1. ── La fiesta de temporada

24 de febrero, 2024
📍 Manama, Baréin
Hotel Four Seasons

Lila se detuvo por un instante, cerrando los ojos y tomando una respiración profunda, dejando que la cálida brisa le acariciara el rostro. Sabía que pronto todo se desataría, pero por un breve momento, quiso aferrarse a la serenidad antes de que el caos de la noche comenzara.

A su alrededor, el equipo de producción terminaba de ajustar los últimos detalles. Las mesas perfectamente alineadas lucían elegantes con sus centros de mesa sencillos pero sofisticados, y las luces doradas colgaban, creando un brillo tenue, como estrellas dispuestas a encajar perfectamente con el tema nocturno. La música suave empezaba a llenar el espacio, pero lo hacía con tal sutileza que más que dominar, acompañaba, dejando que las conversaciones en la terraza se desarrollaran sin interrupciones.

Desde donde ella estaba, podía observar cómo el personal terminaba de revisar las zonas de catering, la barra con cócteles personalizados inspirados en los equipos y pilotos, y el escenario central, que pronto acogería las primeras palabras del presidente de la categoría. Cada elemento había sido meticulosamente planeado por ella, desde la decoración minimalista hasta el más pequeño detalle del menú.

Para Lila, este no era solo un evento más: era la primera gran prueba del año. La Fórmula 1 no solo era velocidad y competencia en pista, sino también una exhibición de prestigio y poder en cada una de sus apariciones públicas. Esta fiesta marcaba la pauta para lo que vendría, y ella se aseguraría de que cada invitado —desde pilotos y directivos hasta prensa y patrocinadores— viera en esa noche una imagen impecable, sin margen de error.

Ella se movía entre los organizadores con pasos calculados y una calma impecable. El traje negro que había elegido se ceñía a su figura de manera elegante y profesional, con líneas precisas que reforzaban la imagen de alguien que controlaba cada aspecto de la noche. Su cabello negro, recogido en un moño bajo, era otro reflejo de su perfección meticulosa, y aunque su mirada no dejaba lugar para dudas, había algo en ella que sugería que siempre estaba un paso por delante.

Desde fuera, Lila era el retrato de la profesionalidad: firme, serena, una mujer que dominaba la escena sin esfuerzo. Pero detrás de esa fachada pulida, un nudo de tensión apretaba su estómago, recordándole la delgada línea entre el éxito y el fracaso. Porque en noches como esta, cuando todo debía salir a la perfección, la presión era abrumadora. No bastaba con que los invitados disfrutaran; tenían que irse convencidos de que el año y la temporada comenzaba con el pie derecho.

A medida que recorría la terraza del hotel, echó una mirada crítica al espacio decorado para la ocasión. Más allá, la vista era impresionante: se podía observar cómo el horizonte del desierto comenzaba a desdibujarse en la oscuridad, con la ciudad de Manama iluminando la noche en la distancia.

El inicio de la temporada siempre era un reto distinto. Lila había planificado eventos similares en años anteriores y contextos distintos, pero cada vez sentía que la mirada del mundo estaba más atenta. Y, en realidad, no podía culparlos. Esta fiesta no solo marcaba el comienzo de las carreras; era la primera prueba, el momento en que los equipos mostraban su mejor cara, donde cada patrocinador evaluaba la inversión y donde la prensa afilaba sus garras para buscar titulares.

Por eso, todo debía ser intachable.

Lila exhaló lentamente, permitiéndose otro pequeño instante de calma. Era consciente de que el peso de la noche caía sobre sus hombros, pero ese peso era familiar. Había crecido en medio de este mundo, y si había algo que había aprendido, era que la perfección no se alcanzaba sin sacrificio.

Mientras ajustaba un último detalle con uno de los asistentes que hablaba a través de su auricular, le respondió con la misma calma habitual, controlada y precisa, aunque el ritmo acelerado de su corazón contaba otra historia. La cuenta regresiva había comenzado, y en su mente, cada minuto que pasaba parecía pesar como una eternidad.

Lila podía oír el bullicio que subía desde el nivel inferior, justo debajo del hotel. Allí, detrás de las barreras que protegían la privacidad del evento, fotógrafos y periodistas se apiñaban como una marea incesante. Aunque no podían ver la terraza completa, los destellos de los flashes atravesaban los ventanales y se filtraban entre los huecos del enrejado, iluminando el piso superior con breves ráfagas de luz.

"¡Por aquí!" "¡Unas palabras, por favor!" "¡Solo un momento!"

El ruido apenas llegaba hasta la terraza, ahogado por la distancia y la música suave que ya comenzaba a sonar. Aún así, era imposible ignorarlo. Cada grito y cada destello de las cámaras servían como un recordatorio del espectáculo exterior que esperaba por comenzar.

Lila, sin embargo, no se dejó distraer. Su mirada escaneó la zona una última vez, buscando cualquier detalle fuera de lugar: un arreglo floral ligeramente torcido, un cordón mal ajustado en la entrada, un camarero que parecía no recordar el protocolo. Pequeñas cosas, pero todas bajo su radar implacable.

La pelinegra cerró los ojos por un momento, permitiéndose saborear el silencio antes de que el torbellino comenzara. Cada minuto que había invertido en la organización, cada detalle cuidado con meticulosidad, la había llevado hasta este punto, y aunque el caos estaba a punto de desatarse, ella sabía que todo lo que quedaba por hacer ya estaba en su lugar.

Con un leve apretón en el auricular, confirmó con un asistente que la entrada seguía en orden. No había rastros de agotamiento en su rostro ni asomo de tensión bajo su apariencia perfecta. Lila Bellerose había perfeccionado el arte de gestionar la presión, como un piloto que domina su monoplaza: con cada movimiento calculado, sin lugar para titubeos o distracciones.

"Todo saldrá bien", se dijo en silencio, ajustando su postura y levantando el mentón, determinada. Nadie vería cómo su pulso aceleraba ni cómo su mente se desplazaba a la misma velocidad que los motores en la pista. Sabía que había nacido para este desafío, aunque el peso de la responsabilidad a veces le exigiera recordárselo a sí misma.

De repente, su atención se desvió hacia las primeras figuras conocidas que se acercaban a lo lejos que comenzaban a avanzar por la alfombra hacia la terraza. Los reconoció al instante: siluetas elegantes, de porte seguro, vestidas con trajes perfectamente ajustados y sonrisas meticulosamente ensayadas.

Ya habían cruzado frente a la pantalla de los patrocinadores, el escenario obligado donde los flashes caían sobre ellos como una tormenta, capturando poses y miradas intensas. Sin embargo, cada paso que daban hacia la terraza seguía siendo documentado, como si caminar, simplemente caminar, fuera un acto digno de ser inmortalizado.

Era inevitable. Lila lo sabía. Ese era el peso de la fama, el magnetismo que las figuras del paddock llevaban consigo como si fuera parte de su propia piel.

Pero esa era solo la antesala. La verdadera prueba estaba a punto de comenzar.

Mientras observaba cómo se acercaban, Lila tomó una última respiración pausada. Los flashes que hasta hacía unos minutos iluminaban solo el pie del hotel y la alfombra, pronto llegarían a su reino: la terraza. Las luces intermitentes invadirían el espacio elegante que ella había trabajado tanto en crear, buscando inmortalizar encuentros, miradas o simples momentos que, por más insignificantes que parecieran, mañana serían titulares en algún rincón del mundo.

Y, por supuesto, no solo serían las cámaras oficiales. Ella tenía muy claro que en eventos de este calibre, la privacidad era un lujo imposible de mantener al cien por ciento. Habría drones sobrevolando a una distancia apenas prudente, moviéndose silenciosos en el cielo, enviados no por su equipo de medios sino por curiosos que buscaban un vistazo del espectáculo. Desde la lejanía, incluso algunas luces diminutas ya empezaban a aparecer, titilando como estrellas artificiales.

Al final, era inevitable. La Fórmula 1 atraía más miradas de las que cualquier organización podría manejar, y Baréin, con su aire de exclusividad y promesas de lujo, solo intensificaba esa realidad.

Su atención seguía fija en la alfombra de entrada cuando un camarero pasó cerca, con la bandeja llena de copas de champagne brillando bajo la luz. Sin apartar la mirada de los invitados, Lila alzó la mano con un gesto apenas perceptible, deteniéndolo.

—¿Todo el champagne está listo? —le preguntó.

El camarero asintió rápidamente, visiblemente alerta ante su presencia. No era solo la pregunta, sino la forma en que ella la formulaba: con cierta autoridad y perfección que hacía que nadie quisiera fallarle. Lila asintió también, breve y satisfecha, mientras sus ojos captaban todo, desde el nivel de las copas hasta la posición exacta de los meseros dispersos por la terraza.

No pasó mucho tiempo antes de que los primeros invitados comenzaran a subir, dejando que sus pasos sonaran ligeramente sobre la piedra pulida del suelo. Habían dejado atrás el pequeño cuarto exterior donde los flashes aún estallaban y ahora avanzaban hacia el interior, trayendo consigo una mezcla de voces bajas, risas contenidas y el suave murmullo de conversaciones.

