Un terrible sueño
Helena estaba en la sala de urgencias, llevaba ya dos horas en ese lugar esperando respuesta de los resultados de su padre. Lisandro Lizano se había hecho cargo de todo, así que pronto en el pueblo todos comenzaron a sospechar de quién habría podido ser el culpable de semejante acto de brutalidad.
Lisandro hijo estaba en el hospital, había visto los golpes de Helena y parecían más sanos ahora. Se acercó despacio hasta donde estaba ella para brindarle su apoyo, después de todo, Ulises era su padre. Y por los resultados médicos se había salvado de milagro.
—Nadie merece más esto que él. Pero entiendo que sea tu padre y le tengas afecto. Me pasa lo mismo.
Helena solo escuchaba la voz del joven Lizano que parecía nervioso. Pero lo dejó continuar.
—Sé que mi hermana fue la autora de todo esto. Y sé que tú también lo sabes, pero si mi padre llega a confirmarlo será mucho más severo...
La chica levantó sus ojos. Podía entender lo que intentaba decirle, así que cuando sus miradas coincidieron, se dio cuenta de que el joven en realidad lo sabía todo perfectamente.
—Tú la amas después de todo. Además, velo como parte de mi disculpa.
El chico se puso de pie, caminó hacia la salida de emergencias y se perdió entre las personas. Helena estaba sorprendida, era como si otra persona viviera en el cuerpo de aquel Lizano. Al parecer, el hecho de que su padre lo hubiera quitado de su mira, hacía de Lisandro un hombre más tranquilo y pacífico.
Helena sabía que lo mejor era volver a la hacienda, no había mucho que pudiera hacer ahí. Además, quería asegurarse de que Valeria estuviera bien. Ahora los planes se estaban saliendo de control y tenía que asegurar la salvación de su adorada Lizano.
Entró a la habitación, Ulises llevaba un respirador y parecía dormido. Su rostro era casi irreconocible, y llevaba una férula en la mano izquierda. Helena se acercó hasta él, besando su frente y el hombre abrió sus débiles ojos. Sonrió al verla, y pudo quitarse el respirador.
—Tienes el descaro de venir y besar mi frente...
Helena lo miraba, cuando era niña pensaba que no existía nada que pudiera hacerle daño. Pero ahora se daba cuenta de que los años no habían detenido su paso por el viejo Roble.
—Aun sigo siendo tu pequeña Helena. Tengo que mantener mi personaje.
El hombre sonrió, mientras un quejido salía de su boca. Acercó su mano a los labios de Helena, al labio que había golpeado días atrás. Suspiró, como si fuera el aliento de un dragón cansado mientras dejaba caer una mano sobre la de su hija.
—Lo mejor es que salgas del caso. Yo mismo daré la orden para que te vayas lo más pronto posible.
Helena dio un paso hacía atrás. No iba a hacerlo. Salir del caso a esas alturas estaba totalmente fuera de su plan. Aún quedaban cabos sueltos, aun había muchas preguntas y pocas respuestas.
—Sabes que no lo haré. Aunque sea una orden del capitán...
—Entonces estarás sola cuando esto explote.
—Cuando lo haga... —intervino Helena, haciendo un mutis mientras miraba por la ventana del hospital—. Voy a estar aquí, para protegerla.
Ulises intentó reincorporarse, pero el dolor era demasiado. Aquellas palabras hacían que su corazón latiera con fuerza, no podía dejar que Helena repitiera los errores de su madre. Quedarse aun y cuando no había explotado la bomba, era peligroso para ella. Para Lisandro y para los Lizano en general, Helena ahora representaba discordia. Ulises estaba seguro de que Lisandro padre haría lo que fuera para mantenerla al margen de sus planes. No podía permitirlo.
—Tu madre también creía que podía cambiar este lugar. Y bien sabes cómo terminó...asesinada por Lisandro Lizano. —Sintió los ojos de Helena posarse en él, que ahora hablaba con dificultad y había intentando sentarse sobre la cama—. No quiero que tengas su mismo final, no quiero que mueras en manos de ese maldito cerdo.
Helena sintió un nudo en el estómago, su venganza se había desvanecido de la noche a la mañana. Pero aun no era tarde, había muchas formas de hacer caer a Lisandro Lizano, solo que nadie había tenido el poder para acceder a ellas como los Santos.
—Te equivocas, padre —dijo, mirando los ojos sorprendidos de Ulises, hacía tiempo que no se dirigía él de esa forma—. Mi madre cometió el error de enamorarse de uno de sus perros. Yo fui ambiciosa.
