El último beso

Estaba lo suficientemente alto como para lanzarse y acabar con todo de una vez por todas. Iba a hacerlo, esta vez no había nada ni nadie que lo impidiera. Miró la altura, más de cien pies de caída directa al agua, con la velocidad que llegaría a alcanzar era como aterrizar en un muro de concreto.
—¿De verdad vas a hacerlo? Arruinaras la hermosa letanía de este lugar si te quitas la vida en él. Valeria volvió su mirada hacía dónde provenía esa voz.
La chica tenía la piel ligeramente tostada, sus ojos eran azules, su cabello castaño y alborotado que llegaba un poco más debajo de sus hombros. Usaba una ligera blusa negra de tirantes a pesar de que el frío a esa altura era casi insoportable.
—Vete al diablo.
Valeria sacó uno de sus cigarrillos. Estaba dispuesta a marcharse pero la chica la detuvo poniéndose en su camino.
Sus ojos azules penetrantes estaban fijos en ella.
—Los antiguos Kheshia contaban la historia de dos amantes, que por voluntad de sus familias no podían estar juntos. Ambos, cegados por el dolor y la impotencia de no poder vivir su amor, juraron justo en este lugar amarse para toda la vida...y la muerte. Besaron sus labios, y se arrojaron sin pensarlo. Desde entonces, sus almas deambulan por estas tierras. Hay quienes dicen que sus risas se escuchan como eco en la cascada. Y quienes se besan aquí unen sus vidas para siempre.
Valeria observaba a la chica, su voz era aterciopelada y casi hipnotizante. Su padre le había contado de los Kheshia, una tribu indígena que se asentaba en los alrededores. Aunque se conocían por su tradicionalismo la chica no llevaba las ropas típicas y su acento era mucho más común. Su padre le había contado sobre ellas, mujeres que bajaban de sus tierras a seducir a los hombres del pueblo con sus palabras y brujerías para sacar provecho. Lisandro les tenía respeto, pero al mismo tiempo sabía que representaban un gran problema para sus laboratorios, ya que los Kheshia no estaban de acuerdo con la finalidad de los negocios de los Lizano. Mucho menos de los medios que utilizaba.
—Interesante historia, pero debo irme.
Valeria pasó de largo, pero antes de que se fuera la chica la siguió para tomarla del hombro y hacerla girar.
Colocó sus labios sobre los de ella, fundiéndose en un beso apresurado, Valeria apenas si pudo reaccionar. Porque lo cierto es que el agradable sabor de su boca caliente era una sensación increíble. Cerró los ojos, dejándose llevar, pero de un momento a otro la chica se separó de ella. Sonrió, llevándose una mano a los labios para recorrerlos. Debía haberle hecho un hechizo con ese beso.
Dio la media vuelta, caminando hacia una senda que los pobladores habían hecho con el tiempo para bajar la cascada, deteniéndose.
—Ahora estamos unidas para siempre, Lizano.

***

Después de eso, Valeria no hacía más que pensar en ella en esos impactantes ojos color cielo que contrastaban con su piel bronceada. La buscaría hasta en las profundidades de esa cascada de ser necesario, solamente para volverla a ver, ni siquiera sabía su nombre, ir a los pueblos Kheshia a buscarla era una locura, pero sabía que no había otra opción.
No pasó mucho tiempo, ni fue una tarea imposible dar con ella. Se llamaba Amne, estaba haciendo sus prácticas de medicina en el pueblo. Era querida por todos ahí gracias a su labor altruista.
Valeria sentía que el corazón le latía deprisa, no sabía con qué pretexto había ido a ese lugar así que sacó su navaja e hizo un corte en su mano que de inmediato depuró un chorro de sangre.
Amne la vio entrar a su consultorio y sonrió, examinando la herida fresca que claramente se había hecho hacía unos minutos.
—Existen formas menos dolorosas de fingir un malestar, ¿lo sabías?
