VIII. Más que amistad
La interacción que estábamos teniendo Lucas y yo era divina. No sabía ni cómo explicarlo. Los diálogos se hacían eternos por teléfono, ya fuera por texto o hablado. Nos estábamos conociendo como nunca. Podía decir que por primera vez estaba conociendo de verdad a un chico, con preguntas y respuestas sustanciales que me movía todo mi ser. Me daban ganas de conocer más y más. Bueno, por algo era la pintura. Y es que era esa pintura renacentista en todo su esplendor.
Gente, les doy un ejemplo de una de nuestras primeras conversaciones largas para que me entiendan y luego me dirán si hay o no química y algo más que una simple atracción. ¿O me equivoco?
—Y si pudieras escoger cualquier lugar ¿dónde te gustaría vivir? —pregunté con curiosidad.
—No he viajado mucho así que no he presenciado los lugares como tal, pero creo que el lugar donde uno viva no debe ser lo más importante, sino con quién se viva. Así que más que a dónde me gustaría vivir, diría que me gustaría vivir en un lugar donde tenga una familia que me haga feliz, cómodo y seguro.
¿Quién da una respuesta así? Yo hubiera contestado que me gustaría vivir en Londres y ya.
—¿Cuál es tu mayor manía? —Hice una de las preguntas que mamá siempre me decía que había que hacer para ver qué y cómo respondían.
—Yo diría que soy muy dado al detalle y todo tiene que quedar como me gusta. Puede considerarse un mal... porque si las cosas no salen como quiero, me frustro.
—¿Un ejemplo?
—Pues, digamos que voy a un lugar a comer. Y voy con la idea de que quiero comer un plato en específico y que me gustaría sentarme en una mesa que quede lejos del baño. Si ya voy con esa idea, me gustaría que sea así, ¿no? Pero si resulta ser que cuando me atienden me dicen que la única mesa disponible es la que está pegada al baño y que hay un menú limitado ese día... pues... me frustro y se me daña ya el día.
—Te entiendo y es muy frustrante. Pero creo que no por eso debe dañarse el día. Entonces tendrías dos problemas. El frustrarte, desperdiciar el día molesto y luego al final tienes que quitarte eso de la cabeza.
—Pues es ahí donde está el problema. Que eso sigue y sigue en mi cabeza dando vueltas. Me pongo ansioso y no logro quitarme ese sin sabor.
Las conversaciones que teníamos cada vez se hacían más personales y sentía que nos empezábamos a conocer de verdad. No eran superficiales donde todo es color de rosa. Aquí había algo genuino y donde desbordaba honestidad.
—Si pudieras tener cualquier empleo por el resto de tu vida, ¿cuál elegirías?
—Jaja, pero Mia, esas preguntas parecen una entrevista para un empleo que estoy solicitando.
—¡Así es como uno se conoce! —reí.
—¿La verdad? Yo sería feliz siendo mecánico de día y escritor de noche. Son las dos cosas que me apasionan.
—¿Piensas estudiar alguno de esos en la universidad?
—Deseo graduarme e ir a la universidad, sí. Todavía no sé qué estudiar y estoy tarde.
—¡Tranquilo, yo tampoco! Estoy entre contabilidad o psicología.
—Bueno... con tantas preguntas que me haces lo de psicología no vendría mal —rio.
—Eso me dicen, incluso por eso también escribo, como una técnica más para ayudar en este proceso de entendimiento de la conducta.
—La escritura es sin duda alguna un modo también de catarsis. La he utilizado cuando tengo estos momentos de ansiedad.
—¡Te iba a preguntar eso también! Si habías utilizado la escritura en los momentos en que te frustraba cuando las cosas no te salían bien.
—Definitivo.
Hablábamos temas profundos de escritura, de sentimientos, de conducta, pero también algunos temas más livianos. ¿O eso creo?
—¿Qué es lo primero en que te fijas de una persona?—preguntó Lucas.
—Lo atractivo que puede ser —respondí con sinceridad.
—¿Solo buscas atracción en una persona?
—Siendo sincera, no es lo que busco. Es lo que me atrae de primera intención.
—Yo me fijo en los ojos. La mirada de una persona puede decir mucho. Los tuyos, por ejemplo, la primera vez que te vi, mostraban calidez y concentración en lo que hacías. Además, estabas escribiendo así que eso me llamó la atención.
—¿No fue lo atractiva?
—Eso vino después —rio.
—¿Te resulta fácil confiar en alguien? —pregunté.
—¿Confiar al 100 por ciento? No. Pero intento conocer a la persona y mostrar que confío en ella y que puede confiar en mi. ¿Y tú?
