DEPORTIVIDAD

Estar en la sala de espera del despacho del director era muchas cosas, menos algo divertido. Y menos con una bolsa de hielo sobre la cabeza.

—Todo esto es culpa tuya, Dupain —le chinchó Chloé en un susurro bajo para que la secretaria no la escuchara.

—¿Quién te ha dado permiso para hablarme? —le atajó Marinette, imitando su entonación petulante.

—Ya ves, hay una cola enorme de fans tuyos esperando poder hablar contigo —ironizó Chloé.

—Aún siendo la última persona en la Tierra, no querría hablar contigo —señaló Marinette, molesta por el dolor de cabeza que parecía estar destrozándole el cerebro—. Cállate de una vez.

—Tú no me mandas a callar, Dupain.

—Señoritas —las llamó la secretaria, ni siquiera había levantado la vista del cuaderno en el que estaba trabajando, pero era obvio que el ceño fruncido si era por causa de ellas—. Aprovechen este momento para reflexionar, en silencio.

—Como si quisiera estar de charla con esta perdedora...—murmuró entre dientes Chloé.

Marinette la ignoró, demasiado incómoda por el dolor que parecía colarse por toda su cabeza. Igual que las raíces que crecían demasiado deprisa y fuertes, reventando el asfalto y las aceras, Marinette temió que en cualquier momento el cráneo se le fragmentara en mil pedazos.



—¿Por qué cada vez que vuestra clase tiene un problema, estáis vosotras dos implicadas? —preguntó el director en cuanto ellas se sentaron en las sillas frente al escritorio, como dos criminales a punto de ser juzgadas.

—¡No es culpa mía! —se quejó Chloé con una voz tan estridente que Marinette vio estrellas—. Ella estaba en medio.

—¿Es así, señorita Dupain-Cheng? —preguntó el director—. ¿Fue un accidente?

Marinette lo miró. No era la primera vez que acababa en el despacho del director por alguna encerrona que le había tendido Chloé. Siempre se quedaba callada, incapaz de mirarle. Sintiéndose débil y avergonzada, incapaz de enfrentar aquellos enromes ojos de lechuza que tenía. Así que siempre acababan dejando el caso como un simple malentendido y lo dejaban correr. Pero a Marinette le dolía demasiado la cabeza para dejar que Chloé llenara aquel cuarto con su discurso pretencioso. Le dolía demasiado para quedarse en silencio. Le dolía demasiado para darle un segundo más de victoria que impidiera que la llevaran a Urgencias.

—No, no lo creo —aseguró Marinette, recolocándose la bolsa helada.

—¡Eres una mentirosa!

—Señorita Bourgeois, por favor —le pidió el director, aunque fue más bien una orden muy educada.

Chloé se mordió el labio inferior, molesta, sin dejar de fulminar con la mirada a Marinette.

—Continúa, por favor —le pidió el director a Marinette.

—Estábamos jugando un partido de baloncesto...



Contra todo pronóstico, presentimiento e instinto conocidos a Marinette le gustaba el deporte. Más bien le gustaba participar y jugar. No era especialmente competitiva, pero disfrutaba de poner en marcha un buen juego y dar lo mejor de sí. Así que cuando se dividieron en equipos para poder jugar a baloncesto en la cancha del instituto, Marinette estaba entusiasmada.

O lo había estado hasta que Chloé la derribó en los primeros cinco minutos.

—¡Uy, perdón! —se disculpó Chloé—. Fue sin querer.

—Sí, claro —murmuró Marinette, poniéndose en pie.

—Ten más cuidado Bourgeois—le recordó la profesora—. A la próxima te pongo una falta.

—Sí, profesora —accedió con una sonrisa radiante y obediente que puso a Marinette de malas.

—¿Estás bien? —le preguntó Alya, que estaba en su equipo.

—Sí, sí, es solo un raspón —aclaró Marinette.

—Pensé que se relajaría contigo después de la dinámica del cambio de ropa, pero se ha puesto peor.

