La sombra

"El rival más difícil de todos es el que está dentro de tu propia cabeza". Joe Henderson.

Tras despedirse de Crescencio bajo la mirada acusatoria de Gabriel, Crismaylin regresó a su habitación y entregó unas monedas a los lacayos de Alejandro, agradeciéndoles, y dejó el baúl abierto. Los acompañó hasta la salida, y al cerrar la puerta, se encontró con Inmaculada y Felipa, quienes aguardaban la orden para trasladarse a la barraca que compartían con los demás empleados de la propiedad.

—Pueden retirarse a descansar. Por favor, cierren muy bien puertas y ventanas, y no olviden apagar las velas—dijo Crismaylin.

—Gracias, señora, pero no se nos permite dejarla sola, por si necesita algo de nosotras entrada la noche—informó Felipa.

—No voy a necesitarlas. Puedo encargarme de todo por mí misma. Buenas noches —respondió Crismaylin antes de subir las escaleras.

Ambas mujeres se sorprendieron no solo por la negativa de su ama a ser atendida, sino también por su amabilidad en el trato. Cris, al ver que ellas no se movían, suspiró resignada porque debía de comportarse como una señora de esa época.

—Me desagrada que no acaten mis órdenes. —dijo Cris con firmeza. —Cumplan con lo que les he pedido y vayan a descansar. Mañana tendrán mucho que hacer.

Las mujeres tuvieron que obedecer las órdenes de su patrona. Crismaylin subió las escaleras y entró en su habitación, con el corazón latiendo con fuerza y las mejillas ardiendo al pensar que pasaría la noche con Turey. Lo encontró sentado en la cama, compartieron una sonrisa llena de picardía mientras acortaban la distancia que los separaba.

Turey la abrazó con pasión y deseo, satisfaciendo las ansias que habían perdurado en su ser durante las dos décadas en que estuvieron separados.

—Yo pensar que moriría encerrado allí dentro—susurró Turey mientras besaba su cuello con urgencia, desatando los nudos de su vestido.

—He tu recompensa por tan larga espera—respondió Crismaylin.

La viajera no temía mostrar su ansiedad. Había estado muchos años separada de él y ahora quería vivirlo todo con intensidad. Cuando la lengua ávida de Turey entró a su boca, se olvidó del mundo. Fue un beso largo, lleno de felicidad, y ella estaba dispuesta a prolongar ese momento hasta el final de sus días.

Sintió el deseo como una auténtica carga de energía, el aire quedó atrapado en su pecho y su corazón se aceleró en un frenético galope. Eran sus emociones como un volcán en erupción, nunca había imaginado que un simple beso pudiera provocar semejante revuelo en su interior.

La viajera respiraba con esfuerzo, y sus pezones sensibles se rozaban contra Turey, quien comenzó a acariciarlos por encima del vestido. Se despojaron de sus ropas entre risas y una impaciencia creciente. Turey la recostó suavemente en la cama, sus manos abarcaron sus nalgas, brindándole caricias firmes y suaves. Luego, llevó su boca a su centro de placer y la penetró con su lengua sin piedad. Crismaylin se encontró al borde del éxtasis, arqueando su cuerpo.

Los gemidos de Crismaylin fluían sin restricciones, su cuerpo temblaba y su mundo se había vuelto del revés. En ocasiones, tiraba del cabello de Turey y, con fuerza, presionaba su centro contra su rostro, envolviéndolo entre sus pliegues. Su pelvis se movía al ritmo de esa lengua que le robaba los sentidos. Crismaylin se ahogaba en gemidos, sus ojos se ponían en blanco, y sentía que las venas de su cuello estaban a punto de estallar por la liberación.

Turey la tomó por la cintura y la ayudó a sentarse sobre él a ahorcajadas. Sus manos se posaron en la cintura de la viajera, aprovechando la relajación de su cuerpo después del recién orgasmo, la puso a gatas. Él la penetró, luchando por encontrar aliento, Crismaylin le brindaba el máximo placer al moverse con frenesí. Despertó en él un lado salvaje, un descontrol que había extrañado tanto. Llevó una de sus manos a las caderas de Cris para mantenerse en tierra y la otra la enredó en sus cabellos, obligándola a elevar la cabeza con un tirón agonizante que arrancó nuevos jadeos.

