3. La curiosidad mató al gato
Guardé el pequeño papel dentro de mi pantalón de mezclilla, porque aunque no sabía cuando, estaba más que segura que pronto lo llamaría. Erick había resultado ser una persona realmente divertida y segura con la cual hablar. Además, era bastante guapo y ciertamente simpático. Bueno para contar historias de terror e interesante de escuchar. ¿Qué más podría pedir?
Observé embelesada el cómo se alejaba y reunía al grupo, que aunque difícil, terminaron por despegarse de mi madre, el caricato.
—Mama, ¿podrías dejar de hacer eso? —pregunté un tanto molesta una vez que terminó de firmar la ultima libreta del niño más pequeño del grupo. Había hecho una infinidad increíble de autógrafos personales.
—¿Hacer qué, amor? —Mi madre soltó aquello con una sonrisa de felicidad en su rostro, mientras volteaba a verme aún con la pluma entre su mano.
Rodeé mis ojos en señal de cansancio, pues aunque fuese una situación poco común, yo ya estaba acostumbrada a esto. Siempre pasaba. Mi madre comenzaba con su roll de bromas —en las que casi siempre me incluía a mí como objeto de bullying—, y las personas creían que era un tipo de payaso súper poderoso que los hacía reír de a gratis. Era increíble, pero incluso había habido veces en donde managers del entretenimiento acudían a ella para solicitar su participación en programas recreativos. Uno de ellos, en medio de su necedad, se sacó los papeles de la manga y rogó, tendido al suelo, para que por favor se uniera a su cadena de televisión.
Extraño, pero realmente pasó.
Aquella vez, mi madre tuvo que sacárselo de sus piernas. El hombre se aferró a diestra y siniestra y tuvieron que llevárselo del restaurante en donde comíamos, donde todo eso pasó.
Mi madre normalmente los rechazaba con gentiles palabras y siempre me usaba a mí como excusa; algo que había provocado algunas horribles miradas a mi persona, pero que le había funcionado de maravilla. Al final de esos días, ella siempre se quejaba del por qué no venían las agencias de modelaje a reclutarla y que estaba cansada de aquellos tipos que trataban de llevarla como bufón ante las cámaras.
—¿Ya tenemos todos otra vez las pilas cargadas? —Erick me sacó del trance—. ¿Ya no están cansados?
Observé a unos cuantos niños acercarse al rubio, otros tantos seguían mirando a mi mamá. Erick siguió haciendo señales para que nos aproximáramos a él. Caminé un poco hacia al frente, inclusive si mi padre o mi madre quedaban atrás. La fila volvió a formarse y, por extraño que lo parezca, la gente volvió a quedar como inicialmente habíamos estado. Mi madre esta vez no había empujado a nadie y pasivamente quedó al final. Volteé hacía atrás, mi padre agitó su mano para que volviera a su lado. Me encogí de hombros y, algo triste porque no podría acercarme a Erick para por lo menos charlar durante lo que quedaba del paseo, volví a mi lugar.
—Chicos, ¿cómo se la están pasando? —El rubio gritó en voz alta para que todos oyésemos.
Todos los niños pequeños saltaron de felicidad y los padres mostraron una que otra sonrisa. Uno que otro mencionó la atracción principal, esa que mi madre ansiaba más que todos. Erick rió un poco, atrapado sobre el qué y qué no decir. Sonreí al verlo en problemas. Era divertido escucharle inventar historias tontas para zafarse del problema.
—Para el sarcófago falta poco menos de diez minutos —aclaró antes de que comenzara el tumulto—. Pero, ¿es qué no quieren saber nada sobre el infierno...?
La gente dejó de preguntar sobre la última atracción y, ya emocionados por solo el nombre de la siguiente piedra, pidieron pronto que avanzásemos con el viaje. Erick volteó a verme y suspirando alegre por haberse librado de una buena riña, me sonrió tontamente.
