VI. El café

—¡Te digo que es el destino! —dijo Sara—. No hay de otra. ¿Qué el chico también resulte seleccionar el club de escritura? Y no solo eso, que utilizara el disparador para prácticamente... declararse.

—¿Declararse? ¿Cómo así? —pregunté ilusa.

—Bueno, Mia, la verdad es que Sarita tiene razón. Con ese disparador podía escribir lo que deseara, incluso así lo hiciste tu. Pensaste en ese encuentro para inspirarte, pero no escribiste del encuentro como tal. El pudo haber hecho lo mismo, en cambio, explicó lo que sucedió —dijo Laura.

—¡Yo lo encuentro súper romántico! —expresó Sara.

—¿Ustedes creen? ¡Ay, me pongo muy nerviosa de nada más pensarlo! Lo invité a un café.

—¿Y que harás con Seba? —preguntó Laura.

—¿A qué te refieres? —cuestioné—. Es solo un café, nada más.

—Bueno, aunque Mia tiene razón que es un café nada más... no sé, insisto que Seba y tu como que no. No los veo, no los siento, no tienen química.

—¡Ya veremos! —repliqué sin darle mayor importancia.

En la tarde tocó culminar otro día más de clases. Era otro día que no podía compartir con Sebastián. ¿Qué novia era yo que ni podía presenciarlo mientras tenía sus prácticas de futbol? O sea, después de todo el gran capitán del equipo. Todas morían por él, y solo yo lo tenía para mí.

Pero las palabras de Sara me seguían dando vueltas en la cabeza. ¿Qué iba a hacer con él? Entonces me acordé de la conversación de la mañana... de quedarnos juntos en el fin de semana. ¿Quería hacerlo?

—Bebé —Seba interrumpió mis pensamientos—. ¿Quieres que cancele la práctica hoy para acompañarte a ti y Alberto a recoger el auto?

—No, no, tranquilo —respondí con apuro—. Sara nos va a llevar. Tú tienes un compromiso importante con el equipo.

—Es que te extraño —Seba hizo esa carita de bebé que me derretía. Parecía un niño pequeño tratando de convencer que le dieran lo que quería.

—Yo también.

Pero ese "yo también" era tan seco de mi parte. La verdad es que no quería que nos acompañara. No cuando quería tener un espacio de café con Lucas.

Así no más me despedí y me dirigí hacia Sara quien ya me estaba esperando dentro de su auto. Allí estaba arreglándose su pelo largo negro y retocándose su maquillaje. Fui a abrir la puerta del pasajero y la tenía cerrada. Le toqué el cristal para que me abriera y la muy graciosa, bajó un poco el cristal y quitó el seguro.

—¿Palabra clave? —preguntó con su dulce voz.

—¿Qué? ¿Me estás tomando el pelo?

—Palabra clave o no entras —dijo Sara.

¿Estaba chistosa hoy? No sabía qué responder, hacía mucho que Sara no hacía una de estas travesuras.

—Hocico de ratón —respondí.

—Negativo. ¿Segundo intento?

—Sara es la mejor amiga del mundo entero.

—Graciosa, pero no.

—Soy una cabeza de chorlito.

—Me parece justo, cabeza de chorlito. Puedes entrar—dijo mientras quitaba el seguro y se abría la puerta del auto.

Entré y la miré. Parecía otra persona. En definitiva, el maquillaje nos hacía dar un cambio espectacular cuando así lo queríamos. Y hoy Sara tenía un objetivo.

—¿Ya estás listas? —pregunté.

—¡Eso te pregunto yo a ti! ¿Sebastián no viene?

—Nah, tiene práctica.

—Ya. ¿Tenemos que ir a recoger a Alberto?

—Como si no te hubieras maquillado sabiendo que lo vamos a buscar....

—Me quise preparar por si acaso... pero ¿de veras? ¿Lo vamos a recoger? —preguntó mostrando ansiedad.

—Fluye, Sara, fluye. Es Alberto, nada nuevo.

—¡Ajá, es Alberto, por eso!

—Sigo insistiendo que no sé qué le ves...

A pesar de que Sara era usualmente una chica bastante segura, la notaba muy nerviosa por tal encuentro. De verdad que no sé qué le veía, aunque me imaginaba que era el mismo sentimiento que él sentía cuando alguien me encontraba atractiva a mi.

Salimos hacia la tienda de mi hermano a recogerlo. Rápido le envié un mensaje para que supiera que habíamos llegado, y allí esperamos un buen rato por él. El tiempo pasó y decidí salir del auto para tomar un poco de aire natural. Sara hizo lo mismo, aunque ella no paraba de mirarse con la cámara de su celular. Yo, en cambio, en lo que esperaba, tomé un tiempo corto, demasiado corto, para admirar la bella naturaleza que me rodeaba. En definitivo, las flores más hermosas emanaban de los árboles que rodeaba esa calle que daba justo hacia la tienda. ¡Qué bellas son, florecillas! El viento las comenzó a acariciar y sentí que me llevaba a otro lugar lejos de la realidad en la que vivo... hasta que un ogro me interrumpió.

