Comida taína

El día se oscureció debido la lluvia, además a los nativos se les dificultó encontrar madera seca para encender una hoguera. Sería una noche larga y fría. La cueva Los tres ojos era muy diferente a como la conocía Crismaylin. Caminar en medio de rocas le fue muy difícil y doloroso, por lo menos zambullirse en el agua le ayudó con las repentinas fiebres que padeció por momentos y a bajar la hinchazón de los pies.

Los amigos taínos llegaron a un acuerdo de respeto por las opiniones de cada quien, aunque no la compartieran del todo. Inspeccionaron cada grieta con la esperanza de hallar algún animal que les sirviera de alimento. Fueron favorecidos por los dioses porque encontraron a una iguana de buen tamaño y dos serpientes preñadas.

Cris aún estaba nadando cuando escuchó una algarabía. Su curiosidad pudo más que su cansancio. Todavía sentía molestias al caminar, pero eso no la detuvo. Se arrepintió de inmediato cuando reconoció a lo lejos a una iguana rinoceronte.

Esa especie estaba en peligro de extinción debido a la pérdida de hábitat y depredadores introducidos después de la conquista, tales como perros y gatos, aparte de la cacería ilegal y su comercialización en el mercado de mascotas.

Sin embargo, no pudo dar ni siquiera dos pasos porque sus ojos se posaron en Ararey que sostenía a dos serpientes mientras otro nativo las abría desde el cuello hasta la ingle. Casi se desmayó, por eso tuvo que sostenerse de la pared para no desplomarse.

Vio con horror como les sacaban los huevos a las culebras. Un temblor extraño le recorrió desde el estómago hasta la garganta, no pudo retenerlo, se dobló y vomitó. Se pasó el resto del día sufriendo de arcadas y mareos cada vez que los veía comer.

Al caer la tarde con los huevos y las vísceras hicieron un caldo que parecía una clase de néctar; Crismaylin solo pudo beber agua porque cada vez que recordaba lo que ellos habían comido, su estómago se hundía.

Bajo el sonido de la lluvia, todos se acostaron saciados alrededor del fuego. En medio de la noche sintió un hambre feroz. Se levantó sin hacer ruido y tomó un par de guayabas, estaban bien maduras y ni siquiera pensó en que podrían tener gusanos, ya que ese tipo de frutos las producía con facilidad. Arrugó la nariz y cerró los ojos.

Al terminar, palpó su frente y supuso que le subiría la temperatura. Se alejó del grupo y caminó rumbo al lago. Se zambulló como lo haría un marino con el barco encendido en llamas, sintió con fuerza el impacto del agua en sus costillas que le sacó todo el aire en los pulmones.

Exhaló un grito sofocado y manoteó para subir a la superficie.

Se quitó el agua de los ojos, de inmediato sintió el escozor en su herida que la hizo estremecer. Notó una pequeña gruta, una persona prudente se hubiera mantenido alejada, pero su deseo innato de descubrir cosas la guio a entrar.

Además, juró que no iría muy profundo. La cueva no era ancha, pero tampoco angosta. Continuó nadando bajo un techo de roca caliza de las cuales a veces se apoyaba, solo se detuvo cuando observó una pictografía.

Se trataba de una figura de pájaros con los picos unidos, en su clase de historia taína eso representaba una escena de amor. Sus ojos no podían dejar de observar cada detalle. Ese tipo de dibujo era la interpretación de los amantes eternos, los tocó y borró sin querer a la que parecía la hembra. Estaba recién pintada y sus manos mojadas lo estropearon.

Temerosa de que la pillaran, se alejó y llegó a otro lago con la característica de ser la única con cavidad al aire libre. Esta poseía una tonalidad verde, rodeada de vegetación y bordeada por altos acantilados. Era hermoso.

Entro al agua con prudencia y miedo, nadó incluso cuando empezó a llover, entonces una contracción muscular le causó un dolor agudo. La pierna no le respondía, la sentía de plomo. Cris se puso muy nerviosa, lo que provocó que chapoteara como si estuviera ahogándose.

