V. El club
Cualquier chica que tuviera de novio a uno de los más guapos y populares de la escuela, de seguro desearía que la buscara a su casa todas las mañanas para poder así llegar juntitos.
Y yo era esa chica.
Se estarán imaginando esa escena de amor y felicidad donde salgo corriendo con mucha energía hacia el auto de Seba, y él, tan caballeroso, me abre la puerta y me estampa un beso apasionado, y vamos todo el camino agarrándonos las manos, sonriendo y escuchando música hasta llegar a nuestro destino. Suena hermoso, ¿no?
Pero esa no era nuestra escena. En esta ocasión no íbamos solos y parecíamos dos desconocidos. Alberto estaba incluido en el paquete y para mí era puro martirio. De paso a nuestra escuela, nos quedaba una tienda de cómics donde él trabajaba. Alberto era dos años mayor que yo, y mientras estudiaba Finanzas en la universidad, tenía un trabajo de medio tiempo en la tienda. Y como ya saben, auto dañado que me llevé sin permiso, me tocaba a mi cargar con él.
—¿Y qué Seba, aún no te cansas de mi hermana?
Ya empezaba a hablar estupideces. Seba rio. Lo miré con cara de pocos amigos y al darse cuenta, se compuso.
No tengo que entrar en muchos detalles para dejarles saber que esos diez minutos que aproximadamente estuvo Alberto con nosotros fueron los minutos más tediosos de la mañana. Luego de dejarlo en su trabajo me gritó antes de cerrar la puerta del auto.
—¡Recuerda recogerme cuando salgas para buscar el carro que me robaste!
—Sí, sí, lo que digas —repliqué con cara de no muy buenos amigos.
El camino restante fue mucho más llevadero.
—Bebé, hoy tampoco vamos a poder compartir en la tarde. Ya empiezo a extrañarte.
No me encantaba que me dijera bebé, pero tampoco le quería decir. Sabía que lo hacía con cariño... solo que no me salía devolverle el mismo afecto.
—¡Ay, lo sé! Entre tus prácticas y ahora este lío del carro nos tiene un poco alejados.
—Bueno y... ¿qué te parece si nos vamos este fin de semana lejos y nos quedamos por allá?
—A... a... —Por alguna razón no me salían las palabras, pero es que me había tomado por sorpresa—. ¿A quedarnos a dormir, dices?
—Sí, digo si quieres y te sientes cómoda.
No sabía qué responder. La verdad es que no sabía si estaba lista para dar ese paso y si me sentía lo suficiente cómoda con él. Había atracción, mucha. Pero eso era todo. Aún no había experimentado el amor ni con él, ni con los tantos anteriores. ¿Será que era incapaz de amar?
Llegamos a la escuela. Seba me agarró la mano para dirigirnos hacia dentro mientras saludaba a sus amigos. Era todo un caballero. Me llevó hasta frente de mi salón, opuesto al de él, y se me acercó. Lo miré porque presentía lo que quería hacer, pero uno de mis sentidos me hizo mirar un poco más distante y notar aquella pintura que se acercaba a nosotros.
Oh, no. No quiero que vea, pensé.
Pero ya era muy tarde. Seba ya se había acercado demasiado y procedió a darme un beso. Cerré los ojos y le devolví el beso con naturalidad. Luego movió sus labios sedosos hacia mi oreja y susurró: piénsalo.
Y así no más se alejó hacia su salón, mientras Lucas pasaba por mi lado, entrando al salón en silencio. Procedí también a entrar y sentarme al lado de Sara.
—¡Hola! —saludó.
—Hola querida amiga, necesito un favorcito tuyo hoy —dije.
—Cuéntame.
—¿Me llevas a buscar el auto de Alberto? Bueno, a los dos.
Sara abrió los ojos.
—¿Con tu... hermano... también?
—¡No me digas que todavía te gusta! Ew, ¿qué le ves?
—No sé, lo encuentro atractivo y me pongo nerviosa cuando lo tengo cerca.
—Ew, atractivo, ew. Es un odioso. Dale, ¿me haces ese favor?
—Está bien, está bien. Todo lo que sea por mi mejor amiga.
—¡Eres la mejor!
Y así comenzó un día más de clases. Pero este día era uno especial, ya que era cuando empezábamos el club elegido y conocíamos a los demás que pertenecerían al mismo. Como ya saben, me anoté al club de escritura, por lo que Sara y yo nos separamos cada una hacia el lugar que le pertenecía.
