Tres opciones, una elección

Federica levantó la vista y miró a Crismaylin con los ojos llenos de dolor. Sus lágrimas cayendo como una lluvia torrencial mojando las hojas secas y marchitas del suelo. Su rostro estaba contorsionado por el dolor, uno que parecía imposible de consolar. El dolor dio paso al vacío, y este se tornó rápidamente en enfado

—¡Gabriel, mi hijo! —gritaba Federica, su voz resonando en el aire—. ¿Por qué? ¡¿Por qué?!

Crismaylin se aferraba a Turey, sus cuerpos temblorosos aun procesando lo que había ocurrido. Federica se levantó con una rapidez sorprendente y, con los ojos encendidos de odio, se abalanzó sobre Crismaylin.

—¡Esto es tu culpa! —rugió Federica, su rostro, una máscara de odio—. ¡Tú nos trajiste a esto, maldita bruja!

Crismaylin retrocedió, pero Federica era rápida y consiguió atraparla del brazo, sus uñas clavándose en la carne.

—¡Déjala! —gritó Turey, interponiéndose entre ambas y apartando a Federica con fuerza.

La mirada de Federica se volvió hacia Turey, llena de un rencor que parecía acumularse durante años.

—¡Tú, ingrato! —escupió ella, su voz temblando de rabia—. ¡Nunca debí haberte ayudado! ¡Ojalá te hubieras muerto al nacer con ese labio leporino en lugar de arruinar mi vida!

Las palabras golpearon a Turey como una ola fría, su rostro palideció mientras intentaba procesar la crueldad de su madre. La rabia inicial se transformó en un dolor profundo, un dolor que lo dejó sin palabras.

—¿Por qué...? —murmuró Turey, apenas capaz de hablar—. ¿Por qué me dices?

Federica dejó escapar una risa amarga, casi histérica.

—Nunca te quise —confesó, su voz llena de desprecio—. Gabriel era mi orgullo, mi hijo perfecto. Y tú... tú solo fuiste un error. ¡Me arrepiento de cada minuto que pasé contigo, de cada esfuerzo que hice para coser tu labio y darte una oportunidad! ¡Maldigo la hora en que me acosté con tu padre! ¡Te odio tanto como a él!

Crismaylin, horrorizada por la crueldad de Federica, intentó acercarse a Turey para consolarlo, pero Federica la empujó de nuevo, decidida a no dejar que nadie la interrumpiera.

—¡Turey no tiene la culpa de tus miserias! —gritó Crismaylin.

Pero Federica no escuchaba. Su odio y dolor la cegaban. Justo en ese momento, una figura apareció en el borde del claro. Coaxigüey, una presencia temida por todos, surgió de entre los arbustos con una gracia letal.

—Federica —dijo Coaxigüey con una voz suave pero amenazante—. ¿Por qué me desobedeciste?

Federica se giró, sus ojos desorbitados al ver al recién llegado. La furia se transformó en pánico puro.

—¡No! ¡No voy a regresar a ese maldito lugar! —gritó, retrocediendo—. ¡Turey, hijo, por favor, ayúdame!

La súplica de Federica era desgarradora, Turey intentó moverse, pero Crismaylin se lo impidió. Federica se volvió hacia Alejandro, sus ojos llenos de desesperación.

—¡Alejandro, por favor! ¡No permitas que me lleven!

Alejandro negó con la cabeza, lentamente, su expresión implacable. Coaxigüey se acercó, sus movimientos fluidos y aterradores. Tomó a Federica por el brazo con firmeza.

—Tu castigo será eterno a mi lado—dijo Coaxigüey, tirando de ella con una fuerza que no admitía resistencia—. Te haré sufrir tanto que desearas, estás muerta, pero hasta eso se te será esquivo.

—¡Por favor, no! ¡Turey, por favor, ayúdame! —suplicaba Federica, sus ojos llenos de un terror genuino—. No dejes a tu madre con este monstruo.

Federica luchó, tratando de liberarse, pero su resistencia era inútil. Sus gritos llenaron el aire mientras Coaxigüey la arrastraba hacia un lugar desconocido.

Turey apretó los puños, sus nudillos blancos por la tensión. Cada palabra de su madre resonaba en su mente. Una vez más, alguien lo había rechazado de su vida. Al verla, sintió un ligero escozor, porque tal vez muy en el fondo de su corazón, creyó que después de todos esos años de abandono, su madre podría darle un poco de amor que le faltó desde niño, en el que solo su tía se atrevió a darle a pesar de las repercusiones que eso traía con Coaxigüey. Crismaylin se acercó a Turey, tomando su mano con suavidad.