Turey se encontraba sentado hecho un ovillo en el duro suelo de piedra observando a un maco, le encantaban algunos animales y estos estaban incluidos en su lista. Escuchó un ruido, temió que fueran los Caribes. Fue a inspeccionar y encontró a la que cayó del cielo ahogándose.

—¡Ayúdenme! —chilló Cris con toda la fuerza que le salió.

Su desesperación estaba llegando al límite. Entonces unos brazos le rodearon el cuerpo y la sacaron del agua. La sentó entre las rocas, Cris tosió varias veces y quiso agradecer a la persona que la había salvado de morir ahogada, al percatarse de que era Turey se quedó hipnotizada mirándolo.

Sin decir palabra, la cargó como si fuera una bebé para llevarla de vuelta a la hoguera. Se acercaron tanto que sus caras casi se rozaron. Su corazón empezó a acelerarse, tal vez producto de la adrenalina. Al parecer le pasó algo similar a Turey porque su pecho ascendió y descendió como si acabase de correr un maratón.

Ninguno de los dos dijo ni media palabra, solo sentían el latir de sus corazones chocando contra sus pechos. El grupo aún dormía a excepción de Ararey porque le tocaba vigilancia. La acostó junto a su hermana, ignoró el comentario de su amigo en lo que se refería a ella.

Cris despertó más tarde con un agradable calor envolviéndole. Tanamá aún dormía y se sorprendió verla sonreír en sueños. Giró un poco el cuerpo y descubrió cuál era su fuente de calor. Turey dormía a su lado con la cabeza recostada sobre su hombro. No quiso moverse y despertarlo. Sin embargo, ese no era el plan de su amigo Ararey porque levantó a todos con sus gritos de maniaco.

Así que salieron temprano en la mañana como de costumbre cuando aún estaba oscuro.

La que iba más rezagada era Cris que ni siquiera veía por dónde pisaba, Turey y los demás se detenían para que descansara un poco, aunque sus rostros reflejaban lo frustrante que era hacerlo. Marcharon por horas, en todo momento Tanamá fue muy amable y atenta con ella. Llegaron a un cruce de caminos donde se detuvieron a recolectar algunos frutos. Allí Ararey le lanzó al rostro una cáscara, una conducta bastante infantil que la irritó.

En todo el trayecto se dedicó a molestarla y en un camino empinado, donde si no hubiera sido por la ayuda de Tanamá estuviera rodando como una pelota colina abajo. Descendió con el Jesús en la boca, entonces, Ararey, que iba detrás, la empujó. Cris soltó un grito de dolor al aterrizar sobre sus muñecas. Eso fue la gota que derramó su paciencia. A leguas se notaba que su presencia le incomodaba al taíno. Se quitó las partículas de tierra de sus manos y rodillas peladas, se colocó delante de él, quien la escudriñó con animosidad.

—¿Cuál es tu problema conmigo? —le preguntó mirándolo a los ojos.

Ararey comenzó a caminar de un lugar a otro siseando palabras y moviendo las manos con rapidez, pero eso no la amedrentó, lo que sí le sorprendió fue su agresividad. Se suponía que los taínos no fueran violentos, al contrario, eran amables y hospitalarios por naturaleza. Así que su actitud tiraba por el piso todo lo que había estudiado sobre ellos.

"Nos han engañado..."

Cris ahuyentó esa horrible voz de su mente. Ararey chocó su frente a la de ella y empezó a gritarle, Cris lo apartó con un empujón. Aquello sobrepasó su raciocinio. Pensó que si peleaban todos estarían de su lado y en el peor de los casos, la entregarían a los Caribes.

Ararey le devolvió la agresión. Como no dejó de agredirla, lo abofeteo; su rival la miró con furia asesina, Cris comprendió que iba a golpearla, parecía un toro embravecido. Entonces, alguien la alzó de la cintura y la alejó del camino del iracundo nativo.

Turey la dejó caer en el piso sin ningún tipo de delicadeza, la actitud de ambos lo tenían hastiado. Se regañó por no haberla depositado en el suelo con más cuidado. Se sintió culpable e intentó acercarse en señal de disculpa, pero ella le empujó sin lograr desplazarle lo más mínimo.

Cris supo que tenía que calmarse. Fue la violentada y aquel enojo que desbordaba por los poros no le hacía bien.

