Solo diversión

Los Sánchez poco a poco comenzaron a dar retirada del conflicto. Los bandos sabían de qué lado estaba el poder y los intereses, así que el diálogo fue breve pero contundente. Lisandro era un hombre de familia antes que un maleante, y eso había quedado claro entre las dos partes. Con todos los aliados en su contra, Sánchez sabía que había poca victoria para él. Nadie podía con Lisandro Lizano, había quienes decían que el mismísimo demonio estaba cansado de él.
Así que las cosas en la hacienda Lizano y en el propio Bajío comenzaron a tranquilizarse. Aun así, Valeria y Lisandro hijo se hacían cargo del negocio en el pueblo por órdenes de su padre. Lisandro no parecía muy convencido con la nueva relación de su hermana y su padre, pero al menos sabía que Valeria podía hacer el trabajo sucio por él.
Valeria miró su reloj, cronometrando el tiempo que el sujeto pasaba bajo las gélidas aguas del contenedor. Asintió con la cabeza después de treinta segundos y el hombre volvió a la superficie en manos de los perros, suplicando que lo dejaran ir.
—¿Dónde están los otros? ¿Vas a decírmelo ahora?
El sujeto lloraba, sus orines caían hasta su propia garganta mientras lo tenían colgado por los pies.
—Sí te dejo así toda la noche, tu sangre bajará hasta la cabeza. Primero te desmayaras, luego será tanto el acumulo de sangre que terminarás muerto por la mañana.
El hombre tiritaba, mirando con sus ojos turbios a Valeria que cruzaba los brazos a la altura del pecho.
—Se lo ruego, no me deje aquí, ¡se lo suplico!
Lisandro y Camilo estaban detrás de Valeria. La chica parecía tranquila, desde hacía tiempo que se encargaba de aquellos pequeños trabajos sin importancia. Hasta ese momento no había asesinado más, solo aplicaba un poco de violencia psicológica que parecía ser su verdadero talento.
La chica sacó un cigarrillo, lo encendió para colocarlo entre sus labios. Después se lo entregó al hombre, que aspiró sin más. Llevado por un sentimiento de terror y para evitar cualquier desaire.
Acercó el cigarrillo al pecho desnudo del hombre, casi pegándolo a su piel. El sujeto gritaba despavorido, sin dejar de sacudirse como gusano mientras la ceniza inminente se acercaba.
—¿Sabías que la ceniza de un cigarrillo produce un dolor tan insoportable como el de la quemadura con un soplete? ¿Alguna vez te has preguntado la temperatura a la que está un soplete? ¡Mil setecientos grados Kelvin! Que equivalen a mil cuatrocientos treinta grados centígrados. El calor suficiente como para derretir un pedazo de metal grueso.
Valeria caminaba alrededor del sujeto mientras Camilo la observaba. No podía creer que aquella chica divertida y simple, indiferente a aquel asqueroso negocio que tenía su padre fuera ahora su nuevo verdugo. Lo peor, es que Valeria parecía tener talento, mucho más que el de su hermano y su padre.
—No te dolería, tu cuerpo sufriría una parálisis de conmoción. Sería una sensación irónicamente fría inicialmente. Pero el olor de tu grasa y tu piel calcinada apestaría todo el pueblo. Después, los trozos de carne caerían, sin más. Hasta que te des cuenta de lo que sucede y un dolor insoportable por desmembramiento te haga desmayar, y después desangrar, y luego...
El hombre dio un grito horrible, que parecía rasgarle la garganta.
—¡Te voy a decir, te lo voy a decir! ¡Lo juro!
Valeria sonrió, inclinándose para ver de cerca el terror en sus ojos.
—¡Fueron a los montes! ¡Muy cerca de la cascada! Ahí tiene un campamento. Pero ya no es Avelino Sánchez, es su hermano. El papá del joven Braulio. Al que usted mató.
Camilo se acercó hasta donde estaban Valeria y el sujeto.
—Comunícale esto a mi padre.
—Sí, señorita —Camilo asintió. Salió de la caballeriza. Sin poder quitarse esa terrible imagen de la cabeza.
