5. Conociendo al prisionero

Había abrazado mis piernas y metido la cabeza entre ambas por más de dos horas. Mis lágrimas no habían parado desde que había llegado a la zona de descanso sana y salva. La gélida brisa se había hecho más violenta y la noche había oscurecido más la cueva. Mi piel se había erizado de nuevo, presa de las gotas que hacían ese eco que detestaba.

Esta era la soledad que había deseado no enfrentar sola.

¿Sola? Mi héroe no había aparecido por más que le había gritado, llamado y chillado para que viniese.

El tiempo primero había oscurecido cualquier pizca de gratitud que le había tenido, pero más tarde mis más locas ideas desvanecieron su posible abandono. ¿Qué tal si realmente no había anhelado separarse de mí? ¿Qué tal si simplemente se había caído de nuevo al precipicio? Aquella macabra idea llegó entonces a mi mente. Aquello podría haber sido posible. Es decir, cargar con una damisela desmayada y subirla por una gigantesca muralla hubiese sido imposible incluso para alguien musculoso, ¿podría haber sido posible que se hubiese sacrificado para mi supervivencia?

Los colores que me ofrecía la piedra de navidad no parecían alegres en estos momentos. Cuando toda una multitud la observaba y risas se escuchaban a su alrededor, la zona de descanso era cálida y acogedora; pero ahora, ahora no. Si la veían a como la veía yo, aquello se convertía en una fuente de depresión. La roca grande nunca respondía para consolarme así que con tan solo estar ahí, hacía de la fogata artificial alguien insensible y gris que me acompañaba en el funeral que duraría seis largos y solitarios días.  

Sabía que era egoísta en pensar solo en mí, pero realmente era lo único que por mi cabeza pasaba. ¿Y si mis padres no podían entrar? ¿Y si me daban por muerta? ¡Tendría que esperar realmente seis días para poder regresar! Pasé saliva intentado calmar aquellos ataques paranoicos que me querían ver enloquecer.

¿Realmente me estaba pasando todo esto?

Los colores rojizos, azules y amarillentos del árbol de navidad bailaron en mis ojos. Me recordé a mi misma recibiendo un regalo y a mi padre a mi lado, sonriéndome. ¿Qué había sido aquello que me había obsequiado? Me quedé ida, absorbida e hipnotizada por unos cuantos instantes. Pensante y en silencio.

Duré en esa posición por varios minutos… minutos en donde el presente nunca había llegado a mi cabeza y me había quedado en un estado de retardo absoluto. Aquello me había hecho descomponerme por dentro de a poco, porque justo en ese momento, recordé lo poco que aludía de la navidad del año pasado e inclusive de los otros años consecutivos.

¿Qué había sido de aquel regalo?

Las horas pasaron con lentitud y la sed pronto tocó a la puerta. Aquello fue precisamente lo que me hizo volver en sí y mirar a los lados para encontrar algo que tomar. Sabía que estaba sola y que un bote de agua no era exactamente lo que iba a encontrarme. La oscuridad de la cueva iba a traerme problemas en el camino. Tenía frío, mi celular estaba casi sin pila y estaba segura de que podría perderme si me movía de aquel lugar en donde la piedra que aparentaba ser amigable, bailaba en colores primarios.

¿Qué debía de hacer entonces? Podía ir y hacer lo correcto, que era el buscar de nuevo a quien me había rescatado de la muerte segura y enfrentarnos a los problemas juntos; pero por otro lado, era pensar egocéntricamente y buscar mis prioridades. Si iba al precipicio, estaba aún esa posibilidad de que cayese de nuevo y no estaba del todo segura si sobreviviría de nuevo a una experiencia como esa. Además, había un ochenta por ciento de que el chico o chica ya estuviese muerto. 

—¿Qué hago? —solté mientras suspiraba. Quien me había salvado podría haber podido no ir a rescatarme y pensar de la misma forma en la que yo estaba haciendo. Suspiré—. Estás loca Emily…

Me paré del lugar, aun impresionada de que mi pie no doliese en lo absoluto. Brinqué inclusive múltiples veces, pensando que lo que había pasado había sido solo un sueño y que me estaba volviendo loca en realidad… pero mis ropas y mi rostro sucio indicaba lo contrario. Yo si me había caído y si, mi pie estaba como nuevo. Respiré extrañada, pero sin dejar que aquello retrasase lo destinado, volví a subir la grande piedra que separaba el camino correcto del que no lo era.

