Acusar no es hablar

Aprender a confiar es una de las tareas más difíciles de la vida (Isaac Watts)

Crismaylin llegó casi al caer la noche a la colonia. Sin previo aviso, se encaminó hacia la casa de Alejandro. Durante todo el trayecto, una maraña de pensamientos la atormentó. No era ninguna ingenua; sospechaba que María albergaba algún afecto por Turey. Sin embargo, ¿podría afirmar que ese sentimiento no era mutuo? Ansiaba confiar en las palabras de Turey, quien nunca antes le había mentido, pero había transcurridos tantos años...

Además, deseaba plantearle numerosas preguntas; por ejemplo, ¿desde cuándo María y él se habían vuelto tan cercanos? ¿Estaba Turey consiente de los sentimientos de María? En más de una ocasión, Alejandro había insinuado que entre ellos existía algo más.

Ignoró las miradas curiosas que le lanzaron algunas personas y, sin titubear, llamó a la puerta de Alejandro. Le importaba poco lo que pensaran de ella; más adelante encontraría una excusa para explicárselo a Crescencio, a menos que él ya hubiera enviado un regimiento militar en su búsqueda. Tocó la puerta con insistencia hasta que un criado finalmente le abrió la puerta; ni siquiera aguardó a que la anunciara.

—¡Por las barbas de Judas! ¿Qué demonios haces aquí? —exclamó Alejandro—. Se supone que deberías estar con tu esposo en Cotuí.

—¿Dónde está Turey? —preguntó ella, ignorando la pregunta de Alejandro.

El antiguo Behique rodó los ojos y se pasó la mano por la cara varias veces, como si intentara apartar algo molesto. Descendió por las escaleras y sujetó el brazo de Crismaylin.

—¿Has perdido la razón? —gruñó Alejandro, molesto—. Recuerda en qué siglo estamos. Aquí las cosas no funcionan como en el futuro.

La respuesta de Alejandro sorprendió a Crismaylin, pero necesitaba respuestas y no se dejaría amedrentar en el último momento. Se liberó del agarre de su amigo.

—Alejandro, estoy confundida—expresó ella—. Necesito hablar con Turey.

—¿No podías esperar un poco? —inquirió Alejandro, nervioso—. Parece que estás repitiendo los mismos errores del pasado. Esto no es una historia de la Crismaylin empoderada del siglo XVI. Te estás exponiendo innecesariamente. Sabes que te ayudaría sin dudarlo, pero no puedo permitir que pongas a Turey en la horca. ¿Olvidaste que te casaste con el oidor de la Real Audiencia? Si se entera de que estás aquí y por quién, los ahorcan a ambos.

La viajera se dejó caer en una silla, sintiéndose impotente y acorralada. Cubrió sus ojos con ambas manos, luchando contra las lágrimas.

—Gabriel vino anoche a amenazarme—informó Alejandro—. Sospecha de que actúo como el celestino de ustedes. No me importa lo que piense, porque no está equivocado, pero debemos ser más astutos que él. Tú, en cambio, no me estás ayudando.

—Yo solo quiero irme a mi época—dijo Cris acongojada.

—Siento que ya he vivido esta escena antes—expresó Alejandro, sentándose a su lado—. Si realmente deseas regresar y que Turey te siga, debes ser más astuta. Utiliza más la cabeza y menos el corazón. Tania te envió aquí con la clara intención de que no regresaras, y estás colaborando. No seas boba.

—Necesito hablar con Turey—dijo Cris—, quiero que me aclare algunas dudas que tengo con relación a...

María de Toledo. —Completó la frase Alejandro—. ¿Cruzaste pueblos enteros solo para preguntarle el origen de su amistad? Pero si ya te lo he dicho.

Cris miró a Alejandro, buscando esa confirmación que temía encontrar.

—Mira, en verdad yo nunca he tenido una conversación con Turey sobre ella—dijo Alejandro—. No hace falta ser un genio para darse cuenta de que entre ellos existe cierta química, que no necesariamente debe de ser de naturaleza sexual, pero quién sabe.

