Si así lo deseas
Andaba a mitad de un vasto prado; ideal para que un arquero utilizara su trasero como diana. Soltó un ligero resoplido cargado de resignación y vergüenza. Nunca pensó que mostraría las joyas de su madre en todo su brillo y esplendor mientras estaba pegada como lapa a la espalda de un perfecto desconocido.
Sin embargo, eso era el verdadero significado de la supervivencia; hacer hasta lo impensable con tal de seguir respirando. En su viaje solo veía a lo lejos colinas cubiertas de bosque, fértiles y espesos. En su época todo eso lo sustituirían barrios infestados de malandros, edificaciones hechas de cemento y calles mal pavimentadas.
La culpabilidad aguijoneaba fuerte en su conciencia, sabía que era una carga pesada para el grupo. El hombre de la cicatriz llamado Turey la llevaba sobre su espalda sin quejarse, algo que no podía decir del otro que siseaba enojado cuando la miraba.
Cuando Turey no tenía fuerza para continuar llevándola en su espalda, Cris se valía de Tanamá, la diferencia era que debía de caminar apoyándose en su hombro; eso los retrasaba aún más porque ni siquiera podía recorrer medio kilómetro sin tener que detenerse. Y en ningún momento Ararey se ofreció en ayudarla.
Crismaylin sentía sus piernas como gelatina y cuando los rayos de sol tocaban su rostro se mareaba, sin añadir el dolor físico que padecía en silencio. A esos nativos, excepto al que llamaban Ararey, les agradeció de corazón el amable gesto de no dejarla abandonada a su suerte.
Ella libraba dos batallas campales, la primera era con su cuerpo maltratado que luchaba contra las fiebres y las bacterias que de seguro tenía al no contar con asistencia médica moderna; la segunda, era la de su mente, que no podía borrar los horribles recuerdos que le hizo pasar ese desgraciado.
No deseaba darle más poder del que muy a su pesar estaba ganando sobre ella. No era para nada una damisela en apuros; lo odiaba a muerte, pero se sentía impotente y confundida al acordarse en como su cuerpo respondió a los toques de ese pervertido.
Le temía más de lo que estaba dispuesta a reconocer.
Cuando despertó en la cueva y pudo verlo de nuevo, su cuerpo empezó a agitarse, pero eso no fue lo malo; lo peor sucedió cuando lograron interceptarlos. Todo ocurrió muy rápido para que Cris pudiera procesarlo, Turey la tiró al suelo. La caída la aturdió, pero poco a poco empezó a ser consciente de la situación. Nunca estuvo envuelta en peleas callejeras, ni siquiera le gustaban las películas o los libros con ese tipo de dinámica.
Al no poder caminar se arrastró lo más rápido que pudo, todo lo que era capaz de escuchar era golpes y gritos. Además, se impregnó un fuerte olor a sangre que le removió las entrañas. No se atrevió a hablar. No quería hacer ningún ruido que revelara su presencia.
Y como siempre, la suerte no tuvo de su lado.
—¡Pero si aquí estás! —exclamó su verdugo, con mucha dulzura, —esas no son formas de comportarse. Ni siquiera tuviste la gentileza de dejarme una nota. Casi rompes mi corazón bebé, y yo que pensaba que teníamos algo..., ¿quieres que te recuerde como te corriste entre mis dedos?
Cris detestaba esa voz, tuvo que luchar contra unas arcadas que intentó retener tapándose la boca, un ácido empezó a subirle por el estómago que retuvo en su garganta. Esas palabras la hicieron sentir humillada. Tragó saliva muy fuerte y dijo con voz fría:
—Que te metan un palo por el...
El aludido se acercó y la agarró por la nuca haciendo que su cabeza se estirara hacia atrás, provocándole un dolor horrendo en el cuello.
—¿De verdad deseas eso? —replicó, fingiendo asombro—. Sería más divertido si eso te lo hago a ti, ¿qué opinas?
Cris palideció al escuchar su propuesta. La frialdad de ese hombre hizo que su corazón se estremeciera. Habló así, tan casual, como si estuvieran conversando en cómo hacer una maqueta. Deseó con todas sus fuerzas molerle los testículos con su rodilla.