—¿Qué le hiciste para engatusarlo? —escuché un susurro en mi oreja—. Si supiese la bruja amargada que eres, no caería tan fácil en tus garras.
Volteé a ver a mi madre, esa que miraba al guía volver a ponernos en marcha. Por alguna extraña razón, aquello no me había molestado más de lo que siempre hacía. Y no era por estar distraída, sino más bien porque ya me lo esperaba.
No era que le desease algún tipo de mal a mi madre, pero a veces anhelaba que fuese una señora común y corriente; que en vez de pelearse conmigo como si fuéramos dos adolescentes en medio de la pubertad, me diera alguno que otro consejo como las típicas mamás hacían; que me escuchase o que simplemente me regañase por las cosas malas que hacía, ya que nunca lo había hecho. Simplemente le restaba importancia y me dejaba volver a hacerlo una y otra vez. Algo no muy típico para una mujer adulta.
.
Respiré profundamente tras el paso de cinco largos minutos. Aunque Erick hacía sus mayores esfuerzos para hacerlo todo interesante y ciertamente espeluznante, este paseo ya me estaba resultando algo aburrido. No era interesante saber que todos los cuentos y mitos que soltaba el guía eran más bien historias creadas por los administradores. ¿Un hombre muerto? ¿Una mujer perdida? ¡Sí, claro! Y yo era caperucita roja.
La verdad era que, si no fuese por el simpático amigo que había hecho y el teléfono que había conseguido, hubiera pataleado y chillado como una magdalena. Ahora mismo pensaba en lo que realmente me estaba perdiendo allá afuera. El sol de este día seguramente era hermoso, grande y caluroso y yo estaba aquí, muriendo de frío en una cueva que, simple y sencillamente, no valía el dinero que habíamos pagado por entrar en ella. Este sería, si no fuese por los cuentos inventados y las mujeres que se creían todo, el lugar más aburrido que he pisado en todos mis diecisiete años de vida.
Las piedras de apariencias extrañas me habían dejado de impresionar desde la tercera atracción y las historias de terror no me inducían miedo. ¿Qué quería entonces? Deseaba ver algo de acción, oler misterio, algo así como... terrorífico, que me impresionara. Ansiaba al menos ver algo, cualquier cosa. Sombras o tal vez eso que Myriam había inventado. Aspiraba por algo que me aportara un buen sabor de boca. La cueva era hermosa por sí misma, pero en realidad muy inapetente para una persona de mi calibre. Yo necesitaba de algo que me dejase con piel de gallina. Me encantaba la aventura y la adrenalina.
—¿Emily? —Mi padre me llamó con un sutil susurro—. ¿Estás bien?
Escuché sus pasos acercarse. Por andar soñando despierta, la fila me había dejado atrás y mis padres estaban ya como a cuatro metros de distancia.
Suspiré amargamente, sabiendo que lo que ambicionaba nunca se iba a cumplir. Este lugar no iba a cambiar. Sería aburrido de principio a fin. Así que con un largo suspiro y mis pies comenzando a moverse, escuché entonces ese sonido. Ese crujido que había intentado olvidar.
Me petrifiqué al acto y oí de nuevo el grito de mi padre nombrarme a lo lejos. No contesté pues pasé saliva algo atemorizada. Aunque no lo había deseado, había desatendido aquel asunto. Erick me lo había dicho. Según él, realmente algo o alguien estaba aquí.
Sentí de nuevo aquella mirada en mi espalda y tuve un largo y fino escalofrió. ¿Qué era? ¿Quién estaba ahí? Volteé hacia tras sin pensarlo, mientras cerraba la boca para que mi respiración alterada no se escuchase de más. Mi corazón bombeaba y pegaba en mi pecho con locura, pero cuando quise hacerle frente a lo que estuviese ahí, encontré aquello que me dejó helada.
No muy lejos de la zona de descanso, había un pasillo que tenía unos focos antiguos, muy parecidos a los que colgaban en las minas del siglo diecinueve.