Entraban de a poco, casi como si la misma dinámica del paddock se trasladara a la fiesta en un orden jerárquico. Primero fueron los directores de equipo con sus presencias tan imponentes como sus trajes oscuros y perfectamente estilizados. Cada uno de ellos se movía con la confianza de quien conoce su lugar en ese mundo competitivo y complejo.

Tras ellos llegaron las figuras más influyentes del deporte: ex pilotos, representantes del campeonato y caras familiares que cualquier aficionado reconocería al instante.

El pasillo de entrada, decorado por paneles iluminados que cambiaban suavemente entre los colores de los equipos y el logotipo del campeonato, parecía una extensión de la misma pista de carreras. Cada elemento estaba cuidadosamente dispuesto: la luz exacta que resaltaba los tonos elegantes y minimalistas, junto con las referencias sutiles a la velocidad y la competencia que definían el espíritu del deporte.

Para Lila, observar aquel flujo ordenado de invitados era parte de su propio ritual. Aunque en apariencia solo supervisaba, en realidad, estaba catalogando cada movimiento: quién hablaba con quién, qué expresiones se cruzaban entre rivales y aliados, y quién llegaba acompañado cuando no debía.

El equipo de organización, perfectamente alineado y ataviado en elegantes uniformes negros, se encargaba de recibir a los invitados con sonrisas impecables y una eficiencia casi coreografiada. Lila había supervisado cada paso del proceso: la forma en que se entregaban las copas de champagne, el tono exacto de voz con el que se debía dar la bienvenida y la sutileza de los gestos que harían sentir a cada asistente como el centro de atención.

Por su lado, ella permanecía cerca del acceso a la zona principal de la recepción, un lugar estratégico desde el que podía observar sin llamar la atención. Allí atendía personalmente a aquellos con los que mantenía una conexión más directa o cuya presencia requería un toque especial.

Entre los primeros en necesitar esa atención especial estaban los directores de equipo, figuras tan poderosas en la Fórmula 1 como los propios pilotos. Entonces, cuando vio acercarse a Toto Wolff, el imponente director de Mercedes, acompañado de su esposa Susie, ajustó su postura y les dedicó una sonrisa medida, esa que había perfeccionado para estas ocasiones.

—Señor y señora Wolff, es un placer tenerlos con nosotros esta noche. —la voz de Lila era firme y cálida, una combinación que denotaba respeto y confianza a partes iguales—. Espero que todo esté a la altura de sus expectativas.

El hombre, con esa presencia imponente que lo caracterizaba, respondió con una sonrisa ligera, apenas levantando las cejas en señal de aprobación.

—Espectacular como siempre, señorita Bellerose —respondió, con su voz grave y segura. A su lado, Susie le dedicó una sonrisa genuina que Lila agradeció internamente, ya que los cumplidos de los Wolff no se regalaban fácilmente.

Antes de que pudiera responder, Lila desvió su atención a la figura a su lado. Susie Wolff, elegante en un vestido plateado que capturaba con delicadeza las luces cálidas del lugar, la observaba con una expresión amable y curiosa. Había algo en su presencia, en aquella combinación de autoridad y calidez, que hacía inevitable admirarla.

—Susie, qué gusto verla. Espero que tenga una buena noche.

La mencionada, con una elegancia innata que parecía acompañarla a donde fuera, asintió y extendió una mano ligera que colocó con familiaridad sobre el brazo de Lila.

—Por lo que veo, has logrado algo impresionante —dijo—. Estoy segura de que será una gran noche, Lila.

El simple hecho de escuchar su nombre en labios de Susie, dicho con tanta naturalidad y aprobación, hizo que la tensión en sus hombros se aligerara apenas un poco. Lila sabía cuánto peso tenía el apoyo de alguien como ella, no solo por su posición en el deporte, sino porque Susie Wolff era una de las pocas mujeres que, al igual que ella, entendía lo que significaba ganarse un lugar en un mundo dominado por hombres.

—Muchas gracias, eso significa mucho viniendo de usted —respondió Lila con sinceridad, manteniendo el contacto visual. En esos momentos, en los que la fachada profesional debía sostenerse a toda costa, aquel pequeño intercambio se sintió más significativo de lo que hubiera esperado.

Susie le dedicó una última sonrisa antes de seguir a su esposo hacia la terraza principal, dejándola con una sensación extraña pero reconfortante en el pecho. No era un halago vacío; era el reconocimiento de alguien que entendía el esfuerzo que había detrás de cada detalle, de cada decisión.

Y eso, en un mundo como el suyo, valía más que cualquier adulación superficial.

Finalmente, mientras veía a los Wolff integrarse con naturalidad en la fiesta, Lila sintió un pequeño toque de satisfacción y, también, una admiración renovada hacia ambos. A primera vista, eran el epítome de lo inalcanzable: Toto con su presencia imponente, con seriedad y carisma que dominaba cualquier espacio en el que se encontraba, y Susie con una elegancia natural que no necesitaba esfuerzo alguno para captar miradas. Juntos formaban una imagen casi intimidante, como una dupla que no podía ser desafiada.

Durante sus primeros días en la organización, aquella imagen la había hecho sentir pequeña, insegura incluso, como si un simple error frente a ellos pudiera acabar con todo lo que había construido. Pero con el tiempo, había aprendido a mirar más allá: detrás de la fachada inquebrantable de líderes y figuras públicas, había dos personas accesibles, genuinas, y, sobre todo, con un entendimiento claro de lo que significaba vivir bajo presión constante.

Sonrió para sí misma, recordando lo lejos que había llegado y cómo su percepción había evolucionado con los días. Al principio, había pensado que el éxito en su trabajo dependía únicamente de no cometer errores, de ser invisible cuando debía serlo y eficiente cuando se necesitaba.

Ahora, entendía que su verdadero valor residía en su habilidad para conectar, para leer a cada persona que cruzaba la puerta y ofrecerles no solo lujo, sino una experiencia que superara incluso las expectativas más exigentes.

Porque figuras como ellos no solo venían a buscar un espectáculo. Ellos, y todos los que representaban, esperaban perfección en cada pequeño detalle: en el servicio impecable, en las luces bien calculadas y en las conversaciones. Un simple descuido podía ser recordado por semanas, incluso meses, y Lila lo sabía mejor que nadie.

Pero esa noche, no habría errores.

Así que respiró hondo, devolviendo su mirada a la entrada justo a tiempo para recibir a los siguientes invitados.

Y así, saludaba y sonreía con destreza a cada persona que se cruzaba en su camino, intercambiando palabras corteses. Siempre les indicaba con elegancia el camino hacia la zona principal, donde podían disfrutar del ambiente y relajarse. Su sonrisa era cálida y sincera, pero apenas terminaba cada intercambio, su expresión pasaba de un brillo genuino a una neutralidad calculada, casi automática, mientras su mente ya se proyectaba en la siguiente tarea que debía llevar a cabo.

A medida que avanzaba entre los asistentes, sentía cómo la atmósfera se volvía más densa, repleta de expectativas y de murmullos que crecían en volumen. La noche había alcanzado su punto, y con cada nuevo rostro que aparecía, el ritmo del evento se aceleraba. Había una presión que le pesaba en los hombros, un recordatorio constante de todo lo que aún quedaba por hacer. Pero Lila sabía que no podía dejar que eso se reflejara.

La clave estaba en mantener todo bajo control, en asegurar que la atmósfera se sintiera tan fluida y perfecta que nadie pudiera adivinar el esfuerzo que se estaba invirtiendo. Así que mantenía su porte impecable, su postura recta, casi rígida, y sus movimientos con una precisión que hacía parecer todo fácil, cuando en realidad cada acción estaba llena de cálculos.

De pronto, el bullicio en la entrada creció de manera inconfundible. Las voces se alzaron, los flashes comenzaron a estallar sin descanso, y el frenético gritar de los fotógrafos se coló en su mente, eclipsando momentáneamente todo lo demás.

Lila, con la calma que la caracterizaba, desvió la mirada hacia el origen del ruido, sabiendo exactamente lo que eso significaba: los pilotos finalmente estaban llegando.

Aunque aún no había recibido la confirmación oficial por parte de su equipo, su auricular le ofreció la respuesta que ya esperaba: eran ellos. El nudo en su estómago se apretó por un segundo, pero lo disimuló perfectamente.

Entonces, los fotógrafos comenzaron a gritar, con sus voces llenas de urgencia mientras las cámaras se disparaban sin cesar, buscando capturar cada movimiento.

—¡Jungwon! ¡Riki! ¡Por aquí!

Habiendo escuchado sus nombres, Lila giró la cabeza hacia la entrada con una precisión milimétrica, y sus ojos rápidamente localizaron a los primeros en llegar: Yang Jungwon y Nishimura Riki, los pilotos más jóvenes de la parrilla, uno miembro del equipo Red Bull y otro de su subsidiario, RB.