Turey vino en su rescate, intentó golpearlo; sin embargo, lo que recibió fue una tremenda paliza. Compartían la misma contextura física, lo único que los diferenciaban era que Turey no sabía nada de técnicas de boxeo. Terminaron rodando por el piso, y vio con horror como le conectaban un fuerte rodillazo en el estómago. Su verdugo se levantó, miró hacia su dirección, sonrió y antes de escapar le lanzó un beso, como si la amara.
Cris palpó su frente al sentir una molestia. Notó un enorme bulto, junto a un pequeño corte. Al menos, no corría el riesgo de expulsar el cerebro por esa ranura. Intentó incorporarse, pero no lo logró. Su situación era crítica.
Una lágrima de impotencia amenazó con asomarse, ese lugar iba a matarla. Se arrastró hasta donde estaba su salvador, no pudo evitar fijarse en lo horrible que era su cicatriz. Se prometió que más adelante indagaría en lo que le había pasado, por el momento se conformaba con darle las gracias.
Hizo un esfuerzo y lo tocó en el muslo, notó que respiraba con dificultad y la cara empezaba a hincharse producto de los golpes recibidos. Una lágrima rebelde corrió por su mejilla, él la apartó, entonces, se desplomó en el suelo.
No sabía qué hacer o a quien llamar por auxilio, de pronto, unas manos tocaron su espalda, se sacudió como si fuera una serpiente al suponer que su verdugo había regresado, pero era Tanamá.
Acamparon en ese mismo lugar. Tanamá se encargó del fuego, el cual encendió con una destreza que pondría a llorar de envidia a Bear Grylls. Ararey se desapareció por más de casi tres horas, cuando regresó traía varias hojas y frutos. Vació dos frutos secos de Jícara Higüera para utilizarlo como utensilios para transportar un agua que Cris desconocía de donde la había sacado.
Y con la pulpa hizo una especie de cataplasma que usó para colocarlo sobre las heridas de Turey. También utilizó las hojas de cardosanto para detener las infecciones, eso lo sabía porque su abuelo lo usaba, machacó guanábana con una piedra para hacer una clase de champola, con eso calmó la fiebre que empezó a palidecer su amigo. Luego empleó sus hojas para adormecerlo.
En ningún momento Ararey tuvo la gentileza de socorrerla, si hubiera sido por él, no le habrían puesto nada. Gracias a Dios que Tanamá la atendió con las fiebres y el dolor que comenzó a padecer.
Al rayar el alba, la hicieron beber agua un poco amarga y permitió que le colocaran en el cuello resina del copey. Echaron a andar todos juntos aún con la neblina de la mañana flotando sobre el suelo, pero antes Ararey pisoteó y cubrió los restos de ceniza.
Turey iba caminando apoyado de Ararey mientras Tanamá la ayudaba a ella. Se desplazaron en zigzags descendiendo por senderos difíciles para una Crismaylin que miraba doble.
Ararey quería obligarla a correr como si fuera una presidiaria en plena fuga cuando a duras penas lograba respirar. Llegaron a las orillas de un río caudaloso. Por su forma, Cris supuso que se trataba del río Ozama, aunque este era más grande de cómo estaba en la actualidad.
Si sus cavilaciones eran correctas, cuando despertó lo hizo en el punto que quinientos años después sería su hogar. El río Ozama quedaba al este, entonces la habían hecho caminar unos trece a quince kilómetros en artículo mortis.
La sociedad taína se dividía en cinco cacicazgos controlados por caciques, quienes tenían poder absoluto sobre estos. La porción noroeste de la isla era el cacicazgo de Marién, gobernada por Guacanagarix este les daría la bienvenida a los españoles. La zona nordeste era Magúa gobernado por el cacique Guarionex.
El cacicazgo Maguana, era gobernado por el cacique Caonabo y comprendía el centro de la isla. El cacicazgo Jaragua era gobernado por el cacique Bohechío, se extendía por todo el suroeste y por último estaba el cacicazgo de Higüey gobernado por el cacique Cayacoa, se extendía desde Cabo Engaño hasta el río Haina a este territorio era al que ella pertenecía.
¿Qué debía hacer?, pensó, estaba malherida, sin medicina moderna para curarse y si cruzaba ese río dejaría atrás lo único que podría ayudarla a regresar a su casa. No conocía el idioma ni las personas que la acompañaban. Ni siquiera era capaz de tomar la decisión de volver por su cuenta y buscar la otra parte, lo cual era muy probable que el malnacido ya lo tuviera en su poder.
