Mi firma

Crismaylin, ¿puedes oírme?

La voz de Luis Emilio los sorprendió a ambos.

Anoche, mientras creyó que moriría a causa del frío, razonó que tal vez pudo escucharlo porque una pieza del reloj había quedado en su poder, al parecer la cadena les servía como conexión telefónica.

Sin embargo, ¿Cómo era posible que lo escuchara si no traía consigo la mitad del artefacto? Estaba consciente de que lo había olvidado cuando empezó a correr.

¡¿Crismaylin, respóndeme?!

—Vamos, Crismaylin, contesta—animó su captor curvando los labios en una sonrisa desdeñosa.

—¿Lo oyes? —fue más una afirmación que una pregunta.

A Cris no le causó ninguna gracia, los ojos de ese hombre fulguraron como dos brazas ardientes. Brillaron con una frialdad que le prometía cosas siniestras.

—Gracias a ti podré volver.

Cris descifró en su voz que ocultaba más de lo que decía.

—¿Cómo vamos a regresar? —cuestionó, incluyéndose.

El hombre hizo un ademán con la mano restando importancia a su pregunta.

—No sé tú, pero yo lo haré con esto—le mostró la parte del reloj que había olvidado.

—¿Quién es usted? —exigió, ya muy inquieta.

El extraño enarcó las cejas ante la pregunta.

—¿Importa?

Intentó como una fiera quitárselo de encima. Sin embargo, cuando su captor percibió el miedo reflejado en su rostro, tuvo una erección, el cual Cris notó.

—Apártese de mí—exigió con frialdad.

—Así que la niña tiene agallas.

El Caribe no podía creer la gran suerte que tenía. Llevaba unos cuantos años viviendo en esa época. No andaba de turista y la verdad era que se estaba aburriendo un poco. Por un error había perdido su llave. Sin embargo, ahora que tenía algo con que regresar ya no tenía tanta prisa, pensó que bien podría divertirse con la joven.

Había algo en ella que despertó en él la lujuria trayendo consigo un fuerte deseo de poseerla, era un enfermo, estaba consiente de eso, pero nadie lo detendría en obtener ese poder sobre sus lágrimas. Se levantó con lentitud, midiéndola. Sabía que escaparía en la primera oportunidad.

Cris se levantó, retrocedió uno o dos pasos. No lo pensó mucho, se echó a correr, sin importarle en lo más mínimo que las ramas arañaban sus brazos y rodillas. Había algo en ese hombre que activaban todas sus alarmas, más adelante volvería por la otra parte si no era porque él la encontraba primero.

Tropezó con unas piedras, pero ni, aun así, no dejó de correr. Algo la empujó hacia delante con tanta fuerza que la hizo caer al suelo. Unas manos rudas intentaron halarla del cabello; sin embargo, al tenerlo tan corto terminó por levantarla por la nuca.

—¡Game over for you, baby!

—¡Suéltame, hijo de la gran puta!

Forcejeó por liberarse, incluso clavó sus dientes en el brazo del extraño y supo que era un maldito enfermo cuando lo escuchó gemir. Acabaron en el piso rodando, él por estrangularla y ella por sacarle los ojos con las uñas. El hombre cambió de táctica, utilizó su peso para aprisionarla. Sabía que de momento no podría matarla, necesitaba que le dijera donde estaba la otra mitad del reloj.

—¡Quieta, maldita perra! —exclamó, apretando los dientes con fuerza—. Sé buena y dile a tu papi donde está la otra pieza.

—No eres mi papá, cabrón—gritó con ahínco—. No pienso quedarme aquí. Además, el reloj es mío, ¿por qué debería de ser tú y no yo quien regrese?

—Recuerda que soy un hombre y eso me da derecho a ser el primero—dijo con una carcajada.

Cris quiso usar una de sus rodillas para molerle los testículos, pero su oponente se adelantó y le aprisionó las piernas. Logró girarla y rodearle el cuello con los brazos. Cris arqueó la espalda y echó la cabeza hacia atrás en un intento de conseguir aire. Sus pulmones ardieron por el esfuerzo.

El mal nacido utilizó una de sus manos y le ahuecó uno de sus senos. Se retorció de impotencia. Después hizo algo que la marcaría para el resto de su vida, la mordió en el cuello tan fuerte que pudo sentir como la sangre bajaba por su piel. Sus ojos se llenaron de lágrimas y se estremeció de dolor.

—Hijo de tu maldita madre—exclamó, con desprecio—¡Suéltame!

