VII. La cena

Me despedí de Lucas con ganas de quedarme a dialogar más con él. Pero ya tenía mi número de teléfono y habíamos dado los primeros pasos de "Hola, esta es Mia" y "Hola, este es Lucas" por WhatsApp, mientras reíamos como dos mismos bobos. Los minutos de espera se fueron volando. Empezaba a pensar que el tiempo que pasaba con Lucas se iba demasiado rápido. Quería más, añoraba más.

Allí llegó mi tía regia como de costumbre a recogerme. Al verla me hizo recordar las falsas y erróneas ideas que tenía años atrás por lo que me inculcaba mi tía cuando salía con ella.

Recuerdo con claridad que cuando tenía siete años jugaba con muñecas y me imaginaba que Barbie salía acompañada con el guapo Ken a sus citas amorosas. Él era el chico perfecto, hermoso, adinerado y con un cuerpo espectacular. Si yo hubiera sido Barbie en esos tiempos, Ken era mi chico ideal, mi príncipe. A esa edad solo pensaba en lo que mi tía me repetía seguido: cuando seas grande, te casarás con un hombre guapo y con dinero. Por varios años tuve la creencia de que lo que decía mi tía era verdad, pero al final, la atracción es la atracción y eso no trae felicidad. Al menos yo sigo sin experimentar algo distinto, algo genuino, eso que le llaman amor. Aunque ahora con Lucas estaba descubriendo otra yo que no conocía: una yo vulnerable.

Estaba absuelta en mis pensamientos hasta que mi tía repitió varias veces mi nombre.

—¿Mia? Mia. Mia, estás ida.

—Perdón, tití. Estaba en un pequeño viaje mental jaja

—Me di cuenta. Te decía que separé una mesa en el restaurante Classié.

—Como te encanta ese restaurante.

—Lo sabes. Pero antes me gustaría detenernos en el mall para comprarte algo más bonito. Estás en pantalones y pues, ya sabes, ahí las personas van mejores vestidas.

—Sí, sí, ya sé.

Así que eso hicimos, nos detuvimos en el mall, allí estuvimos alrededor de una hora mirando ropa y terminé con un trajecito rojo que me gustó. Y como no lo tenía costear, ni me fijé en el precio. A mi tía le encantaba gastar, y bueno, si tenía dinero para hacerlo, no la culpaba. Me cambié de ropa, me arreglé un poco el pelo y me retoqué el maquillaje. Ya estaba lista para hacerme pasar como una chica de dinero como le gustaba a mi tía que aparentara. Y así no más, nos dirigimos hacia el restaurante.

Allí llegamos y no era la primera vez que entraba a este restaurante. De hecho, era uno de los favoritos de mi tía. Era grande, muy bien diseñado y decorado hermosamente de blanco y de cristal. El mismo contaba con dos comedores. El primero, el comedor Classié Petit,con cabida para treinta mesas y el segundo comedor, el Classié Salle de bal, el cual estaba pensado para albergar pequeñas celebraciones con una capacidad de alrededor de ochenta personas y disponía de una gigantesca pantalla y una tarima para la música. En este último, me habían celebrado mis quince años a pesar de que le había advertido a mi tía que no quería nada.

Cuando entramos al restaurante, con rapidez nos atendió este muchacho alto de pelo negro y con un poco de barba que le quedaba muy bien. Atractivo, amigo, atractivo.

—Muy buenos días, bienvenidas al restaurante de calidad y frescura, Classié. Estamos aquí para servirles —comenzó a decir el repertorio regular cada vez que llegaba alguien—. ¿Tienen reservación? —preguntó.

—Sí, debe estar a mi nombre Eleanor —replicó mi tía.

El chico verificó el monitor que tenía de frente y confirmó la reservación.

—Excelente, ya están las otras dos personas en la mesa. Las dirijo.

—¿Dos personas? —pregunté a mi tía.

—Te vas a sorprender.

—¿Ajá? —No estaba muy segura de eso. Las ideas de mi tía no eran de mi agrado. Respiré hondo, de seguro lo que me esperaba no era lo más agradable. Era momento de fluir.

El chico nos dirigió hasta la mesa donde se encontraba una señora, y a su lado un guapísimo chico. ¡Madre santísima!, ¿me he ganado la lotería?, pensé. En esos momentos me fijé mejor en el chico al que me seguía acercando y se me hizo familiar.

Era Santiago, mejorado. Santiago fue mi acompañante en mi quinceañero. Hace un año atrás no se veía como ahora. ¿Qué estaba pasando que ahora los chicos se veían mejor? ¿Habían pasado por la pubertad y mejoraban? ¿O eran mis hormonas y todos los encontraba atractivos?

