El canto de los coyotes
—No podemos seguir con juegos, Helena. Debemos actuar ahora.
—Es muy precipitado. Si empezamos a actuar nos descubrirán.
—¿Entonces?
—Lo primero que tengo que hacer es acercarme a Lisandro hijo, él es la llave de todo.
Ulises apretó sus nudillos, miró de reojo a Helena dándole un largo trago a la botella de licor que tenía enfrente.
—Ulises... —Los brazos de Helena acariciaron su pecho, jugando con la cadena de San Judas que llevaba en él—. Pronto todo terminará, y entonces solo seremos tú y yo, como siempre quisiste. Pudriéndonos en dinero y gloria, para siempre.
Helena sonrió, acercando sus labios a los de su padre con ternura. Pero Ulises era como un felino hambriento cuando Helena lo tocaba. El corazón se le salía por la boca, y se le endurecía tanto la entrepierna que solo podía pensar en la suavidad de aquella piel.
—¡Helena!
Escucharon provenir desde la puerta. Era la voz de Lisandro hijo. Ulises se puso de pie tambaleante, pero Helena se encargó de volverlo a su lugar, para ir ella a abrir la puerta. Le hizo un mohín, para que se contuviera.
—Lisandro —sonrió la chica, invitándolo a pasar.
Hacía ya dos semanas que todos los domingos la invitaba a dar la vuelta. Paseaban por el pueblo y sus alrededores, la llevaba a comer y algunas veces miraban el atardecer a las afueras de la hacienda. El chico era hermoso, rubio y corpulento como un león de sabana. Llevaba pantalones de mezclilla, botas, su atuendo de rodeo usual.
Ulises daba siempre su aprobación, no le quedaba más que esperar y ver como el gañán se llevaba a su hija al Bajío, a presumirla con alarde como si Helena fuera alguna clase de trofeo.
—Volveremos temprano, licenciado. No se preocupe que yo la cuidaré mejor que nadie.
Lo dudaba. Pero cuando miraba a Helena sonreír tomada de su brazo, se daba cuenta de lo feliz que habría sido si tan solo alguien hubiera tenido el valor de alejarla de él de una vez por todas. Le había robado la vida, el fuego, la inocencia, y ahora su Helena era un ser perverso movido por la venganza y el dolor, como lo era él.
Lisandro la llevó a comer a un delicioso restaurante con cortes de carne muy selecta del rancho de los Lizano. Después, se la llevó a los establos, con el pretexto de mostrarle los caballos, los cuales en realidad Helena conocía tan bien como ese lugar ya. Era un pueblo pequeño, no había mucho que ver o hacer, y con Lisandro, a diferencia de con Valeria, nunca había cabañas secretas, ni caminos desconocidos.
Mientras recorrían aquel lugar, sentía como la mirada de Lisandro estaba fija en ella. Era como una sombra que respiraba con candor sobre su cuello. Mientras se recargaba sobre el cobertizo, sintió las manos de Lisandro enredándose en su vientre, haciéndola girar ligeramente para besar sus labios. Fue un beso tierno, pero pronto, fue evidente que no era suficiente para él.
—No aquí, Lisandro, si mi papá me ve...
—Nadie va a mirarnos, yo soy el patrón.
Los ojos claros del joven brillaron, Helena estaba segura de que lo mejor habría sido continuar, pero algo se lo impedía. Siempre pensó que entregarse a él sería algo fácil, pero no fue así. Aquellos brazos no eran como los de Ulises, no le daban esa seguridad, y sus labios torpes dejaban saliva entre los suyos y un sabor que simplemente no podía pasar.
—¡Basta, Lisandro! ¡Detente!
Pero el chico estaba embelesado, sus labios tiernos se habían convertido en rosales con espinas que torturaban no solo los labios de Helena, sino su cuello y poco más cerca de sus senos. No podía hacerlo, comenzó a empujarlo una y otra vez, pero el chico era tan pesado como aquellos caballos que estaban en los corrales.
Las manos de Lisandro comenzaron a trepar entre sus piernas, rasgando con fuerza el vestido color azul que llevaba puesto. Helena comenzó a gritar, pero antes de que intentara defenderse escuchó un fuerte ruido que hizo caer a Lisandro en el suelo.
—¿Apoco aparte de imbécil eres sordo, hermanito?
Era Valeria, sonreía y sostenía una tabla entre sus manos con un rastro de sangre fresca en él. Helena se dio cuenta de que Lisandro se ponía poco a poco de pie, sostenía su cabeza con la mano, para después mirar la sangre que yacía sobre su piel.