Los fotógrafos, al borde de la histeria, no dejaban de gritar, intentando capturar cada movimiento y gesto como si fueran los últimos de la noche. Los flashes estallaban en el aire como una tormenta de luces, iluminando las figuras de los pilotos y haciendo que cada paso que daban pareciera más importante que el anterior. Lila observó con atención mientras los chicos avanzaban hacia la alfombra, saludando con gestos tranquilos y una sonrisa a la multitud.

Riki, aún en su primer evento oficial, parecía casi cauteloso ante la avalancha de cámaras que lo rodeaba. Su cabello, perfectamente arreglado, se movía ligeramente con cada paso y su sonrisa juguetona, aunque nerviosa, era genuina. Deteniéndose por un momento, posó ante las cámaras, siguiendo la coreografía casi obligatoria de esos momentos, mientras los flashes lo iluminaban desde todos los ángulos.

A su lado, Jungwon mantenía una expresión más reservada, con su rostro calmado y profesional, aunque su mirada llena de concentración, delataba que estaba más que acostumbrado a este tipo de situaciones.

Ambos, aunque muy diferentes, compartían un aire juvenil y moderno que reflejaba a la perfección el espíritu de Red Bull. Estaban vestidos con atuendos semi-formales, adecuados para la ocasión pero también marcando la distancia entre la formalidad de los patrocinadores y la frescura de la juventud que representaban.

A pesar de ser su primer evento, Riki se veía cómodo dentro de su timidez, y Jungwon, con su serena confianza, transmitía una calma que realmente no era común.

La espera no se alargó demasiado, ya que ambos pilotos, aunque conscientes de la atención que generaban, no parecían dispuestos a quedarse allí por más de lo necesario. Su paso entre los flashes se hizo más rápido, casi como si quisieran escapar del foco de la cámara sin perder la compostura.

Con una última sonrisa dirigida a los fotógrafos y la multitud, los chicos continuaron su camino hacia la zona principal. Lila observó el movimiento, ajustando su postura, preparándose mentalmente para la siguiente fase del evento.

Sin embargo, no podía evitar preguntarse cómo ellos soportaban esos flashes incesantes. Sabía bien que los ojos de un piloto eran herramientas preciosas, afinadas al extremo para detectar los mínimos detalles en el asfalto, los ligeros cambios en el entorno o cualquier variación que pudiera hacer la diferencia entre una victoria y un desastre. Por eso, la idea de que soportaran tanto brillo dirigido con intensidad, le resultaba casi incomprensible.

De alguna manera, sentía que pese a la fachada impenetrable que solían mostrar, los pilotos seguían siendo humanos, con límites más frágiles de lo que el mundo creía. Tal vez por eso, aunque acostumbrados a la presión, sus cuerpos y rostros seguían delatándolos en esos pequeños momentos de vulnerabilidad.

Y fue en ese instante, cuando los flashes quedaron atrás y la multitud de fotógrafos se desvaneció como una sombra molesta, que las expresiones de ambos chicos cambiaron por completo.

Riki, que momentos antes había mantenido una sonrisa tensa y algo titubeante para las cámaras, dejó escapar un suspiro audible, como si se hubiera quitado un peso de encima. Sus hombros se relajaron ligeramente, y su mirada volvió a reflejar esa chispa natural y despreocupada que parecía más acorde a un chico de su edad.

Con pasos más sueltos y menos calculados, comenzó a observar a su alrededor con curiosidad y asombro, como si aún no pudiera creer del todo que formaba parte de ese mundo.

Por otro lado, Jungwon mantenía su compostura, pero en él, el cambio era más sutil. Su expresión ya no era tan rígida; el profesionalismo seguía allí, pero ahora había un aire más ligero en sus movimientos. Permitió que una sonrisa más auténtica cruzara su rostro mientras intercambiaba un comentario con Riki, quien lo miraba con los ojos brillando de emoción.

Lila mantuvo su vista en ellos, con una parte de ella ligeramente fascinada por ese contraste entre lo público y lo privado, entre las versiones de sí mismos que mostraban ante los flashes y las que surgían cuando las luces cesaban. No era muy distinto a lo que ella misma vivía: una fachada perfectamente construida que, al final del día, escondía algo mucho más real y vulnerable.

Mientras observaba a Jungwon y Riki moverse por la terraza, no pudo evitar recordar todo lo que los rodeaba fuera de las pistas. La rivalidad que los medios habían creado entre ellos era casi palpable, una narrativa alimentada por titulares exagerados y comentarios interminables en redes sociales. Aquel contraste entre su juventud y la ferocidad del deporte era un blanco fácil para las especulaciones: el joven novato contra el piloto con experiencia apenas un año mayor.

Riki, a pesar de ser debutante, ya contaba con una base sólida de fanáticos que lo defendían con una pasión casi feroz. Algunos ya aseguraban que era el futuro del equipo, que no tardaría en reemplazar a Jungwon como la nueva estrella en ascenso. Otros, menos sutiles, alimentaban los rumores de que ni siquiera se llevaban bien, que entre ellos existía una tensión más allá de lo profesional.

Desde que Lila comenzó a seguir sus carreras en categorías menores había notado cómo su competencia era feroz, como una batalla constante entre dos estilos que no podían ser más opuestos.

En aquellas categorías previas a la Fórmula 1, Riki había demostrado ser un piloto audaz, casi temerario. Cada adelantamiento suyo parecía más un desafío personal que una maniobra estratégica. La pelinegra recordaba verlo en aquellas carreras juveniles, donde su sonrisa descarada al cruzar la línea de meta, por delante de otros favoritos, decía más que cualquier entrevista.

Jungwon, por otro lado, era la definición de cálculo y precisión. Incluso en sus primeros años, su estilo parecía frío, metódico, y ajeno a las emociones que pudieran interferir en su rendimiento.

Si Riki era la tormenta, Jungwon era el mar en calma antes de un huracán: silencioso, constante y siempre un paso por delante.

Ya en la Fórmula 1, ese contraste entre ambos se había amplificado. Riki llegaba como un vendaval de promesas, con toda la energía de un debutante ansioso por demostrar que merecía su lugar. Jungwon, en cambio, respondía con la serenidad de quien sabe exactamente cómo manejar la presión.

Todo aquello convertía su aparente rivalidad en combustible para los medios y fanáticos. Bastaba una sola imagen de ellos habiendo compartido el podio o un comentario ambiguo en alguna entrevista antigua para que las redes sociales estallaran. Algunos los catalogaban como los "futuros líderes de la parrilla", otros insistían en que uno debía caer para que el otro pudiera brillar.

Sin embargo, fuera de los circuitos, la realidad era mucho más compleja. Lila había sido testigo de momentos que sorprendían incluso a quienes seguían cada paso de los pilotos, porque a pesar de la intensa competencia, parecía existir un terreno neutral donde ambos podían coexistir.

El japonés, con su actitud relajada y espíritu bromista, parecía tener un don especial para romper cualquier tensión. Lanzaba comentarios rápidos y bromas que desarmaban la seriedad de Jungwon y arrancaban sonrisas involuntarias incluso del piloto más calculador de la parrilla. Sus gestos exagerados y su energía casi infantil lograban convertir lo que podría haber sido una relación estrictamente profesional en una amistad.

Jungwon, por su parte, no era ajeno a estas dinámicas. Aunque su carácter era más reservado y sus respuestas más medidas, parecía saber exactamente cómo manejar a Riki. Respondía con comentarios secos pero inteligentes, una especie de humor sutil que, al combinarse con la personalidad más explosiva de Riki, formaba un contraste tan interesante como su llegada a la pista.

Y en eventos como este, cuando los cascos quedaban guardados y la presión de los circuitos se disipaba, ambos recordaban —quizá sin querer— que todavía eran jóvenes, dos chicos viviendo un sueño que millones envidiaban.

Lila los observó mientras intercambiaban algunas palabras rápidas, gesticulando apenas, antes de que el ambiente a su alrededor se llenara de movimiento cuando miembros del equipo organizador se acercaron para darles la bienvenida. Un encargado de protocolo les indicó el camino hacia la zona principal del evento y otro, con bandeja en mano, les ofreció bebidas que ambos aceptaron con agradecimientos breves.

Lila seguía atenta, capturando cada detalle con la mirada, cuando notó que la figura de Christian Horner a lo lejos, director de Red Bull, había estado observando la interacción desde una distancia prudente.

Él era el tipo de hombre que siempre parecía tener el control, incluso en un evento tan apartado de la pista como aquel. Su mirada era aguda, sus movimientos calculados, y cuando finalmente decidió acercarse, lo hizo con la seguridad de quien lleva las riendas de todo.

—Bellerose, otra vez felicidades, el lugar luce espectacular —comentó, inclinando ligeramente la cabeza.