Lisandro se quedó detrás de ella, esperando a que hiciera su trabajo.
Valeria bajó al sujeto. Le apuntó con el arma en la cabeza, y le ordenó que se vistiera.
—Dile a Sánchez que controle a su hermano. Antes de que otra guerra inicie.
El hombre apenas pudo vestirse, cuando un par de sujetos entraron y lo encapucharon para echarlo a la camioneta y llevarlo de regreso al monte.
Lisandro estaba de pie, observando a su hermana con una sonrisa burlona en los labios.
—Te vi temblar cuando levantaste el arma ¿aún te da miedo?
Valeria ni siquiera lo miró, limpió sus manos con agua y desinfectante y salió de la caballeriza. Solo podía pensar en regresar a la hacienda y al menos poder oler entre sus sábanas el perfume de Helena.
—¡Contéstame! —gritó Lisandro acercándose a su hermana.
—Sí, me da miedo.
La chica continuó con su camino, no era la respuesta altanera que su hermano esperaba, así que no tuvo el mismo efecto en él. La vio marchar, dándose cuenta de que Valeria era más Lizano de lo que imaginaba.

***

Santos y Helena llevaban más de un mes viviendo en la casa grande. La chica estaba por volverse loca. Soportar la sola presencia de Azucena asechándola día y noche hacía de su trabajo una labor más complicada.
—Llevamos meses sin informarle al teniente —dijo Ulises, con tono bajo mientras se paseaba en la habitación de su hija.
—Debemos mandar un maldito informe, algo para dar señales de vida. Antes de que entre la alerta roja.
Helena llevaba días pensando en la mejor forma de hacerlo. Solo pudo pensar en Camilo, él la custodiaría hasta el Bajío y no haría pregunta alguna. Ahí podía contactar a uno de los informantes y mandar un reporte de lo que hasta el momento había sucedido con Lisandro Lizano.
—Haré que Camilo me lleve al Bajío. Desde ahí podremos enviar el mensaje.
La chica estaba en la ventana, esperaba con ansias aquella alba que anunciaba la llegada de Valeria a la casa Lizano.
Las manos callosas de Ulises bajaron por su cintura, mientras la aferraba a su cuerpo por la espalda. Hacía tiempo que aquel contacto no provocaba en ella más que horror.
—¿Será que nunca vas a perdonarme?
Helena lo alejó. Miró directo a sus ojos, dejándole ver la atrocidad que había hecho con ella.
—Preferiría ser asesinada por Lizano antes de volver a sentir tus asquerosas manos en mí.
Los ojos turbios y furiosos de Ulises se fijaron en ella. No estaba en posición de reclamarle nada. Sin embargo, sabía bien cómo hacer de las suyas con Helena. Después de todo, solo él sabía el verdadero motivo de que Helena estuviera ahí, trabajando con la policía para capturar a Lisandro Lizano.
—Ten mucho cuidado, Helena. Que ni siquiera a mí me importaría mandar todo esto al carajo, solo para verte sufrir, ¿quién crees que acabaría contigo? ¿Lizano? No seas estúpida, la primera en jalar el gatillo sería ella.
Sintió como si un fuego le recorriera las entrañas. Abrió la puerta de la habitación y le ordenó a Ulises que saliera. El hombre obedeció, sin quitar una sonrisa de satisfacción en su mirada.
—Buenas noches, hijita.
Helena cerró la puerta de golpe, la voz de Ulises hacía que el cuerpo se le paralizara. No quería que aquel momento llegara, ese momento que había añorado por años se convertía ahora en una pesadilla.
Escuchó de nuevo el toque de la puerta. Abrió, esperando volver a ver a Ulises pero para su sorpresa era Valeria. Helena dio la media vuelta, se paró frente a la ventana con los brazos cruzados al pecho.
—¿Sigues molesta conmigo?
La rubia negó. Dejándose caer en la cama con cansancio.
—No he tenido un buen día, es todo.