Mi rostro dejó de mostrarse horrorizado y pasó de un terrible susto a una mirada curiosa. ¿Qué había en ese lugar?
—Emily —Mi padre ya había llegado a mi lado—. ¿Estás bien?
Miré hacia el frente, con una increíble idea en la mente.
—Papá, no me vas a creer esto. —Reí como boba—. Me... me olvidé el celular. ¡Sí, eso! Mi celular.
Mi padre volteó a verme y dejó de sonreír. Yo hice lo mismo, tratando de hacerme notar seria y ciertamente angustiada por la mentira muy mal formada que había hecho.
—¿Tu celular? —Mi padre sonó desconfiado—. ¿Cuándo lo has sacado?
—¡Hace un momento! —contesté tan rápido como pude—. Me gustó la piedra de la zona de descanso, así que quise tomarle una foto. Supongo que cuando lo hice, lo dejé sobre la piedra donde estaba sentada.
Me mordí mis labios para que pensase que estaba realmente afligida, miraba incluso hacia atrás como si quisiese salir corriendo al lugar.
—¡Anda, papá! Solo me tardaré cinco minutos —rogué por mi vida. Anhelaba entrar en ese lugar; cruzar las cintas policíacas.
—No puedes andar por allá sola.
—¡Te juro que voy a regresar en cinco minutos! Solo cinco. ¡Por favor, papá, por favor!
Mi padre me miró de nuevo y yo volteé hacia atrás para que no descubriese las sonrisas traicioneras que se me querían escapar de los labios. Escuché un leve silencio y mi rostro se mutó en un berrinche sin palabras. Si no podía investigar un poco aquel pasillo, iba a morir de curiosidad.
—¡Amor! —Mi madre interrumpió nuestra pequeña plática con un gran grito—. ¡Apresúrate! Hay una piedra en forma de oveja...
Pude escuchar de mi papá un suspiro vencido. Volteé a verlo con estrellas en los ojos. ¿Sería posible...?
—Te esperaremos en la siguiente atracción —soltó serio y algo enojado—. Si no regresas en cinco minutos Emily, yo mismo vendré a buscarte.
Le di gracias a Dios por tener una madre tan insoportable como la que tenía y sonriendo como loca, salí corriendo del lugar. Mi padre volvió a recordarme el tiempo que tenía pero, aunque repetí sus palabras en voz alta, supe de inmediato que serían más de cinco minutos los que tardaría en regresar. Mi padre nunca se enteraba del paso del tiempo, así que cinco minutos para él, eran realmente quince para mí.
Apresuré el paso y, escondiéndome en la primera piedra que encontré, esperé a que los pasos de mi padre disminuyeran.
No pasaron más de tres minutos cuando al fin el silencio reinó ante mí. Con una ancha sonrisa y una increíble sensación de libertad, me dirigí entonces a la dirección contraria a la que todos iban.
«Y mi aventura comienza aquí», pensé mientras volteaba a ver el camino que daba hacia ese pasillo donde aquellas luces, que parpadeaban intensamente, amenazaban con su negrura total.
Sonreí para mí misma y, comenzando a sentir esa hermosa sensación de riesgo y emoción, volteé a mis lados para cerciorarme que nadie más me veía.
El primer paso que di hizo un eco casi silencioso, los demás casi no se escucharon. Subí unas cuantas piedras algo grandes y entonces, pude divisar la roca, que antes estaba prendida en colores navideños, algo lejos de donde yo ya estaba.
Me quedé observándola ante la oscuridad y la poca luz que entraba en un agujero que yacía en la superficie de la montaña. Si bien era cierto que la cueva era realmente hermosa, aún no comprendía porque la gente que trabajaba aquí se les había ocurrido ponerle focos y llamarle el árbol de navidad. ¿Habría sido porque la habían encontrado en diciembre? Sonreí ante mis deducciones. ¡Qué tonto! Era solo una roca, no un árbol.