—¡Y por eso tu final será peor! Cuando Valeria Lizano sepa quién eres ni siquiera ella tendrá piedad.
Helena continuaba inmersa en el horizonte, los copos de nieve caían una vez más en el invierno más cruel de todos.
—Aquí la nieve cae...
Ulises no pudo entender el murmullo de Helena, la chica dio la media vuelta y caminó hacia la salida.
—No voy a salir del caso, Ulises. Mi venganza no está acabada.
Cerró la puerta con fuerza detrás de ella. Caminó por el pasillo cuando se topó con Lisandro Lizano de frente. Helena estaba sorprendida, no podía creer que estuviera ahí. Al parecer los lazos de Ulises y Lisandro Lizano eran fuertes, una verdadera amistad.
—Helenita... —musitó—. ¿Cómo está tu papá? —continuó Lisandro.
—Mejor, señor. Al parecer fuera de peligro, se recuperará.
Lisandro asintió. Miró a ambos lados y finalmente tomó del antebrazo a Helena con fuerza, arrastrándola precavido hasta un pasillo solitario. La chica podía sentir su intención, aquel apretón comenzaba a lastimarla hasta el hueso, sabía que con suficiente fuerza el maldito Lizano podía romper su brazo.
—Lisandro me confesó que fue él quien mandó golpear a tu padre. Pero estoy seguro de que solo Valeria tendría los cojones para hacer algo así. Entonces, quiero que me diga, señorita Santos, ¿cuáles son sus planes?
Helena sentía que su respiración se agitaba sin poder controlarlo, mientras la mano de Lizano presionaba más y más cada vez.
—Mis hijos son unos imbéciles pero yo no. Conozco a las mujeres de tu clase, arpías, sumisas. Dóciles y complacientes...
Helena sintió la mano de Lisandro bajar por sus pechos hasta llegar a su pubis en un tacto ligero. pero más rápidas que una serpiente llena de ponzoña
—¿Qué se esconde ahí, señorita Santos? ¿El más delicioso de los elixir? Yo quisiera saber...
Helena vio que Camilo llegaba hasta ellos. Cuando Lisandro se percató de su presencia se alejó de Helena con agilidad. Miró al sujeto que estaba frente a él, ese niño famélico y huérfano que había criado desde recién nacido era ahora uno de sus perros. Pero hasta Camilo mostraba más devoción hacia Helena que hacia él.
—¿Todo bien, patrón? —preguntó el chico vacilando su mirada de el hombre hacia la chica.
Lisandro asintió. Caminó con dirección a la habitación en donde estaba Ulises y entró sin decir nada más. Helena estaba de pie, temblaba y por un instante se desvaneció pero Camilo la sostuvo entre sus brazos.
—¡Helena! ¿Te sientes bien?
La chica se aferró a él en un abrazo. La presencia de Camilo siempre la había hecho sentir segura. Solamente él y Valeria tenían ese misterioso don.
Camilo se ofreció a llevarla de regreso a la hacienda. Llegaron y las luces de las habitaciones estaban apagadas. Antes de entrar Helena se detuvo en el umbral de la puerta. No quería tener que pisar ese lugar jamás, quería poder regresar a la cabaña en la que se quedaban. No podía respirar un instante más el aire de los Lizano.
La camioneta de Valeria llegó antes de que entrara, Camilo le abrió la puerta y Helena vio bajar a la chica Lizano que ahora llevaba ropa más varonil. Camisas, jeans y botas de trabajo como los hombres de su padre. No pudo evitar correr hasta sus brazos y aferrarse a ella besando sus labios también.
Valeria estaba sorprendida, pero aferró esos brazos temblorosos a los suyos.
—Vamos a la cabaña, no quiero estar aquí. Te lo suplico.
El susurró de Helena pasó por sus oídos. Acarició su mejilla y asintió con una enorme sonrisa en los labios.
Miró hacia los enormes ventanales de la increíble mansión Lizano. Una sombra yacía entre las cortinas, como un centinela que custodia una morada. No le dio mucha importancia. Y subió a su camioneta para conducir directo a la cabaña.
***
Un sabor a sangre inundó su boca al despertar, recordó lo que había sucedido la noche anterior. Los labios de Valeria mordiendo con fuerza los suyos, sus manos sobre su cintura, su boca succionado su cuello. Aquello había sido más una batalla de gladiadores que una noche de amor. Miró la espalda desnuda de Valeria, repleta de moretones y mordeduras. Se levantó lentamente y fue hasta la cocina para servirse un poco de agua. No había muchos víveres ya en la cabaña porque Valeria pasaba menos tiempo ahí ahora. Ya era una Lizano más y su lugar era en la hacienda con su padre y su hermano.
