Veintidós.
Un fuerte grito de dolor ahogado lo despertó de golpe casi cayendo del sofá en donde se había quedado dormido tras acabar toda la botella de vodka y regresar a la habitación donde estaba la bicolor, la cual ahora temblaba violentamente mirando su vientre mínimamente abultado debido a la ausencia del pequeño bebé que hasta el día de ayer tenía.
—¡Mi bebé, mi bebé no está, no está! –Su voz destrozada y acuosa a causa de las innumerables lágrimas que caían de sus ojos expresaban el dolor emocional que estaba sintiendo en ese momento en el que veía su cuerpo sintiendo la falta—.
Aún algo mareado el de ojos rubí se levantó pensando en acercarse a la cama pero apenas puso una mano en esta, recibió una mirada que por primera vez lo hizo quedarse congelado.
—LÁRGATE, TODO ES TU CULPA, MATASTE A MI BEBÉ –Ella vociferó mirándolo cual demonio fuera de sí, alertando a las mucamas del pasillo que entraron a prisa para mantenerla acostada— Todo es tu culpa, todo…
Su voz se fue apagando entre su llanto aferrándose a Rózsi que se había posicionado a la derecha para hablarle intentando desviar su atención de la rabia, pero en cuestión de minutos la bicolor los terminó echando a todos menos a la húngara siendo la única a la que no le tenía tanta desconfianza.
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Desde ese día las cosas se habían enfriado conciderablemente, la polaca había sido trasladada de vuelta a su habitación luego de recuperarse físicamente de la intervención de aborto y recibiendo los medicamentos molidos en la comida para que no se negara a recibirlos, Reich se había mantenido apartado solo pasando de su oficina a su habitación personal hundiéndose en el trabajo y algo de alcohol mientras firmaba la extenuante cantidad de papeles.
A pesar de haber pasado un mes completo y seguir en invierno la de piel roja cada día sin falta se iba a sentar al jardín, justo a la zona en donde la hierba había sido cortada y removida para enterrar apropiadamente el cuerpo de su bebé, así que se quedaba ahí sin sentir el tiempo acariciando la lápida de oro con la inscripción de Blas Nikodem Keller Rutkowski, su bebé había sido un niño… y a pesar de que el de esvástica le hubiese puesto un nombre polaco al igual que su apellido real, no podía evitar sentir el gran rencor en su corazón.
Pero esa tarde que volvía del jardín se lo encontró entrando a la sala de estar desde el pasillo que conectaba a la entrada, no vestía su uniforme negro sino ropa común de salir y un suéter rojo oscuro, se quedaron mirando durante unos segundos en los que el mayor levantó lentamente su mano intentando colocarla en su hombro.
—No te atrevas a ponerme una mano encima. –Gruñó entre dientes como si los papeles se hubiesen invertido, como si tuviese la plena confianza de estar en su propio territorio y no rodeada de soldados que podrían dejarla como un trozo de carne lleno de balas—.
—Blau.. –El azabache dijo en voz baja digiriendo la apariencia contraria, las ojeras que tenía y la manera en la que había cortado su cabello hasta dejarlo irregular por sobre sus hombros—.
—¡No me hables! –Con los nervios rebazándola nuevamente levantó ambas manos apretando los dedos para luego volver a chillar con más lágrimas amenazando en dejar sus ojos– ….¡Todo es tu culpa!..
Actuando por reflejo presa de su cólera e indignación lo abofeteó con la diestra, incluso en dicho movimiento lo arañó pese a que sus uñas habían crecido lo suficiente para dejar una marca en el ojo contrario del alemán que apenas reaccionó ante el golpe no previsto o el escozor en su rostro y molestia en el párpado, solo observándola comenzar a golpearle el pecho usando ambos puños con cada vez menos fuerza debido a que su llanto aumentaba.
Normalmente se hubiese ofendido y castigado severamente a quien se atreviera a faltarle el respeto, pero se mordió la lengua y la dejó desahogarse sabiendo que realmente tenía la culpa por la muerte de su hijo, pues de no haber reaccionado así no la habría empujado causándole daño que conllevó a la pérdida. Pero al sentir que ella caería de rodillas la tomó en brazos para evitarlo, al alzarla sintió sus lágrimas mojarle el hombro pero no duró mucho pues la bicolor comenzó a removerse con fuerza hasta soltarse y ahí con su poca fuerza lo empujó mirándolo con odio y se marchó hacia su habitación cerrando de un portazo.
El germano suspiró pasándose la mano por el rostro al sentir una gota bajar por su mejilla, la breve idea de que se tratase de una lágrima fue descartada cuando vió una gota de sangre en sus dedos, entonces se encaminó a la oficina a limpiarse con una simple servilleta de papel tras sentarse en su escritorio, mirando hacia el frente en el vitral con medallas que había desplazado a los lados para colocar en el centro el cuadro memorial que ordenó hacer para el nonato aquél día. Si tan solo hubiese tenido más tiempo hubiese ordenado que lo fotografiaran a pesar de tener su delicado rostro grabado en la mente.
Arrojó la servilleta sucia al basurero junto a su silla y se concentró en volver al trabajo ignorando la molesta en su ojo, había probabilidad de que le quedase una cicatriz pero le daba totalmente igual aquello. Solo se hundió en el papeleo para entretener su mente en algo que no fuese alcohol pues era patético depender enteramente de eso para lidiar con la culpa que cargaba.
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