—¿Tú crees que ellos son amantes? —preguntó Cris, atormentada.

—En verdad no lo sé. Conozco a Turey, pero ustedes, las mujeres, cuando se lo proponen, pueden destruir o crear reinos—respondió Alejandro.

—Por eso necesito hablar con él—aclaró Crismaylin—. Si Turey confirma mis sospechas, me iré a mi época, así de simple.

Alejandro miró a su amiga con ternura y le dio un abrazo fraternal.

—Solo te diré algo—dijo Alejandro—. María de Toledo no tiene la fuerza de retener a Turey si él realmente quiere irse contigo.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Crismaylin.

—Que debes de tener una conversación franca con él y luego tomas tu decisión—expresó Alejandro—. Por ahora, te aconsejo que te vayas a tu casa a descansar. No te conviene pasar la noche aquí. Mañana temprano, te marchas a Cotuí.

—¿Por qué no puedo quedarme a dormir aquí? —preguntó Cris—. Además, no me iré sin hablar con Turey.

—Si te irás porque él no está aquí, y dudo que regrese hasta entrada la madrugada. No me preguntes dónde está, porque no te diré nada—expresó Alejandro levantándose de la silla—. Pero no te preocupes, veré cómo me hago para que se vean.

—No quiero volver a la casa de Crescencio. Déjame dormir aquí, por favor—suplicó la viajera.

—Lo siento, pero no—dijo Alejandro mientras la empujaba hacia la puerta—. Recuerda que debes mantener una buena reputación. No está de más recordarte que serás el tema de conversación de muchas damas durante la cena. Los chismes aquí vuelan.

—Alejandro, no me eches— imploró Cris mientras se resistía—. Pensé que eras mi amigo.

—Y lo soy, recuerda que fui yo quien te casó bajo los efectos de las drogas psicodélicos —dijo mientras abría la puerta y soltaba un suspiro de nostalgia—. Pero también soy un hombre de negocios, y dentro de unos días debo de ensayar con mis músicos para una fiesta.

—Alejandro...

—Deja de llorar, mañana hablamos—dijo su amigo mientras le cerraba la puerta en las narices.

Crismaylin soltó un grito de frustración ante la indiferencia de su amigo para ayudarla. No le quedaba más opción que regresar a su casa y pensar en cómo resolvería sus problemas. Todo ese asunto se le estaba escapando de las manos como arena entre los dedos. A pesar de la sorpresa inicial de sus criados al verla, ninguno se atrevió a preguntarle nada. Subió a su habitación y no salió de ahí hasta la hora de la cena. Luego mandó a buscar un baúl pequeño para colocar la lencería que había traído junto a los objetos, su intuición le advertía que no debía de perderlos de vista.

Bien temprano en la mañana, mientras tomaba un sorbo del té más horrendo que había ingerido en toda su vida, Crismaylin recibió la noticia que un fraile la estaba esperando en la puerta. Bajó las escaleras, acompañada de Blanquita, y sintió la suave bruma matinal, acariciar su piel. Los pájaros revoloteaban en los arbustos, y el aire prometía un día caluroso.

Le costó un poco reconocer a su amigo Alejandro, quien vestía una sotana de fraile que caía hasta sus tobillos. Era de un tono marrón oscuro, de tela áspera y pesada, con un cordón de cáñamo atado a la cintura. Sus pies estaban calzados con sandalias de cuero desgastado, típicas de la vestimenta religiosa de la época. La capucha estaba echada hacia atrás, revelando su rostro cubierto con la peor imitación de barba jamás vista.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Cris, anonadada.

—Te dije que te ayudaría—contestó Alejandro, haciendo una reverencia—. Solo tenemos que irnos antes que la ciudad se despierte por completo.

—¿Me llevarás hasta Cotuí? —preguntó la viajera.