Recorrí varios de los pasillos de colegio, y me detuve a pensar cómo era la vida de nosotros los estudiantes. Algunos se veían alegres cambiando de materias mientras hablaban con las amistades, otros no se veían nada contentos, algunos preferían estar en soledad, otros querían ser los más populares. Estaban aquéllos deportistas, los bailarines, los que preferían cierto gusto por la música y vestían siguiendo esa moda, entre otros, y estaban también aquellos estudiantes que tenían alguna condición física o mental que luchaban con barreras adicionales en el ambiente. Éramos todos diversos, con distintas experiencias y opiniones; era una delicia notar tanta diversidad.
Así con ese pensamiento me dirigí al club de escritura. Quería también diversificarme, reflexionar y escribir de temas interesantes y poco explorados. Estaba lista para aprender y compartir ideas, mientras mejoraba mi ortografía, escritura y técnicas para transmitir un mensaje.
Entré al salón con mucho entusiasmo y lo encontré vacío. No me sorprendía, era tal y como lo había dicho Laura en su ocasión; iba a ser la única. Mejor.
La profesora llegó y se presentó como la Sra. Ortiz. Para mi sorpresa, me indicó que había otra persona que se había anotado al club. Para mi doble sorpresa, la persona llegó en esos momentos y no era nada más y nada menos que Lucas.
¿Casualidad o destino?
Lucas saludó al entrar y tomó asiento justo al lado derecho mío. Lo miré de reojo.
—Hola —susurré.
—Hola —respondió de vuelta.
—Bien, bienvenidos a ambos al club de escritura —La profesora se acercó a la pizarra y comenzó a escribir—. No soy su típica maestra que pierde el primer día de clases con presentaciones de quiénes somos. Eso lo iremos viendo y aprendiendo durante el semestre. Mientras tanto, comenzaremos con algo sencillo. Colocaré un disparador de ideas en esta pizarra y ustedes crearán un corto escrito de no más de ciento cincuenta (150) palabras donde desarrollen esa idea. Tienen treinta (30) minutos para lograrlo. Quiero ver sus destrezas, su creatividad, su imaginación, su energía, motivación y rapidez para lo que les espera. ¿Listos?
—¡Sí! —respondimos al unísono.
La Sra. Ortiz procedió a escribir el siguiente disparador en la pizarra: "El café es un placer personal y un disparador intelectual". Y mi cabeza se quedó en un letargo...
—¿Solo eso? —pregunté.
—Sí, solo esa oración. ¿Qué logran crear de esa cita?
—¿Debemos integrar esa oración en lo que escribamos? —cuestioné de nuevo. Sentía ya a Lucas a mi lado concentrado en sus papeles escribiendo.
—No. La oración no debe estar palabra por palabra plasmada en el texto.
Bueno, ¿de qué escribiría? ¿Del café? ¿De lo rico que era? ¿De la energía que me brindaba? ¿Del olor tan rico?
Miré hacia mi lado y Lucas estaba tan concentrado. Creo que me quedé fija mirándolo por varios segundos, pues su rostro mostraba tal intensidad al escribir que me tuvo fascinada. Tenía total atención en su escritura que no se dio cuenta de que lo observaba. Pero el mirarlo me trajo de vuelta el recuerdo de verano, de nuestro encuentro (no tan encuentro) en Starbucks. Todo comenzó con un café. Y ahí me vino la idea para desarrollar el disparador. Comencé a escribir, a dejar fluir las ideas en torno al recuerdo de aquel día.
—¿Terminaron? —preguntó la profesora luego de culminar los treinta minutos—. Bueno, compartamos lo que crearon.
—¿Qué? —cuestioné—. ¿Tenemos que leer lo que escribimos?
—Sí, los animo a que lo hagan para que vayan perdiendo el miedo. Primera lección de hoy: confíen en sus escritos. Si ustedes no confían en ustedes como escritores, los demás tampoco lo harán. Esto no significa que ustedes no necesiten mejorar. Claro que sí, todos aprendemos a diario. Pero tienen que perder el miedo, lanzarse y exponerse. Aquí solo somos tres. Pueden hacerlo.
—Ok, ok, entendido —dije. Me levanté y procedí a leer lo que había escrito, con vergüenza, pero seguridad.
»Se dice que el amor es ese sentimiento de afecto universal que se tiene hacia una persona y es expresado a través de acciones. Se dice también que el amor puede comenzar con una atracción, con un placer y con palabras intelectuales. Pero ese último pensar también lo puedo utilizar para describir el café; así es mi amor por el mismo. Su aroma y su sabor me hacen viajar a un mundo inimaginable de aventuras al escribir. Un simple café puede invitar a crear grandes conversaciones y recuerdos memorables. El café es un compañero indispensable para hacer actividades tan simples como igual de complejas. El café es atracción, placer y brinda intelectualidad, la combinación perfecta para compartirlo solo o acompañado y guardar en nuestros archivos los mejores recuerdos. El café es una travesía.