Luego de que la chica le agradeció, Christian no perdió tiempo en dirigir su atención hacia Riki y Jungwon, que ya habían notado su llegada y, casi como reflejo, se enderezaron de inmediato. Era fascinante ver cómo la presencia del director alteraba sutilmente la energía entre ellos: el humor relajado de Riki se volvió un poco más contenido, mientras Jungwon, pareció reforzar aún más su postura impecable.

Ella contempló la escena en silencio, debatiéndose entre acercarse para saludar formalmente a los jóvenes o mantenerse al margen. Pero antes de que pudiera tomar una decisión, un cambio en la atmósfera captó su atención: el murmullo en la entrada se intensificó, como una ola creciente que anunciaba la llegada de alguien importante.

Giró la cabeza de nuevo, siguiendo aquel instinto casi perfeccionado que le decía cuándo algo significativo estaba ocurriendo. No pasó ni un segundo cuando los murmullos se convirtieron en un zumbido inquieto, los flashes de las cámaras volvieron a encenderse en un frenesí, y el aire en la sala pareció contenerse, tenso y expectante.

No necesitaba confirmación para saber que una presencia nueva acababa de irrumpir en el evento, sutil pero lo suficientemente poderosa como para cambiar el centro de atención en un segundo.

Finalmente, dos figuras emergieron con naturalidad, dominando la atención. Primero fue Lee Heeseung, piloto de Ferrari. Su porte impecable y la elegancia con la que se movía lo hacían parecer intocable. Él no necesitaba buscar la atención, porque su sola presencia era suficiente para capturarla.

A pocos pasos, sin embargo, Kim Sunoo brillaba con una energía completamente diferente. Había un carisma innato en él, una ligereza que parecía convertir cualquier entorno en su escenario personal. Mientras Heeseung mantenía la mirada al frente, saludando con una inclinación de cabeza apenas perceptible, Sunoo sonreía con amplitud, con gestos abiertos y su actitud relajada contrastando de forma fascinante con la calma del otro.

Fue Sunoo quien atrapó realmente su atención. Lila lo observó por un instante más largo del que habría admitido. Era verdad que existía algo magnético en él, como una facilidad para conectar con la gente que parecía natural.

Sunoo era, sin duda, el más distintivo de todos. Incluso entre un grupo de pilotos ya excepcionales, él lograba destacar. Era un equilibrio perfecto entre dos extremos: en la pista, su estilo de conducción feroz, decidido y lleno de riesgos calculados había sorprendido a todos desde su debut. Era preciso y valiente, un competidor que no temía el espacio reducido o las oportunidades que otros habrían dejado pasar. Pero fuera del asfalto, Sunoo era otra historia.

Era como si, al bajarse del monoplaza y quitarse el casco —siempre adornado con suaves tonos pastel—, el piloto que se jugaba la vida a cada curva desapareciera. Lo que quedaba era una imagen completamente opuesta: alguien que irradiaba una tranquilidad casi irreal, una frescura que no parecía posible en alguien que vivía y respiraba bajo la constante presión de la Fórmula 1.

Esa dualidad lo hacía único, una rareza en un mundo tan rígido y exigente, donde incluso los más jóvenes se veían endurecidos por la competencia. Pero en Sunoo, esa ligereza era auténtica, como un respiro inesperado en medio del ruido constante.

En algún momento, el rubio miró hacia donde ella estaba, quizás por pura casualidad, y le dedicó una sonrisa breve pero genuina. Fue un gesto tan sencillo que Lila casi lo pasó por alto, pero el efecto fue inmediato: el carisma de Sunoo era innegable, y bastaba una sola sonrisa para recordarle por qué, a pesar de llevar apenas medio año en la Fórmula 1, ya había capturado el corazón de miles de fanáticos.

Por su lado, con una altura imponente y hombros que parecían cargar años de experiencia más allá de los que realmente tenía, Heeseung se movía con una confianza natural, como si cada paso estuviera perfectamente calculado. Su traje oscuro e impecable parecía reflejar la seriedad con la que siempre se tomaba su rol en el paddock y fuera de el.

Heeseung era todo reserva y porte. Había algo casi impenetrable en su mirada, una profundidad que sugería que cada pensamiento y cada emoción estaba cuidadosamente escondida detrás de un muro bien construido. Era la clase de piloto que nunca mostraba sus cartas hasta el último momento, algo que lo había convertido en uno de los favoritos del paddock y de los fanáticos.

Lila dejó escapar una exhalación casi inaudible, permitiéndose apenas un segundo para estudiarlos. Eran dos mundos opuestos, y sin embargo, complementarios.

A medida que los murmullos y las conversaciones continuaban a su alrededor, Lila volvió a centrar su atención en su trabajo. Saludó cordialmente a varios asistentes que llegaban poco después, incluidos los pilotos y miembros de los equipos Haas, Sauber y Williams, ajustando su tono y su expresión según la persona con la que interactuaba.

Su habilidad para moverse entre conversaciones breves pero significativas era casi automática, y mientras estrechaba manos y compartía palabras amables, su mirada se deslizaba constantemente por el lugar, evaluando detalles para anticiparse a cualquier necesidad o imprevisto que pudiera surgir.

El ambiente iba ganando vida con cada minuto. Las luces brillaban con calidez sobre las mesas adornadas, y el sonido de las risas, las copas que chocaban y las charlas animadas llenaba el aire. Todo iba según lo planeado, pero entonces, un nuevo sonido comenzó a destacarse entre el bullicio general.

El primer indicio fue sutil, un cambio casi imperceptible en la atmósfera: las conversaciones se cortaron levemente, como si todos, inconscientemente, esperaran algo. Luego vinieron los flashes, los gritos emocionados y el estruendo de los fotógrafos.

"¡Es Park!"

Lila no necesitó girar la cabeza para confirmarlo. Lo había sabido desde el momento en que la energía en la sala cambió, como si una corriente eléctrica invisible la atravesara. Era la misma reacción que siempre acompañaba al campeón del mundo: Park Sunghoon.

Finalmente, la joven se permitió buscarlo con la mirada, y ahí estaba. El piloto caminaba con una calma implacable, como si la expectación que lo rodeaba no le afectara en lo más mínimo. A pesar del constante bombardeo de luces y los gritos que coreaban su nombre, Sunghoon mantenía un porte perfecto, tan impecable como su reputación. Vestía un traje oscuro que le quedaba como una segunda piel, combinado con un collar dorado como el único detalle que delataba cierta despreocupación.

Sunghoon nunca había sido alguien que buscara disfrutar abiertamente de la atención, pero tampoco la rehuía. Sabía que formaba parte del juego, que venía con el peso del título de campeón. Sin embargo, en ese momento, había algo sutil en su sonrisa, como si estuviera esperando algo o a alguien antes de avanzar. Era una expresión difícil de leer, pero Lila conocía lo suficiente como para percatarse de la pequeña grieta en su fachada perfecta.

Cada paso que daba parecía planeado, y aunque su sonrisa era genuina, nunca dejaba de ser contenida y reservada, como si esperara una razón más profunda para mostrarse completamente.

Era justamente similar —por no decir que exactamente igual— a la de Lila.

El contraste entre su comportamiento y el de muchos otros pilotos que buscaban ser el centro de la fiesta no pasaba desapercibido para ella. Lila sabía perfectamente cómo era estar en los ojos de todos, cómo las expectativas se apoderaban de cada gesto y cada palabra. Pero siguió estudiando los pequeños gestos que lo definían.

A pesar de la multitud que rodeaba a Sunghoon, de los flashes cegadores y la presión de ser constantemente el centro de atención, había algo en él que seguía inalcanzable, una barrera invisible que lo mantenía apartado de todos. Ese velo de distancia lo hacía aún más enigmático, un campeón al que todo el mundo deseaba conocer, pero que parecía rehúir a todos, sin que nadie pudiera entender exactamente por qué.

Lila conocía esa faceta de él, sabía cómo protegía su interior, cómo construía murallas invisibles para que nadie pudiera tocar lo más profundo de su ser.

Era esa misma habilidad la que había hecho que su relación con él siempre estuviera marcada por la distancia. Aunque eran hermanos, aunque compartían recuerdos de la infancia y una vida marcada por la misma pasión, las paredes que Sunghoon había levantado a su alrededor siempre estaban ahí, implacables. Incluso cuando se encontraban cara a cara, había algo que los separaba.

A medida que Sunghoon cruzó el umbral hacia la zona de la fiesta, la atmósfera vibrante lo recibió con el resplandor de luces. El campeón, a pesar de la multitud que lo rodeaba, caminaba con una calma innata. Sin prisa, pero sin detenerse, sus ojos pasaron rápidamente por los rostros que se giraban hacia él. Sin embargo, fue al ver a Lila cuando, por un breve segundo, algo cambió en su mirada.

Fue la primera persona a la que observó directamente al llegar, y en ese instante, algo en su postura se suavizó.

Finalmente dio un paso hacia adelante, dirigiéndose hacia ella con la misma serenidad de siempre, pero con una ligera inclinación de cabeza que indicaba el reconocimiento de su presencia. Por su lado, la menor se obligó a sonreír, sabiendo que ambos tenían en cuenta que las palabras que estaban a punto de decirse serían más formales que sinceras.

