Mientras las plumas de nieve cubrían su cuerpo
Había en sus ojos un torbellino de sensaciones que la tenían despierta desde hacía más de una hora, la luz del sol comenzaba a entrar por el enorme ventanal reflejando su naciente esplendor en aquel inmenso lago que rodeaba la cabaña. El sonido de la cascada había desaparecido. Hacía tiempo que el insomnio había desaparecido de su vida y ahora regresaba con fuerza como una señal de que algo grande estaba por suceder.
No podía dejar de mirarla, meses atrás, jamás habría imaginado siquiera aquella idea arrebatadora que la atormentaba: dejarlo todo y pedirle que se fuera con ella. Lejos, donde nadie nunca pudiera encontrarlas, donde pudieran comenzar una vida nueva, una diferente, sin secretos, ni mentiras o verdades a medias. Porque si de algo estaba segura era de que la amaba. La amaba con tanta intensidad que esperaba al menos poder sacarla de aquello con vida.
Deslizó sus dedos por su espalda trazando el contorno de aquel tatuaje que llevaba en la piel. Sonrió al recordar lo que le había dicho sobre él. Era un símbolo de rebeldía contra su padre. No significaba realmente nada, pero pensó que aquello, en una forma contradictoria, sí tenía un significado. Nada podría describirla mejor que aquella marca. Ella era de la misma manera. Colorido, con líneas trazadas en dirección desbocada, corriendo libres hasta formar una compleja figura.
La miró despertar somnolienta mientras le regalaba una media sonrisa e intentaba acomodar su espesa cabellera que caía libre por la almohada.
—Ya es tarde, tengo que volver —le dijo besando suavemente su frente.
—Solo un poco más —respondió, mientras la atrapaba entre sus brazos acomodándola junto a su pecho.
Sonrió, se sentía tan segura ahora entre esos brazos que no podía dejarla. Deseaba poder quedarse ahí, en ese abrazo, en ese momento para siempre.
El teléfono comenzó a vibrar sobre la mesa de noche. La vio extender su mano para tomarlo y la escuchó responder. Un par de segundos después su semblante había cambiado, su rostro se tensó por completo y se levantó bruscamente de la cama.
—¿Dónde está mi hermano?... ¿¡Estás seguro de que fueron ellos!?...No, yo iré, dile a Camilo que prepare las camionetas y avísale a mi papá. Y que Pedro se quede en la finca con mi mamá y mis hermanos, que nadie entre ¡me oíste!
Su corazón se aceleró, no se atrevía a preguntar lo que estaba pasando, no quería confirmar algo que ya sabía. Vio como tomaba su ropa y comenzaba a vestirse sin mirarla siquiera. Estaba segura que esta vez no había sido cosa de los Sánchez. Porque Ulises se lo había dicho la noche anterior: "Haz lo que debas hacer. Esto está por terminar, están rondando los alrededores para prepararle una emboscada a Lizano. El maldito no tendrá escapatoria".
—¿Qué sucede? —preguntó Helena, esperando que los labios de Valeria respondieran que nada, que aquella llamada solamente era como las demás.
—Le dispararon a Lisandro, los malditos halcones y sus cuatros. Lo agarraron a él y a Ramírez en la quebradora cuando venían de camino al Bajío. Mi padre está hecho un demonio. Los halcones jamás habían entrado hasta acá.
Valeria parecía asustada. Era la primera vez que el miedo se anidaba de esa forma en sus ojos.
Eran los peces gordos, pensó Helena. Aquellos no eran simples halcones. Eran agentes de la DEA, especialistas en atrapar criminales como Lizano.
Helena se levantó rápidamente de la cama para intentar calmarla. Tomó sus temblorosas manos entre las suyas y luego sujetó su rostro con firmeza. Sabía lo que le estaba esperando, y la sola idea la hacía estremecer.
—¿Qué vas a hacer? —La tomó del cuello, quería gritarle toda la verdad y evitarle la desgracia, pero no pudo. Decirle todo implicaba también decirle quien era y eso alteraría las cosas. Sus planes para mantenerla con vida.
—¿Tú que crees? —respondió fríamente, dejándole de pie, en medio de la habitación que ahora no era más que un lugar enorme y frío.
Helena bajó detrás de Valeria, la chica ahora se colocaba la chaqueta y subía a la camioneta cuando la interceptó.
—Iré contigo.
—Por supuesto que no. —Se adelantó Valeria, volviendo a ella—. Las cosas son demasiado peligrosas ahora. Quédate en la cabaña. Mandaré a Camilo por ti.