Crismaylin disfrutaba las atrevidas acrobacias de su hombre, esos momentos erráticos de lujuria en los que él no le tenía piedad.

—Mírame —susurró Turey—. Da Bajacu'.

Crismaylin se dejaba llevar por la vorágine de sensaciones, sus gemidos llenaban la habitación, y sus manos exploraban cada rincón del cuerpo de Turey. Sentía una mezcla de deseo, pasión y conexión que los envolvía como una intensa tormenta.

Turey, con su mirada ardiente, la guiaba en ese frenesí de placer compartido. Cada movimiento, cada roce, parecían más cerca del abismo del éxtasis. Sus cuerpos sudorosos y entrelazados eran testigos de su deseo desenfrenado.

—Oh, han-han. —La voz de Turey sonaba desesperada y su respiración ya no era más que una sucesión de jadeos profundos.

Finalmente, el clímax llegó para ambos en una explosión de éxtasis, sus cuerpos convulsionaron juntos, y los gemidos se fusionaron en un suspiro de satisfacción. Se abrazaron con fuerza, recuperando el aliento mientras el eco de su pasión llenaba la habitación. Habían encontrado en ese momento la plenitud que habían ansiado durante tantos años de separación.

Da Karaya—un ronco jadeo quebró la garganta de Turey, dejando que los espasmos del orgasmo lo dejaran sin fuerza. Me vas a matar—dijo con un profundo suspiro y forzando una risa.

—Turey, esto fue solo un preámbulo—contestó la viajera saciada.

Cris se despertó en la madrugada, cuando una brisa suave inundó la habitación y se dio media vuelta. Al percibir que la rápida corriente de aire provenía de ese extremo de la habitación, se desplazó a la habitación y se dio media vuelta. Al percibir que una de las cortinas se agitaba suavemente, sin permitir que la ráfaga de aire apagara la vela.

Se levantó, tratando de hacer el menor ruido posible porque no quería despertar a Turey. La noche estaba envuelta en un manto oscuro y silencioso, solo interrumpida por el débil resplandor de la luna, que se asomaba con timidez entre las nubes. La ciudad dormía, sumida en un profundo sosiego, entonces, Cris divisó a un hombre que caminaba con rapidez. Su figura se recortaba contra las sombras, y su respiración agitada era evidente.

Lo que más le llamó la atención no fue el hombre, sino la sombra que lo seguía. Era una mancha oscura, una presencia espeluznante que se deslizaba detrás de él como un depredador acechando a su presa. La sombra parecía experimentar una metamorfosis propia, desplazándose con una exquisita malevolencia mientras avanzaba incontrolablemente hacia el ser humano.

El hombre, presa del pánico, lanzó un grito desgarrador que resonó en la tranquilidad de la noche. Sus pies tambalearon y tropezó, cayendo al suelo con un estruendo sordo. La sombra se acercó con rapidez, envolviéndolo en su espesa oscuridad, y en ese instante, Cris pudo apreciar de manera clara el rostro de terror en el hombre, sus ojos desesperados y su boca abierta en un grito constante.

La sombra lo envolvió por completo, y en un parpadeo, el hombre desapareció ante sus ojos. No quedó rastro de él, solo la inquietante sensación de que algo maligno había ocurrido. La sombra, satisfecha de su presa, se desvaneció poco a poco en la negra noche, como si nunca hubiera estado allí.

Cris se alejó de la ventana y cerró las cortinas con manos llenas de temor. La oscuridad volvió a reinar en la habitación, pero el eco de los gritos del hombre y la imagen de la sombra acechante le quedó grabado en su mente, llenándola de una inquietud que no se desvanecería fácilmente. Volvió a acostarse y se aferró al cuerpo de Turey, debía conversar con Alejandro y establecer una fecha para su marcha.

