El behique
Habían pasado varios días desde que Crismaylin y Turey hicieron su acuerdo. Se vieron muy poco después de eso, pero gracias a él ya sabía nombrar algunas cosas, por ejemplo, que al agua se le decían Ni, recordar era Roco y para saludar era Tau que significaba hola.
Incluso le enseñó expresiones tales como: Tei-toca que significaba estate quieta o ¿maca-buca? El equivalente a ¿qué me importa? Los niños se reían de ella por como arrastraba las palabras o cambiaba una cosa por otra. Sin embargo, se sentía orgullosa de poder pronunciar algunas palabras.
En la comunidad taína el trabajo era colectivo. Las mujeres se dedicaban a la preparación de los alimentos, a la agricultura, la confección de la cerámica y el tejido, y en general todas las funciones relacionadas con el hogar. En cuanto a los hombres, su trabajo era labrar la tierra, cazar y pescar, incluido la fabricación de herramientas. La distribución de los bienes estaba a cargo del cacique o nitaíno de la aldea.
Supo que Coaxigüey era el padre de Turey, Tanamá y otro chico que no había visto. El nitaíno la asignó a una familia que hacía trabajos agrícolas. De inmediato supo que la habían delegado al escalón más debajo de la jerarquía.
La división de sus clases sociales comprendía al cacique, luego los nitaínos, considerados los nobles de la tribu, que eran familiares del cacique y actuaban como guerreros; luego estaban los behiques, que eran los sacerdotes que representaban las creencias religiosas, y por último los naborías, eran los aldeanos encargados de pescar, cazar, trabajar en los conucos, en pocas palabras le tocaría el trabajo pesado.
En su primer día de trabajo la hicieron madrugar, la llevaron a unos sembradíos, los taínos empleaban dos técnicas, la de montículos y la de roza. En los montículos sembraban la yuca y las batatas, mientras que el otro el maíz, en este esperaban la aparición de la luna llena que según ellos garantizaba su crecimiento.
Le tocó ir al conuco de las batatas, no tenía ningún conocimiento en agricultura y se hizo patente de inmediato. Las taínas sacaban la batata de la tierra con sus manos con una rapidez que la impresionó, en cambio, ella perdió las uñas en menos de media hora. Al ver que no eran tan ágil la pusieron a extraer la mala hierba junto con las niñas.
En menos de dos horas estaba todo sudorosa y con el trasero calcinado, en un momento sintió un lametazo en la retaguardia, gritó de puro espanto, se giró para encontrar al Josibí de Turey.
El perro era muy simpático, pero las mujeres no les gustó su visita y empezaron a ahuyentarlo. Lo cargó y lo sacó del conuco, le dijo que se fuera y comenzó a saltar a su alrededor, utilizó sus manos, pero el can malinterpretaba sus gestos con un juego.
El Josibí salió corriendo al ver a su amo, Cris lo saludo en español y Turey en lengua Arawak. El taíno se quedó mirando sus uñas y sintió vergüenza por lo sucias que estaban. Entonces, le pasó una coa o pullón que era una especie de bastón de madera usado para cavar, cuya punta la endurecían con fuego. Esa herramienta le facilitó bastante el trabajo.
Al siguiente día no la llevaron al conuco sino a un río. Su trabajo consistiría en recoger los peces o cangrejos que cayeran en la trampa de la canasta. Los hombres hicieron una clase de veneno que depositaron en el agua para aturdir los peces y así capturarlos con sus manos, ni eso pudo hacer bien. El veneno no era dañino al momento de consumir el pescado.
Así pasó sus días entre trabajos de agricultura y pesca. Si no hubiera sido por las intervenciones de Turey se hubiera caído muerta. Coaxigüey le asignó otra tarea, trabajar en la elaboración del casabe. Las taínas lo confeccionaban raspando la cáscara con un guayo compuesto por miles de fragmentos de piedras incrustadas en un marco de madera. Ese instrumento no era como el que conocía, era una trampa mortal para sus dedos.