—Vaya, vaya, vaya. Pero mira a quién más tenemos aquí hoy —dijo Alberto con su vocecita de arrogante.

A veces me preguntaba por qué la vida me había premiado con un hermano mayor. ¿Qué le veían las otras? La mayoría de mis amistades mujeres, además de Sara, me restriegan a diario en la cara que matarían por tener un hermano tan guapo como el mío. ¿Guapo? Creo que definitivamente le están patinando algo en el cerebro.

Aunque la verdad es que al principio éramos los mejores hermanos del mundo. Jugábamos juntos, cuando íbamos al parque mi hermano siempre me protegía de los otros niños, llorábamos y reíamos, en fin, éramos inseparables. Pero ahora se cree hombre grande y deseoso y se pasa encerrado en su cuarto o si no, anda en la fiebre de los carros. Y de vez en cuando se dedica a molestarme.

Cosas de hermanos, ¿no? No lo duden por un segundo, pero, en definitiva, nos queremos.

—Hola Alberto —saludó Sara sonrojada.

—Hola Sara. Bueno, ya que me querida hermana se robó mi carro y lo dejó en un taller que ni ella misma sabe donde es, perdóname que tenga que molestarte para que ayudes a ver qué hicieron a mi carro.

—Y pagarle al mecánico, claro está —dije.

—Tienes suerte que mamá siempre te cubre. No te dejo sola en esto porque tengo que hacer preguntas que posiblemente no vas a formular y aunque te las contesten no entenderás nada.

—¡Qué caballeroso!

Entramos al auto de Sara, Alberto acomodándose en la parte trasera y con rapidez pidió que se encendiera el radio y pusiéramos rock. Típico en él, como que sus bandas favoritas eran Linkin Park y 30 Seconds to Mars. Mientras tanto, le fui dando direcciones a Sara para llegar al taller de mecánica. Cuando estábamos cerca, mi hermano rompió su silencio.

—Mia de veras, ¿hasta acá llegaste con mi carro?

—Sí, sí, ya sé. Lo siento.

—Ni yo había pasado por esta área, está alejada del pueblo.

—Pues, es lo que te digo, Alberto. El mecánico es el papá de un chico nuevo, el becado que te mencioné, que ahora está estudiando conmigo en el último año. No sé por qué se vino a estudiar tan lejos.

—Quizá quiere entrar a la universidad del pueblo y como sabes, decir que te graduaste de nuestro colegio es algo grande.

—Puede ser, no lo he averiguado.

Sara continuaba callada mientras nos escuchaba dialogar. ¡Qué tímida!

Cuando llegamos al taller de mecánica, allí nos esperaba Lucas y su papá. Alberto se bajó y rápidamente los saludó con un gran buenos días a ambos mientras se daban un apretón de manos. Típico de hombres. ¡Qué fácil se les hacía! Por otro lado, Lucas tenía cara de confundido cuando vio llegar a Alberto con nosotras. Los tres hombres se pusieron a hablar del carro y Sara y yo nos quedamos un poco más alejadas y perdidas en el espacio.

—La verdad que Lucas es guapo —susurró Sara—. Aunque Alberto se ve mejor.

—¿De qué vale si ni hablas con él?

—Es que ni sé qué decirle.

—Lo dice la que quiere que deje a Seba y comience un nuevo amor con Lucas.

No estuvimos esperando mucho, pues el carro ya estaba listo y para mi tranquilidad, Alberto estuvo contento con el trabajo. El mecánico sabía lo que hacía y Lucas también se mantuvo bastante comunicativo durante el proceso. La verdad es que seguía admirando la belleza de Lucas y cada vez me impresionaba más. Es que no solo era guapo, sino que ya empezaba a ver otras cualidades en él que en un principio no había visto por concentrarme solo en lo físico. El hecho de que estuviera en el mismo club de escritura hacía que sintiera una conexión con él. Algo que jamás hubiera pensado. Se notaba pausado, que tomaba decisiones acertadas y a su paso, no a la ligera. También observaba que era algo ansioso, pero no al extremo de no poder controlarse. Había control.

Quería saber más sobre él, me intrigaba. Y era momento de tomar café.

Mi hermano se acercó a mi para indicarme que ya había hecho el pago del carro y que se iba. Me preguntó si me iba con él o con Sara.

—Tranquilo, vete. Yo me voy con Sara.

—Ok, como gustes. No llegues tarde a casa. Recuerda que tití te quiere ver hoy.

—¡Ay! Lo olvidé.