Valeria sonrió, estaba apenada. Había sido una idea muy estúpida después de todo.
—Así no tendría que esperar a que me atendieras. Esto es una emergencia. Podría desangrarme.
Amne esbozó una sonrisa, pasó un hisopo por la piel de Valeria y sacó una jeringa. Los ojos de Valeria se cerraron con fuerza mientras volteaba a otro lado esperando el piquete, entonces escuchó la risa de Amne.
—No es necesario coser, te pondré un par de vendoletes y estarás bien en unas semanas. Recuerda limpiar tu herida con frecuencia.
Valeria respiró aliviada. Había sido todo, pero no suficiente para ella.
—Entonces vendré diariamente a que limpie mi herida, doctora.
Amne volvió su mirada a la chica, se acercó lentamente hasta quedar a centímetros de ella sacando una paleta de su bolsillo que le entregó a Valeria.
—No es necesario. Tu herida sanará por si sola...Aunque, si lo que necesitas es un pretexto para verme, conozco un bonito restaurante no muy lejos de aquí al que me gusta ir.
Valeria sonrió. No era muy buena en ese entonces con las chicas, lo tenía muy claro. Amne era la primera en la que tenía verdadero interés. Jamás había conocido a una mujer como ella.
Fueron a una pequeña fonda que Valeria desconocía. No era un lugar que ella y su familia frecuentaran pero la comida era casera y la mujer que atendía era conocida de Amne. En cuanto puso un pie en ese lugar las personas no dejaron de verla. La reconocían, era la hija de Lisandro Lizano. Muchos se alejaron de la mesa que compartía con Amne, nadie quería a un Lizano cerca, era peligroso rodearse de ellos porque era como si arrastraran la muerte. Al menos esas eran las creencias de los pueblerinos y los Kheshia.
Valeria no podía evitar sentirse incómoda, estuvo a punto de marcharse cuando una mujer anciana se acercó a ellas y les sirvió dos caballitos de un licor desconocido que hacían con maíz.
—La casa invita —dijo la anciana—. Porque los amigos de Amne son mis amigos.
La mujer le guiñó un ojo a Valeria, había dicho aquello lo suficientemente fuerte como para que los demás escucharan y de pronto volvieran todos a lo suyo.
—Mi abuela no te juzga por ser una Lizano, pero tampoco te glorifica. Para ella eres una mujer más, que merece respeto y comprensión como todos —Amne le había dicho aquello a Valeria para hacerle ver que ahí, al menos entre ellos, no era una Lizano. Y era una regla que ella misma había de respetar.
Es por eso que ninguno de sus guardaespaldas la seguía a ese lugar, ahí no era Valeria Lizano, solo Valeria y nada más. Las cosas comenzaron a cambiar entonces para ella, dejó de ver la vida con despreocupación. Pronto, a pesar de la insistencia de su padre de que dejara los estudios, Valeria se empecinó en estudiar medicina, con la ayuda de Amne. Entró a la escuela de medicina en la ciudad, así que iba y venía los fines de semana para pasar tiempo con ella en el Bajío. Estaba enamorada, y aunque Amne era discreta, sabía que también sentía lo mismo por ella.
—Te mostraré un lugar.
Llegaron a una cabaña abandonada en medio del bosque. El sonido de la cascada se escuchaba hasta ahí. Era un lugar abandonado pero hermoso y rústico. Entraron, a pesar de los avisos de que el lugar estaba restringido.
—No sabía que había una cabaña de guardabosques en medio de la nada.
—Tu padre los corrió —intervino Amne, con un tono de voz serio—. En cuanto pisó estas tierras se deshizo de toda autoridad. Algunos en el pueblo lo llaman Lufier, es el término que utilizamos para decirle a los canallas.
Valeria no podía creer que existiera un sector de ese lugar que odiara a su padre. Era como una especie de secta anarquista en ese régimen de Lizano.