—Claro que no, recuerda que debo preparar mi espectáculo—comentó Alejandro mientras se colocaba la capucha—. Tampoco será Turey, pero accedió a hablar contigo antes de que te vayas.

—¿Accedió? —repitió Cris, enojada.

—Sí, eso fue lo que dije. —Alejandro puso sus manos en los hombros de Cris—. Unos amigos míos te recogerán en el cruce, así que no tendrás mucho tiempo. Ve a buscar tus pertenencias y vámonos de aquí.

—¿Dónde está Turey? —quiso saber ella.

—Te está esperando en un lugar antes de llegar al cruce. Él te presentará a mis amigos—informó Alejandro—. Ve y apúrate, no tenemos mucho tiempo.

Cris regresó a la casa con un paso relajado y distinguido, para no levantar sospechas. Despidió a Blanquita, pero antes le indicó que diera el recado que volvería a Cotuí junto a Crescencio. Además, le pidió que buscara a dos criados para que bajaran el pequeño baúl. Tan pronto como la puerta se cerró, liberó un grito de frustración sin emitir sonido, solo lo esbozó en silencio. Se sentía furiosa con Turey. Cerró los ojos y se esforzó por calmarse.

Alejandro había conseguido un carruaje modesto y discreto, de madera oscura, con ruedas de gran diámetro que le permitirían navegar por las calles empedradas de Santo Domingo con relativa facilidad. No estaba adornada de manera llamativa; su diseño era funcional y pasaba desapercibido entre los otros vehículos de la ciudad. Carecía de lujos. En el interior, había un banco largo y acolchado donde Crismaylin y Alejandro podían sentarse. Bajo el banco se encontraban ocultos los elementos esenciales que necesitarían para su viaje, como comida y agua.

Alejandro ayudó a Cris a subirse en la carroza cuando fueron interceptados por Xiomara y su tía María Josefa, esta última lucía bastante desmejorada. Xiomara, una figura intrigante, miró con sorpresa y sospecha a Alejandro, disfrazado de fraile, y a Crismaylin. Un ligero escalofrío recorrió la espalda a Cris.

—Señora Dávila, creíamos que acompañaba a su esposo—dijo Xiomara con tono de incredulidad —. Han regresado muy pronto.

Cris y Alejandro compartieron una mirada cargada de tensión.

—Así es, señorita Campusano, regresé por algunas cosas, pero ya estoy de camino de regreso—respondió Cris nerviosa.

Xiomara se acercó a Alejandro con una mirada inquisitiva, desconfiada de su presencia. La tía María Josefa, pálida y enferma, observaba la escena con curiosidad.

—¿Cómo pudo su esposo exponerla de esta manera? —preguntó Xiomara mientras examinaba a Alejandro—. Los caminos están repletos de peligros, como los indios rebeldes.

Cris sintió un nudo incómodo en la garganta.

—Por favor, no piensen mal de mi señor esposo. Crescencio tomó todas las precauciones para proteger mi seguridad—aseguró la viajera.

—¿Y por qué se hace acompañar de un fraile? —indagó Xiomara. Cris sofocó un quejido y Xiomara la miró inquisitivamente.

Crismaylin se encontró en una encrucijada, atrapada entre la necesidad de proteger a su amigo y su urgencia de escapar. El destino de su escape pendía de un hilo mientras Xiomara inspeccionaba al supuesto fraile.

—¿Por qué está tan pálida, señora Campusano? —preguntó Cris, con la intención de cambiar el tema.

—He estado un poco delicada de salud—susurró débilmente María Josefa—. Creo que se debe a unas infusiones que...

Antes de que María Josefa pudiera terminar su frase, Xiomara la interrumpió.

—Mi tía no se ha sentido bien, por eso vamos a orar en la capilla a pedir que nuestro Señor intervenga en su recuperación—Xiomara hizo una pausa—. No le quitaremos más tiempo. Les deseamos un buen viaje.

