IV. Destino

¿Creen en el destino? ¿Se lo han preguntado? Es una pregunta que me he realizado muchas veces y no he encontrado respuesta. Puede que el destino sea algo real, como puede que no. Si me preguntaran ahora mismo, respondería que sí. El destino ha hecho que el carro de mi hermano tuviera un percance y que, a consecuencia de ello, me detuviera en un taller de mecánica que desconozco, y que la persona con la que me encuentro es nada más y nada menos que la pintura renacentista.

¿Coincidencia o destino? ¿Qué piensan?

Lucas pasó de largo al decir mi nombre, sin mirarme. Me dejó como una piedra y no pude decirle palabra alguna de vuelta. Solo lo miraba de lejos y escuchaba la conversación.

—Luc, ¿qué hacemos cuando tenemos un auto así de caliente? —preguntó el mecánico.

—Esperar veinte a treinta minutos en lo que se enfría —respondió.

—Correcto. Mientras tanto vamos a intentar levantar el bonete para ayudar a que se enfríe con mayor facilidad.

—Sí, papá.

Oh, su papá. Qué lindo el trabajo en familia. Luego el mecánico se volvió a dirigir hacia mí.

—Joven, si desea puede esperar en la oficina.

—Gracias, muy amable. Esperaré allí.

Estaba deseosa de alejarme de la encrucijada en la que me encontraba. Caminé hacia la oficina, muy obediente, pero despacio para lograr escuchar los cuchicheos de padre e hijo.

—¿Mirando a la chica, Luc?

—Nada que ver.

—No le mientas a tu padre con tanto descaro, Luc. Deja de mirarla por ahora y vamos a ver cómo podemos enfriar esto con más rapidez.

¡Me estaba mirando! ¡Me encontraba atractiva como yo a él! Quería gritar de la emoción, pero me contuve. Esto luego ameritaba una buena conversación con Sara y ofrecerle todos los lujos de detalles.

Me quedé esperando por el diagnóstico de mi carro, el cual tardó demasiado por que seguían llegando carros al taller. ¡Madre mía, pero es que este taller se llenaba! Por ahí escuché a uno decir que era el mejor mecánico del barrio. Al menos eso me tranquilizaba.

No sabía qué hacer, si escribirle a Alberto y decirle lo que había ocurrido y me viniera a recoger al taller con mamá, o esperar el diagnóstico del auto y decidir qué paso seguir. Miraba mi celular y sentía que mis manos sudaban. Lograba ver hacia afuera a hijo y padre trabajando con los carros que llegaban mientras el mío seguía bajando temperatura.

Estuve esperando casi media hora y ya me estaba impacientando. ¿Salgo de la oficina a preguntar?, me cuestioné. Ahí se encontraba Lucas. ¿Podría contener mi nerviosismo? ¡Claro que sí! ¿Dónde estaba la Mia decidida? ¡Aquí, gente, aquí! Así que no lo pensé dos veces, respiré hondo y decidí salir de la oficina.

Me dirigí entonces hacia el mecánico que estaba hablando con otro señor mayor que recién llegaba. Lucas también se encontraba en la conversación, pero intenté no mirarlo. ¡Muy bien, Mia, qué madura!, pensé.

—Buenos tardes, buenos tardes —canturreaba el recién llegado.

—Buenas tardes, viejo. ¿Todo bien por aquí? —preguntó el mecánico.

—Lo mismo de siempre flaco. Aunque déjame decirte, el tráfico de hoy estuvo descomunal.

—Ah, la ventaja de vivir cerca del taller y llegar rápido. ¿Verdad Luc?

—Sí, es lo mejor. Aunque ya no puedo decir lo mismo hacia la escuela.

—¡Cierto! Mi Luc ha sido becado en la mejor escuela del pueblo. Ahora debe levantarse más temprano.

—¡Qué gran noticia, felicidades!

—Así es, así es. Padre orgulloso al fin. Bueno, ¿qué tienes para mi hoy viejo?

—Te traje el carro de la vieja para que le hagas cambio de aceite y filtro.

—Pues venga, déjamelo ahí en lo que termino con el carro de la joven.

¡Ah! Aún se acuerda de mi auto, bien. Cuando notó que ya estaba muy cerca a ellos se dirigió enseguida a informarme el diagnóstico de mi carro. Rogué por todos los cielos que no fuera nada grave.