Ararey abría y cerraba la boca, embravecido. Eso la puso roja de rabia, se levantó para encararlo; sin embargo, Turey no se lo permitió. Le recordó a su amigo el pacto que habían hecho horas atrás. Y desde ahí, no hubo más altercados, ambos procedieron a ignorarse en todo el trayecto.

Tardaron un día y medio en llegar a otra aldea. Cris sintió que en algún momento a mitad del camino iba a desplomarse y morir. Desde hace rato que estaba mirando doble debido al hambre, ni siquiera podía generar saliva para mojar su garganta seca. Además, estaba hastiada de las frutas y no dejaba de sudar debido a la fiebre que le provocaba la herida en su cuello.

Llegaron al mediodía a una aldea, la más grande que había visto hasta ahora. Los recibieron en medio de gritos de alegría, los niños corretearon alrededor de ellos como si fueran celebridades. Tanamá la llevó a uno de los bohíos y la ayudó a recostarse en una hamaca. Cris estaba acostumbrada a caminar, pero no de ese modo. Sintió mucho dolor en los pies y en los tobillos debido a lo hinchado que estaban.

Mientras descansaba se lamentó de no contar con lápiz y papel, quitando su mala experiencia y el hecho de que perdió el único medio de regresar, el estar aquí hubiera sido genial para su tesis. Incluso pensó en cambiar el tema como se lo había sugerido Nathalie Eunice.

Nunca le creyó a Luis Emilio cuando le aseguró de que podía viajar en el tiempo. Lo irreal era que al parecer no era el único. El sádico que la marcó ¿qué estaba haciendo aquí? Ella vino por error; sin embargo, ¿qué lo motivó a él?

De tanto pensar le comenzó a doler la cabeza, razonó que lo mejor sería descansar un poco. Durmió por horas y salió del bohío al caer la tarde. Cubrió su cuerpo con la tela de la hamaca, se hizo una mala copia de una túnica griega.

Encontró a Tanamá sentada junto a unas mujeres que daban de mamar, muchas empezaron a reírse y otras a burlarse por su vestimenta. No le dio importancia, ellas no sabían de moda. Le pasaron un trozo de casabe y un pescado pequeño sazonado con ají. No le supo mal, dejó los alimentos a un lado y bebió un poco de agua, estaba fresca.

El aire de tranquilidad y camaradería de pronto cambio, un grupo de taínos caminaba con pasos apresurados rodeando a un hombre con algunas plumas en la cabeza y con perforaciones en las orejas y la nariz que ellos llamaban Taguagua. Se paró delante de ellas, su postura transmitía autoridad, una que no podía ser refutada. Aparte de ser un hombre corpulento.

Las mujeres se pusieron nerviosas, Tanamá aún más. El taíno habló, no entendió sus palabras, a los pocos minutos unos nativos traían a rastras a Turey, el hombre le gritó y sin medir ni una palabra lo abofeteó tan fuerte que lo lanzó al suelo delante de todos. Los labios de Tanamá empezaron a temblarle, se llevó la mano a la boca tratando de amortiguar un sollozo.

Lo levantó por el pelo y le propinó fuertes bofetadas en la cara y en el pecho. Turey aguantó los golpes y la humillación con un mutismo excepcional. Solo se le escapó una mueca de dolor que pronto escondió en una máscara de indiferencia.

Crismaylin no pudo ser testigo silente ante semejante atrocidad, todavía se le podía ver los moretones en la cara y la herida en su muslo no había sanado del todo. Recordó las veces en que la socorrió y le brindó protección. No iba a quedarse de brazos cruzados. Fue por eso que corrió y empujó a la bestia que maltrataba a Turey.

Se hizo un silencio profundo, nunca apartó la mirada del agresor a pesar de que sus piernas le temblaron. Se propuso ayudar a Turey, pero no hizo falta porque se levantó por su cuenta y se largó.

Crismaylin no entendía la actitud de ese taíno abusador, era obvio que todos le temían; sin embargo, si no fuera por el liderazgo de Turey todos hubieran muerto en el camino.

Muy a su pesar tenía que admitir que la historia la había engañado.  

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