Cris frunció el ceño mientras observaba a Xiomara llevarse a la señora Campusano a pasos apresurados.

—Esa señora tiene los días contados—susurró Alejandro.

La viajera miró a su amigo con una mirada inquisitiva.

—¿Crees que ella...? —Crismaylin no pudo terminar la frase, horrorizada.

—Está siendo envenenada—terminó la frase Alejandro—. No hace falta ser un genio para deducirlo, y si yo fuera tú, pensaría un millón de veces antes de ingerir algo ofrecido por Xiomara.

—Tenemos que ponerla sobre aviso—expresó la viajera en voz alta.

—Mejor no te busques más problemas—comentó Alejandro tirando de los caballos.

—¡Esa señora es un ser humano! —exclamó Cris con furia.

—Claro que lo es —respondió Alejandro con absoluta calma—, pero ya tienes suficientes problemas y no has resuelto ninguno.

—Te desconozco, Alejandro —murmuró la viajera.

—Oh, si tanto te preocupa... —Un destello de dientes asomó entre la falsa barba negra—. Te prometo que, en una de nuestras celebraciones paganas, cuando soy el Behique y me drogo, oraré a la gran Atabeyra por ella. ¿Contenta?

Después de la tensa confrontación con Xiomara, Alejandro y Crismaylin continuaron su fuga. A medida que se alejaba de la ciudad de Santo Domingo, el paisaje cambiaba gradualmente. La vegetación se volvió más densa, y los sonidos de la civilización se desvanecieron, reemplazados por los cantos de aves exóticas y el murmullo suave del viento entre las hojas.

El carruaje avanzaba por un sendero angosto y serpenteante, bordeado por árboles altos y frondosos. A medida que se adentraban en la naturaleza virgen, el aire se volvía más fresco y perfumado con el aroma de las flores silvestres. Crismaylin se enjuagó las lágrimas al recordar la primera vez que viajó y se topó con un paisaje similar.

De pronto Alejandro detuvo la carroza y le explicó que Turey la esperaba detrás de unos arbustos. Con una reverencia final y una palmada en la espalda por parte de su amigo, Crismaylin caminó arrastrando los pies por el sendero. Se detuvo cuando vio la entrada de una cueva, casi camuflada entre la vegetación exuberante.

La reconoció de inmediato. Después de veinte años, regresó a la cueva de Los Tres Ojos. El sonido de goteo constante resonaba en el aire. Ese lugar era un oasis de tranquilidad en medio del tumultuoso mundo exterior. Crismaylin se aventuró sola hacia el interior de la gruta oscura, siguiendo el rumor del agua. Sus pasos resonaban en el silencio de la caverna mientras se adentraba en la penumbra. El murmullo del agua se hacía más fuerte a medida que se acercaba al primer lago.

Justo cuando Crismaylin estaba a punto de llegar al borde del lago, una mano fuerte y ágil le tapó la boca.

—Shh, no gritar. Soy yo, Turey.

Crismaylin sintió un escalofrío de sorpresa y emoción al reconocer la voz de Turey, y recordó su habilidad para moverse sigilosamente por los bosques y las grutas. Él la soltó, y ambos se miraron.

—No vuelvas a asustarme así—le advirtió Cris, mientras regulaba los latidos de su corazón.

—Alejandro me informó que querías hablar conmigo. ¿Por qué? — le preguntó Turey en tono receloso. —Lo último que supe fue que viajabas a Cotuí junto a tu esposo.

—Ese viaje casi acaba conmigo—susurró Cris, sin mirarlo a los ojos.

Turey, con un nudo en el estómago, recogió pequeñas piedras del suelo y empezó a lanzarlas al lago con destreza, haciendo que rebotaran en la superficie antes de hundirse en el agua. Trató de parecer despreocupado, pero sus pensamientos estaban llenos de celos y preocupaciones por el viaje que ella había hecho sin él.