Mi relación con Santiago nunca ha sido la mejor. Es demasiado prepotente para mi gusto. No sé si tenga que ver que viene de una familia bastante adinerada y que le han dado prácticamente todo, pero siempre ha tenido un aire de superioridad que lo detesto. Aún así, nos conocemos desde hace años, pues su mamá es muy amiga de mi tía y por alguna razón, su madre y mi tití tienen la idea de que él y yo algún día estemos juntos como pareja. Ew.

—¡Mia! Me alegras que hayas podido venir —dijo Marcia, la madre de Santiago, al momento que se levantaba y me saludaba con un beso—. Mia, es un placer volver a verte después de un año, ¿verdad? Mira, Santiago, saluda, no se traten como desconocidos.

Santiago se levantó de su asiento y madre mía, ¡qué alto! Se acercó a mi y me plantó un beso en mi mejilla.

Oh, hola Santiago. ¿Por qué estabas tan bello? ¿Qué les pasaba a mis hormonas que estaban alocadas? Pero entonces rápido pensé en Lucas, él se seguía viendo mejor. Bueno es que la pintura era la pintura. No había comparación.

Y así dio comienzo a la tortura de aparentar ser demasiado fina y educada para mi gusto mientras dialogábamos los cuatro. Bueno, más hablaban mi tía y la madre de Santiago, que nosotros mismos. Santiago estaba más pendiente a su celular que a la conversación y la realidad es que yo estaba deseosa por hacer lo mismo y comenzar a intercambiar mensajes con Lucas, pero si hacía eso, tití me iba a regañar.

—Como les decía —dijo tití—. Mia ha estado muy involucrada en colaborar con organizaciones sin fines de lucro, ayudando a niños sin hogar, rescatando animales y ofreciendo alimentos a personas que se encuentran en la calle. En ocasiones se envuelve tanto en sus actividades que después no la dejan irse como hoy —rio.

¿Que yo hacía qué? ¡Pero mi tía estaba loca! Es cierto que amo a los animales y he colaborado con organizaciones sin fines de lucro, pero en la actualidad no estaba haciendo eso y menos hoy. ¿Por qué mentir?

—Excelente, Mia —dijo Marcia entusiasmada—. Mi hijo también se involucra en muchas actividades como esas, ya que él desea ser doctor. Cuéntale un poco más sobre ti, Santi.

—Madre, me halagas mucho —sonrió.

¿Por qué no sonríes todo el tiempo, niño?Mientras Santiago explicaba el por qué quería ser doctor, yo solo me la pasé mirándolo. Era alto, esbelto, perfilado, con un cabello rubio castaño hermoso y unos ojos verdes admirables. Haber decidido venir con mi tía a este restaurante que no me apasionaba, no había sido mala idea después de todo. Pero, aun así, estaba clara. ¿Atractivo? Definitivo. ¿Potencial novio? Para nada. El que el chico fuera guapo no significaba que me iba a asegurar como su pareja y menos la felicidad ni amor. Admirar la belleza de alguien era gratis, ¿no?

Mientras seguíamos con la conversación, llegó la comida, que, por cierto, estuvo muy exquisita. En casi toda la cena estuve casi todo el tiempo callada pues Marcia no hacía nada más que hablar sobre su excelente familia y alagar a su hijo. Mi tía no se quedaba atrás hablando maravillas de mí. Más que una cena, esto parecía un debate de quién tenía al hijo o sobrina más valioso. Cuando terminamos de cenar, mi tía y Marcia se fueron al baño y nos dejaron a Santiago y a mí a solas.

Nos quedamos mirándonos uno al otro y ninguno decía nada. ¡Vamos, qué interesante! La realidad es que no sabía qué preguntar ni cómo empezar la conversación y él parecía estar en el mismo lío.

—Bueno... —comenzó Santiago a hablar—. Creo que es bastante obvio que mi madre y tu tía como que quieren unirnos.

—Así es —contesté. Es que era bastante obvio.

—¿Estás de acuerdo con eso? —preguntó interesado.

Vaya, no me imaginé que me preguntara tan directo.

—No, ¿y tú? —pregunté.

—Para nada. Adoro mucho mi vida actual, ya sabes, muchas chicas lindas, andar en fiestas, tú sabes la típica vida de soltero —dijo sin más preámbulo.

Otro cabeza de papa, pensé.