—Eso es por tu gran bocota —se quejó Alya—. Después de que dijiste aquello en clase, Chloé ha vuelto a las andadas.

Nino suspiró y se masajeó el cuello, incómodo.

—No es culpa suya, Chloé habría vuelto a ser Chloé en cualquier momento.

—¡Vosotros tres! —los llamó la profesora—. ¡El partido es para todos, moveos!

A partir de ese momento, Chloé había aprovechado cualquier ocasión en la que la profesora no estaba mirando para hacerle placajes ilegales a Marinette, ponerle la zancadilla o tirarle de la ropa para evitar que tuviera el dominio en la pelota. Mylène, pese a que era del mismo equipo que Chloé, se había puesto en medio en más de una ocasión para evitar que hiciera de las suyas, aunque no siempre funcionaba.

Aún así, Chloé no había conseguido evitar que Marinette lanzara la última canasta y conseguir la victoria para su equipo, aunque definitivamente lo había intentado.

Alya abrazó a Marinette y la aupó igual que hacía su hermana con ella cuando estaba muy entusiasmada. Muchos compañeros de ambos equipos se acercaron para felicitarla por conseguir aquel tiro difícil, salvo Chloé, que se mantuvo a distancia, botando la pelota. Estaba molesta. Mucho. Tanto que le había subido el calor al rostro.

—¡Con esta porquería de equipo, es imposible ganar nada! —maldijo Chloé, atrayendo las miradas de sus compañeros. Aunque no lo suficientemente rápido.

Chloé botó la pelota con ganas y la lanzó, dándole de lleno a Marinette en la cabeza.

—¡MARINETTE! —la llamó Alya, alarmada.

—¿Qué pasa? —preguntó Marinette, perpleja. Ella no había sentido nada—. Pero si estoy bien...

No había terminado de decirlo cuando se desplomó como una marioneta a la que le habían cortado las cuerdas.

—¡¡MARINETTE!!



—¡Esa es solo su versión! —se defendió Chloé ante el director, poniéndose en pie y golpeando el escritorio con las palmas abiertas—. ¡¡Y una plagada de mentiras!!

—Siéntate, Bourgeois—ordenó el director—. ¿Y según tú qué pasó?

—Jugué como cualquiera de mis compañeros, para ganar —aseguró Chloé—. Y es un deporte de contacto, ¡los choques suceden!

—¿Y estar a punto de estrangularme con mi propia camiseta es un choque? —preguntó Marinette.

—No me seas dramática, ¡solo estás soltando lágrimas de cocodrilo para que te tengan pena!

Marinette se guardó la respuesta que tenía en la punta de la lengua porque el director la interrumpió.

—¿Y lo que sucedió después del partido? ¿Qué explicación tienes para eso?

—Fui a recoger la pelota, jugué con ella y se me escapó, los accidentes ocurren —dijo Chloé con un encogimiento de hombros—. No es culpa mía que Marinette estuviera en medio.

—Ahora resulta que es culpa mía que hayas estado a punto de romperme la crisma como quien casca un huevo.

—Silencio las dos —ordenó el director—. Este es un asunto muy serio y pienso hablar con todos los implicados. Llamaremos a sus tutores para que estén al corriente...

—¡Pero si no he hecho nada!

El director hizo caso omiso de la interrupción de Chloé y continuó.

—En cuanto lleguen tus padres, Dupain-Cheng, serás llevada a Urgencias, ¿de acuerdo?

Marinette hizo el vago intento de asentir, pero le dolía tanto la cabeza que cualquier movimiento era una tortura.

—Y tú, Bourgeois, quiero dejarte algo muy claro. Ya se deba a que tu arrebato fuera un accidente o un acto de violencia intencionado, la realidad es que tu falta de deportividad ha causado daños en tu compañera y por ello se decidirá un castigo en consecuencia.

—¡Eso no es justo!

Miércoles, 16 de marzo de 2022

¡Hola de nuevo, lindas flores!

Pues ya vuelvo a estar al día. A ver si me dura lo que queda de reto.

Con esto y un bizcocho, ¡nos leemos mañana!

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