Los tres ojos
Llegaron al otro lado del río. Tanamá tenía los ojos abiertos, anonadada. Cris se sentía culpable, tuvo la osadía de ver a Ararey y se arrepintió de inmediato. La miraba con desaprobación. Comenzó a temblar, sintió un frío que le caló hasta los huesos.
Una de las mujeres hizo una exclamación y señaló con su dedo. Todos miraron, entonces, un peso se le quitó cuando vio a Turey salir del agua. El taíno llegó a la orilla gateando, escupiendo agua. Levantó la cabeza, les sonrió, y puso los ojos en blanco.
Por un momento, sintió una oleada de pánico, pero comprendió que solo se había desmayado. Ararey y otro fueron a socorrerlo. Le revisaron el pulso mientras le daban algunas bofetadas en el rostro y golpes en el pecho para despertarlo. Cris les reprochó tal barbaridad, pero no le hicieron caso.
Cuando comprobaron de que estaba vivo, colocaron los brazos de Turey sobre sus hombros. Comenzaron a caminar con un taíno inconsciente que arrastraba los pies. Tanamá le ofreció su hombro a Cris, pero rechazó la oferta. El esfuerzo que hizo al nadar drenó las pocas energías que tenía. La taína al comprender la situación le pidió al otro nativo que la llevara en sus brazos.
Caminaron siguiendo el trascurso del río a contracorriente, luego cambiaron de dirección hacia el este. A excepción de Tanamá, todos se comportaban como si Cris fuera invisible. Después de una o dos horas llegaron a una pequeña comunidad sobre un claro rodeado de cocoteros.
Eran pocas viviendas, hechas de madera y paja. Trasladaron a un moribundo Turey a una de las casas en medio de palabras apremiantes. De inmediato una mujer de rostro pétreo, la llevó a una choza y con cuidado le quitó los restos de hojas que le quedaban en el cuello.
La anciana se sorprendió al verle el vientre, masculló algunas palabras y luego le acarició el rostro con ternura, por lo que pudo apreciar, por sosegarla. Aquellos ojos rehundidos en los que anidaba un brillo febril, la instaron en varias ocasiones a tomar infusiones de aspecto raro y amargo.
Lo que bebió la hizo dormir por horas porque cuando despertó ya era de noche. Se puso a analizar el bohío como llamaban los taínos a sus hogares. Contaba con las características que leyó en los libros, tenían un respiradero por dónde debía de salir el humo. En una esquina había apilados unos tubérculos, también unas hojas mareadas y artesanía.
Sabía que tardaría en recuperarse. Antes de volver a dormir la anciana la obligó a tomar una vez otra infusión, está por lo menos era un poco dulce. Al terminar dejó que el sueño la arrastrara a lugares profundos de su conciencia.
Oyó a lo lejos el chirrío de varios grillos. Buscó una posición cómoda, algo imposible, tendida en una hamaca. Necesitaba recuperar todas sus energías porque debía de encontrar la manera de regresar, así tuviera que tocarle la puerta a Dios. Y después de mucho esfuerzo, se durmió.
Despertó la Bella Durmiente..., Te dejaré un bonito recuerdo.
Una fuerza extraña la apresaba, no podía escapar de esa voz, por mucho que lo intentara, no encontraba la forma de liberarse. Sintió en sus muñecas las cuerdas, el ardor de la hoja, quiso despertar, abrir los ojos, pero no podía.
Pensé que teníamos algo.
¿De verdad deseas eso?
Sería más divertido..., ¿qué opinas?
Desesperada, arañó y pateó esa imagen que se erguía frente a ella; aun así, ni siquiera un rasguño pudo hacerle. Abrió los ojos de golpe, hacia un calor infernal. Arrugó la nariz por el olor de las hojas.
Se apoyó en sus codos, vio a la anciana que la ahogó anoche casi hasta matarla con sus brebajes, entrar con una cesta llena de frutos. Otras mujeres entraron después, la rodearon y empezaron a cantarle, aunque no entendió nada. Se calmó al ver que del suelo no salió fuego, envolviendo a un demonio listo para pincharle los ojos con un tenedor.
Las nativas repetían mucho la palabra Behique, Cris sabía que se referían al médico o brujo de la aldea. Al parecer enviaron a buscarlo, pero nunca llegó. Allí comprobó el origen del mal servicio de salud en el país, quinientos años después, y nada había cambiado.
Duró varios días en reposo y cada cierto tiempo le cambiaban las hojas del cuello, se aseguraron de darle pócimas con sabor espantoso y comida. Por momentos el dolor de su herida se revolvía, pero eso no se comparaba con la zozobra que sentía cada vez que cerraba los ojos.