—¡Muy bien, muy bien! Me pareció un buen comienzo Mia —dijo la profesora mientras tanto, yo tomaba asiento de regreso un tanto nerviosa—. ¿Lucas? ¿Listo?
—Claro que sí, estoy listo.
Lucas se levantó en esos momentos agarrando el papel en sus manos y podía notar desde donde me encontraba que estaba igual de nervioso que yo, o incluso peor. El papel temblaba. Se compuso y comenzó a leer lo que había escrito.
»Todavía recuerdo aquella tarde de verano cuando iba por un café. No soy de visitar el pueblo, pero ese día lo hice y no me arrepiento. Caminé despacio hacia aquel establecimiento y pedí mi café. El placer que sentía al tomar el primer sorbo era indescriptible, no obstante, el café quedó en un segundo plano cuando mis ojos se dirigieron a una de las mesas donde se encontraba una chica quien estaba muy concentrada tomando apuntes. ¿Será escritora?, me pregunté. Esa mirada que tenía al escribir no daba indicios de que fuera por obligación, sino por gusto, por placer. El capuchino que tenía a su lado debía ayudarle como disparador intelectual en esos momentos. Ya teníamos dos cosas en común: la escritura y el amor por el café. Salí del lugar sin cruzar mirada con ella, y me arrepentí. Al rato regresé por otro café para mi padre, y allí estaba ella afuera y yo tan acobardado, no la miré ni hablé, pero sabía que era mi primer amor a primera vista, ese "crush" que uno tanto ansía. Y ahora quisiera tener en mis manos el café que tanto placer e intelecto nos brinda a ambos para reírnos de esta aventura, que, si hubiera tenido el valor en aquel momento, quizá pudiera haber tenido una oportunidad con ella.
Lucas no despegó su mirada del papel en ningún momento. Estaba muy nervioso. Pero más aún, yo me había quedado sin palabras. Hablaba de mi, ¿no? ¡Este niño intentaba voltear mi mundo patas arriba! El escucharlo leer, con su dulce voz, potente, firme a pesar de su nerviosismo, me había cautivado. Más aún la historia que contaba. No lo podía creer, ese había sido nuestro encuentro. ¡Habíamos tenido un encuentro entre ambos sí! Yo tan ilusa pensé que nunca llegamos a conectar, pero sí que lo hicimos. Él me había visto antes y yo por estar tan concentrada, no lo noté. Pero él estaba ahí, y el destino seguía jugando a favor de nosotros, haciéndonos encontrar. Quizá Sara tenía razón: éste era nuestro destino. ¿Podía yo creer en algo igual? Siempre había una primera vez.
—Muy bien elaborado, Lucas, muy bien. Te felicito. Lo único es que te excediste del límite de palabras. Y esto es importante considerarlo. No importa qué tan bien haya sido tu aportación, sino cumple con las reglas, queda descartado. Tienen que estar muy pendientes a esto de seguir las normas, pues si en un futuro quieren entrar en algún concurso o enviar su manuscrito a una editorial deben seguir a pie de la letra todo lo que solicitan. ¿Queda claro?
—Clarísimo, profesora —respondió Lucas y procedió a sentarse sin mirarme en ningún momento. El silencio entre nosotros era evidente.
La primera clase de escritura culminó dejándonos como asignación escribir un relato de no más de quinientas palabras sobre cualquier género y tema de interés siguiendo los tipsde escritura que nos compartió.
Ambos procedimos a salir del salón callados. Lucas no me miraba.
—Lucas —Lo llamé y se volteó con rapidez hacia mi con genuina atención—. ¿Entonces te gusta escribir?
—Sí, es un pasatiempo mío.
—¿Además de la mecánica?
—Sí, así es —dijo sonriente.
—Genial. Me alegra que estemos juntos en el club de escritura.
—Sí, creo que la podemos pasar genial.
—Ujum. Oye y... —No sabía si traer el tema. Estaba nerviosa. Pero quería hacerlo—. ¿Y qué tal si un día vamos por un café?
¿De veras, Mia? ¿De veras eso es lo que se te ocurre?, pensé.
—Me encantaría —replicó mostrando de nuevo su tierna sonrisa.
A mi también pintura, a mi también. Detrás de esas pinceladas tan bien creadas, había un chico romántico y tímido que deseaba descubrir. Algo más que la belleza y la atracción. Algo que podría convertirse en un posible primer amor juvenil verdadero.
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