Miró a Valeria, sorprendido y lleno de rabia. Fue directo a ella con los puños arriba sujetándola del cuello.
—¡Lisandro, basta! —intervino Helena.
El chico la miró lastimero, como si un poco de arrepentimiento pasara por su cabeza al ver el tirante de su vestido rasgado, salió apresurado de ahí sin decir nada.
—¿Estás bien? —le preguntó Valeria, tocando su hombro.
Helena lo esquivó. No quería volver a sentir ningún contacto con nadie, mucho menos con un Lizano.
—Gracias —fue lo único que dijo.
—Me disculpo por el comportamiento de mi hermano, puede...
—No es tu culpa —finalizó.
En realidad no quería siquiera tener que verla, a veces, entre sus sueños, se veía lejos de la hacienda Lizano, lejos de todo el infierno, lejos inclusive de Ulises. Veía su vida mejor de esa manera, y lo único que le consolaba era pensar, que aquellos eran solo pequeños tropiezos para alcanzar lo que estaba buscando.
—Te acompaño a tu casa.
Salieron de los establos, Valeria y Helena fueron rumbo a la hacienda Lizano sin decir palabra alguna. Al llegar a la puerta de la casa, uno de los peones de Lisandro padre ya la esperaba.
—Señorita Valeria, el patrón la mandó llamar.
Helena y ella compartieron miradas. Ambas sabían que las cosas estaban por complicarse aún más.
—Nos vemos después, señorita Santos. Intente no meterse en las caballerizas con los gañanes la próxima vez.
Le esbozó una sonrisa, Helena intentó devolverla, pero en realidad estaba preocupada por ella. No sabía hasta dónde eran capaces de llegar aquellas personas. Y aunque eran su familia, no estaba muy segura del afecto que le tenían.
***
En cuanto sus pies pisaron la casa grande, vio a Azucena, Lisandro y su padre esperándola.
—¡Más vale que tengas una buena explicación para lo que le hiciste a tu hermano!
Lisandro parecía un demonio, su piel emblanquecida era roja, y sus ojos claros estaban tan saltones que parecía que se le saldrían de las cuencas.
—Pensé que el hecho de haber impedido que cometiera una estupidez sería razón suficiente, pero ya veo que no es así.
La chica dio la media vuelta, dispuesta a desaparecer por unos días de aquel lugar. Pero Lisandro la tomó del antebrazo con fuerza para obligarla a girar.
—Todavía no termino contigo, Valeria. Esa es la mujer que tu hermano quiere, no puedes entrometerte.
—Dudo mucho que Helena quiera algo con él después de lo que intentó hacerle.
Lisandro dibujó una sonrisa perversa en su rostro, Valeria solo recordaba ese rostro cuando estaba a punto de darle una tunda. Parecía que disfrutaba de hacerla sufrir en ocasiones.
—Una muchacha que se va sola a una caballeriza con un hombre, debe saber a lo que se atiene.
Valeria no podía creer lo que escuchaba. Su padre hablaba con tanta serenidad de aquello, que por primera vez le aterró la idea de que Helena fuera por ahí en manos de su padre y su hermano.
—¡Lisandro! —gritó el hombre nuevamente, como si en su boca hubiera un megáfono—. Pégale.
El chico se quedó mirando a su hermana, la odiaba por haberle hecho lo que le hizo, pero no dejaba de ser una mujer. No podía hacerlo. Valeria lo miraba, no le tenía miedo, ni a él ni a ningún otro hombre que la hubiera golpeado antes. Sentir el impacto de unos nudillos en el rostro daba una sensación muy parecida a la heroína. Estaba lista.
—¡Si no lo haces, te voy a dar una paliza que jamás olvidarás!
Por un momento, Valeria creyó que su hermano temblaba. Realmente no quería hacerlo, y muy a pesar de que Azucena también quería que parara, Lisandro lo hizo. Estrelló su puño justo en el labio inferior de su hermana haciendo que brotara de él sangre fresca.
Valeria cayó de bruces contra el piso, Azucena se dio cuenta de que era demasiado, tomó a la chica por los hombros para reincorporarle y mirar que no hubiera perdido el sentido.
—Ya está. Así es como se arreglan las cosas en la vida, unas por otras.
Tanto Lisandro como su hijo salieron a zancadas de la casa, el joven aún miraba a su hermana cuando Azucena se inclinó para observar la herida.
Un par de sirvientes fueron por órdenes suyas por alcohol y hielo, mientras ella subía a Valeria a su habitación.