—Sin embargo, aquí te tengo un trato —dijo con seriedad—. Mamá no me dejará en paz hasta que salga contigo o con otra chica que no me interesa para nada. Como tampoco estás de acuerdo con esta unión forzada, por que lo haces más que evidente, digamos a tu tía y a mi madre que empezamos a salir y esas cursilerías que a ellas les gusta, pero la realidad es que cada uno coge para su lado. ¿Qué opinas?

Lo miré y me quedé bruta. ¿Hablaba en serio? Por tal razón es que Santiago y yo no nos entendíamos.

—Claro, claro. ¿No te has preguntado si me gustas? ¿Si quisiera salir contigo, aunque tenga fingir? ¿Y has pensado más allá? Como, por ejemplo, ¿qué pasará cuando tengamos que ir a sus reuniones o actividades en familia y nos hagan preguntas de pareja? O no lo sé, ¿cuándo nos cuestionen si nos vamos a casar? —pregunté alzando una ceja y colocando mi mano derecha en mi cara como pensativa.

—Fingimos y fluimos —replicó alzando los hombros como si fuera algo natural—. Si llegase a ese punto, nos casamos y cada uno por su lado. Tú con tu vida y yo con la mía.

—Uy, qué inmaduro. Pues no, me niego —dije—. No estoy de acuerdo con esto y tampoco me interesa fingir.

—Como quiera tu tía quiere que estés conmigo, ¿lo sabes no?

—Mi tití puede sugerir lo que guste, pero no me obligará a estar con una persona que no me gusta ni quiero.

—¡Qué ego el tuyo! Cualquier chica daría lo que fuera por estar conmigo ahora que me veo mejor que antes y tú me niegas como si fuera cualquier porquería —dijo Santiago un poco herido, como si le hubiera destruido su orgullo.

—Busco en un chico algo más que belleza y dinero. ¿Atracción? Eso hay por todos lados —respondí—. Y claramente no tienes nada más que ofrecer —dije mientras me levantaba de la silla.

Así con aire decidido, salí del restaurante y respiré hondo. Mi tía se estaba dando el puesto de la vida con toda intención. Justo entonces sentí a alguien detrás de mi.

—Te has metido en tremendo lío conmigo, Mia —dijo Santiago—. Aunque me rechaces ahora, no lo harás después.

—Te quedarás con las ganas —repliqué decidida.

—Ya veremos. Nadie se resiste a mis encantos —contestó con una pequeña sonrisa—. Haré que te enamores de mí. Ya verás.

—¿Ves? Ese es tu problema. Te crees superior y te aseguro que te quedarás con las ganas.

—Veremos.

Lo miré con cara de pocos amigos y estuve a punto de responderle cuando llegaron las dos mujeres que tuvieron la pésima idea de hacer este encuentro.

—¿Hablaron? —preguntó Marcia.

Continué mi cara de pocos amigos también hacia la madre de Santiago y mi tía reaccionó al ver mi cara. Ya sabía que algo había ido mal.

—Bueno Marcia, Santiago, un placer como siempre. Nosotras ya nos vamos. ¡Hermosa noche!

—Igual, igual —replicaron.

Mi tía y yo nos devolvimos al auto y el silencio fue más que evidente, hasta que tití lo rompió.

—Lo hice mal ¿verdad?

—¿Qué crees? —respondí algo molesta.

—Perdón. ¿No te gusta nada?

—No. Y es un patán.

—Bien, pues olvidemos el asunto. Solo quiero un gran chico para ti Mia, que te quiera, te ayude a proveer lo que necesites, que te tenga bien.

—Entiendo tití, pero Santiago no es. Aunque venga de una familia con dinero, su actitud no es la mejor. Y no me gusta su personalidad. Es un no total para mi.

—No hay problema, no volverá a suceder. ¿Quizá es que tienes novio ya?

—Tengo novio, Sebastián, desde hace menos de dos meses. Pero no estoy muy convencida.

—Me parece que sabes lo que quieres y estás buscando, Mia. Si ese chico tampoco te convence, no te apresures.

Las palabras de mi tía calaron en lo profundo de mi ser. Miré mi celular y durante todas estas horas Sebastián no me había enviado ni un solo mensaje. Hacía ya mucho tiempo que sus prácticas habían acabado. Si en los primeros meses de noviazgo ni casi pasábamos juntos, no me quería imaginar en un futuro cuando se volviera monótona la relación.

Llegamos a casa, comí, hablé un rato con mi madre de lo que hice en el día, me bañé y ya estaba lista para dormir. Pero ahí mi teléfono sonó con un mensaje.

Era un mensaje de Lucas. Sonreí, y respondí. Él me devolvió el mensaje con rapidez. Y desde ese instante, no paramos de dialogar. 

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