—¿Cómo estás? —preguntó Lila, sabiendo que la respuesta era innecesaria.

Había pasado suficiente tiempo observándolo desde la distancia como para saber que todo en él se mantenía bajo control. Pero aún así, era la pregunta que se debía hacer, la cortesía que se imponía, aunque detrás de ella no hubiera un verdadero interés en obtener una respuesta profunda.

—Bien, supongo —respondió—. ¿A qué hora piensan terminar con todo esto? —su mirada se deslizó por el resto de la fiesta, captando los flashes y los murmullos a su alrededor, mientras una ligera incomodidad se asomaba en su postura. No parecía estar disfrutando del evento, pero lo soportaba.

Lila lo miró por un instante más largo de lo necesario, como si estuviera evaluando las palabras a seguir, sabiendo que cualquier intento de conversación más personal solo sumaría incomodidad. No quería empezar una charla profunda, porque sabía que no iba a llevar a nada. Habían pasado demasiadas cosas, y los dos lo sabían.

—Puedes irte cuando quieras —respondió, con un tono que no sonaba frío, pero sí firme—. Solo asegúrate de quedar bien y hacer tu trabajo.

No esperaba que Sunghoon le agradeciera o siquiera le respondiera más allá de una sonrisa. Sabía que ese tipo de interacciones no requerían más de lo que ya había dicho. Las palabras formales y las sonrisas contenidas eran lo único que podían compartir en ese espacio: ese era un pacto dicho, y completamente entendido entre ambos.

Así que, consciente de que no tenía sentido darle más vueltas al asunto, Lila soltó un leve suspiro y se enderezó, ajustando con precisión la solapa de su chaqueta. Giró sobre sus talones, dirigiéndose hacia la zona de los aperitivos. Los invitados ya habían comenzado a instalarse en las mesas principales, y dentro de minutos las primeras bandejas tendrían que estar circulando.

A medida que avanzaba, sus ojos evaluaban cada rincón del espacio: camareros moviéndose entre los invitados, copas de cristal que tintineaban, y conversaciones que llenaban el aire. Luego se detuvo un momento al lado de una mesa de bebidas para ajustar discretamente una bandeja que había quedado ligeramente desalineada. Pequeños detalles como ese eran los que marcaban la diferencia, y Lila no iba a permitir que nada escapara a su control.

Al recorrer el lugar, sus interacciones eran breves: un asentimiento aquí, una palabra de aliento allá, y alguna que otra instrucción clara para los miembros del equipo que parecían necesitarla. Todo fluía con una eficiencia que había perfeccionado con los años, aunque por dentro, su mente seguía procesando mil cosas al mismo tiempo. Los horarios, la coordinación con el catering, los ajustes de última hora... era como resolver un rompecabezas constante.

Finalmente, llegó a la zona de preparación donde el equipo de catering trabajaba a un ritmo frenético. Se detuvo en el umbral, permitiendo que su mirada afilada recorriera cada rincón del espacio. Observó las estaciones de trabajo perfectamente organizadas, con ingredientes dispuestos de manera casi milimétrica, y captó el aroma tentador de los aperitivos recién terminados que se mezclaba con todo aquello.

Sus ojos se fijaron en cada detalle: las bandejas listas para salir, los camareros ajustándose los guantes antes de tomar las copas y los chefs asegurándose de que cada plato estuviera impecable antes de ser colocado en su sitio. Permaneció unos minutos más, moviéndose entre las estaciones con calma, verificando que cada proceso se estuviera ejecutando según lo planeado.

Finalmente, regresó al área principal. El evento estaba en pleno apogeo, tal como lo había planeado. Las luces cálidas iluminaban el espacio con un brillo dorado que hacía que todo pareciera aún más sofisticado. Desde su posición, podía observar cómo los invitados charlaban animadamente, con copas de champán en mano, mientras la música suave llenaba los vacíos entre las conversaciones.

Lila notó a los directores de equipo reunidos en una esquina, compartiendo risas y gestos relajados con algunos patrocinadores clave. Era justo el tipo de interacción que buscaba fomentar con este evento: conexiones, acuerdos implícitos y la sensación de que todo estaba exactamente donde debía estar.

No muy lejos de ellos, los pilotos comenzaban a agruparse en pequeños círculos, alejándose poco a poco de su habitual formalidad para sumergirse en la atmósfera despreocupada de la noche. Algunos gesticulaban con entusiasmo mientras otros, más reservados, simplemente escuchaban con una leve sonrisa.

Fue entonces cuando Lila notó a algunos de los pilotos que aún no había visto llegar: Jay, de Aston Martin, irradiando esa calma casi enigmática que siempre parecía envolverlo; y Jake, de McLaren, quien inevitablemente atraía miradas como si fuera el epicentro de la sala.

Jay sostenía una copa con calma, mientras escuchaba atentamente al pequeño grupo que lo rodeaba. Había algo en su postura, en la forma en que sus ojos analizaban cada movimiento, que lo hacía parecer tanto presente como ausente a la vez, como si estuviera ahí solo de cuerpo, pero con la mente en otro lugar. Y luego estaba Jake. Él siempre parecía ocupar más espacio del que realmente tenía, no por ser invasivo, sino por esa energía magnética que lo rodeaba.

Se movía con una soltura tan natural que era casi desconcertante, como si cada interacción y cada sonrisa estuviera diseñada para captar la atención de quienes lo rodeaban. En ese momento, estaba contando algo que claramente había causado gracia; las risas sonaban alrededor suyo, y las expresiones de las personas a su lado eran mezclas de fascinación, alegría y diversión.

Parecía tan relajado, tan cómodo en ese entorno, que casi podía pasar por alguien ajeno al mundo de presión constante en el que vivían. Pero para Lila, Jake Sim representaba algo muy diferente.

Ella no pudo evitar que su mente regresara brevemente a aquel incidente en Las Vegas, cuando Jake había llegado tarde, poniendo en riesgo no solo el evento, sino también todo el trabajo que ella y su equipo habían preparado con tanto cuidado.

Había sido un desastre de última hora que había requerido toda su habilidad y paciencia para salvar la noche. Jake, por su parte, apenas se había inmutado, encogiéndose de hombros con una disculpa a medias y algún comentario que en ese momento le pareció innecesariamente sarcástico.

Desde entonces, apenas habían cruzado palabras más allá de lo estrictamente necesario. Pero ese recuerdo seguía grabado en la mente de Lila, no solo porque había sido uno de los primeros grandes desafíos en su puesto, sino porque ni siquiera los pilotos más difíciles, como Sunghoon con su perfeccionismo casi inhumano o Jungwon con su imprevisibilidad, le habían causado tantos problemas como Jake.

Lila exhaló profundamente, apartando esos pensamientos. Incluso pensar en ello le traía un dolor de cabeza, y la noche estaba demasiado avanzada como para que se permitiera distraerse con recuerdos de Jake y su actitud despreocupada. No valía la pena torturarse con aquello, no cuando tenía un evento que dirigir.

Con un movimiento casi automático, comenzó a repasar mentalmente la lista de asistentes, confirmando que todos estaban presentes y que el evento seguía avanzando según lo planeado. Los patrocinadores parecían contentos, los directores de equipo estaban cómodos, y los pilotos comenzaban a integrarse con naturalidad. Todo estaba en su lugar, tal y como debía ser. Y eso, al menos por ahora, era casi suficiente para ella.

Sin embargo, mientras su mente repasaba los detalles logísticos y consideraba los siguientes pasos, se perdió en sus propios pensamientos. Era algo que le pasaba a menudo: su impulso por tener todo bajo control la llevaba a desconectarse del presente, atrapada en cálculos y previsiones sobre lo que aún faltaba y las pequeñas correcciones que debía hacer para que todo estuviera a la perfección.

La sensación de estar en un flujo constante, vigilando que nada se escapara de su control, era su zona de confort. Pero en ese preciso instante, algo rompió su concentración. Una voz conocida, cálida y ligeramente juguetona, la hizo volver al presente, haciendo que sus pensamientos se dispersaran de golpe.

—¿Puedo decir que esto es incluso mejor que Las Vegas, o te lo vas a tomar como un desafío personal?

Lila parpadeó y levantó la mirada, encontrándose con Jay. El piloto de Aston Martin estaba frente a ella, con esa sonrisa tranquila que le era tan familiar, y una copa en la mano.

—Si lo dices en serio, lo tomaré como un cumplido —respondió, relajando ligeramente la postura. Miró la copa en su mano y luego lo señaló con un leve gesto—. Pero si estás bromeando, entonces deberías saber que puedo organizar algo aún más impresionante solo para demostrarte lo contrario.

Una pequeña sonrisa curvó sus labios, pero en su mente, ya había comenzado a hacer una lista mental de los eventos que podría organizar para sorprenderlo, solo por el desafío.

Jay se echó a reír, el sonido era bajo, pero lo suficientemente genuino como para que Lila sintiera que había ganado esa pequeña ronda.