—Estás loca, estás loca —repetí en mi mente—. Solo tú harías algo como esto por alguien que no conoces.

Con el terror tambaleando mis piernas y las luces incandescentes pegando en mi espalda, emprendí de nuevo el viaje al lugar que más pavor le tenía ahora. Las luces que al principio me habían parecido interesantes y que yacían aun prendiéndose y apagándose en el fondo del camino, me hicieron agitarme esta vez con miedo. La excitación de explorar lo inexplorado había desaparecido porque si bien no quería recordarlo, por ahí yo casi había fallecido.

Aquel pensamiento me hizo dudar mis acciones, pero al recordar lo que la amable persona tal vez había hecho por mí, me hizo reanudar mis pasos al frente. Era de locos, pero realmente volvería al precipicio.

—¿Estás ahí? —chillé intentando no alejarme mucho de los focos—. Si hay alguien ahí, conteste…

Mi cuerpo vibró de miedo y la brisa fría me hizo pegar un suspiro congelado. La negrura del lugar me provocó un escalofrió y me hizo recordar la entidad que me acosaba cuando estaba casi muerta. ¿Estaría aún ahí abajo? Agité mi cabeza para olvidarme de eso. Si estaba mi héroe moribundo en el pozo, respirando aunque fuese un poco, lo que estaba ahí conmigo se lo podía comer.

—¿¡Estas ahí!? —grité de nuevo—. ¡Dime que estás vivo!

El silencio lo inundó todo tras mi aullido. Las luces que parpadeaban parecieron monótonas dentro de tres minutos de calma. Nadie me respondió. Tragué saliva algo decepcionada de mi misma porque el miedo que se apoderaba de mi cuerpo, me superaba con creces. Si no fuese tan cobarde, podría ir y fijarme, pero no podía moverme. Tenía pánico de encontrarme con la misma suerte y quedar atrapada para siempre en ese hoyo que yacía más al frente.       

Me masajeé la sien, intentando pensar en algún plan de rescate. Buscar una cuerda, gritar aún más fuerte. Pero entonces me detuve, ¿Qué tal si eran solo ideas mías? ¿Qué tal si no había nadie a quien rescatar?

Dejé de pensar, aún confundida. Pensante y estresada. ¿Qué debería de hacer? Podía seguir gritando, pero ¿qué tal si el animal venía por mí?

Tras un minuto de silencio, aquello que venía pensando desde hacía ya un buen rato, pareció escucharme. Un gutural sonido sordo lo deshizo todo. Mis pensamientos, mi valentía. Todo. Miré hacia el frente, suponiendo que un terrible animal saldría de la oscuridad para matarme. Mis pies se hicieron gelatina y sin poder evitarlo, di varios pasos imposibles hacia atrás mirando aún hacía el frente. Aquel sonido no habían sido de gotas de agua. No. El sonido había venido de piedras moviéndose… de grandes piedras moviéndose.

—¿Estás ahí? —Aún y así susurré a la oscuridad—. ¿Estás… estás ahí?

Una mano pesada tocó mi hombro justo después de decir aquello. Pegué el grito de mi vida y mis piernas se tambalearon. Me dejé caer de nuevo en el piso. Llorando pero protegiendo mi cabeza de lo desconocido.

—¡No me mates! ¡Por favor, no! —lloré incontrolablemente, sabiendo que lo que fuese que estuviese atrás de mí, estaba aún ahí mirándome.

No llores

Dejé de respirar al escuchar esa voz ronca, humana y masculina. Mi cuerpo paró de temblar y se giró para ver si no era una locura mía. Ahí, justo frente a mí, un chico de cabello oscuro y ojos muy blancos, me miraba desde las alturas.

—¡Oh por Dios! Gracias al cielo —Me tapé los labios llena de alivio y melancolía, llorando de nueva cuenta por cómo había aparecido y asustado al mismo tiempo—. Pensé que estabas muerto.

Aún no lo estoy…

Solté una media sonrisa rápida al escuchar aquellas frías palabras. ¿Era sarcástico el tipo? Me quedé en el suelo sucio, esperando decir algo para contraatacar, pero mis instintos me detuvieron. Por alguna razón, sentía que estábamos aún en peligro.

—Es mejor salir de aquí —susurré hacia el chico que no veía del todo bien—. Hay un animal ahí abajo.