—Se me puede hacer difícil mostrarme vulnerable ante otra persona.
—Te entiendo, cuando uno confía en otra persona se expone a la vulnerabilidad.
—Y a que te hagan daño.
—Y que te rompan el corazón.
—Es lo que no quisiera.
—Ni yo tampoco.
Así eran nuestras conversaciones. Una conversación tras otra llevándome poco a poco a tomar la decisión de cortar con Sebastián.
Sebastián ya sabía que no estaba cómoda con él desde que rechacé irme con él de fin de semana. La excusa perfecta fue que estaba mi tía con nosotros en casa y que quería pasar más tiempo con ella, pues hacía un tiempito que no la veía.
Pero ya lo de Lucas se empezaba a tornar en algo más que una simple amistad y era momento de dialogarlo con Sebastián. Fuera atractivo y el chico más popular de la escuela, carecía de muchas otras cualidades que buscaba que resultaba ser que Lucas las tenía.
—Seba —dije con una voz apagada—. Creo que lo de nosotros no está funcionando.
—Lo sé —respondió—. Bebé, ¿qué podemos hacer para que esto funcione?
—No mucho, la verdad. Si soy sincera, mira, primero no me gusta que me llames bebé.
—Pero ¿por qué no me lo habías dicho?
—Lo siento, fallé ahí. Me siento incómoda cada vez que me dices bebé y por miedo a herirte no te lo había dicho. Tampoco siento que hay química entre nosotros.
—Eso más o menos lo sabía, por eso quería que nos fuéramos solos de fin de semana para ver si podíamos crearla.
—No, eso hizo que repensara si quería estar o no estar contigo. Y pues la respuesta es la que te estoy diciendo ahora, que esto no funciona.
—¿Te gusta otro?
—¿Otro qué?
—Otro hombre.
—¿La verdad? —miré su rostro con preocupación—. Me estoy sintiendo cómoda y siento la química que faltaba entre nosotros con otra persona.
—Entiendo. Yo también la estoy sintiendo con otra.
—¿Qué? —repliqué asombrada—. ¿Quién?
—Con Linda, una de las porristas del equipo. Es un año menor que nosotros.
—¡Y lo tenías callado! —respondí un tanto aliviada.
—Y tú también, así que estamos a la par.
—¿Estamos de buenas?
—Seguro, Mia, seguimos siendo amigos.
Nos dimos un abrazo y así culminamos nuestro noviazgo de menos de tres meses. A pesar de que terminamos, sentía un alivio en todo mi ser. Me sentía libre. Esa tarde me dio con caminar por el parque que quedaba cerca de mi casa. En ocasiones me gustaba llevarme un libro y sentarme bajo un árbol a leer. Y eso hice. Así estuve una hora muy concentrada, tranquila, leyendo Orgullo y Prejuicio de Jane Austen.
Pero justo cuando iba a cerrar mi libro, llegó un grupo de cuatro chicos que iban a jugar baloncesto. Naturalmente, los cuatro me miraron, pero solo reconocí a uno, y ese mismo chico me reconoció a mí. Les hizo señas a los otros tres para que siguieran hacia el área de la cancha mientras él dio unos pasos certeros hacia mí. Frente a mí, se encontraba Lucas con una gigante y bella sonrisa.
—¡Mia! Cuando me escribiste que ibas a leer un rato no pensé que era aquí.
—¡Hey, no, no te dije que era aquí en el parque! Me encanta aquí, es uno de mis lugares favoritos para relajarme.
—¿Lo frecuentas?
—Sí. ¿Y tú? No te había visto por aquí.
—No, no. Es la primera vez que vengo. Es que los vecinos querían jugar baloncesto y los vine a acompañar. Pero, ellos pueden esperar —dijo sentándose a mi lado sonriendo.
La sonrisa de Lucas era hermosa. Creo que estaba empezando a descubrir lo que más me gustaba de un chico. Podía ser atractivo, sí, pero si tenía una sonrisa tan hermosa como la de Lucas, me tenía ganada.
—¿Qué lees?
—Orgullo y Prejuicio. ¿Lo has leído?
—Nunca he leído algo de Jane Austen. Pero me gustan los clásicos. Puede que luego lo considere.
—Cuando lo quieras leer, te lo presto.
En estos momentos se acercaron los otros tres chicos y la cara de Lucas valía un millón. No me extrañaba que los chicos hicieran esto, de seguro era para conocer quién era la chica con la que Lucas estaba hablando.
Te presento a mis amigos vecinos: Andrés, Tomás y Mike.