Cris sintió que la angustia de no saber qué hacer iba en aumento. Comenzó a temblar y el pánico que la embargó le impedía razonar. De lo único que estaba segura era que no podía cruzar ese río.
—La creta —masculló—. No sé qué hacer.
Ararey se puso a analizar el suelo con sus dedos. Luego comenzó a emular el sonido de las cotorras. De pronto salieron de los arbustos un grupo de taínos, cuatro mujeres y dos hombres; los últimos arrastraban una canoa.
Tanamá tomó la mano de Cris, y le dijo algo que no entendió. Luego comprendió que quería que abordara la embarcación. Las canoas tenían una enorme importancia en la vida de los taínos. Eran su principal medio de transporte, pues la inmensa mayoría de la población aborigen, según la historia, vivía a las orillas o a poca distancia del mar y de ríos navegables. Aunque por el momento no había visto ninguna comunidad.
Crismaylin no tenía planes de ir con ellos, solo quería que le dieran algo con qué sobrevivir, pues necesitaba ir a buscar el reloj. Su mente no podía procesar de que tenía una gran probabilidad de quedarse atrapada en esa época tan primitiva.
Comenzó a resistirse, el acceder a la petición de Tanamá era como darles la espalda a sus esperanzas por volver a su casa. Ararey de forma brusca empujó a Cris hacia la orilla, sin saber que estaba a punto de tener un ataque de ansiedad. Las mujeres trataron de ayudarla para que abordara la embarcación.
Ararey masculló una serie de palabras, por su tono no eran nada halagadoras. La tomó del brazo y empezó a arrastrarla en contra de su voluntad, Crismaylin reaccionó clavándole las uñas, no obstante, él ni se inmutó. Turey intervino en su ayuda apartándola, y notó que para tener la piel cobriza se veía bastante pálido.
No quería que la obligaran a hacer algo que no deseaba. Aunque la decisión no la tuvo que tomar ella, sino la sombra de la muerte. Una flecha salió disparada desde algún lugar, le pasó zumbando frente a su rostro y se clavó en la garganta de una de las mujeres. Se llevó la mano a la boca en un intento de no vomitar la vida.
Ararey y los demás tomaron los remos para escapar. Turey comenzó a correr hacia el río, pero al ver que ella no se movía retrocedió y fue en su ayuda. Entonces, otra flecha penetró en su muslo y le hizo perder el equilibrio.
Crismaylin intentó levantarlo; sin embargo, Turey se lo impidió. No le quedó más remedio que cerrar los ojos y rezar, esperando lo peor. Entonces, el taíno le habló y como no hizo nada, le señaló con vehemencia que empezara a bracear en dirección a la canoa cuando se lo indicara.
No estaban muy lejos de la orilla, Turey agitó el agua levantando la tierra, hizo eso para que el Caribe que iba hacia ellos no viera su hacha, cuando lo tuvo cerca se le echó encima.
Turey le gritó algo y supuso que era que nadara hacia la canoa, y eso hizo; pero desistió, no podía abandonarlo, se volteó y vio cuando Turey le daba la estocada mortal al Caribe. Había sangre por todas partes; una que se mezcló con el agua. Si lograba retornar a su época, necesitaría horas de terapia y medicación controlada de por vida.
Volvió a nadar cuando vio que Turey hacia lo mismo. El amo de sus pesadillas salió con otro grupo, levantó el brazo dando la orden de lanzar flechas hacia ellos. Cuando eso ocurrió, Tanamá la estaba ayudando a subir a la canoa bajo la mirada desdeñosa de Ararey.
Comenzaron a remar más rápido dejando atrás a Turey, Cris pensó no podían hacerle eso. Estaba herido y eso provocaba que nadara más lento. Entonces, el malnacido tomó un arco y disparó una flecha en dirección a Turey. Tanamá gritó presa del pánico al ver a su hermano hundirse en el agua.
—Más te vale que no tardes mucho en regresar— vociferó el Caribe con desdén —. En un momento me iré y podría llevarte conmigo—soltó una sonora carcajada—, si así lo deseas.
Un gruñido brotó de la garganta de Cris, pero no dijo nada, no por ahora.
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