Después de una semana la sacaron del bohío a tomar un poco de sol, se sintió una vieja decrépita y desvalida. Todas las mujeres la asistieron en algún momento mientras realizaban sus tareas en el conuco donde todas trabajaban. Una niña le consiguió un palo para que pudiera apoyarse y caminar un poco. Cris notó como enterraban algunos Cemí para asegurar una buena cosecha y mantener a los dioses satisfechos. Y cuando se mareaba la llevaban de vuelta al bohío.
Al día siguiente hicieron lo mismo, la levantaron para que tomara sol y le dieron de beber más té medicinal y comida más sustentable como yautía con pescado. En la tarde observó como fabrican cerámicas. Las alfareras que esculpían y les daban forma antropomorfas y zoomorfas a las figuras. Se caracteriza por sus piezas con trazos circulares y lineales, incisos; también el punteado y modelado. Utilizaron arcilla de regular calidad, sin pigmentar, pero con una compleja elaboración y terminación.
Por las noches le aplicaban tanto a ella como a Turey una tinta negra sacada del zumo de la jagua para darle fortaleza a los músculos y quitar el cansancio de las piernas. Lo único malo fue el trabajo que pasó tiempo después para quitarse esa pintura negra de las piernas y pies.
Ya había perdido la noción del tiempo en ese sitio cuando las mujeres insistieron en que aprendiera la labor de cestería y aunque no pudo hacer ni una bola; vio como creaban canastas, redes y corrales para atrapar peces en los ríos y en el mar. Lo que si aprendió fue a confeccionar collares y pulseras a partir de caracoles.
Un día acompañó a la anciana donde se hospedaba al monte, allí se encontró con un mejorado Turey quien taló un árbol y talló rústicamente varios pilones, le sorprendió lo bien terminados y pulidos que quedaron. Al terminar lo llevaron a la aldea para repartirlo a cada familia. Las mujeres lo usaban para moler maíz, hierbas medicinales e ingredientes para crear la pintura con que adornaban sus cuerpos.
Aunque persistían algunas molestias, Crismaylin podía asegurar que le habían brindado un excelente servicio médico. En lo único que no pudieron ayudarla fue con sus pesadillas. Solo tenía que unir sus párpados para ver a ese mal nacido. Iba a necesitar terapia con urgencia, no podía soportar estar allí, por eso lloró sin control y maldijo el día en que Luis Emilio llegó a su casa.
Una noche, cuando el sueño la venció, despertó agitada y sudorosa. Le dolía mucho la cabeza. Pensando que la había traicionado su imaginación, incluso su pánico, se levantó como un resorte. «Necesito volver a mi casa», se repitió con insistencia.
Cris miró a la anciana quien esbozó una sonrisa que no dejó traslucir ninguna emoción. Siseó por las molestias de su cuerpo maltratado, no prestó atención a la voz de la mujer y corrió.
Carecía de sentido de orientación. La sangre se le enfrió cuando se sintió observada. Sofocó un grito al ver una sombra y comenzó a correr. Bajó por un camino inclinado y como iba muy rápido, resbaló, pero eso no la detuvo.
Llegó hasta un sitio llano, se tocó las rodillas raspadas. Todavía sin aliento, miró a su alrededor; todo le parecía lo mismo. Se apoyó en la corteza de un árbol para idear un plan. Perdió el equilibrio cuando alguien le apresó los brazos.
Luchó como una fiera por liberarse. Actuó presa del espanto, le clavó los dientes en su antebrazo mientras levantaba una rodilla que conectó con fuerza en el costado que la ayudó a liberarse. En su mente se arraigó tres pensamientos: escapar, encontrar el reloj y largarse.
—¡Ararey!
Reconoció la voz de Turey, tomó aire por la nariz mientras su cuerpo se estremecía debido al esfuerzo por mantenerse en pie. Ararey masculló algo y Turey se posicionó delante, escudándola. El corazón de Cris latió acelerado, la piel le hormigueo debido a la tensión. No entendía por qué le caía mal, el mito extendido era que ellos eran personas simpáticas e inocentes, hasta rayar en la tontedad.
«Vamos a destripar la historia».
Su cuerpo se estremeció cuando su mente evocó esa horrible voz, sin embargo, él tenía razón. Una cosa era lo que se pensaba de ellos y otra era lo que estaba comprobando. Los amigos se mantuvieron la mirada en medio de un lenguaje mudo. Se podía palpar la tensión del momento.
Ararey frunció el ceño, se encogió de hombros, y luego se fue. Había una expresión de duda en el rostro de Turey, le dio la espalda y cuando estuvo a cierta distancia le expresó algo en tono de advertencia.
Crismaylin soltó un bufido, ni entendía nada de lo que hablaban, solo suponía o adivinaba lo que tal vez querían decirle. Recorrió con la mirada el bosque circundante, escuchó un ruido y el crujir de las hojas secas. Un sudor frío empezó a caerle por la frente y espalda.
No lo pensó dos veces y corrió detrás de él.