—No te lo estoy pidiendo, es mi decisión.
Helena subió a la camioneta, Valeria no iba a poner objeción, la conocía demasiado bien. No había un no que valiera una vez que estaba decidido.
Condujo hasta la hacienda en donde un grupo de hombres ya la esperaban, entre ellos Camilo. Lisandro, su hermano, estaba entre ese grupo de sujetos. Era la primera vez que Valeria sentía alivio de verlo. Miró su brazo lastimado, una bala había impactado en su hombro y los hombres intentaban detener la hemorragia.
La chica fue directa a Lisandro, aplicando un torniquete y pidiéndole alcohol y vendas a los demás.
—La bala solo rozo tu brazo, aun así debo coser para detener el sangrado.
El chico hizo un par de quejidos cuando su hermana presionó la herida. Azucena estaba ahí, de pie acariciando la cabeza de su hijo con preocupación. Los ojos de Helena no podían dejar de mirarla. Esa mujer no tenía compasión más que con su propio hijo, ahora podía entenderlo perfectamente.
—Necesito una aguja, hilo, y un poco de coñac.
El chico rio, tenía la rubia frente sudorosa y temblaba a causa del sangrado de su brazo.
—¿Vas a beber mientras me suturas?
Valeria sonrió al ver que al menos el idiota de su hermano estaba de humor. Era una buena señal.
—El coñac es para ti.
Valeria esterilizó con fuego la aguja y la traspasó en la piel de su hermano sin ningún titubeo. Lisandro bebía grandes tragos de coñac mientras sentía el metal atravesar su piel. Después de un instante la herida no parecía supurar más sangre.
Helena estaba ahí de pie, mirando aquel espectáculo de hombres ir y venir con armas y granadas. Aquella iba a ser una guerra horrible, podía presentirlo.
Valeria se paró sobre la mesa de centro para ser vista por los perros, comenzó a dar órdenes como si hubiera nacido para ello mientras los hombres la miraban atentos.
—Quiero un grupo en el Bajío. El informante dijo que eran menos de treinta sujetos. Asegúrense de dar toque de queda, no quiero civiles por las calles.
Los hombres asintieron, se prepararon con un grupo de cuarenta de ellos, y en grandes camionetas condujeron hacia el Bajío. Camilo se quedó con la familia, custodiándolos. Mientras que Helena solamente podía ser espectadora de ese otro lado de la moneda. Se preguntó cómo estaría Ulises en ese momento. Esperaba que no en el Bajío.
—¿Te sientes bien? —Valeria apareció de pronto, ofreciéndole una taza de té—. Bébelo.
La chica le dio un pequeño sorbo, estaba nerviosa. Era inevitable no estarlo, pero al parecer su nerviosismo era interpretado por Valeria como temor.
—No te pasará nada, te lo prometo. Yo voy a cuidarte.
Valeria juntó su frente a la de Helena. Los ojos de Azucena se clavaron en ellas. Helena no podía dejar de mirarla, parecía desearle la muerte con solo verla, así que se separó de Valeria para evitar aquello.
El sonido de una camioneta derrapando las llantas se hizo presente. En un instante las puertas de la mansión Lizano se abrieron y Lisandro entró agitado. Fue directo a su hijo, aferrándolo a su pecho mientras tomaba su rostro con ambas manos.
—¿Estás bien, muchacho? ¿Pudiste ver quiénes eran?
El chico asintió. Le explicó que se trataba de policías. Eran agentes al parecer con armas grandes y con camionetas del gobierno.
—¡¿Cómo es que entraron esos hijos de puta sin que nos diéramos cuenta?! ¡Camilo!
El joven corrió deprisa hasta donde estaba su patrón
—¿Dónde estaban los centinelas?
Camilo parecía nervioso, tallaba sus manos sobre las bolsas de su pantalón y miraba ocasionalmente a Valeria y Helena.
—En sus bases, pero los halcones entraron por la sierra, señor. Por el camino trazado.
Lisandro parecía fuera de si. Estaba furioso y caminaba como un león en jaula por toda la habitación.
—¿Mandaron a los hombres al pueblo?
Valeria asintió.
—Yo se los ordené. Debemos recuperar la base del Bajío.
Lisandro asintió. Yendo hasta Valeria y tomando su rostro con ternura para después depositar un beso en su frente. Helena no daba crédito a lo que veía, era la primera vez que Lisandro hacia eso enfrente de todos. Inclusive Camilo y Azucena parecían sorprendidos.