Helena se recostó en el frío sofá de vinil, y aferró su cuerpo desnudo a él. Cuánto iba a durar el amor que Valeria le tenía. Sabía que en algún punto las cosas iban a ser como la noche anterior, pero sin caricias. Ambas se destrozarían. Cada día que pasaba aquella realidad era más inminente.
—¿Qué haces aquí? Quiero tu precioso trasero en mi cama, es una orden.
Valeria sonreía, de pie, junto a ella y el sofá de vinil. Esa sonrisa era ahora tan diferente a la sonrisa socarrona que le mostraba al inicio, porque estaba llena de amor. Helena alzó sus brazos, atrapando a Valeria entre su pecho y el sofá. Ambas se quedaron así, desnudas con el vinil y sus pieles siendo uno, y el calor de sus cuerpos calentándolo todo.
—¿Vas a amarme siempre?
La pregunta de Helena había sido sorpresiva. Pero Valeria no titubeó.
—Siempre —contestó con mucha seguridad—. No habrá nada ni nadie que me impida hacerlo.
Helena sonrió satisfecha. Acariciando la nuca y la mejilla de su chica.
—Si te lo pidiera, ¿asesinarías a Santos?
Valeria abrió los ojos de pronto, descubrió la seriedad en la mirada de Helena y por un momento lo dudó.
—Estuve a punto de hacerlo después de lo que te hizo.
La chica decía aquello con alarde, sabía lo que era ser un Lizano, la supremacía y la intocabilidad con la que se iba por la vida.
—¿Y a tu padre?
Valeria reparó nuevamente en Helena que ahora se acurrucaba en su pecho y besaba sus senos.—¿Matarías a tu padre por mí?
Valeria se reincorporó:
—¿Por qué estás preguntándome estas cosas? ¿Te hizo algo?
Helena negó. Quizá había llegado demasiado lejos. Sonrió para aligerar las cosas y después besó los labios de Valeria.
—Solo quiero saber si sigues siendo la Valeria Lizano de la que me enamoré, o quizá eres diferente ahora.
Valeria suspiró. Recostándose nuevamente sobre el cuerpo de Helena, entrelazando sus piernas.
—Lo único diferente ahora es que ya no bebo, solamente te bebo a ti...
Los labios de Valeria bajaron lentamente por su pecho, su vientre, hasta llegar a su sexo que lamió con delicadeza mientras Helena se agitaba.
El elixir de Helena no parecía un invento de Lisandro. Ella misma quería ser capaz de saber el poder de su propia magia.
***
Helena y Valeria comenzaron a pasar más tiempo en la cabaña. Valeria quería mudarse de una vez por todas ahí. Ni su padre, ni Ulises parecían tener oposición. Era como si de alguna forma hubieran aceptado aquel compromiso que ambas tenían.
Helena había vuelto a la mansión Lizano solamente por sus pertenencias. Santos también se había marchado. Había vuelto a la casa que Lisandro les prestaba. Cuando Helena fue a casa de Santos a recoger el resto de sus cosas no recibió discurso alguno del Roble. El hombre iba a dejar que Helena viviera su sueño, si lo que buscaba era tener el final de su madre entonces así sería. Pronto las cosas iban a cambiar en ese lugar, y la muerte de los Lizano era inminente. Ambos lo sabían, solo que Helena prefería no pensar en ello y Santos aún tenía evidencias y pistas que buscar antes de entregarle el caso a sus superiores.
Lizano le había restado importancia a todo lo relacionado con Valeria y Helena. Su hija era su nueva sucesora. Se había ganado el respeto de los perros y de sus aliados. Nadie respetaba tanto a Lisandro hijo como a ella. Además, sus tácticas de defensa y con las armas habían mejorado considerablemente. Valeria era una Lizano nata, con mucho más habilidad para llevar el negocio que su propio padre.
Todo parecía mucho más tranquilo, inclusive para Lisandro hijo que había dejado atrás la sombra de su padre y vivía ahora una vida con menos presiones.
Sin embargo, sola las almas verdaderamente llenas de rencor y sed de venganza eran las que no descansaban. Mientras observaba a su hija llevar y subir sus pertenencias a la camioneta, Azucena no dejaba de pensar en el error que estaban cometiendo todos al pensar que las cosas estaban en paz.
Azucena fumaba un cigarrillo, mientras se recargaba en el umbral de la puerta de Valeria. Observando la habitación casi vacía.
—Parece serio —dijo, acercándose a su hija para acariciar su cabello—. Helena es entonces la indicada, la única capaz de domar tu insoportable carácter.