Partieron al rayar el alba, no podía quejarse, esas personas la trataron con mucha amabilidad, aunque algunas se negaban a estar cerca de ella. Un dato interesante fue ver como agrandaban sus bohíos al incrementarse el número de familiares que debían de vivir bajo un mismo techo, incluso llegó a conocer a una familia que albergaba la cuarta generación. También, era común que las hijas casadas vivieran en las casas de sus padres. Y en cuanto a la crianza de los niños y el cuidado de los ancianos eran asumidos como una labor de toda la comunidad.
Al partir les proporcionaron alimentos y agua. El grupo deambuló de acá para allá, mientras los retortijones del hambre y los calambres en los pies acababan con Crismaylin. Agradeció las atenciones de Turey, que aún cojeaba por la herida en su muslo, y de Tanamá.
Nunca dejó de quejarse en todo el viaje, esos nativos no conocían la palabra cansancio ni descanso. Estaba exhausta. Soltó un gemido largo, deseó comer una hamburguesa bien grasosa o una yaroa de plátano maduro junto a una enorme Coca Cola. No se caracterizaba por comer mucha carne, pero ahora lo anhelaba con locura.
Vio el cielo abierto cuando se detuvieron a descansar. Se tiró al suelo y mientras recuperaba las fuerzas analizó la percepción sobre la desnudez y pudor que tenían los taínos. Desde que fue rescatada ha andado desnuda al igual que los demás. Las mujeres que la acompañaban podían alardear como divas inalcanzables de poseer unos senos hermosos, llenos y simétricos junto a un vientre plano y bonitas piernas. Aun así, eso no despertaba entre los hombres ningún deseo malsano, al menos no lo ha visto en lo que llevaba con ellos.
Al parecer los taínos eran personas carentes de tabúes, de vergüenza y escrúpulos. Cedían de un modo espontáneo y abierto a sus sentimientos porque actuaban de manera más libre y, pura. Imperaba un respeto hacia el cuerpo del compañero, una actitud carente en su tiempo. La desnudez entre ellos no era algo que provocara conductas de acoso, violaciones, miradas lujuriosas, toqueteos u orgías desenfrenadas.
Tanamá le ofreció partes de su guanábana, su estómago se resintió. Con gentileza rechazó el amable gesto. Y sin darse cuenta terminó rodeada por las demás mujeres que empezaron a tocarle el cabello y examinarle el rostro como si fuera un espécimen.
Le mosqueó un poco sus risas. Y agradeció cuando Turey dio la orden para que continuaran. Habían emprendido un viaje por tramos bastante complicados. El camino era largo y duro, y a diferencia de ellos que presumían de una gran resistencia física, Cris sentía que moriría en el trayecto.
De repente, nubes grises se formaron como si un dios se hubiera enojado y estuviera a punto de descargar una gran tormenta. Entraron a una cueva que reveló un magnífico paisaje con formaciones rocosas cubiertas de una exuberante vegetación. Cris descendió con el corazón en la boca. Consideró su hazaña como un gran acto de fe en sus habilidades motoras.
En el fondo de la cueva encontraron pequeños lagos con una variedad de peces y murciélagos colgados en el techo, además de helechos con una altura de hasta cuatro metros. Observó estalagmitas a las que le habían pintado ojos y boca, al parecer eran personajes que servían de guardianes.
Escuchó a Tanamá llamar al lugar "Acu'" cuyo significado era ojos. El único sitio que le vino a la mente fue la cueva Los tres ojos, bautizada por el trío de lagunas que tenía. Al parecer en este tiempo eran utilizadas como refugio, en su época, era una atracción más para los extranjeros. Incluso, allí se habían filmado escenas de películas como: Tarzán, Jurassic Park III, entre otras.
Tanamá y las demás taínas se sumergieron en el lago que reconoció como el de Las Damas, que confirmó la teoría que era usado solo por mujeres. Cris había acumulado tanto polvo en los pies que podrían construir dos pirámides con lo recolectado. Sin embargo, no le apetecía bañarse con ellas. Precisaba un poco de soledad.
Por eso se alejó del grupo y buscó el lago más apartado, allí se encontró con un Turey tendido, con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás apoyándose sobre sus codos. El indio se veía agotado. Ladeó la cabeza al escuchar un grito.
Cuando Cris se zambulló nunca pensó que el agua estaría tan helada. Percibió que el rostro de Turey cambió al verla. Quiso reír, decirle algo que borrara aquella expresión de su cara. El taíno salió del agua y la dejó sola. Sin querer se fijó en su trasero, no era el más apetecible que había visto en su vida, incluso Ararey lo tenía mucho mejor; aun así, no podía negar que poseía una bonita retaguardia.
El agua fría le sirvió para mitigar las fiebres y los pensamientos estúpidos que por momentos tenía. No cedió al sueño debido al cansancio porque sabía que se ahogaría. Además, no era una excelente nadadora, se defendía, no obstante, en lo profundo, era otra cosa.
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