—Así es como se hacen las cosas. Que me mantengan informado de lo que sucede en el Bajío —Lisandro observó a Camilo.
La orden iba directo para el joven, que comprendió que su lugar no era en la mansión Lizano. Helena sintió un nudo en el pecho. El chico sería carne de cañón para los oficiales. Quería poder impedirlo pero se dio cuenta de que era imposible.
—Es mejor que Camilo se quede. Necesitamos seguridad aquí.
Helena se dio cuenta de que quizá por la cabeza de Valeria pasaba lo mismo que por la de ella. Lisandro aceptó. Por primera vez veía a su hija con la autoridad que le había dado.
Camilo miró a Valeria, sabía perfectamente por qué lo había hecho y no sabía si agradecerle o maldecirla.
A Helena le preocupó que Lisandro no hubiera siquiera notado su presencia. Era un comportamiento extraño, ni siquiera le había preguntado por su padre. Pensó que quizá estaba tan preocupado por su familia que el paradero de ella y Santos no le interesaba.
La noche llegó, y los sonidos de las metralletas y las bombas detonando en el pueblo se escuchaban hasta la hacienda. Pero nadie dormía, salvo los pequeños hijos de los Lizano. Helena y Valeria estaban en la habitación de esta, recostadas en la cama sin poder dormir ni un instante.
—No te preocupes por Santos. Papá dice que está en los laboratorios, nadie podrá dar con él.
Helena la miró de reojo, había sido una buena cuartada la suya. Pero dudaba que estuviera en realidad en los laboratorios. Debía estar ahora en una de las bases con los jefes, o quizá en su oficina en la ciudad. El maldito Roble estaba lejos ya de ese infierno.
El cielo estaba casi clareando, cuando escucharon las llantas de una camioneta rechinar a las afueras de la hacienda.
Valeria se reincorporó deprisa, sosteniendo su arma en la mano con firmeza para mirar por la ventana. Era uno de los perros, Ramiro. Tenía el rostro tiznado y bañado en sangre y tocó frenético a la puerta.
Una de las criadas abrió y el hombre entró para derrumbarse en la fuente del recibidor mientras gritaba el nombre de su patrón.
Lisandro, Azucena, y Lisandro hijo salieron de las habitaciones hasta llegar con él. Tenía el pecho abierto, a causa quizá de un tiro de arma de largo alcance. Respiraba agitado pero al menos pudo dar su mensaje.
—Los laboratorios...están...los reventaron, patrón.
Lisandro abrió sus azules ojos, sosteniendo la solapa terrosa del sujeto que yacía agonizante sobre su lustroso piso de mármol. Soltó el cuerpo sin vida del hombre y caminó despacio hasta el umbral de la puerta, mirando hacia afuera. El humo podía verse salir de los cerros como si fueran señales. Una señal de que estaba perdiendo la guerra.
***
Lisandro Lizano sabía que era inminente la llegada de los halcones a la hacienda, era quizá su segundo objetivo. El Bajío había sido recuperado, pero eso solamente había sido una distracción para atacar los laboratorios. Lisandro no podía perdonarse aquella estupidez. Había descuidado lo más preciado, sin embargo, solamente alguien que conociera también sus tierras podía haber dado la ubicación de todos sus laboratorios.
Azucena aferraba sus ganchudas manos al cuello de la camisa de su esposo. No quería irse, dejarlo ahí era prácticamente una despedida.
—Vengan con nosotros, papá. No tiene caso seguir aquí con tan pocos hombres.
Lisandro hijo aferraba a su madre. Miró a Valeria, a Camilo y a Helena. No podía simplemente dejar que su familia se viera afectada. Necesitaba a su hijo a su lado, pero con el hombro herido Lisandro era inútil y Azucena y sus pequeños hijos solo eran una preocupación, lo mejor era mandarlos lejos de ahí de una vez por todas.
—Váyanse, los perros los cuidaran hasta salir de aquí. Volarán hasta Olvera, él los recibirá y podrán enviar refuerzos. Es tu misión, Lisandro. Solamente tú puedes hacerlo.
Las manos de Lisandro padre aferraron el rostro de su hijo una vez. Había depositado aquella confianza en él como en los viejos tiempos. El chico no dijo nada más, aceptó aquel compromiso e hizo maletas junto con su madre para marcharse.