Al terminar de pensar en aquello, no pude hacer más que darle la espalda al pino de piedra y saltar de felicidad por el viaje que recién iba a emprender.
Aquella cinta policíaca que se encontraba perdida entre las penumbras de la zona de descanso ya tenía mi nombre escrita en ella. Me llamaba. Sabía que ansiaba para que llegase al fin a ella. Sonreí ampliamente, mirando extenuada la intensidad con la que me nombraba. Caminé lentamente hacia ella y con mi mano derecha, acaricié su plastificado cuerpo. El listón amarillento se arrugó en un discreto sonido. Mi excursión estaba por comenzar.
Aparté la cinta con cuidado de no romperla y pasé por debajo como si fuese una niña pequeña. Mi cuerpo se sintió inseguro, pero lleno de excitación cuando aquel par de plásticos quedaron tras de mí.
Chillé de emoción, un tanto fuerte a mi parecer. Me giré de nuevo hacia atrás, asegurándome una vez más que nadie viese como mi increíble y más interesante travesura estaba por empezar.
El silencio y mi respiración acordaron lo que ya sabía por antelación, y volviendo mi mirada hacía el frente, sonreí. Solo sería yo y nadie más. Así que ninguna persona impediría que mis más oscuros pero hermosos instintos se llevasen a cabo. Esta vez, no me quedaría con las ganas de saber más; de verlo todo.
Así que ya despreocupada por saber que mi fechoría no se iba a descubrir, caminé por el camino que a lo lejos se tornaba estrecho y quebradizo. La temperatura pareció descender mientras cruzaba la vereda, pero a mí no me importó en lo más mínimo.
Las piedras siguieron crujiendo bajo mis zapatos y justo cuando menos lo esperé, las bombillas que me habían avisado del paradero de aquel lugar, pronto se acercaron a mí. Había llegado hacia ese lugar donde estaba mi última oportunidad para resignarme de lo que hacía o continuar con lo que tenía en mente. Volteé hacia atrás con una minúscula pizca de culpa, encontrándome entonces con la sorpresa de que el árbol de navidad estaba a más de tal vez ocho o diez metros de mí.
Aquella imagen distinta de lo que había sido la zona de descanso hizo que mi corazón se volviese loco. Si así de diferente se veía aquella piedra, qué podría encontrarme más adentro. La idea de regresar se desvaneció del pensamiento y suspirando para controlar mis emociones de dicha, caminé por los focos que parecían convulsionar a la hora que pasaba por debajo de ellos.
Prendían y apagaban su luz una y otra y otra vez... así como si tuviesen un ataque de nervios. Sonreí valiente y decidida. Si su intento era detenerme, no les funcionaría. Nunca le había temido a la oscuridad, así que si llegasen a apagarse, lo que resultaría de su tanteo para desalentarme, tendría más bien el efecto contrario. Si la luz se extinguía, la caminata resultaría más emocionante.
Así que con su amenaza tras mi espalda y mi asesoría de que nadie más me viese, seguí caminando por el lugar que podría hacerme notar por cualquiera que viniese a ver el árbol de navidad. Por estar bajo la luz incandescente de los focos temerosos de mi presencia, mi silueta negra podría apreciarse desde la zona de descanso. Con aquello en mente y mis ansias del no querer ser vista, seguí caminando agachada, intentando andar deprisa para dar vuelta en alguna piedra y esconderme al fin de los ojos de todos.
.
Me erguí cuando los focos dejaron de alumbrarme. Mi corazón había estado como loco a lo largo de tres o cuatro minutos de viaje. El camino del árbol de navidad hacia la piedra gigante que buscaba, había estado más lejos de lo que pensaba.
«Al menos ya no pueden verte, Emily. Tranquila, tranquila». Tomé mi pecho para calmarme. Si bien había imaginado mil y un situaciones en donde me encontraba, ahora estaba más segura que no lo harían. Por lo poco que podía ver, sería imposible para Erick o mis padres que se enterasen en donde estaba. El lugar se había teñido de negro a mí alrededor, pero por los focos que prendían y apagaban, podía divisar aún el camino.
