Cinco.
La de piel roja soltó un chillido nervioso cuando la diestra contraria comenzó a levantar su camisón llegando a dejar expuestas sus piernas con la intención de dejar al descubierto también tu ropa interior, entonces se removió sumamente asustada tratando de alejarse, a su vez deteniendo las intenciones del azabache.
—Por favor, por favor no lo haga, por favor –Rompió su silencio encogiéndose con algunas lágrimas cayendo por sus mejillas ante la clara idea de que el de uniforme negro iba a abusar de ella—.
Este quedó mirándola y frunció el ceño, acto seguido levantándose y saliendo de allí azotando la puerta dejándola gimoteando en el suelo hasta que se calmó, quedándose sentada al pie de sofá hasta que dos mucamas la hicieron levantarse al dejar una mesa baja con chocolates variados y luego se retiraron tras decir que tenía permiso de comerlos.
Inicialmente desconfió a causa de lo sucedido con el sándwich pero al haberse pasado de la hora de almuerzo tenía hambre, además de que nunca antes sabía podido probar algo como eso y el olor dulce le hacía agua la boca hasta que su mano tomó uno para llevarlo lentamente a su boca. Sabía como el cielo, lo saboreó con afán hasta que se derritió en su boca, entonces pasó al siguiente y al siguiente hasta empalagarse, a su vez sintiendo extraña caloración aumentando en su cuerpo hasta llevarla a agitarse sentándose dejando de estar arrodillada frente a la mesita.
No tardó mucho en comenzar a removerse aún más agitada, una sensación en sus entrañas le estaba segando la mente haciendo su cuerpo más sensible incluso al roce de la tela de su camisón, sin pensar mucho se lo retiró esperando que eso dejara de hacerla sentir como si estuviese directamente bajo el sol. Sin notar que el azabache había regresado en silencio, sentándose nuevamente en el sofá a re encender el cigarro que tenía antes y había dejado en el cenicero.
—Pareces una vulgar perra en celo, bastante apropiado que traigas collar. –Con cierto resentimiento en su voz la observó retorcerse contra la alfombra, sudando mientras juntaba sus largas piernas—.
La polaca apenas lo escuchó, así que el autodenominado Ario continuó observando cigarro en mano lo que él consideraba un espectáculo de humillación merecida, pero acabó centrándose en la manera en que esta se movía, sus jadeos y en cómo ajustaba las piernas frotándose hasta dejar visible la humedad en su ropa interior al ya no llevar puesto el camisón blanco. Cómo sus pechos redondos se aplastaban contra la alfombra cuando estaba boca abajo levantando el trasero también carnoso, dejando obvio que se había excedido comiendo los chocolates con afrodisíacos que a propósito envió a dejar en el lugar sabiendo que los tomaría.
Solo que no contó con que su propio cuerpo reaccionaría también, precisamente ante el estímulo visual de la joven presa de sus hormonas alborotadas por los afrodisíacos, el verla en ese estado lo había excitado de cierta manera que no notó hasta sentir la presión en su pantalón, su pene estaba duro y sintió un ligero salto en este cuando la joven soltó un gemido bajo al rozarse la entrepierna con sus propios muslos. Entonces se le acabó la división… ella no estaba siendo humillada por su desobediencia, sino él se estaba humillando a sí mismo por calentarse con una campesina polaca inferior. Esa idea mortificó su mente haciéndolo salir inmediatamente hacia su habitación en donde golpeó algunas cosas mandándolas al suelo, se desvistió gruñendo entre dientes y se sentó en el sofá de su habitación para de mala gana tomar su erección en mano y comenzar a masturbarse, solo que al comenzar los recuerdos de la bicolor aparecieron en su mente, la manera en la que se movía agitada y sus grandes pechos que vio en todo su maldito esplendor durante esos momentos.
Negó con la cabeza maldiciéndose a sí mismo otro vez, pero su diestra continuó yendo más brusco pensando en el cuerpo ajeno hasta que con asco vió su propio semen bajarle por la mano, así que se levantó al baño y simplemente abrió la regadera de la cual salió agua fría, se mantuvo allí a pesar de la sensación incómoda del frío en su cuerpo, pero era un castigo propio para reprenderse por haber dejado que su mascota polaca lo excitara como si fuese un pervertido cualquiera.
• • •
El de ojos rojos salió de su habitación a pasos pesados dispuesto a buscar a la polaca para castigarla por provocarlo de esa manera, solo que se detuvo al encontrarse a la aludida profundamente dormida justo donde la dejó, por lo que a pasos más cortos de aproximó a ella y colocó su bota izquierda sobre una de las piernas ajenas con la intención de pisarla para que despertara, pero incluso al mínimo toque indirecto la suavidad de su piel era notoria.
Haciendo una expresión de ceño fruncido acabó por agacharse colocando sus manos sobre los muslos de la más baja, tanteando y apretando poco a poco hasta que comenzó a amasar la carne con cierta emoción interiorizada, a lo que sin pensar su diestra fue moviéndose más hacia la cara interior de las piernas contrariado, precisamente a donde la ropa interior blanca protegía y acarició despacio con dos dedos viendo que aún había un rastro un poco pegajoso pero bastante húmedo en la tela.
—...No soy un frustrado sexual, puedo tocar a esta maldita enana todo lo que quiera y no me va a volver a pasar –Siseó para sí mismo aún con el ceño fruncido, pero con un extraño calor desbordado por la curiosidad de explorar el cuerpo ajeno a su antojo—.
Su carne suave, al ligero aroma dulzón que emanaba de esta lo hizo apretar los dientes al igual que sus manos haciendo enrojecer la piel de la joven a la que no soltó, sus dedos enguantados repasaron más los pliegues cubiertos de su vagina húmeda conociendo de cierta manera su textura, pero acabó por resoplar estresado tomándola como a un saco de patatas junto al camisón en el suelo el cual le echó encima para no ver su carnoso trasero mientras caminaba, al llegar a la habitación la dejó caer sobre la cama sin importarle notar que se despertó por ello y solo salió, maldiciendo en alto al sentir otra vez la falta de espacio en su pantalón. No podía terminar de entender cómo podía llegar a ese estado por alguien tan miserable como ella.
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