Valeria miró a Helena, la chica había sido silenciosa todo ese tiempo, parecía preocupada pero al mismo tiempo serena.
—Quizá tú también debas irte con ellos. Es muy arriesgado que te quedes.
Helena negó. Se dio cuenta de que Lisandro ponía atención especial en ella e hizo una última actuación.
—Tengo que esperar a mi padre. Es probable que siga con vida y vuelva a la hacienda, quiero esperarlo.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, y Valeria un poco incrédula aceptó aquello.
Helena y Valeria subieron a la habitación, mientras veían partir en las camionetas a la mitad de los Lizano.
—Jamás había visto esa mirada en papá. Es la primera vez que lo veo preocupado y temeroso. Nadie había entrado a su territorio en años. Nadie.
Helena se acercó hasta Valeria, besando sus labios una vez más y apoyando su cuerpo contra ella en un abrazo que esperaba durara para siempre.
—Hasta los hombres más fuertes sienten debilidad. Yo creo que lo mejor es que nos vayamos, solo tú y yo. Te lo pedí ayer en la cabaña, y siento que no es tarde para volver a pedírtelo. Valeria, vámonos de aquí. Llevémonos a Camilo con nosotras y...
—¿Abandonaremos a mi padre? ¿Me estás pidiendo eso, Helena?
La chica asintió. Tomó el rostro de Valeria entre sus manos y la besó.
—No es como si fuera un inocente y lo sabes. Si la policía está aquí es porque tu padre es un criminal. Merece pagar por todo lo que le ha hecho a este lugar, a esta gente y a ti.
Valeria esquivó aquellas manos. Negó, alejándose cada vez más de Helena como si no la reconociera.
—Es mi padre, Helena. Y quizá no es el mejor de los hombres, pero no puedo traicionarlo. Su sangre corre por mis venas.
—¿Y todos estos años de dolor? ¿Él acaso recordó que tu sangre corre por sus venas?
La chica parecía furiosa, cruzó la habitación para alejarse de Helena porque no quería comenzar una discusión cuando el sonido de sirenas llegó hasta ellas.
Los ojos de Valeria se abrieron grandes, como dos platos hondos, mientras que Helena cerraba los ojos y se aferraba a ella misma.
La joven Lizano no dudó en bajar con un arma larga en la espalda mientras que su padre la detenía en la puerta.
—Quédate aquí, los perros están afuera, te darán tiempo de huir.
—¿Huir? —preguntó Valeria sin comprender—. ¡No voy a huir! ¡No voy a dejarte aquí!
Los disparos comenzaron a entrar por los altos ventanales de cristalería fina. Lizano cubrió con su cuerpo el de su hija mientras él y Camilo tomaban posición para contra atacar. Los perros afuera caían como árboles en época de tala. Los halcones eran más de los que imaginaban. Valeria tomó su arma y arremetió también contra los oficiales que llevaban grandes armas que perforaron cada una de las ventanas de la casa.
La chica dio un vistazo a aquel espectáculo. Toda la hermosura de aquella mansión se había desvanecido en un instante, ahora era un infierno. Sus ojos encontraron los de su padre, que parecía frenético, con la boca blanca y la mirada aterrorizada.
Acarició su rostro. Intentando fingir una sonrisa mientras todo su mundo se caía a pedazos.
—Laikaia waik —le dijo el hombre, entre el ruido infernal de las metralletas.
Los ojos de Valeria se llenaron de lágrimas. Aferró la mano de su padre a la suya cuando los disparos cesaron.
—Sal, Lisandro Lizano. Estás rodeado.
Reconocía esa voz aguardentosa, esa voz a la que se había acostumbrado durante todos esos meses
—Sal, hijo de perra, no tienes escapatoria.
Lisandro soltó su arma, Valeria intentó detenerlo pero el hombre estaba decidido. Salió por la puerta grande, como siempre había soñado hacerlo si es que algún día alguien lograba atraparlo. Las luces cegaban sus ojos, pero finalmente pudo verlo.
Santos caminaba hacia él, sosteniendo un arma que apuntaba directo a Lisandro.
—Que gusto verte, buen amigo —dijo Lisandro con una sonrisa socarrona en el rostro.
—No pareces sorprendido, o quizá eres un excelente actor.
—Buena jugada, Santos. Ahora entiendo la simpatía que llegué a tener por ti —contestó Lisandro, sin siquiera titubear un poco a pesar de que estaba rodeado por los halcones y los agentes de la DEA.