La hicieron introducir la pulpa en un sebucán que era una especie de colador hecho de hojas de palma entretejidas que luego colgaban de un árbol. Sin embargo, eso no fue lo peor, tuvo que sentarse sobre el producto hasta que saliera todo el yare, el líquido venenoso.
Allí se acabó su labor. Luego llegó el turno de Tanamá y otro grupo de mujeres que se encargaron de tamizar la masa por un cernidor, elaboraron tortas delgadas y redondas. Lo cocinaron en un fogón sobre una plancha de arcilla llamada burén.
Después tuvo que trabajar en la decoración, se utilizaron flores de copey, campanilla criolla y una clase de orquídea llamada dama danzante porque cualquier pequeña brisa movía sus flores como en un baile. Al parecer habría una fiesta.
Cris sentía una ligera emoción por toda la actividad que se desarrollaba antes sus ojos, no podía desprenderse de su faceta como historiadora. Vería de cerca su comportamiento y juró no perderse ningún detalle para documentarlo cuando regresara. Los taínos realizaban sus actividades sociales en el batey, una plaza circular o cuadrada construida enfrente a la casa del cacique o jefe de aldea.
Antes de empezar fue a bañarse con las demás al río.
Y como en toda clase social opresora, los hombres se sentaron en un sitio privilegiado. La música comenzó casi de inmediato, con tamboras de madera al que llamaban maguey y con una maraca hecha de una higüera vacía a la que rellenaban con piedras pequeñas. Contaban también con otro instrumento, el güiro.
La alegría se podía palpar, ella buscó con la mirada entre el grupo de personas a Turey y lo encontró solo en un rincón, aislado como siempre. Notó que tenía el ceño fruncido. Pensativo. Incómodo. Caminó hacia él, pero Tanamá la interceptó. La taína fue muy insistente en que la acompañara a sentarse junto a ella.
Toda la música se paralizó cuando apareció Coaxigüey. Los aldeanos le temían y respetaban por igual. Llevaba en sus manos lo que Cris reconoció como un Cemí. No uno cualquiera, sino uno de algodón.
Los cemíes tenían la función de ser oráculos, presagiaban si tendrían buena cosecha o si se avecinaba una guerra. Existían buenos y malos, su auspicio debía de ser obedecido de inmediato. Para obtener su favor celebraban ceremonias, mediante rituales mágicos. Los caciques y jefes se vanagloriaban de poseer a los más fuertes, lo cual era a la vez distintivo y reflejo de poder e influencia.
El que sostenía Coaxigüey era parecido al Cemí de Algodón resguardado en el Museo de Antropología y Etnografía de la Universidad de Turín, Italia. De acuerdo con la versión más aceptada, un cazador encontró en 1821 en las cuevas del Pomier y de alguna forma no del todo clara, la pieza llegó a la familia Cambiaso, de origen genovés, que lo donó al museo italiano.
Crismaylin, cegada por su deseo de conocimiento, se acercó al jefe y tomó el Cemí en sus manos, causando asombro y malestar entre los presentes al considerarlo una falta de respeto. Solo Coaxigüey y el Behique de la aldea tenían el derecho de tocarlo porque representaba la expresión espiritual a los ancestros y de las creencias del pueblo.
Sin embargo, la aludida ni notó la incomodidad que causó. Estaba embelesada en estudiar la reliquia, lo palpó como lo haría un doctor en plena consulta. El esqueleto estaba hecho con varillas de bejucos para las piernas y brazos, con un soporte central de madera tallada y base de piedra, resinas y conchas.
Crismaylin recordó a otro dios, el Gran Cemí de Patana. Se trataba de uno de los mayores petroglifos precolombinos de Cuba, de unos 1.22 metros de altura. Tallado en una estalagmita. Esa deidad se encuentra en el Museo Nacional del Indio Americano, no exhibido al público. Aunque con las conexiones de su abuelo, ella tuvo la oportunidad de verlo.