Su agresor la miró con arrogancia, le sonrió con los dientes ensangrentados, con petulancia. Dolida, reprimió su creciente temor y le escupió en la cara. Luego, meneó la cabeza para recibir el puñetazo que nunca llegó. La levantó con violencia del suelo, Cris aprovechó y le dio un rodillazo en la entrepierna que le cortó la respiración.

Corrió despavorida, soltando alaridos. Así no era como se imaginaba que era la vida en ese tiempo. Un gran silencio reinaba en el bosque y se detuvo cuando creyó que estaba segura. Todo le daba vueltas, su estómago al final colapsó y vomitó. Se le llenaron los ojos de lágrimas sin derramar cuando vio unas cuantas gotas de sangre teñir el suelo.

Algo tocó su espalda, se volvió con furia. Estaba dispuesta a morderlo, arañarlo y darle patadas con tal de alejarlo. Se llevó una sorpresa al toparse con otra persona de hombros anchos y piel cobriza. Tenía una fea cicatriz que deformaba su labio superior hasta la base de su nariz. Le tendió la mano con insistencia, Cris meneó la cabeza y cuando escuchó el crujir de ramas secas, huyó.

Crismaylin huía cegada por el pánico. Uno de sus pies quedó atrapado en un hoyo, lo que provocó que cayera. Tragó en seco, su corazón parecía un tambor, lo que hasta cierto punto le impedía respirar.

Sintió que un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando unas manos rudas le dieron la vuelta. La había atrapado, le obsequió una repulsiva sonrisa, un tanto extraña, más elevada, por un lado, que por el otro.

Todo ocurrió muy rápido, recibió un fuerte puñetazo en el rostro. Se tambaleó hacia atrás chorreando sangre por la boca. Le descargó otro, su cuerpo golpeó el suelo con un ruido sordo, con los ojos todavía abiertos, sintió como dos lágrimas mojaron sus mejillas, no perdió el conocimiento, solo la aturdió.

Su agresor tomó su cuerpo y la colocó sobre sus hombros como si fuera un saco de cebollas. Esto que le estaba pasando nunca lo leyó en ningún libro.

Despertó con un terrible dolor de cabeza. Su visión era borrosa, sus ojos se movieron de un lado a otro. Notó que estaba atada con las manos y las piernas abiertas, como la cruz de San Andrés, y también la habían desnudado.

—¡Oh, pero si despertó la Bella Durmiente!

La voz cantarina de su agresor hizo que fuera consciente de que su muerte era algo eminente, el llanto se le atragantó en la garganta, no obstante, juró que no lloraría. Y aunque unas lágrimas rebeldes resbalaron por sus mejillas, no iba a suplicar por su vida.

Cris se retorció con violencia cuando sintió su toque en uno de sus muslos. Movió las piernas con brusquedad en todas las direcciones tratando de apartarse.

—Deja de moverte—dijo en medio de una carcajada—, que vamos a destripar la historia.

—¿Quién diablos eres? —le preguntó al no tener respuesta, le reclamó furiosa—. ¿Por qué me haces esto maldito enfermo de mierda?

El aludido se tomó su tiempo en contestarle, sabía que su silencio estaba jodiendo la mente de su prisionera.

—Hago todo lo que me produzca placer. — respondió con voz ronca, despojada de cualquier emoción—. Y aunque no lo creas, nos vamos a divertir.

—Por favor, déjeme ir —lloriqueó—, te juro que no le diré nada a nadie. Solo quiero regresar a mi tiempo y olvidar todo esto.

—¿Supones que te voy a creer? He visto suficientes películas que me han enseñado que el rehén siempre miente con no decir nada—hace una pausa, luego expresa con un regodeo—. Además, la diversión está a punto de comenzar.

—Por favor, libérame, por el amor de Dios.

—¡Ay por favor!, no metas al Creador en esto—se mofó—, y es más... no voy ni quiero dejarte ir. No hasta que me divierta contigo. Ya después veremos.

Cris no podía asimilar lo que había escuchado, entonces un ruido seco captó su atención.

Giró el rostro y vio a un par de hombres divididos en dos tareas. Unos estaban tratando de encender una fogata, mientras que los demás golpeaban con mazos de piedra las cabezas de lo que supuso eran los cautivos. Romper un cráneo no era tan fácil como Cris había visto en películas, escuchó varios golpes y después un sonido como el de un huevo al quebrarse.

Cris se agitó con violencia y la bilis se le subió por la garganta cuando ellos empezaron a destriparlos aún con vida.

—Con el tiempo esas cosas te llegan hasta aburrir—susurró en el oído de Cris.

—¡Aléjate de mí, imbécil!

—Relájate —dijo con fingida ternura.