—Tus días de mandamás se acabaron. Dile a tu hija que entregue sus armas y a mi Helena...
Valeria y Camilo salieron de la casa con las manos arriba. La chica no podía ver el camino por las luces que entraban en sus ojos con fuerza. Cuando su vista se aclaró, se sorprendió de ver a Ulises Santos frente a ellos. Rodeados por agentes y con una pistola apuntando directo al pecho de su padre.
—Infeliz... —susurró la chica al verlo cerca.
El hombre sonreía gustoso, nada le daba más placer que lo que iba a suceder a continuación.
—Te equivocas, aquí la única infeliz vas a ser tú, ¿o no oficial?
Helena salió de la mansión Lizano, caminó hacia donde estaba Valeria, sus ojos llorosos la miraron. Finalmente aquel momento había llegado. Estaban frente a frente, ambas sin máscara alguna en sus rostros ahora.
Valeria la miraba con los ojos turbios y una sonrisa fría dibujada en el rostro. No podía creerlo. Le había abierto no solamente las puertas de su casa, sino de las de su corazón y Helena la había traicionado. No se había marchado como Amne o su madre, pero aquello era mucho peor.
La chica pasó de largo. No podía siquiera mirarla, era tan doloroso que no estaba segura de estar respirando.
—¿Ni siquiera vas a mirarla? ¿Eh?
La voz de Camilo llegó a sus oídos con fuerza. El chico se había puesto de pie y llegó a ella sujetándola de la blusa con violencia.
El disparo certero llegó a su pecho por uno de los oficiales que sin pensarlo dos veces descargó el arma en él.
Camilo cayó como un saco de arena sobre el suelo. Un grito desgarrador salió de la boca de Valeria que sin pensarlo se aferró al cuerpo del chico ya sin vida. Gruesas lágrimas caían por su rostro mientras Helena veía aquel cuerpo fuerte y hermoso tirado sobre el suelo. Se inclinó para intentar hacer algo pero Valeria la alejó.
—¡No te atrevas a tocarlo! Tú... maldita seas.
Un grupo de oficiales se adelantaron a sujetar a Valeria, sometiéndola sobre el piso mientras la chica gritaba desgarradoramente el nombre del joven que yacía junto a ella. Lisandro reía, Helena lo miró sin entender el motivo y fue directo a él para tomarlo por la camisa y estrujarlo con fuerza.
—¿De qué demonios te ríes, pedazo de mierda?
Dos oficiales lo sostenían mientras le ponían las esposas, pero en el rostro de Lisandro estaba dibujado el semblante del júbilo.
—Helena, Helenita...ahora te recuerdo. Tu madre...
Los ojos de Helena se abrieron chispeantes, mientras sujetaba con fuerza a Lisandro.
—¡Habla, maldito infeliz! ¡Tú la asesinaste! ¡Mataste a mi madre!
El hombre continuaba con esa sonrisa perversa en sus labios. Los Kheshia tenían razón, Lisandro era la clara representación del demonio.
—Era policía igual que tú. Sí, yo asesiné a tu madre... pero por tu culpa, acaba de morir aquello que ella defendió hasta sus últimos días. —Los ojos de Lisandro miraron el cuerpo de Camilo—. Tu hermano y ella ahora están juntos al fin.
Helena sintió que su mundo se desvanecía. Soltó sin fuerzas ya la camisa de Lisandro mientras sentía que su cuerpo caía lentamente hasta quedar de rodillas en el piso. Ulises fue hasta ella para sostenerla. Aferrándola entre sus brazos mientras la chica no dejaba de ver el cuerpo de Camilo sobre el suelo.
Se estiró para tocarlo. Estaba frío, cuando solamente él irradiaba ese calor cuando la abrazaba. Un llanto desgarrador salió de su garganta. Aferrándose al chico tierno y amoroso que había sido su héroe en ese maldito lugar.
Valeria y Lisandro fueron metidos en una camioneta de cabina. Los llevarían a la base de los halcones para después trasladarlos a la ciudad en donde serían juzgados.
Helena solamente podía mirar a aquel chico. Su hermano, la razón por la que su madre había vuelto al Bajío cuando abandonó a Ulises.
—Volveré por ti. Lo prometo, cielo. Seremos felices los tres.
Nadie, ni siquiera Ulises fue capaz de alejar a Helena del cuerpo de Camilo durante toda la noche. Lo único que pudo hacer fue cubrirla con una manta, mientras las plumas de nieve cubrían su cuerpo.
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