Le arrebataron el Cemí de las manos casi con violencia. Varios hombres y ancianos ahogaron exclamaciones de desagrado, mientras que Coaxigüey la miraba con furia. El corazón le empezó a latir como un tambor. Había algo en aquella mirada que le dio la impresión que en cualquier momento le sacaría los órganos para quemarlos en el fuego.
—Yo solo quería verlo de cerca—se excusó.
Coaxigüey, mudo por la furia, lanzó su lanza sobre el tronco de un árbol. «Pero qué demonios fue eso...» pensó asustada Crismaylin. Turey la cogió casi en volandas, y la llevó junto a Tanamá.
— ¿Aneke? (¿Por qué?) —indagó taladrándola con la mirada.
Cris entendió a la perfección esa palabra, se la había enseñado ayer.
—Te juro que no fue mi intención el ofenderlos.
—Zinato Gua'kia Baba' Guama (irritaste a nuestro Padre y jefe).
Parpadeó dolida. Ella abrió la boca para decir algo, pero no la dejó.
— Wu'a— (¡No!, con más fuerza).
Ararey hizo un gesto hacia ella, lo que provocó fuertes carcajadas. Coaxigüey soltó un bufido de fastidio e inició un discurso. De vez en cuando le lanzaba miradas llenas de enojo, no solo a ella sino también a Turey.
Después de terminar de hablar, la celebración retornó y el ambiente volvió en instantes a ser festivo. Crismaylin se sintió abochornada. Tanamá le pasó comida y bebida, pero ella no sentía hambre. La taína comenzó a acariciarle el cabello bajo una mirada que se volvió soñadora. Tan sumida en su vergüenza que no notó la expresión de su amiga.
Después de un rato buscó a Turey con la vista, le pidió perdón con los ojos. Él le sonrió apenado y se tocó la frente. Habían mantenido una pequeña discusión por una pronunciación, el taíno buscó un coco y con gestos le dijo que su cabeza era tan dura como el fruto. Crismaylin le respondió sacándole la lengua ante semejante comparación.
La fiesta transcurrió sin ninguna eventualidad, solo se escuchaba la palabra Behique. Uno que nunca apareció cuando estuvo en la otra aldea. El cansancio le hizo soltar gran bostezo. De pronto llegó un hombre con la cara pintada y con algunas plumas sobre la cabeza, pero algo desencajó de inmediato.
Tenía un maquillaje teatral, una réplica casi exacta del vocalista de Kiss. Además, los Behiques no usaban capa de circo. Comenzó a hacer exhalaciones, dar vueltas como si fuera un ave a punto de despegar en vuelo. De inmediato, Cris ató cabos, ese hombre era también un viajero, uno bien payaso.
Y para colmo de males, todos los presentes lo observaban con admiración y profundo respeto. El falso Behique hizo una pausa, giró sus ojos como si fuera a entrar en trance, pero se le terminó de caer el telón al hablar en español y no en lengua Arawak.
Muchos la miraron suspicaces, al darse cuenta de que compartían el mismo lenguaje. Escuchó cuando les dijo que debían de construir un arca y huir de la isla porque dentro de poco vendrían feroces bestias que los matarían. Su falso evangelio nunca tendría efecto al hablarles en un idioma que no conocen. Era como oír la misa en latín.
Se levantó hastiada de su falsa, se colocó detrás de él que ni siquiera se dio cuenta de su presencia al estar sumido en su fingido trance.
—¿Cómo llegó usted aquí? —quiso saber.
El Behique viajero se detuvo, se giró y no pudo ocultar su sorpresa al verla. Se miraron por unos segundos. Entonces, exclamó en un perfecto Arawak: — "Creo en Dios y su nombre dado por mis antepasados es YaYa, tiene el poder sobre el espíritu y la materia, Atabeyra es mi madre, yo soy su mensajero y está mujer es una Opía".
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