—Yo no soy como él —dijo de pronto Valeria, llevada por un sentimiento de vergüenza y repulsión a su propia sangre.
Amne sonrió, fue hasta ella para tomar su rostro entre sus manos y darle un tierno beso.
—Claro que no —continuó la chica con una sonrisa dibujada en el rostro—, tú eres diferente a todos ellos...
Las manos de Amne bajaron hasta el vientre de Valeria, que se estremecía en cada roce. Sus labios volvieron a encontrarse, en un beso pasional que era el inicio de aquel infierno. Hicieron el amor en esa vieja cabaña por primera vez.
Escucharon el sonido de alguien tocando la puerta con fuerza. Así que mientras se vestían rápidamente escucharon la madera caer.
Era su padre, Lisandro había llegado por aviso de sus centinelas comunicándole que alguien había irrumpido la vieja cabaña del guardabosque.
—¿Qué haces con esta mujer? —preguntó Lisandro, tomando del brazo a su hija para alejarla y lanzarla a los brazos de Camilo—. ¡Les dije a ti y a tu gente que no los quería en mis tierras!
Esta vez se dirigía a Amne, que parecía serena a pesar de las amenazas del hombre.
—Usted dice muchas cosas, señor Lizano. Pero nada es verdad.
Lisandro no lo pensó dos veces, fue hasta Amne y la abofeteó hasta hacerla caer al suelo. Valeria sintió que el cuerpo comenzaba a temblarle, estaba furiosa, se libró de Camilo y sujetó a su padre de la camisa con violencia ordenándole que la dejara en paz.
—¡Déjate de estupideces! Esta mujer te tiene embrujada. Todas las indias como ella son así ¡Abre los malditos ojos!
Valeria corrió hasta Amne, la ayudó a ponerse de pie.
—¡Aquí el único embrujado por su propia soberbia eres tú! —Valeria sacó a Amne de aquella cabaña para llevarla hasta su camioneta. Lisandro, su padre, iba detrás de ella hecho un demonio.
—Llévame al pueblo —le pidió Amne, con la voz agitada.
Intentaron subir a la camioneta, pero antes de que lo hicieran, Lisandro llegó hasta Valeria y la estrelló contra la misma.
—No voy a permitirlo, Valeria ¡Mataré a cada uno de los Kheshia si es necesario!
Valeria sentía fuego en las venas, miró la navaja que estaba en el bolsillo de su padre. Pensó en tomarla y clavarla en el cuello del hombre, pero algo la detuvo. Quizá el nexo sanguíneo que los unía.
—No olvides matarme a mí también.
Subió a la camioneta y arrancó con rapidez rumbo al Bajío.
Lisandro se quedó de pie, Camilo se acercó hasta él y no podía creer lo que veía.
—Don Lisandro, ¿está bien? —preguntó.
El cuerpo de Lisandro temblaba, se llevó una mano al brazo izquierdo presionando con fuerza. Había un intento de lágrimas en sus ojos. Su hija estaba por cometer el peor error de su vida. Nadie mejor que él sabía que darle el corazón a una bruja Kheshia era peor que la muerte.
—Manda a todos los muchachos a los pueblos Kheshia más cercanos. El que quiera trabajar conmigo que trabaje, el que no...ya sabes que hacer.
Camilo sintió que la sangre se le congelaba. No podía creer que esa fuera la orden de Lisandro.
—Patrón, no lo haga. Hay niños y mujeres...
Lisandro se llevó las manos al rostro, y suspiró.
—Pagarán justos por pecadores.

***

Después de eso, los pueblos Kheshia fueron saqueados por Lisandro Lizano, a muchos les quitó las tierras, los dejó en la calle y finalmente, al que se resistía a su "civilización": la vida. Otros tantos decidieron trabajar con él, aunque trabajar era un mero coloquialismo. Muchos solamente trabajaban para pagar su propia vida.