—Oh, no me atrevería a subestimarte. Sé perfectamente de lo que eres capaz —respondió, con una sonrisa ladeada que mostraba que también había captado el reto en sus palabras—. Lo digo completamente en serio, esto es espectacular. Escuché que hasta Horner está impresionado, y eso ya es mucho decir.

Lila permitió que una pequeña sonrisa se dibujara en su rostro, apenas suficiente para mostrar que había agradecido el cumplido. No era de las que se dejaban llevar por los halagos, pero un reconocimiento de alguien como Jay, que sabía lo que se necesitaba para destacar, siempre era agradable.

—Bueno, si todos están tan impresionados como él, tal vez esta vez me den un respiro.
Aunque, sinceramente, no lo espero.

—¿Así que siempre estás buscando la perfección?

Lila lo miró por un momento, antes de responder con la sinceridad que solo unos pocos podían obtener de ella.

—Más bien, siempre trato de evitar que alguien tenga una razón para quejarse.

Él inclinó la cabeza, observándola con cierto interés.

—Eso suena... agotador —comentó, como si le estuviera dando vueltas a la idea.

La pelinegra se encogió de hombros, intentando restarle importancia a la percepción de Jay. No quería dar la impresión de que su trabajo era una carga, aunque lo fuera en muchos aspectos.

—Es parte del trabajo, y me gusta lo que hago. Además, alguien tiene que mantener el espectáculo funcionando mientras ustedes hacen su magia en la pista.

—¿Magia? —repitió Jay, arqueando una ceja. Se pasó la copa de vino entre las manos, jugando con el cristal antes de continuar—. Ahora sí que me estás halagando. Aunque, si soy sincero, creo que el verdadero espectáculo es este —añadió, haciendo un gesto amplio hacia la fiesta—. Nosotros solo damos vueltas en autos.

—Vueltas en autos que valen millones de dólares y tienen a medio mundo pendiente —contraatacó Lila, divertida.

Jay asintió, sin perder la sonrisa, aceptando la réplica sin tener mucho que agregar.

—No puedo discutir eso.

Estaba a punto de seguir hablando cuando, de repente, una voz conocida irrumpió en la conversación. Era el tono alegre de Heeseung, el piloto de Ferrari, que entre amigos siempre parecía tener energía para dar y regalar.

—¡Ah, la gran Lila Jin está de vuelta! —exclamó el más alto, mientras se acercaba con su característico andar relajado y dejaba una mano en el hombro de Jay. Su tono era amistoso, y la sonrisa que llevaba era la misma de siempre: cálida y fácil.

Lila giró la cabeza hacia él con una sonrisa en su rostro.

—Heeseung, qué tal. ¿Cómo estuvo el vuelo?

Él se encogió de hombros, como si todo hubiera sido perfectamente normal, y respondió con la calma de siempre.

—Bastante tranquilo, si no contamos los cinco minutos de turbulencia. —sus ojos brillaron con diversión cuando miró a Jay—. Aunque, parece que llegué justo a tiempo para evitar que este se metiera en problemas contigo.

El mencionado soltó una risa baja, cruzando los brazos y lanzándole a Heeseung una mirada de fingida indignación.

—¿Problemas? No, no, más bien estaba sumando puntos.

De inmediato, Heeseung se cubrió la boca rápidamente con una mano, fingiendo arrepentimiento, como si hubiera dicho algo completamente fuera de lugar.

—¡Oh! Cierto, ¡tienes toda la razón! Necesitas todos los puntos que puedas conseguir con ese auto tuyo —bromeó, doblándose un poco hacia Jay, lo suficiente como para hacer la provocación aún más evidente.

El pelinegro lo miró, entre divertido e incrédulo.

—¿De verdad vas a criticarme aquí, en medio de este evento tan profesional? —dijo, haciendo un gesto amplio hacia la fiesta que se desarrollaba a su alrededor. Luego, se giró hacia Lila, con una sonrisa traviesa apareciendo en su rostro—. ¿Y frente a Lila? Qué bajo, Lee.

—Eh, no lo tomes a mal. Sabes que eres el mejor piloto... cuando tu auto te lo permite.

Lila, que había estado observando la interacción desde su lugar, se cruzó de brazos mientras una sonrisa divertida se dibujaba en sus labios.

—Heeseung, ¿no te enseñaron a ser un buen invitado? Deberías estar elogiando, no desmotivando a tus colegas.

El mencionado la miró con un brillo divertido en los ojos, inclinándose ligeramente como si hiciera una reverencia exagerada.

—¡Mis disculpas, anfitriona! Prometo comportarme a partir de ahora.

Jay no pudo evitar rodar los ojos, pero la sonrisa en su rostro decía lo contrario. No se lo tomaba en serio, pero disfrutaba de la bromas tanto como los demás.

—Siempre tan encantador, ¿verdad? —le murmuró.

Por su lado, Lila dejó escapar un suspiro teatral, aunque no pudo evitar que la curva de su sonrisa se ampliara un poco.

—Como sea. Los dejo antes de que me hagan arrepentirme de haberlos invitado —terminó, con un toque de diversión, mientras
levantaba ligeramente la barbilla, dando a entender que ya había tenido suficiente de sus bromas.

Con un leve movimiento de cabeza hacia ellos, se giró y comenzó a alejarse, moviéndose con la misma confianza y gracia que había demostrado durante toda la noche. Ambos chicos la observaron en silencio mientras se perdía entre la multitud, dirigiéndose hacia otro grupo de invitados.

Entonces, el más serio de los dos chasqueó la lengua, mirando de reojo a Heeseung con una mezcla de leve desaprobación y diversión.

—Admito que esta vez fuiste gracioso, Lee.

Heeseung, sin perder la compostura, dejó escapar una sonrisa socarrona y le dio un ligero golpe en el brazo, como si la respuesta estuviera escrita en su rostro.

—Siempre lo soy —respondió con suficiencia—. Aunque, te diría que con Bellerose es más divertido intentarlo.

Jay bajó la mirada hacia su copa, girando el líquido ámbar lentamente. No hubo una respuesta inmediata, y por un instante, la ligera sonrisa de Heeseung desapareció, al darse cuenta de que algo en el aire había cambiado. Jay parecía más distante, pues la expresión en su rostro se volvió más cerrada, como si el comentario sobre Lila hubiera tocado una cuerda que preferiría no tocar.

Finalmente, después de unos segundos que se alargaron más de lo que ambos esperaban, Jay levantó la vista. Sus ojos se dirigieron hacia el rincón donde Lila se había perdido entre los grupos de personas, y una sombra de algo irreconocible cruzó su rostro.

—Si, supongo que sí.

Mientras tanto, Lila se había apartado de las miradas mientras fingía revisar la lista de asistentes en su tableta. Pasó los dedos por la pantalla, repasando nombres que ya conocía de memoria, usando el movimiento mecánico como una distracción. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que sintiera una presencia demasiado cercana.

El sonido de pasos deliberadamente lentos y un carraspeo exagerado rompieron la burbuja de concentración que había construido a su alrededor. Sin necesidad de levantar la vista, supo quién era, pero el inconfundible tono de la voz que le siguió confirmó su intuición.

—¿Ni siquiera un saludo? Qué desconsiderada.

Jake Sim.

Lila apretó los labios, resistiendo el impulso de rodar los ojos mientras alzaba la cabeza. Ahí estaba él, con esa sonrisa que no se molestaba en ocultar su arrogancia, parado frente a ella como si estuviera completamente en su derecho de interrumpirla.

—¿Qué necesitas? —preguntó, seria.

Jake dejó escapar una risa baja, claramente complacido con su reacción. Dio un paso más cerca, adoptando una postura casual con las manos en los bolsillos y la cabeza ligeramente inclinada hacia ella.

—"Necesitar" es una palabra muy seria —dijo, con una sonrisa que solo hacía que Lila quisiera terminar la conversación más rápido—. Tal vez solo quería ver si seguías siendo tan mandona como en Las Vegas. Ya sabes, nuestro momento especial.

Lila cruzó los brazos, clavándole una mirada que hablaba más de cansancio que de enojo. Al enfocarse en él, no pudo evitar notar el brillo de autocomplacencia en sus ojos y su postura relajada pero bien pensada, como si toda la situación fuera un juego para él.

—¿Especial? —repitió—. ¿Sabes que casi me haces perder mi trabajo?

El otro se encogió de hombros, con una expresión que dejaba claro que no le preocupaba lo más mínimo.

—Pero no lo perdiste, ¿o sí? —respondió, fingiendo inocencia—. Además, diría que ese caos fue el toque perfecto para una noche inolvidable.

Lila frunció el ceño, incrédula. No sabía si era el ego o simplemente su naturaleza, pero Jake parecía tener un talento especial para restarle importancia a todo, como si el mundo girara en torno a su propia burbuja.

¿Inolvidable? Claro, si se refería al desastre monumental que casi le cuesta todo.

—Vamos, ni siquiera habías tenido tiempo de encariñarte con el puesto como para que doliera perderlo —añadió.