Valeria fue hasta ella, acariciando su cabello y sus mejillas mientras la chica cerraba los ojos. Su tacto la tranquilizaba, no había nadie que pudiera tener ese control como ella. Tomó aquella mano que la acariciaba y se la llevó a los labios.
—¿También tuviste un mal día?
La expresión en los ojos de Valeria era agotadora. Se dejó caer al lado de Helena, hundiendo su rostro entre sus pechos, aspirando el delicioso aroma a miel de su cuerpo.
—Todo mal día termina si llego a casa y estás aquí.
Helena sintió que el corazón se le aceleraba, levantó el rostro de Valeria para besarla tiernamente sin poder contener cierta emoción en aquel beso. Nadie jamás había hecho de su existencia un motivo para tener un buen día. Era algo nuevo y agradable que quería atesorar hasta el último momento.
Mientras continuaban abrazadas en la cama, Helena intervino cambiando abruptamente el tema y el silencio del momento.
—¿Crees que podría ir al Bajío mañana?
Valeria la miró. Llevaba casi más de un mes en esa casa, no imaginaba cómo es que no se había vuelto loca, encerrada con su madre y sus hermanos.
—Claro, le diré a Lorenzo que te lleve.
—Preferiría que fuera Camilo.
Valeria se reincorporó, haciendo un gesto extrañado mientras se sentaba en el borde de la cama.
—¿Puedo saber por qué quieres que sea Camilo?
Helena encogió sus hombros. En realidad no había un motivo especial. Era solo que su cercanía con el joven había crecido, al grado de que podía llamarlo un inicio de amistad. Además, solamente Camilo parecía un hombre de fiar.
—Me agrada, es sencillo.
Un sentimiento extraño pasaba por Valeria en ese instante. Era la primera vez que escuchaba a Helena hablar así de alguien.
—Además, los otros sujetos dan miedo. No confío en ellos.
—¿Por que no son guapos como Camilo?
Helena miró confundida a la chica ¿Qué era eso?, pensó ¿Valeria estaba haciendo una escena de celos? ¿Pero a quién celaba en realidad? ¿Era por Camilo o por ella?
—Iré con Lorenzo si te molesta que vaya con Camilo.
—No, no, no. Tienes razón, confío más en él... ¿Entonces crees que es guapo?
Helena suspiró. Sonrió al ver que Valeria también lo hacía y se inclinaba hacia ella para tomarla del rostro.
—Bueno. Mañana le digo a Camilo que tiene una misión. Solo cuídate mucho, sabes que las cosas no están tan bien como quisiéramos.
Helena asintió. Besó los labios de Valeria por un prolongado tiempo, hasta que tuvieron que separarse.
Cuando Valeria se marchó Helena sacó una carpeta con información de los Lizano, planos, ubicaciones, fotografías. Lo mismo que había estado haciendo por meses desde su llegada. Lo guardó en la chaqueta que llevaría al día siguiente. Las cosas tendrían que salir bien, esperaba poder confiar en Camilo y que éste no la descubriera.

***

Por la mañana Helena bajó, escuchó el sonido del motor de la camioneta blanca que llevaba Camilo y para su sorpresa no solamente estaba él, sino también Valeria. Recargada en la camioneta a punto de encender un cigarrillo.
—Buenos días, señorita Santos.
La chica no podía entender qué es lo que Valeria hacia ahí. Estaba sorprendida. Miró a Camilo que solamente se encogió de hombros esbozándole una sonrisa y una expresión tan confundida como la de ella.
—Espero que no les moleste que vaya con ustedes a dar la vuelta —dijo Valeria mirando a Helena que continuaba inmóvil.
Caminó hacia Valeria, quitando el cigarrillo de sus labios para lanzarlo al suelo.
—Por supuesto que no. Sólo deme un momento, señorita Lizano. Iré por algo que olvidé.
Helena volvió a su habitación, colocó los papeles en el maletín y lo escondió entre su ropa. No había forma de que pudiera hacerlo ese día. Con Camilo era fácil perderse de vista, pero Valeria la seguiría a donde fuera.
Regresó y la chica estaba en la camioneta. Iba a conducirla mientras que Camilo esperaba a Helena para que subiera.