—Joven, tienes un Toyota Corolla modelo S del 2005, de 1.8 litros, 4 cilindros y automático. Hemos esperado a que se enfriara un poco y removimos el tapón del radiador. En efecto, ha perdido mucho anticongelante.

Me perdió. El mecánico me estaba hablando en un idioma que no conocía.

—Nuestro diagnóstico es que el radiador está roto y hay que cambiarlo —terminó diciendo el mecánico.

—Oh. ¿Es eso algo muy malo? ¿Tendrá arreglo ahora mismo? Es que tengo que llegar a casa o sino me matarán —respondí con cara de asustada, aunque hubiera pensado eso antes de agarrar el auto de Alberto sin su permiso.

—Difícil. Mañana lo podemos trabajar, pero lamentablemente el carro se tiene que quedar en el taller, de lo contrario puede romper el motor y dejarte a pie.

—Soy niña muerta hoy. No tengo como regresar a casa si dejo el auto aquí.

—¿No puedes llamar a alguien para que te recoja?

Lo pensé. ¿Llamaría a mamá para que me recogiera? ¿Llamo a Seba? ¿O a Sara? O mejor... ¿y si Lucas me llevara? ¿En qué estás pensando, Mia? ¿Estás loca?,me cuestioné.

Entonces dirigí mi mirada hacia Lucas. ¿Podría él llevarme? ¿Podríamos hablar? ¿Podríamos conocernos? ¿Podría hablar con la pintura? ¿Era éste mi momento?

Lo miré. Y el me devolvió la mirada. No tuve que decir nada. Hubo cierta... conexión. Él habló y las palabras que salieron de su boca fueron gloria para mí.

—Padre, ¿qué tal si la llevo a su casa?

—Esa puede ser una opción. ¿Dónde vives, joven? —inquirió el mecánico.

—No muy cerca de aquí pero tampoco tan lejos —respondí.

Que contestación más horrible había dado. ¡Estaba nerviosa! Había decidido ser la chica de siempre, decidida y coqueta, pero qué tonterías estaba diciendo. No entendía el efecto que tenía la pintura sobre mi. ¡Estaba colocando mi mundo patas arriba! Ya bastante me había hecho sudar durante el día.

—Eso no suena muy convincente que digamos —dijo el mecánico quien luego se dirigió a su hijo con voz mandataria—. Bueno llévate el teléfono y guía bien.

—Sí señor.

—Y usted joven, la espero ver mañana a recoger el auto. Son $120 dólares por el radiador y $75 por la instalación de éste. Me apunta aquí su número de teléfono por favor—dijo mientras me entregaba un papel con el estimado y la información del vehículo.

—Seguro. Gracias mil.

Me despedí del mecánico muy alegre y Lucas me invitó a entrar a su automóvil. Era un Honda Accord dorado, más o menos del año del de mi hermano. Lo noté un poco nervioso. ¿Era su primera vez guiando o era por mi presencia? ¡Si supiera que a mi me estaba sudando las manos!

—Acomódate el cinturón y tranquila que guío muy bien —dijo.

—Eso veremos. La verdad es que no recuerdo muy bien cómo llegué hasta aquí. Pero solo sé que una vez que salgas de este barrio y entres en la autopista te sales en la tercera salida y en la luz das un viraje a la izquierda. Lo demás es prácticamente derecho. Debemos llegar en veinte minutos más o menos.

Lucas manejó con cautela. Parecía como si quisiera hacer preguntas, pero no se atrevía. Y yo tampoco. Luego de varios minutos de un silencio incómodo intentó comenzar una conversación.

—Y cuéntame, ¿cómo llegaste al taller? —preguntó.

—Pues la verdad es que iba para el supermercado, pero no sé qué pasó que me pasé de la salida. Y me perdí, así que estaba intentando encontrar el camino de regreso cuando el carro comenzó a calentarse. Me detuve en una farmacia cerca y el cajero me dijo que a dos minutos había un taller de mecánica.

—Oh. ¿Es la primera vez que pasas por esta área entonces?

—Sí.

—Ah. ¿Necesitas que te lleve al supermercado?

—Oh, no, no. No te preocupes. Ya eso podrá esperar a mañana. Pero bueno y... ¿qué tal el primer día de clases? —pregunté.

—Pasable. Conocí a par de nuestros compañeros de salón. Me cayeron bien, incluyéndote.