—Yo no pertenezco a este lugar—Cris se las arregló para decir entre sollozos.

—Te concedo toda la razón —respondió con sarcasmo—. Sabes, desde niños nos adoctrinan con ideas falsas. Nada de lo que te enseñaron es real. ¿Crees lo que te digo?

Sin previo aviso, tomó uno de sus pezones y los pellizcó con dureza. Crismaylin Gritó por la conmoción y la sorpresa.

—Te hice una pregunta.

Cris asintió, incapaz de formar una palabra, lo que provocó que la pellizcara más fuerte.

—¡Sí, le creo! —sollozó—. ¡Te creo!

Se quedó callado un momento, y luego dijo:

—Todo en la vida tiene dualidad; malo o bueno, real o imaginario, la verdad o la mentira. Lo mismo pasa con la historia o con la gente. Uno elige que pensar, pero ¿qué ocurre cuando todas tus creencias están basadas en una interpretación dual? ¿Captas mis palabras, bebé?

—Yo no soy su bebé.

—Serás lo que yo quiera. En este instante me perteneces. ¿Entiendes?

—Suéltame, maldito idiota —gritó entre frenéticos sollozos.

—Te gusta hacerme enojar, ¿verdad? —Sonrió—. Ya veo que contigo no me voy a aburrir.

Comenzó a golpearles los pechos hasta que escuchó un grito desgarrador.

—¡Por favor! ¡Por favor, detente! —exclamó Cris con voz ronca.

—¿No te gusta? —ladró esbozando una sonrisa de oreja a oreja, luego tomó la barbilla de Cris—. Pensamos que el dolor y el placer son antagónicos y no es cierto. Lo contrario del placer no es el dolor, es la insensibilidad.

Introdujo un dedo entre sus piernas. Un nudo empezó a formarse en la garganta. No de miedo, sino de indignación. Su dedo era grueso y se movió rápido, con crueldad. Se mordió el labio tan fuerte que incluso notó el sabor de su sangre en la boca.

Se rebeló con furia, intentando alejarlo, pero fue inútil. Sin embargo, un miedo irracional le traspasó el cuerpo cuando minutos después salió un suave gemido de sus labios. No sabía qué le estaba pasando.

—¡Mira! —expresó maravillado mientras le mostraba lo que había sacado de sus pliegues húmedos—. Existen zonas específicas del cerebro que responden de forma diferente en función de la información sensorial que les llegue. He estudiado la relación entre el dolor y el placer, y cómo estos comparten el mismo circuito de nervios, pueden activar partes del sistema dopaminérgico, algo fascinante. El placer incrementa la dopamina, y este a su vez induce la liberación de opioides generando un efecto analgésico que induce al alivio y aumenta el umbral de dolor.

—¡No, no, no me toques, maldito depravado!

Entornó los ojos con especulación. Le acarició los labios y el mentón, mientras que Crismaylin empezaba a respirar de modo agitado, al suponer lo peor. Con un chasquido de sus dedos, uno de los Caribe corrió y le pasó un cuchillo de piedra, presionó la hoja un poco en su cuello mientras que se colocaba entre sus piernas con una tremenda erección.

—¿Qué vas a hacerme? —preguntó, nerviosa—. No... Por favor, no...

Su verdugo jadeó por una emoción desconocida que Cris no pudo comprender.

—Voy a marcarte—susurró con fingida suavidad.

Crismaylin lo miró a los ojos, y le gritó:

—¡Aléjate de mí, estúpido y maldito, enfermo!

—Te dejaré un bonito recuerdo—su voz no mostró ninguna emoción.

Le trajeron un pedazo de madera encendida, con eso calentó la hoja. Le acarició la mejilla, con ese toque frío e impersonal que le erizó la piel. El primer contacto la hizo gritar con fuerza.

—Mis dientes aún se notan en tu lindo cuello —exclamó con voz serena—. Pretendo dejarlos marcados como una clase de firma.

Crismaylin, abrió los ojos presos del dolor. Su cuerpo se estremeció por el calor quemando su piel. Su captor trabajó despacio, con la paciencia de un cirujano experimentado.

—No te vayas a desmayar—dijo sonriendo con desprecio—. Todavía no he acabado.

La voz de Cris se quebró, se aferró con furia a las cuerdas que la sujetaba mientras se retorcía. Su verdugo al terminar se recostó sobre la corteza áspera del árbol, exhausto.

Susurró tan bajo que casi no pudo oírlo.

— Tu viaje es solo el comienzo, bebé.

Cris vio una estrella fugaz, entonces, pidió un deseo y para su sorpresa, se le concedió

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