—Déjame ayudarte.
Helena agradeció. Tomó su mano y se apoyó en él para subir con cuidado a la camioneta. Él subió en solo un movimiento y Valeria aceleró.
Las cosas parecían silenciosas, contemplaban el hermoso paisaje frío de aquel bosque. Las grandes montañas se alzaban alrededor y podía olerse ya el aroma de la leña de las chimeneas. En cualquier momento podría nevar. El cielo era gris y el aire soplaba los secretos del bosque.
—Cuando nieva es hermoso. Ojalá pase este año para que veas cómo se tupen los pinos de nieve.
Helena sonrió. Nadie deseaba eso más que ella. Adoraba aquella época. Aunque el frío fuera arrasador en ese lugar.
—Jamás he visto nevar, vengo de un lugar en donde hay playa y el clima es cálido. Así que sería una experiencia para mí.
—Podemos pasar la noche en la cabaña, con suerte nevará y mañana podremos disfrutar del paisaje desde la cascada.
Camilo aprobó aquella invitación con ingenuidad mientras que Helena, perspicaz como siempre, podía oler las intenciones de Valeria con esa propuesta.
Llegaron al Bajío a comer a una fonda muy popular entre los hombres de Lizano. En cuanto entraron dos mesas se prepararon y el menú fue llevado hasta ellos a la brevedad.
—Señorita Lizano, qué gusto tenerla aquí —saludó la mujer que pasaba un trapo limpio por la mesa hasta dejarla pulida.
—Gracias, doña Concepción. Quiero un filete, sopa, ensalada y un postre de la casa.
Helena pidió lo mismo, mientras que Camilo pedía un par de cosas más para su porción.
—¿Vas a comerte todo eso, Gusano?
El chico sonrió tímido, mirando a Helena que también sonreía.
—Necesito mantener mis músculos, Salamandra.
Las chicas estuvieron de acuerdo. Camilo era un joven alto, robusto, con grandes brazos y pectoral formado. Tenía un buen físico que él mismo había forjado con los años. Además era atractivo, su barba ceñida le daba un gran porte y le hacía lucir maduro.
—No siempre fue así —se dirigió Valeria a Helena—. ¿Por qué crees que le digo Gusano?
Los tres rieron, aquella convivencia era gratificante para Helena que estaba harta de vivir enjaulada en la casa Lizano. Sentía los ojos provocativos y seductores de Valeria sobre ella, pero también se daba cuenta de que Camilo podía percibir esa coquetería entre ambas.
—Necesito ir al tocador, con permiso.
Valeria se puso de pie, y así mismo Camilo.
—Le acompaño, señorita Santos.
La chica asintió. No pudo evitar mirar a Camilo que volvía a su lugar tratando de darle menos interés a la situación. Valeria encontraba en esa actitud satisfacción.
Llegaron al sanitario y Valeria de inmediato abrazó el cuerpo de Helena por la espalda, besando su cuello y aferrándola con ternura.
—¿Por qué viniste con nosotros?
Valeria la soltó, llegó hasta el espejo del lavabo y se pasó las manos por el cabello para acomodarlo.
—¿Tengo prohibido salir con ustedes?
Helena negó. Sabía perfectamente lo que Valeria pensaba, pero quería que ella misma terminara por aceptar ese sentimiento estúpido.
—Estás celosa de que haya querido venir con Camilo, ¿cierto?
—No sé de qué hablas.
La chica comenzaba a fastidiarse, negó. No iba seguir con el juego, no iba a hacer alarde alguno así que solamente fue hasta el espejo como Valeria y retocó su maquillaje.
—¿Te gusta Camilo?
Helena miró por el espejo la expresión infantil y dulce que hacía Valeria. Pero la chica rubia solamente la miraba divertida, y continuó maquillándose con una sonrisa en los labios.
—Me gusta, ¿conforme?
Valeria sonrió. Tomándola por la cintura y besando el retocado de su labial.
—Aún no.
Después de un instante más regresaron a la mesa, Camilo ya había comenzado a comer así que Valeria lo miró de forma reprobatoria.