—La gente comenta que el señor Crescencio es muy feliz desde tu llegada—dijo Turey, encogiéndose de hombros.

—Crescencio es un buen hombre—susurró Cris, buscando su mirada.

El taíno intentó disimular su turbación con una sonrisa forzada.

—Sí, lo es—contestó Turey mientras arrugaba la nariz.

Turey continuó lanzando piedras al lago, pero sus movimientos eran más bruscos, revelando su inquietud interna. Crismaylin, atenta a los gestos de Turey, comenzó a sospechar que algo no estaba del todo bien.

—Él no sabe que me escapé—murmuró la viajera—. En realidad, ni siquiera pensé en cómo se sentirá cuando se entere.

El taíno hizo un gesto de rechazo con la mano.

—Mi única prioridad por el momento es hablar contigo—explicó ella con rapidez—. Sin embargo, ahora siento un poco de culpa.

Turey, finalmente vencido por sus emociones, suspiró y se detuvo, dejando caer la última piedra en el agua.

—Nada te está reteniendo—la voz de Turey rezumó de sarcasmo.

Crismaylin entrecerró los ojos.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó ella.

El taíno se encogió de hombros, sin contestar.

—Te dije que me escapé para venir a hablar contigo—exclamó Cris, incómoda, mirando a su alrededor como si buscara desesperadamente una piedra o palo, para entrarle un poco de razón en la cabeza—. Y me vienes con esa actitud.

Él la miró con indiferencia, y ella soltó un bufido de frustración.

—Maldición, Turey, necesito que hablemos sobre ciertas cosas—murmuró reprochándose lo imbécil que había sido—. No sabes en el problema en el que me metí por ti.

—Yo no veo cuál, tienes una casa grande llena de criados que te sirven, vestidos bonitos, una mesa llena de comida—enumeró Turey, clavando en ella unos ojos feroces—. Y un marido que calienta tus noches.

La rabia se apoderó del pecho de Cris. Si sus ojos fueran puñales, el taíno estaría en ese instante dejando salir la sangre a borbotones de su boca.

—No me vengas con eso, que te quede claro que yo no duermo con Crescencio —Cris alzó la barbilla con petulancia cuando él se le acercó—. Sin embargo, a mí no me queda claro tu relación con María de Toledo.

Él la observó con indiferencia y soltó un sonido burlón que hizo que el estómago de Crismaylin se encogiera en una sensación bastante desagradable.

—No tenemos nada—el tono de voz de Turey empezó siendo duro, pero se suavizó enseguida. Finalmente, movió la cabeza y murmuró—: María es mi amiga, solo eso.

—¡Pues ella no me hizo sentir eso! —replicó Crismaylin airada.

—María no dice mentiras, no creo que ella te haya dicho algo que no es cierto—alegó él con recelo, e hizo un gesto con los brazos.

Crismaylin abrió los ojos de par en par.

—¡Claro, la santa de María no puede decir mentiras! —expresó ella furiosa—. La virtud hecha persona.

—María es buena persona—afirmó Turey.

La rabia que sintió Cris se intensificó al escucharlo reafirmar su declaración.

—Pues déjame aclararte que una mujer tan "virtuosa" como lo es tu amiga no permitiría que su amigo la visitara como ladrón en la noche a espaldas de su esposo—se defendió Cris.

Los ojos de Turey centellaron peligrosamente.

—A ver, Turey, ¿tendrías el valor de jurarme que nunca ha pasado nada entre ustedes? —inquirió ella, con la sonrisa ladeada.

Turey palideció ante las palabras de la viajera.

—Yo nunca la he tocado—replicó Turey.

Crismaylin estalló en una carcajada sarcástica.

—Y ¿qué me dices de ella? —preguntó Cris tan fría e insensible como una piedra.

—Escúchame bien—dijo Turey con una voz llena de irritación—. Yo nunca sentir nada más que amistad por ella, pero un día...

—¿Un día qué? —curioseó ella alzando una ceja.

