Capitulo 9
Una sensación desagradable me invadía mientras la presión en el cuello de mi padre aumentaba.
Sentí mi cabeza a punto de explotar y me falto el oxigeno al verlo a punto de rendirse.
Frene de golpe.
No podía asesinarlo.
Pálido se dejo caer al piso tratando de reponerse con bocanadas de aire.
Lo miré con despreció, no le tenía tanto como para asesinarlo, pero si para querer hacerlo.
Seguía siendo mi padre.
Además, se lo había jurado a mi madre.
Jamás le robare la vida a nadie.
Ella no quería que sus hijos fueran como su hermano.
No me había contado ella el lazo de sangre, si no él, cinicamente me ofreció a Rosa para el mismo papel.
Si que era un estúpido, y yo mas por no poder darle fin a la situación.
Hasta donde llegaría mi cobardía. Podía dar justicia. Hubiera ahorrado tantos pesares si tuviera el valor de hacerlo desde hace mucho.
Ahora mismo me habia robado a mi madre.
No esperaría que hiciera lo mismo con Rosa.
—Largate — le escupí molesto.
—¡Esta es mi casa! Largate tú —grito enojado.
Sabia que no se habia estado medicando. Y debí está más atento a su comportamiento. No había creído que el daño excediera la línea que mi padre no había cruzado. Solo dañaba animales. Puede sonar horrible. Pero si no se conformaba podría serlo mucho más todavía. Y hoy acababa de cruzarse el límite y con la víctima menos indicada.
—No te preocupes que no me quedaré, estoy esperando a Rosa y no permitiré que estés en esta casa cuando ella llegue —le aclaré.
Se puso de pie y me miro con recelo.
—Al igual que tu madre me quieres robar mi gloria, maldito infeliz, esta vez no lo permitiré — dijo y salió de la habitación.
El cuerpo tendido y sin vida de mi madre me robó cualquier pensamiento presente.
La miré con el alma en la mano. Le di un beso en la frente y las lágrimas surgieron como torrentes. La abracé con fuerza y le pedí perdón.
Las lágrimas no me abandonaron tan fácil y seguí perdido en mi lamento.
Mi princesa de ojos azules llegó. No pude darle una explicación clara por las emociones en mi pecho. Pero no era difícil entender la situación. No permiti que viera el cuerpo, acababa de enterrarlo.
Si no lo hacía estaba seguro que mi padre lo perturbaria para darse placer.
Le pedí a Rosa ir por sus cosas.
Golpes en la puerta de la casa me roban la atención.
Nunca tenemos visitas. Nadie sabe que vivimos aquí.
Extrañado abrí la puerta y vi a un muchacho alto de semblante quieto.
—Hola, soy Gregorio, estoy buscando a Rosa —dijo echando un vistazo sospechoso al área.
—¿Aqui vive?— pareció preguntar para sí mismo.
—Si, ¿como sabes? dudo que ella te lo hay dicho.
—La seguí, pero no esperaba que estuviera tan lejos ¿Puedo pasar?— preguntó echando un vistazo a mis espaldas.
—No. Debes irte ahora. Pues Rosa y yo estamos de salida. Llevamos prisa.
—Rosa ha estado rara desde siempre ¿sabe?. Siempre quise saber por qué. — mencionó ignorandome.
—¿Y ahora lo sabes? —le pregunté fastidiado.
—No, pero usted puede ayudarme.
Solté una carcajada. Muchacho tonto.
—Vete ya. A Rosa la verás después en clases —le mentí pues me la llevaría lejos.
Me trató de seguir insistiendo pero lo ignore y fui por Rosa. No había bajado y no teníamos tiempo que perder.
No quería seguir en esta casa.
Me sentía inseguro. Subí las escaleras y grite su nombre y un latir temeroso resonó en mi pecho al no escuchar respuesta. Al escuchar ese silencio.
Corrí alarmado a su cuarto. Abrí la puerta; estaba vacío. Inspeccione la habitación y mis ojos se encontraron con su mochila abierta y tirada en el piso, había varios libros regados.
¡Oh, el maldito de mi padre!
Grite con furia.
No debía ir muy lejos. Salió por la puerta trasera puesto que estuve en la principal con el chiquillo. Además si Rosa no dio lucha es por qué iba inconsiente y si va cargándola me da ventaja.
Corri hacia la puerta trasera para ver el recorrido que seguramente llevo. Y una camioneta verde desconocida arrancó dejando una nube de tierra.
Me quedé pasmado.
Maldita sea. ¡Se la está llevando!
Un coche gris del año se venía acercando a la casa, me extrañe; ¿ahora quién nos visitaba?. Pero no perdí el tiempo y corri hacia el, me subí, le pedí al conductor que siguiera al coche .
El tipo no preguntó nada y arrancó.
Lo miré, no sé porqué se dirigía a mi casa. Pero no era momento de preguntar.
Lamentablemente el coche en lugar de dirigirse a la carretera se adentro más hacia la profundidad del bosque. Era una jugada astuta y sucia. Nadie mejor que mi padre conocía el territorio que aquí se expandía.
A pesar que íbamos a una velocidad alarmante terminamos perdidos a mitad de las montañas.
Me asusté, había dejado que un sádico con bipolaridad se llevará a mi hermana.
¡Dios mío!
Estába en estado maníaco y ahora la tiene. ¡Oh no!
El sujeto del coche me observó después de un rato en silencio. Habíamos detenido el coche, no tenía sentido perdernos más.
—Supongo que usted es el hermano de Rosa, me llamo Cristian. Le he hablado por teléfono.
— Claro, era usted —respondi sin darle atención.
No había sabido proteger a mis dos reinas. Era un estúpido y cobarde.
—Señor, disculpe el atrevimiento pero segui a Rosa cuando salió del instituto.
—Hoy todos quieren seguir a Rosa.
—¿Qué? Miré, estuve estudiando y llegue a la conclusión temprana que Rosa sufre estrés pos traumático, no es seguro pero hay una posibilidad. Si ahora se lo estoy diciendo a usted es por qué no encontré registros de su madre y de su padre no encontré buenas cosas. Sabe tengo buenos contactos, Rafael Montero fue expulsado hace 15 años del servicio militar, la causa fue asesinato y al cumplir la condena de 2 años supuestamente se suicidó. Ahora entiendo por qué habla no de sus padres. Pero todo esto no me queda claro. Hay demasiados espacios en blanco. Cómo está situación tan incomoda de la persecución.
No sabía si confiar en el tipo o no, pero necesitaba ayuda y rápido.
—Nuestro padre no esta muerto. Y la persecución tan incómoda que se dio, se debe a que se acaba de fugar con Rosa inconsiente, después de haber asesinado a su hermana. Y también nuestra madre —solte con rabia.
Cristian se giró con las cejas fruncidas, posaron las palabras en el viento y se dio cuenta que no bromeaba.
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