayudaros a detener una invasión por muy pequeño que sea vuestro reino?
Ella estrechó sus ojos al mirarme. Sabía que lo que le pedía era una locura, pero a esas alturas yo no tenía opciones ni más nadie a quien recurrir, ¿Qué importaba que fuese solo una hechicera?
—Presiento que este juramento me llevará a la muerte —dijo en un suspiro trágico—. ¡Bien me valdría pensar antes de hablar! Y bien ¿Cómo os llamáis? ¿Dónde queda ese reino que quieren invadir?
—Soy Aren Grissemberg, lars y comandante del segundo destacamento del ejército de Augsvert. —Me incliné en reverencia. Cuando la miré de nuevo, ella retrocedía y parecía asustada.
—¡¿Qué?! ¡¿Augsvert?! Pero...pero yo creí que veníais de un reino recién creado... No me imaginé... —Ariana gimió—. ¡Oh, Surt! ¡Malvado dios del destino!
Continuó caminando hacia atrás hasta que tropezó y cayó sentada en el suelo. Cada vez lucía más asustada.
—¿Os sucede algo? —le pregunté yo, alarmado, al ver su actitud.
—¡No iré a Augsvert! —exclamó, levantándose.
—¡No podéis negaros! Lo habéis prometido.
—¡Claro que puedo negarme y lo haré! ¡No iré a Augsvert!
El brazalete rojo recién creado se apretó en su muñeca y ella gritó de dolor. El Gefa grio es una alianza inquebrantable, aquel que ha jurado cumplirlo no puede romperlo.
La sorcerina se levantó, caminó hacia mí con los labios fruncidos y los ojos aterrados. Cuando la tuve delante, encendió una luminaria de rojizo resplandor en su palma y la acercó a mi rostro. Detalló mis rasgos y luego el escudo de armas en mi pecho. No es que me considerara muy apuesto, pero tampoco creí ser tan feo como para que ella hiciera esa mueca de horror. Después empezó a temblar y se dio la vuelta. Era como si algo en mi cara la hubiese asustado, terriblemente.
—Vámonos, las peliántulas no tardarán en regresar. —Fue lo que susurró con voz lúgubre después de permanecer un buen rato en silencio y tornó a caminar por el gélido desierto delante de mí.
*** ¿Y bien, que les pareció? ¿confundidos, perdidos, intrigados? ¿les gusta? Por favor háganmelo saber. Besos.
Por acá abajo les dejo un glosario de términos en caso de que exista mucha confusión.
Acero Bramasquino: Acero de crisol gran resistencia y flexibilidad elaborado en la región de Bramasco, en la isla de Holmgard. Con él se fabrican las mejores espadas algunas con filo de diamante y otras con filo de obsidiana, estas últimas adquieren un aspecto intimidador por su color negro.
Berkanh: Runa destinada a hacer levitar objetos. Mientras mayor sea el tamaño, mayor sera el poder empleado en el hechizo
Draugr: demonios que antes fueron fantasmas. Se alimentan de la energía delos vivos.
Lars/Lara: Título distintivo que se les da a los sorceres provenientes de la nobleza de Augsvert. La traducción sería coronado de laureles
Lísico: Que proviene de la diosa Lys. En este caso se refiere al antiguo lenguaje usado para realizar hechizos muy complejos.
Lys: Diosa protectora de la magia blanca. La llaman "la dadora de magia".
Luminaria o esfera de Lys: Hechizo que consiste en crear un esfera de luz que sirva tanto para iluminar como para calentar
Peliantulas: Arañas de gran tamaño que tiene el cuerpo cubierto de pelos, muy venenosas.
Sorcere/Sorcerina: Hechiceros. pueden dominar su energía espiritual para hacer magia.
Surt: Dios supremo, llamado "el que teje los hilos del destino".
Urzh: Se dibuja la runa con los dedos índice y medio y de inmediato una bola energética se crea. El sorcere puede dirigirla a donde desee.
"Eso es más difícil que al tejedor romperle un hilo o modificar su tejido": Este proverbio se refiere a Surt, dios del destino, también llamado el tejedor.
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