El chico no dijo nada más y dándome la espalda, comenzó a caminar. Mi cuerpo se accionó casi al instante y, levantándome tan rápido como pude, llegué a su lado para pisarle los talones.

El camino fue más silencioso de lo que había pensado que sería. ¡El acababa de encontrarme y no me preguntaba nada! El silencio reinó durante unos pocos cinco o diez minutos de recorrido. Yo miraba su espalda ancha y la camisa desgastada que traía consigo. Parecía sucia, rasgada, algo vieja incluso.

—Gracias por rescatarme —comenté antes de que se me olvidase—. Sin ti, podría haber muerto allá abajo.

De nada —Aquél chico no volteó a verme. No se detuvo y no dijo nada más.

Sonreí incomoda, esperando a que con aquel gesto el entendiese mi estrés y comenzase a hablar de nuevo, pero simplemente quedó su silencio y mis nervios en el aire porque aquella voz que había sonado tan distante como si en realidad él nunca hubiese despegado sus labios, no volvió a escucharse.

¿Qué le pasaba? ¿Estaba lastimado a caso?

Caminamos sin hablar hasta la piedra que brillaba en múltiples colores. Nos detuvimos justo al brincar la piedra que separaba el camino correcto del incorrecto y fue entonces que, cuando él se dio la vuelta para ayudarme a bajar, pude ver realmente a mi salvador.

Su cuerpo era alumbrado levemente por colores básicos del arcoíris. Un cuerpo que básicamente era delgado pero no necesariamente sin músculos. De complexión estándar y nada del otro mundo. Nada si no fuera por su bello rostro. Aquel rostro de finas facciones que me había dejado sin habla. Tal vez eran las luces pero denotaba una nariz perfecta y un tono de piel bastante pálida. Su cabello incluso parecía del otro mundo. No sabía si era de los tipos que se pintaban el cabello o si eran lunares de nacimiento, pero en su melena oscura había tres blancos mechones de pelo que caían sobre rostro. Ese rostro en donde un par de orbes bastante claras adornaban sus ojos que se alucinaban blancos.

—¿Eres albino? —pregunté casi al instante, después de que me ayudase a bajar a la zona de descanso.

Aquel chico me miró por primera vez y con un rostro severo y ciertamente neutro, negó la pregunta casi al instante. Bajé la cabeza de manera sumisa, sabiendo tal vez que estaba siendo demasiado molesta. ¿Pero que tenía de malo? Estábamos solos, atrapados.

—¿Cómo te llamas?

Neo.

—¿Neo? —Repetí su nombre en mi mente una y otra vez—. Qué bonito nombre tienes…

Aquel chico me miró con aquellos ojos blancos una vez más sin entender lo que decía. Aquel gesto me hizo ruborizarme, tener un color rojizo en mis mejillas. Caí en cuenta de lo que acababa de decir. No éramos siquiera amigos como para andar hablándole de aquella manera. Seguramente ahora creía que era algo rara.

—¡Lo siento! —chillé, separándome algo de él—. Yo solo…

Sus ojos volvieron a mirar mi cuerpo, sin sonreírme pero aún confundido.

—Ya sabes, estamos aquí. Tu y yo, atrapados… yo —traté de dar una buena explicación del porque mi extraño comportamiento—. Estoy algo alterada, es todo…

No importa.

Neo se fue hacía aún lado, sentándose sin verme. Aquella voz ausente me desanimó de alguna manera. La terrible vergüenza que tenía quedó en el finito aire y aquello que había hecho o dicho, se le restó importancia. Mi corazón se calmó, agradeciéndole a Dios que no pasase de mí como si fuese un bicho raro.

Me senté justo frente a él, intentando pensar claramente.

—A todo esto, ¿cómo terminaste aquí? —Traté de entablar alguna conversación.

Neo no contestó.

—¿También estabas explorando?

Sus ojos se posaron sobre los míos, como si estuviese pensando en la respuesta y como si, al mismo tiempo, no quisiese hablar de ello.

—¿Qué haces tu aquí? —Neo habló, fuerte y claro. Regresándome la pregunta sin sonar enojado o curioso.

¿Sería que él era el guardia de la cueva? ¿Le había tocado el turno de noche? Con aquello en pensamientos, mi boca se aflojó como si estuviesen regañándome. Tenía que empezar a hablar para reconocer el error que había cometido.