Las manos de Azucena llegaron hasta el vientre de la chica, acariciándolo con ternura. Valeria la detuvo en cuanto sintió el tacto sobre su piel.
—Basta, madre...es suficiente.
La mujer tragó saliva. No podía creer que su pequeña se revelara de esa forma a una de sus caricias. Caminó por la habitación, acariciando cada rincón del lugar mientras los ojos de Valeria la seguían:
—Cuando te vi por primera vez —comenzó de pronto la mujer— fue como si el mundo se me acabara. No había nada más que tus ojos negros sobre mí, y tus pequeñas manos enlazando mis dedos. Me tomabas como si me conocieras, como si ya me amaras y me necesitaras. Yo te sabía pequeña e indefensa, parte de algo que ni yo misma entendía "¿por qué?" me preguntaba tantas veces. Yo amaba a tu padre, hice siempre lo que él quiso. Pero un hombre como Lisandro Lizano no sabe lo que es amar y que lo amen... siempre pensé que serías igual, pero me equivoqué...Te puso en mis brazos, antes de mirarte estaba dispuesta a darte de comer a los coyotes o venderte a alguno de los perros. Pero luego te vi, y te lo juro, Valeria, fue como si el mundo se me acabara.
Azucena extendió sus brazos, para que Valeria fuera hasta ella. Tenía los ojos cubiertos de lágrimas y la chica sintió un dolor extraño en su corazón al verla llorar después de años. Apoyó la cabeza en el regazo de su madre, mientras la mujer acariciaba su largo y negro cabello.
—...Entonces me propuse acabar con el tuyo... —Sus dedos ganchudos acariciaban el rostro de Valeria hasta sujetar con fuerza sus quijadas—. Y lo hice, y lo volveré a hacer si no te alejas de ella.
No supo en qué momento su blusa había sido desabotonada, una mano de Azucena jugaba con uno de sus senos mientras la otra acariciaba su rostro. Los labios de la mujer se juntaron a los suyos, introduciendo ligeramente su lengua en esa pequeña y hermosa boca. Aquel beso no era dulce, era como si con el tiempo se hubiera convertido en veneno, no como los besos de Helena que eran néctar de miel. Había aprendido a aceptar esos labios con naturalidad pero ahora la sensación era repugnante.
Se levantó, alejando el rostro de serpiente de Azucena de ella y respiró agitada.
El sonido de un golpe seco y de unos pasos apresurados se hizo destacar en el silencio de la solitaria misión.
Valeria abrió la puerta y descubrió a Helena saliendo de la mansión Lizano. Había dejado un par de cajas para la mudanza en la escalera.
No podía creerlo. Corrió hasta poder alcanzarla. Pero la chica continuó deprisa rumbo al lago.
—¡Helena! ¡Detente! ¿Puedes dejar que te dé una explicación?
Valeria sostuvo los hombros de Helena. La chica tenía los ojos fuera de si, y parecía confundida No era para menos, había visto a Azucena, su madre, besarla y tocarla de esa forma.
—¡No necesitas explicármelo! ¡Yo misma me di cuenta de...! ¡De esa repulsión! ¿Cómo puedes? Si tu padre se entera...
Valeria tomó a Helena del rostro, alzándola para mirar sus ojos.
—No vas a decirle absolutamente nada si no quieres ver mi cuerpo flotando en ese maldito lago.
Helena esquivó la mano de Valeria. Respiraba agitada y confundida, miró hacia donde estaba la cabaña en donde se quedaba con Santos. No podía simplemente irse con Valeria después de eso. Estaba herida y confundida. No podía seguir con eso, lo mejor era hacer lo que Ulises le había dicho. Dejar el caso.
—Volveré a la ciudad. No puedo estar aquí ni un instante más.
Valeria abrió sus ojos sorprendida. Intentó tomar el brazo de Helena pero la chica lo esquivó y continuó corriendo hasta la cabaña Santos.
—¡Helena!
El sonido de aquella voz lo llenó todo, miró atrás, y pudo ver a aquel hombre de pie con un pequeño en brazos. Qué era ese recuerdo, pensó.
—No te marches, no puedes dejarnos aquí...
Cerró los ojos con fuerza, y vio de nuevo a Valeria ahí de pie, tan confundida ahora como ella.
Continuó con su camino hasta llegar a la casa de Ulises. Entró, aún conservaba la llave así que lo hizo y se sentó en el sofá. No podía explicar que había sido aquel recuerdo que era como si no fuera de ella misma.
—Ese pequeño... —Abrazó su cuerpo cerrando los ojos con fuerza. Aquella era una pesadilla. Era un terrible sueño del cual solamente quería despertar.
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