Sonreí cual aventurera y seguí caminando con la dicha en mi rostro. Me estaba entrometiendo en lugares en donde un simple espectador normal nunca podría ver. Así que, ¿por qué debería de ser una buena niña ahora y regresar?
Saqué mi celular de mi bolsillo y observando la carencia de señal, tan solo observé la hora. ¿Diez y media de la mañana? ¡Qué irónico! Era temprano y la oscuridad ya me envolvía.
Suspiré amargamente tras meditar solo un poco en lo que me estaba perdiendo pero volví a verme feliz cuando pensé en lo que estaba por hacer. Vería muchísimos pilares nuevos y sería yo quien les pondría una historia a esos bebes. Myriam se asustaría tanto con esto, que ya daba por hecho que no saldría de su cuarto por una larga y graciosa semana.
¿Qué podría contarle? ¿Debería decirle lo que estaba haciendo justo en este momento? Me sonreí presa de la risa. A mi mejor amiga se le saldrían los ojos de sus órbitas. ¿Qué haría si le dijese que me había aventurado por la zona de descanso y, mintiendo claro, le mencionase que había visto sombras por la esquina del lugar? Miré hacía el frente, justo en donde la supuesta sombra debía de estar. Los focos tenues en mi espalda me dejaban ver que claramente no había nadie ahí. Y no es que buscase por alguien, sino más bien por algo; una historia.
El lugar en si era espeluznante pero al mismo tiempo encantador. No se podía ver casi nada pero se lograba escuchar a lo lejos, las gotas que hacían su función. Las estalagmitas comían entre las tinieblas y yo estaba ahí, caminando con la cabeza en alto. Emocionada, con mis deseos a flor de piel pues aunque de mi boca soltase humo blanquecino y tuviese piel de gallina, en este instante estaba observando más que cualquiera.
De esta manera, podría ser yo quien dijese si los rumores eran ciertos o falsos. Myriam nunca lo había analizado, pero yo ya estaba trabajando en eso. Quería verlo, sentirlo, presenciarlo. Ansiaba por ser testigo del robo y fraude con el que utilizaban una obra de la naturaleza para enriquecer a un pueblo entero.
Seguí mi desconocida ruta y justo cuando pensaba en regresar pues el lugar se había hecho aún más oscuro que antes, recordé a mi mejor amigo. Mi compañero de juegos y ocios, ese que casi siempre me salvaba de los aprietos más grandes del mundo; mi celular.
Metí mi mano una vez más en el bolsillo del pantalón y sintiendo el frío cuerpo del bloque de metal rosado, lo saqué de su sueño invernal. Abrí la tapa con rapidez y los números de la hora me hicieron alarmar. ¿Diez con cincuenta y cinco? Mis ojos se abrieron con rapidez y palideciendo del miedo, pensé ahora si en regresar.
Me giré con cierta rapidez, escuchándose una grieta formarse en el piso con fuerza. No le tomé importancia al asunto y, decidida a emprender mi camino de regreso al pino de navidad, di el primer paso hacia atrás. ¡Iba a morir! Veinte minutos habían pasado y seguramente mi padre ya me estaba buscando.
Con aquello en pensamientos, traté de dar una segunda zancada, pero justo cuando iba a poner mi pie frente al otro, oí un crujido tras de mí, ese que se había escuchado dos veces cuando sentía la mirada inexistente atravesar mi cuerpo.
Me petrifiqué. Algo estaba respirando tras de mí.
Mi cuerpo se descompuso y antes de que lo pensaba, dejé de correr. ¿Sería un animal? Discutí mentalmente si seguir mi marcha o solo esperar a que me oliese y me dejase tranquila, pero entre los segundos de silencio y esa respiración acercándose a mí, no pude evitar pensar en mi trágica muerte. Mujer fallece degollada en las cuevas del norte. Todo un título en el periódico de mañana... o la siguiente semana.