—No debes de sentirte mal—susurró—. No podíamos salvarla de sí misma.

Federica lanzó una última mirada de súplica, pero sus ojos se encontraron con la indiferencia de Crismaylin. Finalmente, la figura de Coaxigüey y la de Federica desaparecieron entre los arbustos, sus gritos apagándose lentamente hasta que solo quedó el silencio. Turey, con los ojos cerrados, tomó una respiración profunda, tratando de liberar el dolor que le oprimía el pecho. Alejandro se acercó, colocando una mano reconfortante en el hombro de Turey.

—Lo siento, Turey. Sé que esto no ha sido fácil para ti.

Turey asintió lentamente, sin abrir los ojos.

—Aún recuerdo tus palabras sobre mi madre, pero no esperaba que doliera tanto.

El viaje de regreso a la colonia se hizo en silencio. Crismaylin y Alejandro caminaban juntos, pero cada uno sumido en sus pensamientos. Al llegar a la colonia, lo primero que hicieron fue ocultar a Turey quien se había desmayado por la pérdida de sangre. Por su seguridad lo ocultaron en la casa del boticario que también era un viajero. Él les advirtió que pasaba algo raro en la colonia desde hace unas horas.

La confusión reinaba en las calles; hombres y mujeres se desplazaban frenéticamente, sus rostros descompuestos por el desconcierto. En medio de la confusión, Diego Colón, el verdadero, inspeccionaba la escena.

—¡Escuchen todos! —gritó, su voz autoritaria silenciando el bullicio—. A partir de ahora retomo el mando.

Diego Colón comenzó a dar órdenes, como si fuera un rey. Crismaylin y Alejandro observaron desde un rincón.

—Existen cosas que nunca cambiaran —dijo Alejandro—. Y, ese tipo, después de todo lo que pasó, debería tener otra actitud.

Crismaylin asintió.

—Le revelé a María los acontecimientos que les pasarían a ambos en el futuro —dijo ella—. Aún recuerdo la forma en que me trató cuando le pedí ayuda. Bien merecido se tiene todo lo que le espera.

—¿Aunque si el verdadero está aquí donde está el impostor? —preguntó Alejandro pensativo.

—Tal vez fue devorado por Erebo o como la rata que es, intuyó que el barco se hundía y huyó al futuro—respondió la viajera.

En ese momento, una figura femenina se acercó a ellos. María de Toledo, con una expresión de preocupación y urgencia.

—Amelia—dijo ella, su voz baja pero intensa—. ¿Dónde has estado? ¿Me pueden explicar por qué están golpeados y sus vestimentas ensangrentadas? ¿Dónde está Turey?

—Haces muchas preguntas, María—respondió la viajera—. Es mucha información para resumirla, solo te diré que todos estamos vivos.

—Realmente no entiendo nada—dijo María de Toledo, algo contrariada por la respuesta de Crismaylin—. En la mañana estaba desayunando con el impostor de mi marido, cuando, de repente, sentí un mareo y ya no estaba. Salí corriendo porque pensé que la seguridad de Diego estaba en peligro y vaya sorpresa que me llevé cuando lo encontré más recuperado que ayer. Fue entonces que, me dijo que tomaría las riendas de la colonia y que colgaría a Turey.

—¡Cuando todo esto dejara de complicarse tanto! —exclamó Alejandro.

De pronto, la piel de ambos viajeros se les erizó y empezaron a escuchar unos alaridos. Esa situación le fue ajena a María de Toledo, que no comprendía el motivo del porqué se les había desfigurado el rostro. Solo le bastó compartir una mirada para que salieran corriendo por las calles, sus respiraciones pesadas y sus corazones latiendo con furia, dejando atrás a María. Detrás de ellos, la presencia oscura de Erebo se cernía, avanzando implacable.

—¡Tenemos que encontrar un refugio! —gritó Crismaylin, su voz apenas audible sobre el sonido de sus pisadas apresuradas.

—¡Sigue corriendo! —respondió Alejandro, con el rostro cubierto de sudor—. ¡No podemos detenernos ahora!

A su paso, vieron a varias personas correr despavoridas. Los rostros de los viajeros, tanto Reescribas como Curadores, por igual estaban torcidos por el miedo, sus gritos llenaban el aire mientras buscaban desesperadamente un lugar seguro. De pronto, una mujer tropezó y cayó al suelo, sus ojos llenos de terror al ver la sombra de Erebo acercarse a ella. Crismaylin extendió una mano para ayudarla, pero Alejandro la tiró de su brazo.