—¿Eso crees? —le respondió de una vez—. Porque yo recuerdo que tú estabas a un mal comentario de quedar fuera de la rueda de prensa y de hacer que tu equipo quisiera colgarte.

Jake dejó escapar una risa corta, sin inmutarse por sus palabras.

—Y, sin embargo, aquí estoy.

Lila dejó escapar un suspiro lento, luchando contra el impulso de responderle algo que seguramente alimentaría aún más su arrogancia. Con él, discutir siempre parecía un juego perdido, porque todo lo tomaba con esa despreocupación que la sacaba de quicio.

—¿Sabes qué? —dijo al fin, girándose un poco hacia él—. Ve a hacer lo que sea que tengas que hacer, Sim. Yo tengo cosas más importantes que atender.

Sin esperar respuesta, le dio la espalda y comenzó a caminar, volviendo su atención a la tableta que tenía entre manos. Escanear la lista de nombres y números, aunque rutinario, era infinitamente más productivo que seguir su juego.

Así, a medida que avanzaba, su mente empezó a repasar los puntos críticos de la noche: las rotaciones del personal, los tiempos para servir las bebidas y el orden de los discursos que restaban. Pero apenas había recorrido unos metros cuando escuchó una carcajada baja a sus espaldas, seguida de un comentario en el tono burlón e inconfundible del australiano.

—Siempre tan profesional, ¿eh, Bellerose? Qué predecible.

Lila apretó los labios, frenando un instante en su paso, pero no se dio el lujo de mirarlo. Sus dedos se aferraron a la tableta, casi con fuerza, mientras forzaba a su cuerpo a seguir caminando tan solo un segundo después. Cada paso era firme, ya que su única misión en ese momento era no detenerse, o no perder el control.

Sabía que ignorarlo era la única manera de evitar que su paciencia se rompiera por completo. Y a pesar de eso, cada día le costaba más.

Su mandíbula se tensó involuntariamente, y su mente, sin quererlo, se llenó de pensamientos. "No lo soporto," pensó, mordiéndose el interior de la mejilla, como si eso ayudara a calmar la rabia.

Cualquier distracción era bienvenida en ese momento. No obstante, algo en su interior le decía que no importaba cuántas veces se concentrara en el trabajo, Jake siempre encontraba la forma de colarse.

¿Por qué tenía que ser tan difícil?

La fiesta estaba llena de gente
riendo, charlando y disfrutando, todos dispuestos a seguirle la corriente a Jake, a tolerar su actitud, pero por alguna razón, él siempre encontraba el momento perfecto para interponerse en su camino.

¿Qué tan difícil era simplemente mantenerse lejos de ella?

Resopló, apretando el puente de su nariz mientras trataba de relajarse. Sabía que ya tenía suficiente presión sobre los hombros para dejarse afectar por las constantes interrupciones del pelinegro. Aquella noche no era para lidiar con egos frágiles, mucho menos el momento de perderse en su juego.

Esa noche, Lila estaba decidida a que nada, ni siquiera Jake Sim con su sonrisa burlona y su actitud provocadora, fuera capaz de robarle la concentración.

Jake apareció de la nada, como si fuera dueño del lugar. Se acercó sin el menor intento de ser discreto, ignorando las normas de cortesía que la mayoría seguía. Sin un saludo, se dejó caer pesadamente sobre la mesa alta donde el piloto de Aston Martin estaba descansando, interrumpiendo de manera brutal la conversación relajada que este mantenía con otro miembro del equipo.

El hombre levantó la mirada con desdén, lanzando una mirada rápida y fría hacia el intruso, pero Jay, que ya se había dado cuenta de la presencia de Jake, simplemente arqueó una ceja, curioso por saber qué haría ahora. No era la primera vez que Jake irrumpía sin previo aviso, pero aún así, parecía que nunca iba a aprender a leer una habitación.

—¿Qué pasa, Jake? —preguntó, sin apartar la mirada de la copa en sus manos.

El mencionado, que parecía no notar la incomodidad de la situación, se pasó una mano por su cabello desordenado con un suspiro tan exagerado que ni Jay pudo evitar arquear una ceja. Era como si estuviera a punto de soltar una de esas observaciones que sólo él podría hacer, y efectivamente, lo hizo.

—¿Cuál es el problema de Bellerose?

Jay ladeó la cabeza, fingiendo no entender la pregunta mientras mantenía su expresión relajada, aunque por dentro ya intuía por dónde iba la conversación. No era un secreto para él que Lila y Jake no se llevaban bien, y si el tema ya había saltado, no iba a ser algo fácil de dejar pasar.

Mientras tanto, el otro miembro del equipo, que había estado participando en la conversación hasta ese momento, decidió que ya era el momento de retirarse. Con un murmullo bajo, se alejó hacia la barra sin necesidad de que nadie le indicara algo, quizás reconociendo la tensión en el aire.

—¿Qué problema crees que hay con ella? —respondió Jay, manteniendo la calma mientras su tono se volvía un poco más serio.

—¿Me odia o algo? —Jake se apoyó con ambos brazos en la mesa, como si realmente estuviera buscando una respuesta seria.

—No, seguramente no. Solo la desesperas constantemente.

Jake lo miró con indignación fingida, pero sus ojos no podían esconder esa chispa juguetona que siempre llevaba consigo.

—Vamos, no soy tan insoportable.

Jay tomó su copa y le dio un sorbo, disfrutando del pequeño espectáculo que se estaba montando ante él.

—Bueno, eso depende a quién le preguntes.

El menor frunció los labios, mientras sus pensamientos claramente iban perdiéndose en algún rincón a la vez que su vista se deslizaba hacia Lila, que desde su puesto de mando observaba a los camareros con una mirada tan precisa y calculada que casi parecía estar dirigiendo una operación militar en lugar de un evento social.

—Es tan... seria. Todo el tiempo —dijo finalmente, como si aquello fuera la única explicación válida a su desconcierto.

Jay levantó una ceja, sin dar señales de sorna ni impaciencia.

—¿Y eso te molesta porque...?

—Porque siento que está esperando que haga algo mal, como si estuviera buscando la oportunidad para regañarme. Es como tener una profesora estricta, pero sin los descansos.

Jay no dijo nada por un momento. Podía escuchar el tono genuino en la voz de Jake, pero también sabía lo que realmente estaba pasando. Lila no era estricta, solo eficiente. Quizá demasiado para el gusto de alguien como Jake, que disfrutaba de la imprevisibilidad y el caos.

Finalmente soltó una carcajada, genuina y despreocupada, mientras negaba con la cabeza.

—Mira, Jake, creo que simplemente haces exactamente lo que ella espera.

—Eso no ayuda. Estoy intentando entender por qué parece disfrutar tanto de odiarme —respondió sin alterarse, como si realmente no le importara, aunque había algo en su voz que dejaba claro que la curiosidad seguía allí.

Jay lo observó por un momento, disfrutando de la postura que su amigo solía adoptar ante cualquier situación incómoda. Luego se inclinó ligeramente hacia él, con su habitual tono relajado.

—Tal vez no se trata de que te odie. Tal vez simplemente no tiene tiempo para tus... juegos —dijo, alzando una ceja con media sonrisa.

Jake lo miró por un momento, sin prisas, sin apresurarse a defenderse. Su postura relajada indicaba que no sentía la necesidad de justificar nada, pero había algo en su expresión que sugería que la conversación no le era completamente indiferente.

—¿Y qué se supone que haga, estar serio todo el tiempo?

Jay lo observó por un momento, sin estar completamente seguro de si Jake realmente estaba buscando entender a Lila o simplemente disfrutaba del caos que se creaba alrededor de ella.

—No se trata de estar serio, Jake. Se trata de dejar que las cosas sigan su curso sin añadirles más ruido —dijo, sin mostrar mucho interés en seguir con el tema, pero dándole una respuesta que podía hacerle pensar un poco más allá de su punto de vista.

El otro lo miró con una leve sonrisa en el rostro, como si estuviera masticando la idea en su cabeza, pero sin hacer un gran esfuerzo por desmentirlo.

—Vaya, parece que he tocado un nervio —comentó.

Jay soltó un leve suspiro, apoyando el peso en una pierna mientras giraba la copa entre los dedos. Luego, sin mirarlo directamente, dijo con calma:

—Si quieres un consejo, mejor deja en paz a Lila y deja que haga su trabajo. Quizás así logres agradarle algún día.

Jake lo observó por un instante, como si estuviera procesando la sugerencia. Luego, arqueó una ceja y dejó escapar una risa baja, pensando que la sola idea era ridícula.

—¿Bellerose? ¿Que yo le caiga bien? —repitió, mirándolo como si acabara de decir la cosa más absurda del mundo—. No, amigo, eso sería un milagro.

La seguridad en su voz era casi entretenida, como si ni siquiera contemplara la posibilidad. Y, si era sincero, tampoco es que le preocupara demasiado.