—Sales con dos señoritas y ¿te atreves a no esperarlas? ¿Dónde está el caballero del que me enamoré?
Camilo rio:
—Lo mató tu indiferencia.
Tanto Helena como Valeria soltaron una carcajada. Comenzaron a ser el centro de atención del lugar hasta que terminaron de comer. Era una de las ventajas de salir con cualquiera de los Lizano, las puertas siempre estaban abiertas, a donde fuera. A Helena realmente le intrigaba cómo es que el hombre se había ganado a toda esa gente, y se impresionaba más del alcance de su poder y su dinero. Por eso es que Lizano seguía vivo y dominando aquel territorio. Porque se había ganado a la gente, y había desplazado a sus enemigos con inteligencia.
Salieron, y aunque les habían dicho que la cuenta corría por la casa, Valeria pagó todo.
—¿Y bien, señorita Santos? ¿A dónde quiere ir?
Helena sonrió. Hacía tiempo que no salía con amigos a tomar un poco de licor. Vio a los chicos, era lo más cercano que tenía ahora de amigos. Así que les propuso ir a un bar.
—¿En serio quieres embriagar a Valeria? Pensé que habías aprendido la lección.
La chica golpeó a Camilo en el hombro, mientras aferraba el brazo de Helena al suyo. Para ella parecía una buena idea.
Entraron al bar, había poca gente, pero al igual que en el restaurante los atendieron deprisa y con mucha simpatía. Eran los beneficios de ser la dueña de aquel lugar, pensó Helena al mirar a Valeria que actuaba con naturalidad acostumbrada a aquello.
—Un tequila —pidió Helena y observando como Camilo y Valeria se miraban sorprendidos.
—Al parecer tenías muchas ganas de divertirte —dijo Valeria mirando el caballito de tequila sobre la mesa.
Helena lo tomaba despacio, saboreando aquel fuerte licor en su boca. Un par de esos eran suficientes para hacerla caer, así que tendría precaución.
—Déjanos la botella —ordenó Valeria al mesero. Le guiñó un ojo a Helena que sorprendida miró como Valeria tragaba un caballito doble, completo.
—Te dije que era mala idea, señorita Santos —reiteró Camilo.
Miró a Valeria que sonreía inmersa en el sonido de la música que se elevaba por el lugar. Y se dio cuenta de que en realidad aquello era una cita entre amigos.
Pasaron toda la tarde en ese lugar. Poco a poco se fueron uniendo a ellos otros que pasaban por ahí. Sabían que donde estuviera Valeria Lizano no faltaría la fiesta y la bebida. Así que pronto el bar estuvo a reventar.
—Pidan lo que quieran, ¡Lizano invita! —exclamó la chica y las bullas y gritos no se hicieron esperar.
Helena miró la botella, estaba segura de que llevaba más de dos shots de tequila a esas alturas. Estaba un poco mareada, y podía sentir las mejillas calientes. Miró su reloj, no pasaban de las seis de la tarde y ella estaba ebria. Ulises iba a enfurecerse tanto.
Escucharon gritos provenientes de afuera, y de inmediato Camilo se puso de pie y fue a la puerta para ver qué era lo que sucedía. Valeria había sacado su arma, y cubría con su cuerpo el de Helena, que no entendía lo que pasaba.
Camilo volvió al bar con una sonrisa en los labios, parecía un chiquillo con esa expresión que tenía:
—Está nevando.
Helena intentó ponerse de pie, pero volvió a su asiento. Estaba mareada, reía a carcajadas mientras Valeria la sostenía contagiada por sus risas. Fue Camilo hasta ellas, subió a Helena en sus brazos y la llevó para afuera.
Podía sentir los copos de nieve estallando en su rostro caliente, lleno de alcohol. El cielo gris era hermoso, mientras veía esas migajas de coco caer desde el cielo.
—Hay que irnos o las carreteras se cerrarán —dijo Valeria, abriendo la camioneta y ayudándole a Camilo con la chica—. Conduce a la cabaña, Gusano.