—¡No podemos hacer nada por ella! —dijo él, su voz cargada de desesperación—. ¡Sigue adelante!

La sombra de Erebo se deslizó sobre la mujer, envolviéndola por completo. Un grito ahogado se escapó de sus labios antes de ser tragada por la oscuridad. Crismaylin sintió un nudo en el estómago, pero no podía permitirse detenerse. Sus vidas estaban en juego. Corrieron por las calles laberínticas de la colonia, esquivando obstáculos y evitando a otros que también huían de la presencia ominosa bajo la mirada sorprendida de los colonos. A medida que avanzaban, vieron más viajeros ser atrapadas por Erebo.

—¡Por aquí! —gritó Alejandro, señalando una callejuela estrecha que se adentraba en un barrio menos transitado.

Crismaylin lo siguió, sus piernas ardiendo por el esfuerzo. La sombra de Erebo los seguía de cerca o uno de sus tentáculos, moviéndose con una velocidad sobrenatural. La callejuela los llevó a un pequeño patio interior rodeado de muros altos. Alejandro miró a su alrededor, buscando desesperadamente una salida.

—¡Estamos atrapados! —exclamó Crismaylin, su voz quebrada por el pánico.

Alejandro no respondió de inmediato. Sus ojos se fijaron en una puerta al final del patio. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia ella y la golpeó con todas sus fuerzas, tratando de abrirla.

—¡Rápido, ayúdame! —gritó él.

Crismaylin se unió a él, golpeando la puerta con desesperación. Los sonidos de la colonia se desvanecían, reemplazados por el susurro amenazante de Erebo, que se acercaba cada vez más. Finalmente, la puerta cedió y ambos se precipitaron al interior, cerrándola rápidamente detrás de ellos. Era una especie de bodega llena de barriles y cajas. La atmósfera estaba impregnada del olor a madera y a especias almacenadas.

—¿Crees que estaremos seguros aquí? —preguntó Crismaylin, su voz temblando.

Alejandro sacudió la cabeza, su rostro sombrío.

—No lo sé. Pero necesitamos tiempo para pensar en un plan.

Justo en ese momento, la puerta empezó a sacudirse, como si una fuerza invisible intentara derribarla. Crismaylin y Alejandro retrocedieron, sus ojos fijos en la puerta que amenazaba con ceder.

—¡Tenemos que hacer algo! —dijo Crismaylin, su voz urgente.

Alejandro miró a su alrededor, sus pensamientos trabajando a toda velocidad. Sus ojos se posaron en una serie de barriles y cajas, y una idea comenzó a formarse en su mente.

—Ayúdame a mover esos barriles frente a la puerta —dijo él—. Podremos ganar algo de tiempo. Me niego a morir así.

Trabajaron rápidamente, empujando los pesados barriles y cajas para bloquear la puerta. El ruido de la madera crujiendo y las sombras danzando bajo la luz de la lámpara creaban un ambiente irreal, como si estuvieran en una pesadilla de la que no podían despertar. La puerta se sacudió violentamente, pero de repente todo se silenció.

—No creo que esto nos proteja, si te das cuenta Erebo no es algo humano para que esto lo detenga, puede filtrarse por cualquier hueco —dijo Crismaylin, respirando con dificultad—. Necesitamos encontrar una salida.

Alejandro asintió, su mente, aun trabajando febrilmente.

—Debe haber otra salida en este lugar. Busca una ventana, una trampilla, cualquier cosa.

Crismaylin asintió y comenzó a inspeccionar, sus ojos recorriendo las paredes y el techo en busca de una escapatoria. Alejandro hizo lo mismo, revisando detrás de los barriles y cajas restantes. Finalmente, Crismaylin encontró una pequeña ventana alta en una de las paredes. Aunque era estrecha, parecía lo suficientemente grande como para que pudieran pasar.

—¡Aquí! —llamó, señalando la ventana.

Alejandro se apresuró a su lado, examinando la ventana.

—Será ajustado, pero podemos hacerlo —dijo él—. Dame un empujón primero, luego te ayudaré a subir.

Crismaylin asintió y se preparó para darle impulso. Con un esfuerzo combinado, Alejandro logró agarrarse al borde de la ventana y se levantó, forzando su cuerpo a través de la estrecha abertura. Una vez afuera, extendió la mano hacia Crismaylin.

—Vamos, dame la mano —dijo él.

Crismaylin se agarró a su mano y, con la ayuda de Alejandro, consiguió pasar a través de la ventana. Al salir, se encontraron en un callejón trasero.

—Tenemos que seguir moviéndonos —dijo Alejandro—. No podemos quedarnos aquí.