La conciencia emergió en el borde de la mente somnolienta de Crismaylin. Vagas imágenes de un hombre siendo consumido por una sombra pasaron fugazmente por su mente mientras se acurrucaba junto al cuerpo de Turey. La realidad de lo que había visto tocó su cerebro como un jarro de agua fría.

Al levantar la cabeza un poco, se aceleró su corazón cuando encontró la cabeza de Turey apoyada en su pecho, con las piernas entrelazadas y sus poderosos brazos abrazando su torso, exhalando susurros de aire cálido sobre su piel desnuda. Sabía que no quedaba mucho tiempo antes de que las criadas subieran para ayudarla a vestirse, y una idea se formó en su mente mientras se ponía manos a la obra.

Turey sintió algo caliente y húmedo que lo hizo gemir en voz alta, dirigió la mirada hacia su regazo, donde vio a Crismaylin meterse su miembro en la boca. Ella movía la cabeza arriba y abajo, brindándole mimos con la lengua, bajó la mano hasta los testículos y Turey gimió en voz alta cuando los acarició con su palma.

Turey empezó a mover las caderas cada vez más rápido, hasta que se corrió en la garganta de Cris. Recordó la primera ocasión en que ella hizo tal acto, y observó una mejoría notable. No obstante, en lugar de satisfacerlo, lo hizo enfadar. Se incorporó de la cama con un gruñido.

—Yo querer saber ¿quién enseñar a ti eso? —preguntó mientras se vestía.

La viajera lo miró sorprendida, le costaba entender su cambio hasta que comprendió a qué se refería.

—Me entro a la boca, algo tan grande que podría matarte por asfixia y me preguntas eso—soltó ella irónica y molesta—. ¿Qué demonios estabas pensando?

—Tú has mejorado muy bien—le dijo cabreado—. Yo tengo derecho a saber.

—Es una pregunta muy cruel de tu parte, Turey.

—Yo no querer hablar contigo —replicó enfadado, Turey—. Tu ser grosera y mal hablada.

Crismaylin soltó una carcajada.

—Solo te dije la verdad—murmuró—. No puedes juzgarme por eso, yo no ando preguntándote...

—No provocar a mí. —La cortó con frialdad.

Cris dio un respingo y echó los hombros hacia atrás.

—Me vale un bledo, no puedes hacerme esa pregunta. Es bastante ruin de tu parte—gruñó Crismaylin entre dientes.

—¿Tu acostar con el señor Crescencio? —preguntó con dureza.

Cris se abrazó a sí misma, se levantó de la cama y empezó a caminar de un lado a otro.

—Sabes qué Turey, vete a la mierda, fuera de mi habitación.

—No—dijo Turey negando con la cabeza—. Tu responder.

—¡Que te largues! —gritó Cris acongojada.

La tensión en la habitación era palpable, Turey estaba furioso, con los músculos tensos, los hombros encorvados y la mandíbula apretada. Crismaylin, sintiéndose abrumada, le dio la espalda mientras luchaba por contener las lágrimas que ansiaban brotar. Las lágrimas finalmente cayeron cuando se dio cuenta de que se encontraba sola. No supo cuánto tiempo pasó en esa posición hasta que un suave golpe en la puerta la hizo volver a la realidad, recordándole que debía vestirse y actuar como una dama. Blanquita entró con la bandeja en la mano, seguida de Felipa, cuya expresión estaba llena de horror.

—Oh, mi señora, ha ocurrido una tragedia—dijo Felipa, agarrando los bordes de su falda.

La criada parecía estar en un estado de agitación y ansiedad.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Cris, temerosa de que los capataces hubieran capturado a Turey.

—Al capataz Eugenio... lo encontraron degollado, mi ama—respondió Felipa con voz temblorosa.

Diccionario:

 Bajacu': Alba, la luz del amanecer.

Da: Mi o yo.

Han-Han: Si, si.

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