—Bueno, nunca creí que tener una pequeña aventura me saliese tan mal —aclaré sin mirarle—. Como ya deberás de estar enterado, por andar jugando, me caí en el precipicio. Tú me salvaste y henos aquí.

Neo accedió con un leve movimiento en su cabeza y, sin decirme nada más, guardó silencio.

Aquello me había dejado más que confusa. Si hubiese sido una persona normal y corriente, hubiese enloquecido y posiblemente me hubiese preguntado o hasta exigido la respuesta del por qué me hallaba jugueteando en una cueva peligrosa o sobre el por qué había cruzado los pases de restricción. Al menos me hubiese preguntado mi nombre, de donde venía y si me encontraba bien. ¡Pero nada! Neo no dijo nada. Ni siquiera parecía importarle.

—¿No me vas a preguntar? —solté tras unos cuantos minutos de silencio.

Volvió a poner aquellos ojos blancos sobre mi cuerpo, aquellos ojos desinteresados que me volvieron más que loca.

—¿Qué cosa?

—¡No se! —chillé—. Tal vez el… ¿por qué estaba jugando en la cueva? —dije, casi desesperada por la indiferencia.

—No.

—¿No?

—No.

Pase saliva, respiré lentamente y parpadeé un par de veces al escuchar su respuesta.

—¿Por qué no? —pregunté aun mas confundida y un tanto altanera.

—¿Quieres que lo haga? —soltó, preguntándome aquello sin algún gesto en su rostro pálido y con un tono de voz grave y un tanto ausente.

La verdad es que no quería que me preguntará pero si me sentía exasperada por su actitud. Él era un chico bastante guapo pero era un tanto frío. Me crucé de brazos, sabiendo que me había ganado en la indiscutible pelea.

Suspiré mientras me sentaba algo enojada y le miraba por el rabillo del ojo. Al menos, incluso aunque pareciese utilizarlo, mi fobia desaparecería al estar con él y podría respirar. Dormir. Estaba bastante cansada y suponía que, antes de que llegarán mis padres para sacarme de esa helada y silenciosa cueva, Neo y yo terminaríamos siendo amigos como lo había hecho con Erick.

Pero fue diferente.

Pasó el tiempo lentamente y lo que yo creía que se volvería una plática agradable se había conservado como un silencio horrible que me desesperaba a cada segundo que me inundaba más en él. Neo se había quedado ahí sentado, mirando los colores que radiaba la roca en forma de árbol por más de tres horas y nunca había volteado a verme, como si ni siquiera existiese o estuviese junto a él… atrapado en esa gélida madriguera.

—¿Qué te pasa a ti? —grité tras otras dos horas de silencio.

Su rostro se giró finalmente hacia mí una vez más.

—¿Qué me pasa a mi? —soltó en un tono indiferente y muy serio.

—¿Qué nunca dices o haces algo? ¿No se supone que trabajas aquí o algo por el estilo? —chillé como toda una loca, ya envuelta en la intranquilidad y el desespero.

—¿Trabajar?

Le miré bastante enojada. ¿Quería hacérsela de gracioso?

—¡Si, trabajar! Hacer una actividad a cambio de dinero —suspiré en un tono enfadado tras la explicación. Su sarcasmo incoherente no era gracioso.

—No.

—¿No, qué?

—Yo no trabajo aquí.

Guardé silencio, mirándole algo sorprendida.

—¿Entonces te perdiste al igual que yo?

No. —Respondió secamente después de unos cuantos segundos de silencio.

—¿Entonces… qué haces aquí? —pregunté esta vez más tranquila y con un tono de voz más confundido.

Mi voz viajó entre la oscuridad y entonces se hizo un silencio molesto.  Sentí como una brisa recorría mi espalda, erizándome aún más la piel. Meciendo mí cabello de un lado al otro, como si aquello me precaviera que algo malo estaba por ocurrir.

Neo volteó a verme con un brillo extraño en sus ojos blanquecinos y sin titubeos, me lanzó aquellas palabras que, al principio, me hicieron reír bastante. 

                     “Yo aquí duermo, despierto y me alimento…”

¡Hola! De nuevo estoy editando la historia bastante y por todas las chicas que me ayudaron del club de lectura, he hecho bastantes arreglos. Espero que si puedo, pues tengo que acabar primero Era vampirica y otras obras que tengo pendientes, pueda subir más capitulos de esta historia. Un beso enorme y gracias por leer. <3 

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