—Te advertí que no te quería cerca de esa muchacha... —le dijo mientras extendía una botella de whisky que Valeria tomó casi a pecho.
—No puedes estar entrometiéndote entre ella y tu hermano.
—Déjate de tonterías, Azucena, ¿tú crees que Santos va a dejar a su hija en manos de un violador?
La mujer presionó con intención el labio de la chica, provocándole un terrible dolor. Sus ojos la miraron fijamente. Besó su frente y la rodeó con sus brazos maternales para mecerla.
—No es necesario, no tengo cinco años, madre.
—Calla —musitó la mujer—. Debes tener cuidado con cada uno de tus pasos, Helena no es una mujer de fiar. Tu padre se ha empeñado en que Lisandro y ella estén juntos, por conveniencias laborales. Sabes que le gusta llevarse bien con sus empleados. Pero no es algo que yo apruebe.
Valeria se alejó de la mujer. Si aquella relación era un capricho de su padre Helena no tenía alternativa más que aceptar la voluntad de Lizano o atenerse a las consecuencias.
—¿Te dijo algo? ¿Le harán algo?
Azucena negó, se puso de pie frente a Valeria dejando caer su bata. Valeria, se dio la media vuelta y suspiró.
—Ya te dije que te alejes de ella...no me gusta que se metan con lo que es mío.
La mujer tomó del cuello a Valeria, llevando sus labios a los suyos. No era la primera vez que aquello pasaba. Tenía años sucediendo una y otra vez. Para ambas no era más que la caricia de una madrastra a su pobre hijastra huérfana. Azucena comenzó a despojarla de su blusa lentamente, mientras su lengua vacilaba entre su ombligo y su vientre.
Azucena siempre había sido la mejor de sus venganzas contra su padre, con el tiempo comenzó a verlo así. Acostarse con la mujer de su padre era tan placentero que una vez que sucedió no pudo dejarlo aunque una parte de ella sentía repugnancia.
La tomó por la cintura, arrojándola a la cama, su cuerpo perfecto y artificial hacía de ella toda una belleza.
—Solo quiero protegerte, no quiero que pienses en ella —le susurró Azucena al oído.
Valeria sonrió, despejó el cabello del rostro de la mujer y besó sus labios con ardor.
—¿Ahora vas a ser mi madre? ¿Justo ahora?
Intentó llevarla de nuevo a su boca, pero Valeria se resistió. Tomándola con fuerza por el cabello
—Nadie va a impedir que me enamore de Helena. Ni mi padre, ni mi hermano, mucho menos una puta como tú.
Valeria colocó su blusa nuevamente, Azucena la miraba incrédula.
—¡Ojalá hubiera dejado que te murieras de hambre cuando llegaste a esta casa! ¡Gracias a mí estás viva! ¡Malagradecida!
Tomó la botella de whisky que estaba sobre su peinador y la arrojó a la puerta, una vez que Valeria ya se había escurrido por ella.
***
Estaba cansada, no podía soportar un momento más ahí. Tomó su mochila, una maleta con un poco de ropa. Regresaría a la ciudad, no podía pasar un instante más en la hacienda.
Bajó para encender su camioneta, y se encontró con Camilo que le esperaba en el jardín.
—¡¿Qué te hizo?! ¡No me importa si es hijo del patrón! ¡Le voy a partir la cara!
Valeria lo detuvo para abrazarlo. Ese era el abrazo que siempre había tenido seguro en esa casa. Nadie más la protegía como Camilo. Solo con él se sentía totalmente segura. El chico prolongó el abrazo, acarició el rostro de Valeria y besó su frente con ternura.
—Hey, bonita, estoy aquí. Lamento no haber podido hacer nada.
—Cállate, Camilo, no digas estupideces —dijo, alejándolo de ella lentamente—. Mi papá te habría matado ahí mismo si hubieras golpeado a Lisandro. Ni tú ni nadie pueden ayudarme.
—¿A dónde vas? —preguntó el chico, viendo las maletas junto a ella—. Todavía no se terminan las vacaciones ¿volverás a la ciudad?
Valeria no dijo nada. Tomó a Camilo de la camisa y le dio un beso en la mejilla. Dejándolo de pie, con el corazón en la boca.
—No le digas a nadie que me marché.
Valeria se dirigió hacia la cabaña, era el único lugar que no estaba al alcance de su padre. Nadie a excepción de Camilo y ahora Helena sabían de su existencia. Sentía que en ella podía respirar, lejos del yugo de su padre, en donde solo el ruido de la cascada y el canto de los coyotes se escuchaba.
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