Mi mente se me quedó en blanco, pero al mismo tiempo lleno. Idea tras idea se formó en mi pecho. Mi corazón bombeó sangre a mi cerebro. Mis labios temblaron presas del recelo y el pánico. ¡Iba a morirme! Justo ahora, en este lugar. Mi cuerpo tuvo varios escalofríos, sin embargo, mis piernas no quisieron moverse.
«¡Vamos Emily, muévete!», me regañé sin hablar; pero por más que lo pedí, mi cuerpo no se activó. Se congeló, se quedó quieto.
Escuché otro crujido y, por más que traté de pensar que estaba soñando, escuché pasos a mi costado. Mi cerebro explotó y mi cuerpo comenzó a vibrar sin control. ¿Cómo era posible que alguien estuviese aquí? Pensé en un microsegundo la única opción restante. Un asesino.
La idea me devastó por completo y justo cuando me vi perdida, escuché mi nombre en un gutural susurro. Mi sangre se me cayó hasta los pies y palidecí enseguida. ¿Cómo sabía...? Tragué saliva con fuerza e intentando hacerle frente para al menos golpearlo o asegurarme de que realmente había alguien ahí. Volteé hacía atrás con rapidez.
Lo interesante de todo fue que no había nadie, tan solo la oscuridad que parecía mirarme desde lo lejos.
Mordí mis labios en un estado voluble y mirando aún hacia donde no se veía nada, traté de observar una última vez el lugar para al fin desistir de mis locuras y volver cuanto antes con mi padre.
La respuesta ante aquello fue un eterno silencio y las gotas flameando mis oídos. Mi corazón volvió a latir con fuerza y respirando para calmarme, cerré los ojos un instante.
¿Quién diría que me asustaría más acá que con Erick? Seguramente alguien me estaba haciendo una broma. ¿Saber mi nombre? Sonreí algo nerviosa. Seguramente tan solo le habían atinado al premio gordo y reían ahora por mi extraña conducta. Otro paso se escuchó en la oscuridad, como si lo estuviesen haciendo a propósito. Miré al frente con valentía ahora y molesta más que todo, lancé en el aire un berrinche.
—¡Pueden irse al infierno! —chillé muerta de pena, dando zancadas furiosas de regreso por donde había llegado. ¿Cómo se habían atrevido a asustarme de esa manera?
Otro largo silencio dió replica a mis pensamientos y entonces paré en seco, asustadiza una vez más. No era posible que alguien estuviese montándome una burla porque acá no había nadie más que yo.
Pasé saliva con cierto miedo y, girándome de regreso hacia la oscuridad, respiré con fuerza al escuchar otro paso acercándose lentamente hacía mi. Mi cuerpo volvió a notarse rígido y ciertamente, enajenado.
¿Quién estaba ahí?
Los pasos infernales frente a mí se hicieron más pausados y menos constantes cuando mi nombre volvió a sonarse. La voz de mi madre había viajado por el pasillo y en su tono de voz se denotaba la fuerza y el enfado con cual me llamaba una y otra vez.
Con la última pizca de valentía que tenía por dentro, me giré con violencia hacia adelante, dispuesta a correr despavorida hacia la zona de descanso, pero otro crujido volvió a sonarse y entonces, dejé de sentir el piso. Perdí el equilibrio y me sentí caer muchos, tal vez demasiados metros hacia abajo.
El precipicio al que caminaba se había fracturado en miles de pedazos y yo me hundía con ellos en el desconocido y negro pozo que me tragaba sin hacer ningún sonido.
Wow, nunca pensé que este capitulo fuera tan tonto. Encontré tantas boberías inocentes que tuve que editar casi todo... digamos que fue un reto enorme porque reescribí todo el capitulo, pero las tonterías de mis 13-14 años ni se digan. Un beso enorme y continuamos en el siguiente capitulo... a ver si no me doy contra la pared con ese. —Nancy A. Cantú
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top