Camilo condujo hasta la cabaña, que comenzaba a llenarse de copos de nieve a su alrededor. Helena miraba aquel paisaje que parecía sacado de alguna pintura.
—Es hermoso —susurró. Sintiendo una especie de nostalgia. Recordando aquella carta hermosa.
«Aquí la nieve cae, y cubre los follajes de los árboles, cubre la vida y hace que todo sea más cálido. Si tan solo pudieras verlo, hija...»
Un par de lágrimas cayeron por sus ojos, Valeria fue hasta ella y la miró conmovida. Solo podía pensar que era efecto del alcohol.
—Vamos adentro, te congelarás.
Valeria le sirvió un té caliente que poco a poco fue bajando su nivel etílico. Camilo volvió a la cabaña después de un rato con leños para la chimenea.
—Creo que sí tendremos que quedarnos aquí, la nieve no va a parar.
Valeria fue hasta Camilo, dándole una taza de té humeante que el chico tomó con sus congeladas manos.
Tenía la ropa mojada, tocó su pecho frío y le quitó la chaqueta para colocarla cerca del fuego.
—Quítate la camisa, para poder secarla —le ordenó Valeria.
El chico miró a Helena, que bajó la mirada cuando sus ojos se cruzaron.
Observó disimuladamente el cuerpo de Camilo. Era musculoso y fornido, pero en su espalda había horribles cicatrices que iban desde el hombro hasta su espalda baja. No podía imaginar que era lo que le había sucedido.
—Helena, tú también quítate la ropa, está húmeda.
La chica se quitó el saco, se lo entregó a Valeria que lo puso cerca del fuego para secarlo.
—También tu blusa...
Helena negó, mirando al chico que continuaba ahí con ellas. Pero Camilo se dirigió hasta la chimenea para cubrirla con troncos secos.
—Les dejaré listo el fuego y luego volveré a la hacienda. Tu padre debe estar preocupado.
—Mi padre sabe perfectamente que estamos contigo, no pasará nada. Quédate aquí.
Valeria tenía un semblante sereno, se quitó la chaqueta y la blusa, quedándose solo en sostén y se sentó en el sofá pidiéndole a Helena que se acercara a ella. La chica lo hizo, se recostó sobre su pecho frente a la chimenea.
—Vamos, Camilo. Siéntate.
El chico suspiró. Se sentó un poco más lejos de ellas, dejando un hueco justo en medio de Valeria que acariciaba los cabellos de Helena y besaba su frente mientras la chica tenía los ojos cerrados.
—Voy a encender la calefacción allá arriba.
El chico se puso de pie, decidido a subir al segundo piso pero Valeria lo detuvo.
—Camilo...por favor. Solo quédate aquí. Disfruta de este momento.
El joven volvió la mirada, hacia el berrinche de un chiquillo regañado por su madre. Se recostó en el sofá, con una mano en la nuca. Mirando las llamas del fuego de la chimenea que eran casi hipnotizantes.
—¿No crees que Helena es preciosa? —preguntó de pronto Valeria, acariciando el rostro de Helena—. ¿No desearías poder estar dentro de ella, aunque fuera un instante?
Camilo sonrió mirando a Helena que volvía un poco más en sí.
—Deja de decir tonterías. Vayamos a dormir —intervino Helena, halando del brazo a Valeria que parecía más extraña de lo normal.
—Tú, Helena. Mira bien al Gusano, ¿te gustaría que te follara?
Helena suspiró. Miró a Camilo que comenzaba a sonrojarse, estaba sentado sobre el sofá, nervioso, mientras frotaba sus manos sobre su pantalón. No iba a permitir que Valeria lo humillara.
—No tendría problema...
La joven Lizano volvió sus ojos hacia la chica. Mientras que Camilo observaba incrédulo.
—Y basta, Valeria. No juegues de esa forma... —continuó la chica de ojos azules, mirando fijamente a la joven que le sonreía.
Se puso de pie, solo para inclinarse frente a Helena y lamer su cuello bajando por su pecho hasta llegar a su ombligo. Un quejido se escapó de la boca de Helena, y de inmediato los ojos de Valeria buscaron los de Camilo.