El australiano soltó otra risa corta, pero sus ojos volvieron a buscar a Lila entre la multitud. No lo admitiría en voz alta, pero había algo en esa actitud impenetrable de ella que no dejaba de intrigarlo, y no podía decidir si eso era fascinación o simple frustración.

Por su lado, Jay, que no se perdía esos pequeños detalles, levantó una ceja con diversión.

—Claro. No te preocupas, pero sigues mirándola —comentó, tomando otro sorbo de su copa.

—Por favor. Solo estoy viendo si sigue demasiado ocupada como para disfrutar de su propia fiesta.

Jay lo miró fijamente con sus ojos entrecerrados y un leve destello de irritación. Había algo en la forma en que él hablaba de Lila que lo molestaba más de lo que quería admitir. No era solo que desestimara el trabajo de ella, era cómo lo hacía, como si todo lo que ella hacía estuviera vacío de valor, como si la organización de todo aquello fuera una tarea trivial.

Y él sabía perfectamente que no lo era. Sabía que Lila se dejaba la piel en cada evento, que su esfuerzo no solo se veía en lo que otros podían ver, sino en los pequeños detalles que ella controlaba para que todo funcionara sin que nadie se diera cuenta de lo que estaba en juego.

—Lila no necesita disfrutar de la fiesta para hacer bien su trabajo —añadió—. Pero parece que te resulta más fácil pensar que todo es solo una cuestión de gusto y no de responsabilidad.

El australiano no pareció afectado en lo más mínimo por el reproche. De hecho, se permitió soltar una risa baja antes de encogerse de hombros otra vez.

—Vamos, Jay, ni siquiera le gusta tanto su trabajo como para sufrir si algo sale mal.

Él arqueó una ceja, sin poder creer lo que estaba oyendo.

—¿No le gusta su trabajo?

—No de verdad —insistió Jake, con una seguridad que rozaba lo absurdo—. Vamos, ¿qué es lo peor que podría pasarle? ¿Que su papi tenga que comprarle otro evento para que juegue a ser organizadora otra vez? Al final, puede comprarle lo que quiera, ¿no? Hasta este mundo entero de la F1 si quisiera.

Jay lo miró fijamente por un momento, como si le estuviera dando la oportunidad de retractarse. Pero cuando el contrario simplemente tomó un sorbo de su copa con tranquilidad, el piloto de Aston Martin dejó escapar una risa incrédula y negó con la cabeza.

—Eres un idiota.

—¿Qué? —lo miró—. Solo digo la verdad.

—No, solo dices lo que te conviene creer.

Jake abrió la boca para responder, pero Jay ya no estaba prestando atención. En su lugar, sus ojos se dirigieron hacia la otra esquina de la terraza, donde Lila hablaba con un grupo de directivos. Su postura era impecable y su expresión neutral pero lo suficientemente atenta como para demostrar que no se le escapaba ni un solo detalle. Parecía completamente en control, como siempre.

Finalmente, el mayor dejó escapar un resoplido, girando la cabeza de nuevo hacia su amigo.

—Lila se toma su trabajo en serio porque alguien tiene que hacerlo. Mientras tú estás aquí bebiendo y entreteniéndote, ella se está asegurando de que todo esto funcione.

Jake bufó, sin molestarse en disimular su desdén. Enseguida bajó la vista a su chaqueta y comenzó a desenrollar una de las mangas con aire despreocupado, sin mostrar el menor indicio de que aquellas palabras le importaran.

—Somos los pilotos, Park. Sin nosotros, no hay carreras. ¿De qué sirve todo esto si no estamos en la pista?

—¿De qué sirve? —repitió Jay, incrédulo.

—Digo, ¿qué sentido tiene un evento como este si lo único importante son las carreras? Todo esto es solo una distracción, pura fachada. Ella debería adaptarse a eso, no al revés.

Jay dejó la copa en la mesa con un golpe más fuerte de lo que pretendía, sintiendo cómo las palabras de Jake empezaban a molestarle.

—Mierda, Jake, ¿de verdad piensas así?

—No veo por qué no debería.

—Porque si fuera por pilotos como tú, la F1 seguiría siendo un deporte de nicho y no un negocio multimillonario —espetó, cruzándose de brazos—. La gente no solo viene a ver autos dando vueltas en círculos. Vienen por el espectáculo. Por las historias y todo el circo que gira alrededor. ¿Y adivina quién hace que ese circo funcione?

Jake frunció el ceño, pero no respondió.

—Gente como Lila —continuó el mayor—. Sin ella y sin su equipo, tú no tendrías una maldita alfombra roja por la que caminar antes de cada carrera.

Jake rodó los ojos y tomó otro sorbo de su copa, saboreando el líquido sin ninguna prisa. Por su lado, Jay notó que su mandíbula estaba ligeramente tensa, como si sus palabras hubieran calado más de lo que él quería admitir.

—No es mi problema si le gusta estresarse por cosas que no importan —murmuró al final, mientras Jay soltaba otra risa corta, sin pizca de humor.

—Y luego te preguntas por qué te odia.

—¿Quién dijo que me lo pregunto?

Por un instante, el australiano pareció considerar lo que su amigo había dicho, pero la chispa despreocupada en su mirada nunca se desvaneció. En lugar de pronunciar algo más, tomó un último sorbo de su copa y dejó el vaso sobre la mesa con un leve golpe, como si ese fuera el final de la discusión.

Entonces, con la misma calma de siempre, dio un paso hacia Jay y apoyó una mano en su hombro.

—Te preocupas demasiado, Jay —dijo—. Tal vez deberías intentar divertirte un poco. Yo estoy aquí para correr, no para llevarme bien con la organizadora de eventos.

El joven apartó la mano de su hombro con un movimiento lento y deliberado, sin apartar la mirada de Jake. No había enojo en sus ojos, pero sí una advertencia silenciosa, como si le estuviera dando la oportunidad de retractarse antes de decir algo aún más absurdo.

Jake, sin embargo, no era del tipo que se contenía.

—Aunque... —arrastró la palabra, inclinando ligeramente la cabeza con un brillo burlón en la mirada—. Si no te conociera tan bien, pensaría que te llama la atención o algo así. La defiendes demasiado.

Jay parpadeó, sin esperar que la conversación tomara ese giro. Pero solo le tomó un segundo recomponerse. Dejó escapar una risa breve, seca, más para marcar distancia que por diversión genuina.

—¿Lila? —repitió, como si la idea fuera tan ridícula que ni siquiera merecía considerarse—. Claro que la defiendo. Alguien tiene que hacerlo, considerando que tú la tratas como si su trabajo no valiera nada.

Jake levantó las manos en un gesto inocente, aunque la sonrisa no abandonó su rostro.

—Eso no responde a mi pregunta. ¿Qué pasa? ¿Te gusta? —su tono tenía un matiz burlón, pero en sus ojos había un destello de reto, casi como si estuviera midiendo la reacción de Jay más que esperando una respuesta real.

El contrario entrecerró los ojos, cruzándose de brazos con calma, consciente de que no iba a caer en ese juego.

—¿Siempre tienes que convertir todo en un espectáculo?

—Relájate, hombre. Solo bromeaba —respondió, encogiéndose de hombros con aire despreocupado. Luego se giró, como si la conversación hubiera dejado de interesarle, pero antes de alejarse, lanzó una última frase por encima del hombro—. Aunque, si hay algo, no te preocupes. Tu secreto está a salvo conmigo.

El australiano no esperó respuesta alguna. Solo siguió su camino, desapareciendo poco después entre la multitud, mientras saludaba a algunas personas con su carisma habitual.

Por su lado, Jay lo siguió con la mirada por un momento antes de soltar un suspiro y llevarse la copa a los labios. No tenía sentido seguir pensando en lo que acababa de decirle. Y, sin embargo, sus ojos buscaron de nuevo a Lila casi sin darse cuenta.

Ella seguía concentrada en su tableta, deslizando los dedos por la pantalla con precisión, ajena a todo lo que ocurría a su alrededor. Había algo en la forma en que fruncía levemente el ceño, completamente absorta en su tarea, que hacía imposible ignorarla.

Jay tamborileó los dedos contra el cristal de la copa, pensativo. Luego, sin apartar la vista de ella, dejó escapar una breve risa, la cual fue apenas un murmullo para sí mismo.

—No, no es eso... —murmuró. Su voz sonó más baja de lo que esperaba, casi resignada. Entonces se llevó la copa a los labios una última vez antes de apartar la mirada. —Fue hace mucho tiempo.

Yujuuu, primer capítulo publicado 🥳
Tuve que escribirlo casi tres veces porque no terminaba de gustarme, y al final creo que quedó mucho más largo de lo que esperaba, pero bueeeh

Otra cosa, aunque no sé si alguien tenía la duda 🥸 El nombre de Lila se pronuncia así, tal cual, no "Lai-la" "Lei-la", o de cualquier otra forma que se les ocurra jsjsjs.

En fin, muchas gracias por leer este capítulo. Espero que les haya gustado, ¡nos leemos en otro! 💋

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