—Me dio un beso algo cerca de la boca, pero le dije que no lo volviera a hacer—dijo él, mirándola.

—¿Nada más? —indagó Cris molesta, lo cual Turey negó con la cabeza—. Así que, quitando ese episodio, ¿cuándo vas a su habitación no terminan revolcándose?

—¡Ya te dije que no! —Turey la fulminó con una mirada que la penetró hasta la médula—. Yo nunca la he besado, pero yo si escuché de tu comportamiento con el señor Crescencio en el jardín de los Campusanos—soltó Turey.

Ella lo miró con recelo. Se cuestionó cómo se había enterado y recordó que entre los criados podrían circular chismes en torno a sus amos.

—¿Qué estás insinuando? —Él se encogió de hombros. —No me faltes el respeto Turey—espetó decepcionada—. No voy a tolerar ese mismo comentario otra vez.

Ella se dio la vuelta, pero Turey la agarró por el antebrazo y sus ojos brillaron de ira mientras le miraba el cuello.

—¿Quién te hizo esa marca? —preguntó con un enojo feroz que vibró en sus palabras—. ¿El señor Crescencio?

—¡Claro que no! —la voz de Cris era muy débil.

—¿Puedes jurar a mí que el señor Crescencio nunca te ha tocado? —preguntó él.

Ella vaciló y se lamió los labios resecos.

—Nunca se ha impuesto sobre mí —dijo con cautela. Por la seguridad de Crescencio nunca le diría lo que había ocurrido.

—Él cree que puede tener derecho sobre ti y buscar el placer de tu cuerpo en las noches que desee o ¿no? — Ella tragó saliva ante el endiablado acierto y precisión de su suposición. Una mirada salvaje empezó a arder en sus ojos de Turey. —¿Te forzó? —dijo entre dientes.

—No —rogó ella. Turey asintió en silencio instándola a continuar —. Sabes muy bien que no me dejaría tocar por Crescencio.

El corazón de Turey latía con fuerza en su pecho, y aunque los celos lo atormentaban, decidió escuchar su corazón y confiar en las palabras de Crismaylin. La viajera también enfrentaba sus propios pensamientos inquietantes. A pesar de sentirse molesta por la amistad de Turey con María, tomó una decisión consciente de apartar esos pensamientos inquietantes y confiar en él.

—Yo creer en ti, pero la confianza debe de venir de ambos—expuso Turey.

Ella soltó un suspiro entrecortado, sentía que su estómago se encogía y el centro de las palmas de sus manos comenzaban a sudar, intentó sonreír para relajarse.

—Está bien capto el punto, sin embargo, si me surgen dudas, es tu deber esclarecerlas —dijo Cris—. Ninguno de los dos sabe lo que hizo el otro en todo este tiempo.

Turey desvió los ojos, hasta el brazo de Cris, que todavía agarraba. La acercó a él, la abrazó y le acarició suavemente la espalda.

—Hablar, no es acusar, no gustar que me acuses—resopló, unos segundos antes de besarle los cabellos con ternura, ese gesto la derritió como la mantequilla.

—No me gusta pelear contigo, Turey. —Turey la miró con escepticismo, lo que provocó que Cris sonriera. Volvió a abrazarla y el taíno presionó su mejilla contra la cabeza de la viajera. Le acarició el cabello y alisó los rizos cerca de su oído—. Quiero que prometamos hablarnos con la verdad, aunque nos duela, luego juntos encontraremos una solución para no matarnos.

Turey asintió, frunciendo el ceño. El sonido de los pasos sonó más próximo a ellos.

—Chicos, me temo que soy el aguafiestas de su relación, pero las personas que van a llevarte de regreso a Cotuí ya llegaron Crismaylin —dijo Alejandro desde la entrada de la cueva.

La viajera se alejó de su regazo y le dirigió una mirada de corderito a Turey, como si quisiera pedirle un favor.

—Turey, ¿me acompañas a Cotuí?

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