Él miraba de reojo aquella situación, parecía deseoso de ver aquello. Valeria alzó una mano hasta llegar a su muslo. Pudo tocar su sexo, solo el pantalón de mezclilla dura era impedimento para que aquello se revelara. Continuó frotando aquella parte de Camilo, mientras el chico las observaba sin disimulo, besándose y jugando entre ellas.
No podía dejar que eso pasara. No iba a dejar que la voluntad de Valeria hiciera que le faltara al respeto a Helena de esa forma. Se puso de pie.
Intentó caminar hacia la puerta pero Valeria lo detuvo.
—¿No somos suficiente para ti?
—Sabes bien que no es eso, pero respeto mucho a Helena.
Helena se puso de pie, miró a aquel hombre que supuso sería el más bueno de los que conocía hasta ahora.
Iba a ponerle a Valeria la prueba de fuego. No solamente ella podía jugar aquellas cartas. Se acercó hasta Camilo, pasando por Valeria y comenzó a besarlo. Los labios de Camilo respondieron al instante, mientras rodeaba con sus brazos la cintura de la chica. Camilo no podía negarlo, había fantaseado con ese momento desde la llegada de Helena a la hacienda, como todos los hombres de Lizano. Después de todo, Helena era una mujer hermosa.
Valeria estaba a su lado, observando aquella escena que encendía fuego en su corazón. Después de besarlo, los labios de Helena fueron hasta ella.
Ambos se miraron sin comprender qué es lo que pasaba por la cabeza de la chica. Quizá demasiado tequila, o demasiada libertad de golpe.
Helena había firmado la hoja de confidencialidad. Camilo comenzó a desvestir a Valeria mientras que ésta rasgaba la ropa de la otra chica. Los senos albos de Helena quedaron al aire, y Camilo, llevado por su propia lujuria no dudó en inclinarse y llevarlos a su boca. Valeria se dio cuenta de que no podía mirar, mientras escuchaba los gemidos de Helena llenándolo todo. Se alejó agitada de la escena, mientras Camilo continuaba sobre la chica en el sofá.
Lo vio bajar su pantalón con urgencia, introducir un dedo dentro de Helena para saber si estaba lista.
No le importaba. Lo iba a hacer. Valeria sentía el corazón en la boca, como una bola gigante de lava. Los brazos de Helena la buscaban y así mismo sus labios. Pero la chica no podía más que mirar aquello. Cuando vio que Camilo sacaba su sexo, alzó una mano para llegar hasta él en una bofetada que lo hizo caer al suelo.
Helena se sorprendió. Cubriéndose ahora pudorosa el cuerpo mientras miraba a Camilo en el piso con la mano de Valeria encendida en la mejilla.
—Crees que voy a dejar que te folles a la mujer que quiero, maldito perro.
Helena levantó la mirada, los ojos turbios y oscuros de Valeria le hacían sentir escalofríos. Sabía que de haber tenido un arma en la mano no lo habría dudado una vez más.
El chico se puso de pie, estaba tan furioso como ella. Pero al mismo tiempo sonreía decepcionado.
—Estás loca, Valeria. No sabes la lástima que me das.
El chico tomó su chaqueta. Salió de la cabaña dando un portazo mientras se escuchaban las llantas de la camioneta rechinar por la nieve.
Helena estaba molesta, de alguna forma u otra Valeria lograba lastimar siempre a las personas que en realidad la querían. Tomó su ropa y fue hasta la habitación sin decirle nada más. Una parte de ella estaba satisfecha por lo que le había dicho a Camilo. Pero otra no podía evitar sentir pena por él. Sin embargo, Valeria había pasado la prueba de fuego. Se correspondían, nadie era tan de ella como lo era Valeria y viceversa.
Se recostó desnuda en la cama, esperando a que la chica subiera hasta donde estaba. Sintió el cuerpo tibio de Valeria junto al suyo y lo abrazó con fuerza.
Escuchó su respiración aun agitada, y un suspiro salir de sus labios.
—Te lo juro, ojalá fueras solo diversión...

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