—Sí, pero ¿hacia dónde? —preguntó la viajera.

Alejandro miró a su alrededor, tratando de orientarse.

—Vamos a tu casa, creo que no nos queda tan lejos. Además, dudo, los guardias hayan tenido tiempo de informar sobre lo sucedido con Crescencio, incluso, puedo jurar que aún andan corriendo despavoridos después de lo que vieron.

Se pusieron en marcha nuevamente, corriendo por las calles desiertas de la colonia. Mientras avanzaban, el eco de sus pasos resonaba en las paredes de piedra. Finalmente, divisaron la casa de los Dávila. Sin dudarlo, se dirigieron hacia ella, con la esperanza de que los muros pudieran protegerlos.

Al entrar en la casa, encontraron todo en tranquilidad y eso les puso los pelos de punta. Crismaylin encontró a los criados sumidos en sus quehaceres, sin embargo, ninguno mostró una emoción al verla, era como si su presencia fuera ajena para ellos. Subió hasta los dormitorios, su habitación y la de Crescencio se veían inmaculadas. Se dirigió hasta el dormitorio de Francisco.

Lo encontró tendido en la cama. Su pierna fracturada estaba vendada toscamente y su rostro, habitualmente altivo, estaba marcado por el miedo. Sus ojos se abrieron con pánico al verla entrar.

—¡Gracias a Dios que has venido! —exclamó Francisco, su voz temblando—. Sabes lo que está ocurriendo, ¿verdad? ¿Qué son esos gritos?

Crismaylin lo miró con frialdad, recordando todas las crueldades que Francisco había infligido a los esclavos y las humillaciones que ella misma había soportado.

—Sí, sé lo que está ocurriendo —respondió ella, cruzando los brazos—. Cada viajero les está llegando la factura de sus viajes.

Francisco tragó saliva, su rostro palideciendo aún más.

—¡Por favor, cuñadita! —suplicó—. Ayúdame. No puedo moverme. No quiero morir así.

Ella dio un paso más hacia la cama.

—¿Protegerte? —dijo con un tono lleno de desprecio—. ¿Cómo tú protegiste a los esclavos a los que violaste y torturaste? ¿Cómo protegías a Gabriel?

Francisco bajó la cabeza, su nerviosismo creciendo.

—Gabriel... —murmuró—. ¿Dónde está Gabriel?

Crismaylin dio un paso atrás, disfrutando del momento de poder que tenía sobre él.

—Gabriel ha recibido su merecido —dijo, su voz dura—. Erebo lo devoró. Lo vi con mis propios ojos. Y ahora viene por ti, por nosotros.

Francisco levantó la cabeza, sus ojos llenos de terror.

—¡No! —gritó—. ¡No! ¡Por favor, te lo ruego! ¡No me dejes aquí! ¡No quiero morir!

Crismaylin sintió una oscura satisfacción al ver a Francisco en tal estado de desesperación. Pensó en todo el dolor que él había causado y en cómo se había aprovechado de su posición. Un pensamiento cruzó su mente, una tentación que le hizo sonreír con frialdad.

—Sabes, Francisco —dijo lentamente—, estoy muy tentada a tirarte a la calle ahora mismo para que Erebo te devore. O quizás debería entregarte a los esclavos que torturaste. Estoy segura de que ellos sabrían qué hacer contigo.

Francisco se retorció en la cama, su rostro deformado por el pánico. Crismaylin lo miró un momento más. Con eso, se dio la vuelta y salió de la habitación, dejando a Francisco solo con su miedo. Sus gritos de desesperación la siguieron mientras bajaba las escaleras, resonando en la casa. Afuera, el ruido de la colonia en caos le recordó que el peligro aún no había pasado. Fue hasta las barracas y se topó con los esclavos que fueron abusados aquella vez por Francisco bajo las burlas de los capataces.

Al verla, se asustaron como si hubiera visto un fantasma. Por lo menos su reacción le disipó la idea a la viajera de que se había convertido en la mujer invisible. No perdió tiempo y les ordenó que ejecutaran a Francisco, sin temor a las repercusiones. La última orden de Crismaylin fue que dejaran todo limpio bajo la mirada de asombro de Alejandro.

Crismaylin había pasado varios días encerrada en la casa, sin apenas salir ni recibir visitas. Afuera, la colonia comenzaba a retomar su ritmo habitual. Alejandro había salido a comprobar que Turey se estaba recuperando adecuadamente. Crismaylin, sin embargo, se sentía atrapada en su propia mente. ¿Qué pasaría cuando Diego Colón y Francisco Dávila tomaran sus respectivos puestos? ¿Por qué aún nadie había procurado a su esposo? Por qué aún ningún guardia había venido a detenerla? ¿Podría ella solucionar sus problemas con Turey de forma definitiva?