Los miré a los tres y les sonreí. ¿Por qué hice algo tan sencillo como eso?
—Ho... ho... hola —dijo uno de ellos—. Soy Andrés —Se presentó al tiempo que estiraba su mano temblorosa hacia mí.
—La estás asustando con tu temblequera —respondió el otro—. Saca tu mano para allá. Yo soy Michael, pero me gusta que me llamen Mike. Y de los cuatro, Andrés es el más tímido —dijo, pero luego se giró hacia Andrés—. Sin embargo... para querer saludar a Mia quisiste ser el primero, ¿no?
—Y yo Tomás —dijo el tercero interrumpiendo—. Luc nos ha hablado mucho de ti. Mucho gusto.
—¿Ah sí? —respondí pues me tomó un poco por sorpresa el comentario—. ¿Y qué les ha dicho? —pregunté con curiosidad al momento que levantaba una ceja.
—Nada —respondió Lucas indiferente—. Ya basta de asustar y decirle cosas innecesarias a Mia. ¿Me perdonan por hoy? ¿Qué tal si empiezan el juego sin mi?
—Pero ya no seremos dos contra dos —dijo Andrés con inocencia.
—Cuidado con lo que hacen, ¿eh? —dijo Mike con una cara de pícaro.
—Ya mañana nos contarás los jugosos detalles —añadió Tomás.
—Vamos, no avergüencen a Luc cuando está una chica presente —dijo Andrés mientras empujaba a los otros dos para que se fueran.
Gracias, Andrés, realmente eres un amor. Los tres amigos comenzaron a caminar de nuevo hacia la cancha mientras Mike rebotaba la bola de baloncesto como es típico de todo chico que juega el deporte.
—Perdona a mis amigos —dijo Lucas—. A veces dicen cosas sin pensar y no quisiera que te sientas incómoda.
—No, no. Para nada. Tranquilo. Ya sabes cómo son las amistades. Son un mundo cada uno.
—Sí, lo son —afirmó mi pensar—. Como no tengo hermanos, los vecinos son mis amigos y como mis hermanos menores.
—Yo tengo a Alberto, como ya conoces. Y pues por lo demás, no tengo muchas amistades. Muchos conocidos, pocos amigos. Pero así de cerca, pues a Sara y a Laura que ya las conoces.
—Yo hubiese querido tener un hermano —dijo Lucas pensativo—. Soy hijo único y a veces deseaba tener a alguien con quien jugar, compartir e incluso discutir en ocasiones. Quizás si lo hubiera tenido sería la relación igual que la tuya y la de Alberto.
—Ni lo sueñes... mejor es no tener hermanos —respondí girando la cabeza de un lado a otro—. Me molesta mucho.
—Pero de seguro estará ahí para ti.
—Tienes razón, yo sé que sí.
Así nos quedamos un rato pensativos, mirándonos las manos.
—Terminé con Sebastián —dije sin pensarlo. Por alguna razón estaba deseosa por decirlo.
Lucas me miró asombrado, como si no se lo hubiera esperado. Lo miré de vuelta, agarré valor, y comencé a explicarme.
—¿Sabes? Sebastián y yo hemos estudiado juntos desde pequeños. Buenos compañeros de clase y eso. Este verano el me escribió interesado en algo más que una amistad. No tenía nada que perder y pues, cuando me pidió ser su novia dije que sí sabiendo que no había química entre nosotros. La verdad es que era obvio que eso iba a ocurrir, que no iba a durar la relación. Pero me ha enseñado a no entrar en una relación si la persona no me gusta de verdad, sino siento algo más que atracción por ella.
—¿Y qué sientes por mi?
La pregunta. La pregunta que no me esperaba. ¡Por Dios! ¿Así de directo?
—Yo... esto... pues...
—¿Sigo siendo la pintura renacentista que describiste cuando me viste la primera vez? —preguntó con una sonrisa pícara.
—Más que eso —repliqué.
Y así no más, Lucas se acercó hacia mi y sentí que mi corazón comenzaba a latir con rapidez. Que mi estómago quería estallar y que mi mente empezaba a nublarse.
Lucas acarició mi pelo y luego bajó sus dedos con suavidad hasta mi mejilla. El contacto visual que teníamos era intenso y las ganas que tenía de besarlo aumentaron. Este era el momento que no había pensado que llegaría tan pronto, pero que quería con todas mis ganas que sucediera.
No sé quién de los dos dio el primer paso, pero creo que fuimos ambos atraídos como imán y nuestros labios se entrelazaron.
Y fue simplemente perfecto.
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