Amne no trabajaba más en el Bajío, con ayuda de Valeria seguía ayudando a los enfermos que trabajaban en los laboratorios. Habían armado un plan, verse a escondidas, fingir que no estaban más juntas. Valeria había dejado la universidad y se dedicaba a vigilar cada paso de su padre y su hermano con ayuda de Camilo. Pronto, Don Lisandro tenía tanto dinero gracias a sus negocios, que ni siquiera era capaz de tener un control, miles y miles de pacas de dinero eran enterradas en los alrededores. Valeria conocía perfectamente cada ubicación, iba con un grupo por las noches y vaciaba por completo las bóvedas. Por cada una que se vaciaba, se llenaban diez más. El olor a dinero rancio invadió pronto todo aquel poblado. Sin embargo, mucho del dinero se utilizó para reconstruir los pueblos Kheshia gracias a Valeria. Muchos, a pesar de que era una Lizano, comenzaron a aceptarla como parte de ellos. Conocían claramente la relación que tenía con Amne pero no era algo que les importara, en su cultura lo importante era el amor, no reconocían género ni sexo.
Hook, la anciana dueña de aquel restaurante en donde habían ido por primera vez, solía llamarle Amagus, era el término que utilizaban para referirse a quienes traicionaban su propia sangre. Fuera de ser algo malo, a Valeria le parecía algo increíble. Estaba orgullosa de no ser más una Lizano.
Las cosas iban bien, los pueblos comenzaban a cimentarse nuevamente y el régimen de su padre había disminuido porque ahora tenía otros enemigos por los cuales preocuparse.
Fue entonces cuando Lisandro optó por contratar un contador, alguien que estuviera pendiente de sus cuentas, que lavara su dinero y finalmente lo utilizara en el pueblo, en una especie de campaña política. Así lo hizo, y pronto la tiranía se convirtió en una monarquía de abundancia y prosperidad.
—Tu padre no tiene límites, Valeria. No le basta con que su dinero y sus malas hierbas contaminen este lugar. Debemos deshacernos de él, es el cáncer de ese pueblo.
Valeria sabía perfectamente que clase de persona era su padre. Pero era quién era, y pensar en deshacerse de él era una verdadera pesadilla.
—No te pido que lo hagas tú, encontraremos los medios.
La sola idea hacía que el estómago le doliera. Matar a Lisandro Lizano era algo superior a todo.
El dinero pronto era algo inservible, las cosas comenzaron a manejarse a voluntad de Lizano. No se trataba de quien podía pagar un plato de comida, sino de quien era lo suficientemente fiel a Lizano como para merecerlo. Amne estaba desesperada, no había nadie en el pueblo capaz de conseguirle el medicamento necesario sin autorización del cacique.
—Necesitamos hacer algo. Los Kheshia se mueren porque no tienen medicinas. Tu padre los ha abandonado por completo.
Valeria sabía que aquello era un verdadero problema. No había dinero que valiera más que la palabra de su padre. Así que pronto, todos los Kheshia comenzaron a emigrar de las tierras. Tal y como lo había querido siempre Don Lisandro.
—Vámonos. Por favor, no hay nada aquí para ti, solo dolor.
Valeria sabía que eso era cierto, las palabras de Amne fueron casi proféticas. Pero había cosas que le impedían hacerlo.
—Solo él sabe la verdad. Si me voy, nunca podré saber qué pasó en realidad.
La chica la miró, sabía cuán importante era para ella descubrir aquella verdad. Una verdad que parecía lejos hasta de su propio entendimiento. Acarició su mejilla.
—No voy a quitarte ese derecho. Pero entiéndeme, mi lugar ya no está aquí.
Amne se acercó hasta Valeria, la besó acariciando con suavidad su rostro mientras la chica comenzaba a derramar lágrimas. Hacía tiempo que no lloraba, y era una sensación extraña. Se aferró a la bata de Amne. Si hubiera sabido que aquel sería el último beso, se habría ido con ella esa noche.

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