Una tarde, mientras se encontraba en la penumbra de su habitación, una presencia inusual hizo que se estremeciera. Erebo, ahora en forma de una mujer imponente, con ojos penetrantes y una sonrisa que no llegaba a sus ojos, apareció ante ella. La atmósfera se cargó de una energía ominosa, y Crismaylin sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Quién eres? —preguntó Crismaylin, aunque ya sabía la respuesta.

—Soy Erebo —respondió la figura, su voz resonando como un eco—. O mejor quieres que me presente con este rostro. —En pestañeo el rostro de Erebo cambió y Crismaylin pudo ver a la anciana que conoció hace veinte años en el Mercado Modelo, después cambio al rostro de su nieta que vio justo antes de regresar a esta época—. Cualquier rostro no cambiará tu destino porque he venido a ajustar cuentas contigo.

Sin darle tiempo a reaccionar, Erebo extendió una mano y Crismaylin se sintió transportada. El mundo a su alrededor se desvaneció y, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró en el mismo lugar donde había viajado por primera vez. El paisaje era familiar y extraño a la vez, cargado de una melancolía que la hizo estremecer.

—Aquí es donde todo comenzó para ti —dijo Erebo, con una voz cargada de reproche—. Los viajeros como tú han hecho un daño incalculable a la historia por querer cambiar los sucesos a su antojo. Han ocurrido muchas muertes que no debieron de suceder, hechos que borraron y alteraron por capricho. Crismaylin sintió una mezcla de culpa y rabia ante las palabras de Erebo. Intentó hablar, pero la figura oscura continuó.

—Voy a expulsarte definitivamente de este tiempo, solo permitiré que unos cuantos se queden siempre y cuando acaten mis palabras—dijo Erebo.

—¿Por qué? —refutó Crismaylin.

—Porque así lo he decidido. Tienes mucha culpa y este será tu castigo, pero antes de expulsarte para siempre, te daré tres opciones. Solo podrás elegir una.

Crismaylin escuchó con atención, su corazón latiendo con fuerza.

—Primero —empezó Erebo—, puedes volver a tu tiempo con todos tus recuerdos intactos, junto con el bebé que crece en tu vientre. Sin embargo, Turey te olvidará para siempre.

El corazón de Crismaylin se detuvo por un instante al escuchar esas palabras. El dolor de perder a Turey era casi insoportable, pero la idea de tener a su bebé sin su padre cerca no le hizo mucha gracia.

—La segunda opción —continuó Erebo— es que pierdas a tu bebé y a Turey. Pero al hacerlo, se reparará el daño causado por los Curadores como por los Reescribas a través del tiempo. La historia seguirá su curso sin interrupciones.

Crismaylin sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. La pérdida de ambos sería devastadora, pero no le parecía justo reparar el daño que habían causado otros.

—Y la tercera opción —finalizó Erebo—, permitiría que Turey viajara al futuro contigo. Sin embargo, él no podría llevarse a sus hijos. Tendría que dejar todo lo que conoce y ama atrás.

Las opciones revolotearon en la mente de Crismaylin, cada una más dolorosa que la anterior. Se dio cuenta de que cualquier elección traería consigo una gran pérdida. Sus pensamientos se nublaron mientras trataba de encontrar una salida que no existía.

—Tienes que decidir ahora —dijo Erebo, su tono firme e implacable—. No hay más tiempo para dudar.

Crismaylin sintió las lágrimas acumularse en sus ojos. Miró a Erebo, buscando alguna señal de compasión, pero solo encontró una determinación fría y severa. Sabía que su decisión afectaría no solo su vida, sino también la de aquellos a quienes amaba.

—¿Y si me niego a elegir? —preguntó Crismaylin con un hilo de voz, aunque ya conocía la respuesta.

Erebo la miró con dureza.

—Si no eliges, te expulsaré de este tiempo y perderás todo. No tendrás recuerdos, no tendrás a tu bebé, no tendrás a Turey. Desaparecerás sin dejar rastro. La elección es tuya.

Crismaylin sintió que su mundo se cerraba sobre ella. Con el corazón en un puño y una desesperación que le arañaba el alma, sabía que debía tomar una decisión. Las opciones eran crueles, pero no podía escapar de la responsabilidad de elegir. Finalmente, con la voz quebrada por el dolor y la tristeza, Crismaylin se preparó para tomar la decisión más difícil de su vida.

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