Me sonrojé. Me incluyó. Continué dirigiendo a Lucas hasta una bajada que llevaba a varias casas bastante pegadas una de la otra.

Ahora que estaba ya cerca no sabía cómo dejarlo. Quería hablar más con él. Me intrigaba. Eso sí, el casi no hablaba. Se notaba tímido.

—Aquí está bien. Ya estoy cerca de casa. Yo camino lo que resta. Muchas gracias. Has sido muy amable —dije.

—¿Segura? ¿No quieres que te deje en la casa como tal?

—Es que me harán preguntas... y... pues... —tartamudeé.

—Oh sí, te entiendo. ¿Ese era tu auto o el de otra persona?

—El de mi hermano... que me llevé sin permiso...

—No digas más —rio—. Tu secreto está guardado conmigo. Nos vemos mañana.

—De nada. Nos vemos mañana, Lucas.

Sonreímos y sentí que mi piel se erizó. ¡Qué hermosa sonrisa tenía! Salí de su auto y le dije adiós con la mano. Lucas continuó su camino y no me moví hasta que vi que el auto se alejó lo suficiente.

Caminé hacia mi casa, mientras seguía pensando cómo decirle a Alberto lo que acababa de ocurrir. Ya más cerca noté que mi mamá había llegado y me acordé de revisar mi teléfono en esos momentos. Ugh-oh. Se había colocado en silencio y tenía 9 llamadas perdidas de Alberto. ¡Nueve! Era niña muerta hoy.

En esos momentos sentí unos pasos detrás de mí. ¿Me seguían? No miré hacia atrás y traté de acelerar el paso, pero la otra persona fue más rápida que yo.

—¡Pero mira a qué pez acabo de pescar! —dijo una voz masculina detrás mío.

Me quedé frisada por unos instantes y me giré despacio para ver la cara de mi hermano. Mierda.

—Alberto yo... —comencé a decir.

—Alberto nada. ¿Dónde está el carro que me robaste?

—Ese carro tuyo es una batata. Me dejó a pie.

—¡Claro que te dejó a pie! Si aún hay que hacerle unos arreglos y solo yo lo entiendo. ¿Qué le hiciste?

—Está en un taller de mecánica. Mañana lo tendrás.

—¡Ese carro no lo puede arreglar cualquiera! Yo tengo mi mecánico de confianza quien es el que me los pone a correr.

—¡Pues luego lo llevas a tu mecánico! Esa porquería rompió una pieza ahí y ahora tenemos que pagar casi $200 mañana.

—¿Tenemos? Perdón, pero... ¿quién fue la que lo rompió? Espera a que mamá se entere.

—¡No, así no! Yo le explico.

Pero mi odioso hermano había comenzado a caminar con paso ligero hacia la casa.

—¡Alberto! ¡No lo hagas! ¡Alberto! —grité.

Mi hermano me miró con una sonrisa maligna y siguió hacia la casa. Intenté pensar rápido y corrí hacia él. Él no podía entrar primero que yo. Pero Alberto me vio y avanzó el paso. Como era esperado, el ogro llegó primero.

—¡Madre! Mia se robó mi carro hoy y la dejó a pie. Ahora lo tiene en un taller que ni sabe dónde es y tiene ella que pagar $200. Ah, y llegó acompañada de un chico raro que no es Seba. ¡Regáñala!

Me quedé sin respiración.

—Mia... —comenzó a decir mi madre con su santa paciencia—. ¿Explicación?

—Yo... solo... ¿tu nota pidiendo ir al supermercado? —sonreí.

Mamá siempre era un apoyo, no solo para mí, sino para ambos. Me dio el regaño por agarrar el auto sin permiso de mi hermano y por haber tomado la salida incorrecta y perderme. Temía por mi seguridad. Al menos se tranquilizó cuando le dije que el chico era un becado de la escuela. Me dio los $200 dólares y mañana iríamos Alberto y yo a recoger el auto. Todo dependía si Sara podía llevarnos luego de la escuela.

Aproveché entonces a contarle a Sara por WhatsApp lo que me había ocurrido con Lucas. La coincidencia del día de hoy. No paraba de escribirme: ¡Es el destino!

Una y otra vez.

Y, ¿saben qué? Por más que lo seguía pensando... ¿era destino nuestro encuentro?

Mañana sabría la respuesta. 

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