Mi tía. La persona con la que no me llevaba muy bien. Tenía un carácter y creencias que eran un tanto anticuadas. Le gustaba llevarme a tiendas caras y me compraba la ropa que ella quisiera, muchas veces no eran de mi gusto. Le gustaba comer en restaurantes costosos, donde me sentía incómoda. Y siempre tenía "x" prospecto para mi. Ella entendía que ya a mi edad tenía que tener un novio con altas aspiraciones que viniera de una familia adinerada.

Pero mi tía podía esperar.

—Bueno, ¡me voy! —dijo Alberto.

Y así no más mi hermano encendió su auto y se fue. Miré a Sara y fui a darle las gracias por traernos hasta acá.

—¿Te vas a quedar? —preguntó.

—Creo que sí, voy por ese café.

—¿Escuché café?

Lucas se encontraba en esos momentos detrás de mi y sentí que se me erizaron los pelos.

—¿Vamos? —pregunté sin pensarlo dos veces.

—Vamos. A un café muy bueno por aquí cerca. No es Starbucks, pero es muy bueno.

—Me parece genial.

—¡Bueno, los dejo chicos! Nos vemos mañana en la escuela —Se despidió Sara con una sonrisa.

Y así no más, Sara se fue en su auto y Lucas y yo nos quedamos. Lucas comenzó a caminar hacia el café y lo seguí. Reinaba el silencio entre nosotros, y eso no me gustaba. Este era el momento para conocernos, porque me intrigaba saber más de él. Era el instante perfecto para sacar a flote mis dotes de comunicadora y entrevistadora. Estaba decidida a comenzar a hablarle, cuando para mi sorpresa, ya habíamos llegado al lugar y por estar pendiente a mis pensamientos, no me di cuenta.

Lucas abrió la puerta de entrada del establecimiento en lo que yo pasaba, y allí nos dirigimos a la caja registradora a pedir.

—¿Capuchino? —preguntó.

—Por favor —respondí con una sonrisa. Se acordaba.

—Un capuchino y un café mediano con poca leche por favor —dijo. Lucas sacó dinero en efectivo para pagar.

—Espera, fui yo la que te invité —dije.

—Éste va por mí, el próximo lo pagas tú.

¿Oh? ¿Habrá próximo?

Nos entregaron nuestros cafés y nos sentamos en una de las mesitas pequeñas cerca de la ventana que mostraba la vista de afuera.

—¿Está bueno? —preguntó Lucas al ver que daba el primer sorbo del capuchino.

—¡Definitivo! Buen gusto, yo te iba a invitar a Starbucks, pero éste sobrepasa mis expectativas.

—Me gusta mucho aquí, hay tranquilidad y el café lo hacen muy bueno y de calidad. Me ayuda mucho al momento de concentrarme a escribir.

—Cuéntame más sobre eso. ¿Desde cuándo escribes?

—Desde hace unos años. A mi mamá le gustaba escribir cuentos y me los contaba antes de ir a dormir —En esos momentos noté que Lucas se agarró las manos y tomó aire como si fuera a decir algo que le dolía todavía hablar—. Pero falleció en un accidente de auto y desde entonces retomé yo su pasatiempo para recordarla.

—Wow, gracias por compartir eso conmigo. No sé qué decirte, yo comencé a escribir sin tener un motivo en específico, solo que me gusta y siento que me ayuda a aclarar mis pensamientos. Y ha sido muy reciente que comencé en ello, no más de dos años.

—Pareciera como si llevaras más tiempo, te concentras muy bien y se nota en tu mirada la pasión que le dedicas.

—Gracias, ¡lo mismo puedo decir de ti! Cuando te vi hoy en el club comenzaste a escribir rápido y te veías muy concentrado.

—Jaja, es que ya sabía qué iba a escribir cuando el disparador fue sobre el café. Fue fácil. Ahora, al igual que tú, no pensé que tendríamos que dar a conocer lo que escribimos así de rápido.

—¿Te avergonzaste por lo que habías escrito? —pregunté con curiosidad y con mi cara de coqueta.

—Algo —Lucas rio—. Pero si eso me hizo lograr estar aquí ahora compartiendo un café contigo... lo valió.

Se me erizaron los pelos de los brazos, sentí una corriente que me recorrió por todo el cuerpo, el estómago se me revolcó, me dejó sin palabras, algo que muy pocas veces ocurría.

Pero justo en esos momentos me salvó el celular. En esos instantes me estaba llamando mi tía.

—¿Tití? —respondí—. Estoy en un café. Te paso el pin de la localización.

Mi tía me vendría a recoger para irnos a comer un rato. Hacía unos meses que no la veía.

—Mi tía, viene a buscarme. Llegará como en unos diez minutos. Te agradezco por hoy; el capuchino estuvo exquisito.

—Me alegro. ¿Mia?

—¿Sí?

—¿Me das tu número de teléfono?

Llámenme anticuada o lo que gusten, pero para mí darle mi número de teléfono a un chico es un paso grande. Es como entregarle parte de mi vulnerabilidad.

Pero para ti, pintura, para ti, te podía dar mi teléfono y hasta mi corazón. 

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